El pasado 28 de mayo Chiquito de la Calzada cumplió 80 años de edad, posiblemente su aniversario más amargo al haber enviudado el 3 de marzo anterior de su esposa Pepita García Gómez, con quien estuvo casado cincuenta años formando uno de esos matrimonios ejemplares de toda la vida. A pesar de estar prácticamente retirado de la vida pública y de tener una presencia televisiva puramente testimonial, todavía continúa en el recuerdo de la mayoría de quienes lo conocieron por la huella tan fuerte que llegó a dejar. A priori puede parecer una tontería dedicar un artículo a este personaje, pero sin embargo es el placer culpable de mucha gente. De nombre real Gregorio Esteban Sánchez Fernández, nació en Sevilla en el año 1932, trasladándose de muy pequeño a Málaga. Con tan solo 8 años de edad hizo su primer debut, hecho que demostró sus aptitudes artísticas. Poco después se desarrolló en el mundo del flamenco dentro del grupo “Capullitos Malagueños” haciéndose llamar Chiquito de la Calzada, nombre tomado por haber empezado a cantar desde muy pequeño (muy “chiquito”) y por haber vivido toda su infancia en el barrio malagueño de la Calzada de la Trinidad. Gracias a sus cualidades como cantador, pues es innegable que tenía una voz bastante buena, llegó a hacer giras por el extranjero, llegando incluso a residir en Japón, de ahí que todavía era capaz de chapurrear el inglés y el japonés, utilizando algunas palabras del vocabulario de ambas lenguas para contar sus inefables chistes.
La fama real le llegó en 1994 cuando ya contaba con 62 años de edad, gracias a Tomás Summers, quien lo descubrió y lo hizo famoso a través de la televisión incluso llegando a protagonizar algunas películas para el cine. Habiendo dejado atrás su etapa como cantante de flamenco, se dedicó al espectáculo humorístico contando chistes. Chiquito de la Calzada tiene un mérito alcanzado por muy pocos, y es que durante toda su trayectoria de fama nacional ha conseguido hacerse respetar y ser considerado incluso por aquellas personas que no les gustaba o que veían en él un artista mediocre. Hombre de talante sencillo, humilde y modesto, en realidad sin grandes pretensiones personales artísticas y sin ínfulas de grandeza, ha sido capaz de crear escuela y de renovar en España el mundo del showman. Sencillamente se arriesgó a hacer algo nuevo y diferente de lo convencional y la jugada le salió bien. La audiencia respondió favorablemente y todo el mundo se puso a imitarlo e incluso a extender sus vocablos y expresiones que él inventó. Artistas posteriores más jóvenes han llegado a tomar como referencia el estilo de Chiquito, superando el hasta entonces imperante “ya saben aquél que diu…” del malogrado Eugenio. Ideó un sistema de contar chistes donde la gracia no residía tanto en la parte final o en si era bueno o malo sino en la manera tan habilidosa de explicarlo de modo que el espectador no paraba de reír. A diferencia de los chistes clásicos donde el objetivo es provocar la risa al final de la historia, Chiquito pretendía inducir a la carcajada desde el principio, mientras lo contaba, siendo lo de menos la resolución final o la calidad.
Cuando se es capaz de ofrecer algo diferente, bueno o malo, pero que caiga en gracia, el salto a la fama y la creación de un mito es muy fácil a través de los medios de comunicación que ponen todos los medios necesarios para convertirte en una estrella. Él lo consiguió y no se trata precisamente de una tarea fácil. Y para quien no lo crea, que alguien cite cuántos artistas del humor de fama nacional o internacional capaces de crear escuela y de renovar el estilo interpretativo han surgido de España durante esta última década.
Un ejemplo de inteligencia y vocación artística innata es la de Chiquito de la Calzada, que ha dedicado su vida a cultivar sus cualidades y a trabajar mucho, objetivos que inexorablemente han contribuido a ser recordado en la posteridad, y en su caso, a escribir un capítulo de la historia del espectáculo de nuestro país, aunque a los más puristas intelectuales no les guste reconocerlo. El aprecio que ha generado como persona humana por estar bien avenido con todo el mundo, por no haberse metido en asuntos políticos y por su labor en el ámbito del espectáculo, consiguió hacer olvidar enseguida los rumores que apuntaban a que Chiquito no fue más que una creación de conveniencia para distraer a las gentes de la crisis económica sufrida durante el mandato de Felipe González entre los años 1993 a 1996. Y si en un principio así fue, enseguida supo desvincularse. Genio para unos, mediocre para otros, la figura de este humorista no debería de ser analizada ni en un extremo ni en otro. Sencillamente fue lo que fue, y tanto adentrarse en hacer estudios o profundizaciones sobre su figura sería complicarse la vida para llegar a conclusiones irreales. Guste aceptarlo para unos o mal que les pese para otros, Chiquito creó escuela.
Durante muchos años La Paloma fue la sala de baile más importante de Barcelona. Tuve el placer de haber estado una vez con motivo de la entrega de los premios Teatre BCN en noviembre del año 2006. Su interior me causó una agradable impresión por la espectacularidad de la decoración. Y es que hoy día sumergidos en la era del diseño y la funcionalidad quedan muy pocos espacios en la ciudad tan bellos como La Paloma que sean capaces de transportarte a los tiempos de la Belle Epoque. El exterior no es precisamente llamativo y todavía conserva el aspecto de una nave industrial del siglo XIX porque el emblemático edificio, antes de convertirse en el centro del ocio y de la diversión de la ciudad, abrió en 1853 como la Fundición Comas, cuya actividad era la fabricación de máquinas diversas, moldes y fundición de metales. Entonces ya ganó a pulso su prestigio al recibir el encargo de toda la decoración en bronce del monumento a Colón, erigido a partir de 1883 e inaugurado en 1888 para la Exposición Universal. Sin embargo, sucumbió ante una crisis económica y ello llevó a sus tres propietarios a plantear la idea de reconvertir la fábrica en una sala de baile. Cada uno de ellos se encargó por su cuenta de proporcionar una orquesta, abrir un bar y acondicionar la sala. Y así fue, que abrió un modesto local de ocio bautizado con el nombre de La Camelia Blanca, pero su escaso éxito sumado a unas deudas que no fueron capaces de pagar obligó a la venta de aquel vasto complejo al empresario Jaume Daura, responsable de la conversión del viejo recinto fabril en una lujosa sala de baile.
Las obras de reforma empezaron en el año 1903 y se prolongaron hasta 1915, pero como sala de baile ya estaba abierta al público con la denominación que nos ha llegado hasta nuestros días: La Paloma, nombre procedente de uno de los perros del propietario de terrenos hortícolas circundantes y anteriores a la construcción de las centenarias viviendas que todavía siguen en pie y otorgan al barrio un regusto antiguo auténtico y original. Los otros perros del mismo dueño se llamaban Tigre y León, que dieron nombre a dos calles donde se halla el local. Otras fuentes aseguran que dichos perros eran en realidad propiedad del vigilante de la Fundición Comas, con lo cual no se trata de una información fidedigna.
El hijo de Jaume Daura, de nombre Ramon, con tan solo 15 años de edad decidió hacerse cargo de la nueva sala y decidió viajar a París para tomar referencias de cara a la decoración interior. Toda una precocidad de chico. De estilo versallesco, las molduras y los relieves con ribetes dorados fueron a cargo del artesano Ramon Mestres, el cual, afirmó ante el cronista de Barcelona Sempronio cuando era un adolescente acompañado de su padre, que “dejaré La Paloma convertida en el Salón de los Espejos de Versalles”. Las pinturas del techo fueron a cargo de los pintores escenógrafos del teatro del Liceo, Salvador Alarma y Miquel Moragas. En 1915 se terminó la galería del primer piso con cuatro escaleras a ingles para acceder a los palcos, y no fue hasta 1928 que se instaló la espectacular lámpara de techo que preside e ilumina toda la pista, elemento que simbolizó el final de las obras de construcción de la sala de baile y que se celebró con una gran fiesta de carnaval.
Durante sus inicios, La Paloma estaba frecuentada por lo que vulgarmente llamaban “mala gente”, lo que motivó al propietario a contratar camareros forzudos y envalentonados que ayudaron a disuadir a los clientes conflictivos. Ello fue el inicio del prestigio del local que empezó a ser frecuentado por artistas e intelectuales de la Barcelona bohemia. Entre algunos de los habituales estaban Pablo Picasso, que conoció allí a su novia Rosita del Oro, y Salvador Dalí, que sentado en un palco dedicaba su tiempo a dibujar a los personajes que visitaban la sala. Como anécdota divertida, cuenta Sempronio que a menudo se hacían concursos de resistencia siendo vencedores quienes eran capaces de bailar durante más horas sin parar.
Al estallar la Guerra Civil, La Paloma fue incautada y reconvertida en galería de tiro. Hasta la posguerra no fue devuelta nuevamente a Ramon Daura, que reabrió la sala de baile e inventó un personaje llamado La Moral para evitar que el régimen franquista tachara el recinto de centro de vicios. La Moral era un hombre encargado de pasearse por la pista de baile con un bastón en la mano cuya misión era separar las parejas que se pegaban más de lo consentido mientras bailaban. Hipocresía puritana al poder que se prolongó hasta la década de 1950.
La Paloma empezó a padecer los primeros síntomas de decadencia y a perder el esplendor de las décadas anteriores, pero gracias a un grupo de artistas la sala se mantuvo viva. Fueron los pintores Josep Guinovart y Marc Aleu, el fotógrafo Francesc Català-Roca y el escultor Xavier Corberó quienes volvieron a darle vida y a extender su fama.
Tras el final del franquismo, ya en los años de la transición democrática, La Paloma se convirtió en punto de encuentro de estudiantes, artistas e intelectuales, incluso de gente asidua al teatro del Liceo. Como sala de baile frecuentada habitualmente por personas mayores, a menudo gente viuda, separada y solterona, poco a poco empezaron a incorporarse jóvenes gracias a la ampliación de la oferta musical. Ocasionalmente La Paloma fue el escenario perfecto para celebrar fiestas, conciertos, actos oficiales y entrega de galardones, hecho que demostraba la polivalencia del recinto y las posibilidades que podía ofrecer como espacio cultural y de ocio, así como su adaptación a los nuevos tiempos.
Desgraciadamente, la ampliación de la oferta lúdica a discoteca aunque fue con la buena fe de atraer al público joven terminaría por convertirse en la tumba del local. Con el aumento requerido de la sonorización, los propietarios se vieron obligados a efectuar reformas para insonorizar el local debido a las quejas vecinales de los habitantes del bloque adyacente al local. Parecía que el problema se había solventado con una nueva cubierta, pero sin embargo, como consecuencia de los severos conflictos traducidos en peleas callejeras, amenazas e intimidaciones a los vecinos, inseguridad, gritos, suciedad, borracheras, botellas rotas, vómitos y orines, el Ayuntamiento ordenó el cierre del local indefinidamente mientras no se instalaran sistemas de insonorización adecuados, un acuerdo al que no han llegado con los propietarios y que ha costado el despido de sus cien empleados.
Han transcurrido cinco años desde que La Paloma cerró sus puertas. Desde entonces, una aureola de misterio se cierne sobre la mítica sala de baile y prácticamente no se ha informado sobre el futuro del local o del estado de las negociaciones entre el Ayuntamiento y los propietarios. Nadie sabe absolutamente nada, ni siquiera los vecinos del barrio. No hay noticias al respecto desde ningún medio de comunicación. Solo existe un extraño e inexplicable silencio absoluto. Se desconoce por completo lo que el tiempo deparará. Tan solo se observan en determinadas horas del día unos pocos operarios que entran y salen por una puerta de emergencia a realizar obras de limpieza y mantenimiento. Ellos tampoco saben nada al respecto.
Barcelona es una ciudad que tiene y ha tenido muchos espacios emblemáticos que han escrito una página imborrable para la historia por lo que llegaron a aportar y a contener, pero desgraciadamente es también una ciudad que por la misma regla de tres ha sido capaz de destruir y borrar de un plumazo la memoria de un espacio por importante que haya podido llegar a ser. La evolución y el progreso de los tiempos jamás pueden servir de excusa para ello, aunque la mayoría de casos se han debido a razones políticas o por la instauración de un modelo de ciudad “políticamente correcto” que nunca se ha correspondido con la Barcelona real. Es necesario corregir ese error y que La Paloma vuelva a abrir y a relucir, que se recupere ese espacio de ocio para la ciudadanía devolviendo aquella vida y alegría que nunca ha estado en conflicto con los vecinos del barrio. Resulta obvio que la sala de fiesta, por su antigüedad, por su historia, por los personajes que por allí han pasado, por su decoración versallesca única e irrepetible y por las características de espacio y distribución del local no es un lugar adecuado para acoger una discoteca. Que el Ayuntamiento proponga reformas de insonorización y soluciones “paranormales” como una entrada con escaleras tipo metro en la ronda de Sant Antoni y excavar un túnel bajo tierra por la calle del Tigre para hacer un acceso subterráneo hasta la pista de baile no ayudarán a solucionar el conflicto, a la vez que repercutirá a la destrucción y desfiguración de la sala centenaria solo por el capricho de mantener una función que no es compatible y además genera conflictos e inseguridad.
La ciudadanía quiere la reapertura de La Paloma, pero como sala de baile, como siempre ha sido y como siempre debe de ser. No existe entonces otra solución que apelar al “seny català”, recapacitando Ayuntamiento y propietarios llegando a una solución satisfactoria que permita restablecer la función como sala de baile y sala polivalente.
Dada la fama que tiene en Cataluña el periodista Federico Jiménez Losantos seguro que a muchos les va a doler lo que voy a decir, pero un libro suyo ha sido la semilla de mi fascinación por la Barcelona de los años setenta y la causa de mi reconversión en un tarradellista empedernido. Me refiero a “La ciudad que fue. Barcelona años 70”. Debo confesar que inevitablemente y sin que yo me lo haya buscado a propósito, el citado libro ha influido decisivamente en la renovación de mi pensamiento político y cultural como jamás lo hubiese creído.
Hace poco más de tres años, un cordial amigo mío que se había comprado el libro, después de habérselo leído nos lo ofreció a mí y a mi hermano por si queríamos echarle un vistazo. En un principio a modo de curiosidad lo ojeé con una actitud bastante escéptica porque no me esperaba absolutamente nada bueno, pero al observar que trataba sobre una época relativamente reciente de Barcelona que apenas conocí porque era muy pequeño y teniendo en cuenta que me gusta leer libros sobre mi ciudad, me aventuré a leerlo aunque solo fuese por el cachondeo. De hecho, incluso llegué a pensar que antes de llegar a la mitad del libro me aburriría y abandonaría su lectura por si se trataba de un vulgar y ofensivo panfleto anticatalán. Por cierto, debo detallar que mi amigo por razones de seguridad me lo entregó sin las cubiertas de las tapas para que así lo pudiéramos leer tranquilamente en el autobús o en el metro sin que nadie se diese cuenta y evitar así cualquier posible intimidación verbal o expresiva.
No se trata exactamente de una autobiografía sino que comprende el período en el cual estuvo viviendo en la capital catalana, llegando a la misma en el año 1971 (justo el de mi nacimiento) para estudiar la especialidad de filología española en la Universidad de Barcelona. Aposentado en la ciudad (llegando, por cierto, a vivir casi al lado de mi casa, delante del desaparecido Canódromo Meridiana), desarrolló una cultivada producción cultural estudiando psicoanálisis con Óscar Massota, siendo uno de los fundadores de la Biblioteca Freudiana de Barcelona y de la universitaria Revista de Literatura, y fundando y dirigiendo junto con Alberto Cardín la revista de pensamiento sobre política, filosofía, literatura y psicoanálisis Diwan. El entusiasmo con el que se muestra la década de los setenta se aleja completamente de ese Jiménez Losantos tan radical y agresivo al que estamos acostumbrados a escuchar en la cadena Cope y en el canal Intereconomía. Eso fue una particularidad que me llamó la atención y me motivó, aunque no las tenía todas, a continuar con el libro para ver hasta dónde llegaría.
Tal vez alcanzando un nivel que para muchos rebasaría la idolatría y la idealización, la primera parte del libro narra la existencia de una Barcelona de la libertad abierta e integradora capaz de acoger a jóvenes prodigios y artistas de toda España en busca de una oportunidad que los catapultara hacia su meta. Se habla de una Barcelona cosmopolita, capital de la cultura y la literatura hispánica catalana y castellana que todavía conservaba todos aquellos elementos que la hacían auténtica, con una fuerte eclosión cultural en los ámbitos de la música, la literatura, el cine y el teatro, el desarrollo de los movimientos de vanguardia, la cultura underground y el desencadenamiento del movimiento gay y feminista. Se hace referencia a la mayoría de los personajes que se dieron a conocer durante aquella década y que se congregaron en la ciudad, como Teresa Gimpera, Joan Manuel Serrat, Maria del Mar Bonet, Núria Espert, Terenci Moix, el grupo teatral “Els Joglars”, Maruja Torres, Àngel Casas, Joan de Sagarra, Vázquez Montalbán, Juan Marsé, los hermanos Goytisolo, Jaume Sisa, Nazario, Ocaña, Serena Vergano, José Antonio Labordeta, Vargas Llosa, García Márquez, José Manuel Broto, Antonio Maenza y muchos otros de una larga lista.
En el ámbito político, se destaca la importancia de la llegada del exilio de Josep Tarradellas, visto como un presidente de la Generalitat dispuesto a forjar una política nacional catalana de entendimiento con el resto de España, de conciliación y de concordia entre catalanes y no catalanes, frente a lo que el autor ve como un paralelo auge de fuerzas nacionalistas conspiradoras dispuestas a implantar una política de discordia y de exclusión.
La segunda parte del libro se centra en aspectos más políticos que la anterior y narra como Barcelona pierde fuelle cultural en favor de una pujante Madrid nada más finalizar la década de los setenta y a lo largo de la década siguiente, en la que Jordi Pujol se sitúa al frente de la Generalitat. El autor pretende así establecer un contraste emocional entre la alegría, la ilusión y la esperanza de los setenta y la decepción de los ochenta. Tarradellas, muy crítico con la política pujolista a la que llamaba “dictadura blanca” se encuentra muy presente en diversas ocasiones, hecho que demuestra la reivindicación por parte del autor de este personaje tan olvidado en la actualidad. Jiménez Losantos abandona Barcelona y a través de la publicación de escritos en la prensa adopta una actitud muy beligerante contra el nacionalismo catalán, llegando a participar junto con otros intelectuales en el llamado “Manifiesto de los 2300” a favor del bilingüismo en Cataluña. En su propia defensa niega su anticatalanidad asegurando que los medios de comunicación nacionalistas hicieron una campaña de tergiversación y manipulación de sus declaraciones para convertirlo en un enemigo público de Cataluña. Incluso llega a proclamar su reiterada defensa de la lengua y la cultura catalanas durante los años del franquismo cuando muchos nacionalistas por aquél entonces no hicieron absolutamente nada para defenderlas sino que vivieron como burgueses bajo el régimen de Franco. El último capítulo trata sobre el atentado que padeció a manos del grupo terrorista Terra Lliure, punto de partida de la transformación psicológica del periodista que nos ha llegado hasta nuestros días.
Finalmente, la lucha de intelectuales contra el nacionalismo catalán conforma la tercera y última parte, donde el autor quiere demostrar las dificultades existentes de desarrollarse culturalmente en Cataluña si no se tiene sintonía hacia las políticas nacionalistas, las cuales son vistas como las responsables de ejercer cada vez más presión hostil hacia todo aquello que tiene aroma a castellano o a español. Haciendo alusión nuevamente a Tarradellas y sus críticas al pujolismo, se ofrece una imagen del veterano estadista de visionario sobre lo que se avecinaba en Cataluña para los próximos años, terminado en una división de la sociedad y en un divorcio casi irreversible con el resto de España. Como si se tratara de un aliento de esperanza donde Jiménez Losantos asegura revivir los buenos tiempos pasados de su juventud, hace cita ineludible a la presentación en el teatro Tívoli de Barcelona del nuevo partido no nacionalista Ciutadans liderado por Albert Rivera.
Un anexo enumera todos los atentados perpetrados por Terra Lliure, resume los puntos principales de su libro “Lo que queda de España” escrito en 1979 y hace una proclama a la necesidad de un estado liberal.
Al terminar de leer el libro tuve una ligera e inexplicable euforia interior que me llevó a documentarme acerca de la Barcelona canalla, golfa, gamberra y picante de la década de los setenta, una ciudad todavía urbanísticamente gris pendiente de una profunda modernización, con edificios históricos sin restaurar, un ayuntamiento lleno de deudas, déficits en equipamientos sociales varios y barrios marginales donde las bandas juveniles estaban de moda. Sin embargo, a pesar de estas deficiencias, en el ámbito cultural la situación era proporcionalmente mejor. Si la transformación para los Juegos Olímpicos de 1992 y la restitución de la lengua y la cultura catalanas se hubiese producido respetando y manteniendo las manifestaciones surgidas durante aquella década, no hay duda de que en la actualidad Barcelona sería en estos momentos una de las grandes capitales culturales de Europa, fábrica de artistas, incluso por delante de varias capitales de estado.
Otra reacción como resultado de haber leído este libro fue el deseo de documentarme más acerca de Josep Tarradellas porque anteriormente al libro de Jiménez Losantos no sabía casi nada de él, salvo lo que se me había enseñado en la escuela y había visto en la televisión. Así, el siguiente libro fue "Ja sóc aquí. Record d’un retorn", que lo adquirí de segunda mano en una librería de viejo. Esta autobiografía publicada en 1989 me fascinó de tal manera que a continuación me empapé de todos los libros, artículos, documentales y publicaciones relativas a Tarradellas, del cual creo haber aprendido mucho en cuanto a política se refiere. Desde entonces soy tarradellista y no me arrepiento de ello aunque forme parte de una minoría en Cataluña.
“La ciudad que fue. Barcelona años 70” es una obra interesante de lectura recomendada tanto para defensores como para detractores de Jiménez Losantos, tanto para nacionalistas como para no-nacionalistas, como un referente de peso para poder cultivar argumentos a favor o en contra de lo narrado. Siempre he dicho que acostumbro a leer y a escuchar a aquellos políticos con los que discrepo, y lo hago precisamente porque no estoy de acuerdo con sus ideas y así luego puedo disponer de argumentos más sólidos para rebatir sus tesis o bien para rendirme ante mis errores. En caso contrario, se juzga ciegamente y superficialmente sin conocer bien al detractor mediante réplicas irracionales. Es por ello que, como he señalado antes, recomiendo la lectura de este libro a aquellos quienes detesten la figura de Jiménez Losantos y se proclamen nacionalistas acérrimos, aunque pueda parecer contradictorio. Indispensable si se quiere conocer aunque sea a grandes rasgos la Barcelona de la década de los setenta y el pensamiento político de Josep Tarradellas. Un trabajo hecho con entusiasmo y sentimentalismo del cual admito compartir muchas de las cosas que dice, aunque discrepo en algunas ocasiones en el cómo lo dice, pues a pesar de la pretendida objetividad del libro está lleno de juicios de valor encaminados a transmitir unos determinados sentimientos. Evitando caer en esa tentación, es preferible quedarse solo con la esencia de las ideas.
Recientemente el Partido Popular de Cataluña ha celebrado su XIII Congreso en el cual se ha refundado bajo la denominación de “PP català”. Aunque no soy militante ni votante de dicha formación, la presidenta Alícia Sánchez-Camacho ha hecho un gesto muy positivo que podría suponer un aumento de su popularidad traducida en un mayor número de votos. Su defensa del autonomismo y del autogobierno, admitir la existencia de una realidad diferenciada y singular así como su creencia en la necesidad de reformar el actual sistema de financiación no es solo un acercamiento a los sentimientos de la gran mayoría de la ciudadanía catalana, sino también un reconocimiento de que la España real no es un estado uniforme sino que está formado por distintas realidades agrupadas dentro de un mismo territorio.
Las protestas de los sectores españolistas no se han hecho esperar, como si de una traición a su país se tratara y encima bajo el consentimiento de Mariano Rajoy. Por ello ya están hablando de crear una escisión que recoja el espíritu una vez impuesto por Vidal-Quadras. Sin embargo, ese “giro catalanista” del PP en Cataluña no es real porque en absoluto representa una deriva nacionalista como algunos pretenden hacernos creer. Reconocer el hecho diferencial y defender el autonomismo es tan legítimo que la misma Constitución Española lo recoge puesto que en sus artículos nos habla de la existencia de regiones y nacionalidades históricas y el derecho de todas ellas a constituirse en comunidades autónomas. La nueva postura del PP catalán sería similar a la practicada por Manuel Fraga Iribarne en Galicia, cuando ofreció un programa abierto al galleguismo y un mensaje de recuperación de la dignidad de la autonomía gallega, defendió la identidad cultural gallega dentro de España con la idea de la “autoidentificación” y un autonomismo avanzado con su propuesta de administración única, inspirada en técnicas político-administrativas propias del federalismo de ejecución.
Esa política que fue posible aplicarla por parte de un antiguo ministro de Franco y que tan buenos resultados obtuvo, con más razones el nuevo “PP català” tendría legitimidad de ponerla en práctica en Cataluña por vía de unos líderes políticos que intentan alejarse definitivamente del llamado “franquismo sociológico” que tanto ha dañado su imagen para convertir a este partido en una auténtica coalición democrática de centro-derecha liberal. Ese cambio de rumbo debe de considerarse no como una traición a los principios del partido sino una adaptación ineludible e indispensable a la realidad territorial. Aunque siempre se han identificado como los principales defensores del castellano y de la españolidad en Cataluña, es necesario mantener un equilibrio y adoptar posturas amables y de respeto hacia el catalán y la catalanidad, en armonía, equilibrio y convivencia. A nivel autonómico e incluso a nivel municipal, un mismo partido se amolda al talante de cada territorio, por la simple lógica de que sus gentes siempre esperarán que sus representantes políticos sean y vivan igual que ellos, los conozcan y participen de sus tradiciones y costumbres. De ahí que los representantes de partidos políticos estatales en Cataluña parezcan catalanistas (no en un sentido nacionalista), en Andalucía andalucistas, en Madrid madridistas, en Galicia galleguistas… porque de lo contrario serían percibidos como forasteros y nunca podrían triunfar. Eso es exactamente lo que ha sucedido con el PP en Cataluña, nada que ver con ese presunto “giro catalanista” que no existe más que en la imaginación de aquellos quienes pretenden inútilmente implantar un modelo alejado de la realidad catalana que está condenado al fracaso.
Una escisión españolista del PP difícilmente va a tener futuro ni representación política parlamentaria catalana, puesto que la mayoría de la ciudadanía prefiere una solución intermedia alejada de los extremismos expresados en el nacionalismo catalán y el nacionalismo español, que evite confrontaciones y apueste por un modelo de conciliación, concordia y convivencia que contribuya al acercamiento y al entendimiento entre todos los territorios que forman España, donde el mayor número de personas posible se sienta representada y tenga cabida dentro de Cataluña. No obstante, las “buenas palabras” de Sánchez-Camacho deberán de seguirse durante los próximos meses para comprobar los resultados de esa renovación, en tanto si realmente existe la aportación de algo nuevo e interesante, o si bien a efectos prácticos nada ha cambiado en el PP catalán y todo haya quedado reducido a una mera estrategia para la captación de nuevos votos.
Es innegable que Vidal-Quadras, con independencia de sus ideas políticas y de sus polémicas, es un hombre culto e inteligente tal y como lo ha demostrado a través de sus libros y por su brillante capacidad como orador, pero sin embargo su posición excesivamente conservadora, rancia, españolista, beligerante y puntualmente reaccionaria no lo hace aconsejable para liderar un proyecto alternativo al nacionalismo con un mensaje positivo y constructivo. De ahí que no es de extrañar que incluso el mismo Mariano Rajoy no quiera contar con él. Los actuales tiempos de crisis tan llenos de crispación y desengaños, momentos fáciles para hacer cuajar mensajes populistas recomiendan regresar hacia una actitud moderada capaz de crear ilusiones reales. Precisamente hacia estos partidos se han dirigido los “desengañados” del PP, lo que demuestra el perfil psicológico y político así como el escaso o nulo talante democrático de esos militantes. La solución a los problemas reales de Cataluña no pasa por la xenofobia, la búsqueda de culpables y el españolismo ultraconservador.
El nuevo “PP català” tendrá a partir de ahora un nuevo y difícil reto que deberá superar si quiere mejorar resultados en las próximas elecciones: seducir a la vez aquella parte de la población catalana que se siente únicamente identificada con Cataluña, y aquella que se identifica con España. Hasta ahora, ninguna fuerza política lo ha conseguido.
Recientemente los medios de comunicación nos han anunciado la triste noticia de que la histórica casa del astrónomo Josep Comas i Solà situada en la Via Augusta de Barcelona, llamada Villa Urania, se va a derribar. Un ejemplo más de la hipocresía chovinista de un sector determinado de la clase política que alardea de amor patrio hacia Cataluña y luego borra de un plumazo la memoria de sus propios catalanes universales como es el del citado caso.
¿Qué sentido tiene recordar a Josep Comas i Solà? Solamente aplicó el cine y la fotografía al estudio de los eclipses solares registrando por primera vez en el mundo el espectro de la cromosfera solar; determinó el diámetro del planeta Mercurio observando sus tránsitos solares de 1907 y 1909; descubrió que Titán, la mayor luna de Saturno, tiene atmósfera; descubrió once asteroides; fue codescubridor de un cometa, bautizado como Schain-Comas Solá; popularizó la astronomía en su papel de divulgador, publicando más de seiscientps artículos en el diario La Vanguardia; fue director del Observatorio Fabra desde su creación el año 1904; determinó el diámetro del planeta Mercurio observando su tránsito por delante del Sol entre 1907 y 1909; fue director del Servei d’Astronomia de la Generalitat republicana; publicó siete libros en base a sus trabajos; y fundó la Sociedad Astronómica de España y América. Es decir, no hizo absolutamente nada por lo que merezca ser recordado en la posteridad, al menos para quienes están dispuestos a derribar su último legado, la Villa Urania, que el insigne astrónomo donó a la ciudad al morir en 1937 con la condición de que se destinara a hacer un observatorio popular, un grupo escolar o alguna otra institución cultural.
Desgraciadamente, desde la cesión hecha en 1957 la casa quedó en repetidas ocasiones ocupada por indigentes y el material histórico y personal de Comas i Solà (instrumentos, trabajos, diplomas y medallas) ha desaparecido casi en su totalidad. Luego se habilitó para una guardería municipal. El anterior gobierno municipal pactó con el vecindario la construcción de una guardería, un centro cívico y un casal de "avis" con el compromiso adicional de que el nuevo espacio llevaría el nombre del astrónomo. Esta reconversión de Villa Urania se ajustaría bastante a las últimas voluntades de Comas i Solà, aunque sería recomendable que la nueva edificación integrara el antiguo edificio (o bien las fachadas) no tanto por su valor arquitectónico sino por su valor histórico y simbólico, en vez de derribarlo por completo a cambio de un nuevo edificio funcional. A todo ello cabría la posibilidad de incluir un pequeño observatorio con fines pedagógicos que posibilitara el acercamiento popular y familiar de las ciencias astronómicas, y un centro de interpretación que rescatara nuevamente la figura de Comas i Solà para la memoria histórica. Y es que no se debe de olvidar lo que esta casa fue una vez. Solo la presión popular podría hacer realidad esta opción.
La polémica del próximo derribo de la finca ha sido también, por supuesto y por desgracia, objeto de politización. Así, sectores críticos al nacionalismo atribuyen el olvido histórico de Comas i Solà al hecho de que no fuese independentista, que el primer asteroide que descubrió lo bautizara con el nombre de “Hispania” y por haber fundado la Sociedad Astronómica de España y América, de carácter estatal, cuando un año antes se había fundado la Sociedad Astronómica de Barcelona, de carácter más local. Sin embargo, al morir, su entierro fue muy multitudinario y encabezado por Lluis Companys, hecho que denuestra la estimación y el reconocimiento que tuvo como persona y como científico por encima de sus ideas y creencias. Sería deseable que esta hipótesis planteada no se corresponda a la realidad puesto que de ser un prejuicio político se trataría de un caso grave e imperdonable, aunque debe admitirse que la situación actual no permite poner la mano al fuego y todo es posible. Con mayor probabilidad se trata de un asunto más bien especulativo que no identitario, pues los intentos de derribar la finca para construir un bloque de viviendas se han repetido en diversas ocasiones, aunque afortunadamente todos fallidos gracias a la presión popular por salvarla.
Si queremos que Barcelona vuelva a ser nuevamente un referente mundial de la cultura, cantera de artistas, intelectuales y científicos, hay que empezar dando ejemplo rescatando del olvido a Josep Comas i Solà, preservado la Villa Urania para la ciudad y otorgándole nuevos usos sociales en beneficio de toda la ciudadanía.
“Dada la proverbial cortesía catalana, huelga decir que en mis compañeros de facultad hallé sentimientos de consideración y respeto. Pasa el catalán por ser un tanto brusco y excesivamente reservado con los forasteros; pero le adornan dos cualidades preciosas: siente y practica fervorosamente la doble virtud del trabajo y de la economía; y acaso por esto mismo evita rencillas y cometerías, y respeta religiosamente el tiempo de los demás”. Eso dijo el ilustre Don Santiago Ramón y Cajal durante su estancia en Barcelona entre los años 1887 a 1892, donde desempeñó sus funciones como catedrático de Histología e Histoquímica y Anatomía Patológica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona. A los 160 años de su nacimiento, merece la pena recordar su breve paso por la capital catalana, muy fructífero e intensivo porque los resultados obtenidos de su labor propiciarían la concesión del Premio Nobel en Fisiología en 1906.
De la citada especialidad, se convocaron en toda España un total de siete plazas para optar a la cátedra, cada una de ellas en una ciudad distinta. Sin embargo, Cajal decidió ir a Barcelona porque sabía que allí tendría mayores facilidades para el desarrollo de su investigación, dada además la calidad científica de los miembros del claustro universitario. Tomó posesión oficial el 12 de diciembre de 1887, habiendo sido designado catedrático el día 2 de noviembre anterior, cuando contaba entonces con 35 años de edad. La Facultad de Medicina estaba ubicada en el antiguo Hospital de la Santa Cruz, edificio gótico del siglo XV sito en el número 56 de la calle del Hospital, que actualmente acoge la Reial Acadèmia de Medicina de Catalunya. A pesar de trabajar en un pequeño laboratorio e ir algo justo de instrumentación, en su autobiografía llegó a afirmar que 1888 fue su “año cumbre”, pues descubrió los mecanismos que gobiernan la morfología y los procesos conectivos de las células nerviosas de la materia gris del sistema nervioso cerebroespinal. Dicho más sencillo, descubrió la unidad celular o individualidad de las células del sistema nervioso. Coincidiendo con el certamen de la Exposición Universal, Cajal participó como expositor de preparaciones micrográficas, lo que le valió recibir como reconocimiento una medalla de oro y un diploma. En octubre de 1889 viajó a Berlín para exponer los resultados de sus investigaciones en las jornadas del Congreso de la Sociedad de Anatomía Alemana, que le fueron aceptados. Y en 1891 expuso la ley de polarización dinámica de las neuronas, capaz de explicar la transmisión unidireccional del sistema nervioso. Dicha ley estaba integrada dentro de la llamada doctrina de la neurona, que explicaba como la estructura del sistema nervioso es un aglomerado de unidades independientes y definidas.
Finalmente, después de un intenso período de trabajo y especialmente marcado en el ámbito familiar por el nacimiento de su hija Pilar y de su hijo Luís y el desgraciado fallecimiento de su otra hija Enriqueta, en abril de 1892 se trasladó definitivamente a Madrid. Su paso por Barcelona dejó una agradable imprenta digna de ser recordada, pues fue el lugar donde se ganó a pulso el reconocimiento de la comunidad científica internacional. Cajal llegó a la capital catalana justo en el momento en que la ciudad iniciaba su historia contemporánea, con el derribo de las antiguas murallas medievales y la construcción del Eixample, con la celebración de la Exposición Universal de 1888, con un marcado crecimiento de la economía que hizo de Cataluña el principal motor económico de España y con una expansión artística, científica y cultural conseguida gracias a toda una generación de personas ilustres e intelectuales que convirtieron el principado en un referente nacional e internacional. Es por ello que pudo arroparse con las personas apropiadas, a la vez que dejó a jóvenes discípulos que continuaron su trabajo con el cual se derivaron nuevas investigaciones en el ámbito de la medicina. Como reconocimiento a su labor científica durante su estancia en Barcelona, Cajal fue nombrado socio de la Academia y Laboratorio de Ciencias Médicas de Cataluña (1892) y socio de la Real Academia de Ciencias y Arte de Barcelona (1914).
El legado escrito durante su etapa barcelonesa se compone de un total de 48 trabajos, publicados entre 1888 y 1892 en su revista que él mismo fundó (Trabajos del Laboratorio de Histología de la Facultad de Medicina de Barcelona, posteriormente llamada Revista trimestral de Histología Normal y Patológica), más otras revistas en las que periódicamente colaboró, así como en libros y manuales varios que escribió en relación con sus investigaciones. Actualmente, la Facultat de Medicina de la Universitat de Barcelona conserva en sus archivos documentos varios como actas de exámenes, listado de materiales y notas administrativas. Se tiene constancia de que tuvo hasta cuatro domicilios en Barcelona: en la calle de la Lluna nº 1, en la calle del Notariat nº 7, en la calle del Consell de Cent nº 304 y en la calle del Bruc. Además de mantener una intensa vida laboral, también tuvo una importante vida social con sus compañeros de universidad, con quienes solía hacer animosas tertulias en locales frecuentados habitualmente por médicos, abogados, catedráticos, libreros, veterinarios, artistas y profesionales liberales, entre otros. Eran los años del despegue de la Barcelona bohemia y cosmopolita que mezclaba gentes de todas clases, cantera de artistas, científicos e intelectuales y de personas llenas de inquietudes. Los lugares que Cajal acostumbraba a frecuentar eran el Café Pelayo (en la calle de Pelai), el Gran Café del Siglo XIX (conocido como “La Pajarera”) y el Círculo Ecuestre (ambos ubicados en la plaza de Catalunya).
En septiembre de 1907, el barrio de Gràcia le dedicó una calle a Don Santiago Ramón y Cajal que nos ha llegado hasta nuestros días, un humilde recuerdo que atestigua el paso de un gran científico universal de nuestro país por la ciudad de Barcelona.