La aparición del oficio de trapero en Barcelona se sitúa aproximadamente a finales del siglo XVIII cuando los comerciantes catalanes pasaron a dominar el mercado del papel en las colonias españolas en el continente americano. Fue entonces cuando esta industria se intensificó notablemente, motivo por el cual se animaba a la gente que recogiera y guardara los trapos aunque estuvieran usados, especialmente los de algodón, ya que éstos se podían reutilizar para la fabricación de papel. Tanto para obtener un buen rendimiento comercial como para conseguir una óptima aplicación industrial, era necesario hacer una selección apurada y minuciosa de los trapos recogidos, tarea que desarrollaban en almacenes habilitados unas mujeres (triadores) a cambio de cobrar cuatro o cinco reales al día. Pero para que ellas pudieran hacer este trabajo previamente era imprescindible que alguien se dedicara a recoger el material. Nació así el oficio de trapero en Barcelona, un comercio ambulante fruto de la extensión de quienes se dedicaban a la recogida de hierro viejo (ferrovellers) y ropas viejas y de los compradores de libros y objetos varios, los cuales todos ellos ya existían desde al menos el siglo XIII. En aquella época eran popularmente llamados pacarraires, cacigallaires y endimaires, expresiones catalanas ya en desuso.
Ambulaban por las calles montados en un carro de madera tirado por un caballo o un burro. Se dice que el grito tradicional de los traperos cuando iban por las calles alertando de su presencia era "baixeu-ne draps, dones, baixeu-ne draps, dones, que us daré diners" o bien "el drapaire ja ha arribat; apa noies, apa noies; el drapaire ja ha arribat; apa noies, treieu draps".
El patrón de los traperos era San Simón, también trapero de oficio. Cuenta la vox populi que este personaje, de complexión gruesa, caminaba con lentitud e iba siempre detrás del grupo de apóstoles, motivo por el cual éstos tenían que esperarlo para no dejarlo atrás. Por esa razón, se convirtió en el patrón de la gente gorda y obesa. Su capacidad de prever el futuro generó tanto recelo que terminó martirizado, siendo serrado vivo, de ahí que su icono sea presentado con una sierra.
Sin embargo, la figura de San Bartolomé, patrón del actual barrio de Sants, también se adoptó como patrón de los traperos debido a una leyenda la cual explica que dicho personaje abrió una trapería en el barrio del Raval, en la actual calle de Sant Bartomeu, arteria todavía existente y situada entre la rambla del Raval (antes Sant Geroni) y la calle de la Riereta. Dice la tradición que una vez martirizado lo desollaron vivo y luego se trasladó caminando desde el antiguo municipio de Sants hasta Barcelona cargando su propia piel a cuestas. Una vez en las puertas de la ciudad amurallada, le cobraron un impuesto por la piel de su cuerpo que llevaba consigo, motivo por el cual se la volvió a poner a modo de vestido. Una vez fundó la trapería colgó su piel en la entrada del local, dando origen a la costumbre por parte de los traperos de colgar un trapo que ondea a modo de bandera.
Por el interior de la ciudad amurallada los traperos abrieron numerosos establecimientos en los cuales almacenaban los trapos y contenían la cuadra para el carro y el animal. En su jornada efectuaban recorridos tanto por Barcelona como hacia los municipios que luego se agregaron a la capital catalana. Generalmente cobraban a peso, y para ello en sus almacenes disponían de unas básculas sobre las cuales colocaban el saco repleto de trapos. El trabajo era muy duro, pues empezaban la jornada a primera hora de la mañana y eran capaces de permanecer hasta 12 horas diarias.
Se distinguían hasta tres tipos de traperos: los de saco (los más pobres), los de carro (los más numerosos) y los de tienda (los más adinerados, negociantes al por mayor). La mayoría de ellos eran hombres, muy sencillos, incluso algunos de ellos analfabetos, pero a su vez denotaban una inteligencia natural así como cualidades personales que los hacían aptos para los negocios. El colectivo más predominante que ejercía el oficio eran los judíos, un barrio que entonces se hallaba repleto de traperías. Otro derivado directo del trapero era el del marchante, encargado de comprar muebles y objetos viejos en las ferias para luego venderlos en una parada a los transeúntes.
Se distinguían hasta tres tipos de traperos: los de saco (los más pobres), los de carro (los más numerosos) y los de tienda (los más adinerados, negociantes al por mayor). La mayoría de ellos eran hombres, muy sencillos, incluso algunos de ellos analfabetos, pero a su vez denotaban una inteligencia natural así como cualidades personales que los hacían aptos para los negocios. El colectivo más predominante que ejercía el oficio eran los judíos, un barrio que entonces se hallaba repleto de traperías. Otro derivado directo del trapero era el del marchante, encargado de comprar muebles y objetos viejos en las ferias para luego venderlos en una parada a los transeúntes.
Tras estallar la Primera Guerra Mundial y aunque España no participó en el conflicto bélico el oficio de trapero desde entonces cambió para siempre, dejando de ser definitivamente un mero recogedor de trapos a diversificarse, pasando a recoger cualquier objeto o chatarra útil para su reutilización o reciclaje: papel, periódicos, libros, botellas de vidrio, latas, metales, lámparas, colchones de lana, ropa, calzado, muebles viejos, juguetes usados, útiles de cocina... y también muebles y objetos nuevos procedentes de subastas judiciales y embargos. Fue en aquella época cuando tomaron una relevancia de primer orden terminando por desbancar concretamente a aquellos colectivos profesionales dedicados a recoger otra clase de útiles, muchos de los cuales optaron por reciclarse a traperos para sobrevivir. El motivo fueron las consecuencias de la neutralidad española en la guerra europea, puesto que supuso una mejora de la economía, un aumento de la industrialización y la apertura de nuevos mercados, lo que generó, por consiguiente, mayor volumen de artículos recuperables y vendibles.
Tras finalizar la Primera Guerra Mundial el oficio de triadora se perdió debido a que los salarios superaban el valor de los trapos recogidos. Además de recoger y almacenar todo aquello que se podía considerar aprovechable, solían vender sus productos en ferias, mercados, anticuarios y especialmente en los tradicionales Encants Vells, donde había una variada oferta y más asequible. Algunos traperos ubicados en los barrios periféricos disponían además de un pequeño corral con animales de granja alimentados con los restos de comida de las basuras. Si bien algunos de ellos como los cerdos, pollos y conejos eran para consumo propio, otros como las ovejas y las gallinas se aprovechaban para producir y vender lana y huevos, respectivamente.
Tras finalizar la Primera Guerra Mundial el oficio de triadora se perdió debido a que los salarios superaban el valor de los trapos recogidos. Además de recoger y almacenar todo aquello que se podía considerar aprovechable, solían vender sus productos en ferias, mercados, anticuarios y especialmente en los tradicionales Encants Vells, donde había una variada oferta y más asequible. Algunos traperos ubicados en los barrios periféricos disponían además de un pequeño corral con animales de granja alimentados con los restos de comida de las basuras. Si bien algunos de ellos como los cerdos, pollos y conejos eran para consumo propio, otros como las ovejas y las gallinas se aprovechaban para producir y vender lana y huevos, respectivamente.
Con motivo de la llegada masiva de gente procedente del resto de España a Barcelona para trabajar en las obras del metro y del recinto de la Exposición Internacional de 1929, muchos de ellos se dedicaron a la trapería, reemplazando a la mayoría de judíos.
Durante los años veinte se dio un caso singular, el de Pau Fornt i Valls (1869-1936), un trapero de Sant Pere de Riudebitlles que a los 12 años de edad llegó a Barcelona para trabajar como mozo de trapero. Pocos años después terminó ejerciendo por su cuenta disponiendo de su propia trapería en el barrio de Sants. Comercializó con Francia e Inglaterra, terminó de regidor en el Ayuntamiento de Barcelona y acumuló tanta fortuna que hizo construir un imponente edificio de 240 viviendas y 11 plantas en el número 272-282 de la Gran Via de les Corts Catalanes, entre las calles de Santa Dorotea y Sant Paulí de Nola: la Casa de la Concepció, más conocida como la Casa del Drapaire, en el barrio de la Font de la Guatlla. Erigida entre 1925 y 1927, estaba destinada a gente de clase obrera y disponía de comercios, ascensores y teléfonos. Fue el bloque de viviendas más grande de la ciudad. Afortunadamente todavía se conserva.
A partir de la Segunda República el oficio de trapero en Barcelona se reguló con el fin de reconocer legalmente unos derechos y una obligaciones de quienes se dedicaban, evitando así posibles abusos, competencias desleales y una marginación del colectivo. En julio de 1931 el Sindicat de Drapaires de Catalunya aprobó unos estatutos previo visto bueno del Departamento de Circulación y del gobernador civil de Barcelona. Y el 21 de abril de 1936 se les obligó a llevar un distintivo en forma de bandera metálica, una chapa numerada para poder ejercer su oficio y una cacerola metálica para llamar la atención del vecindario, la cual venía a sustituir la llamada "cajita china", un taco de madera hueco que al golpearlo con una vara sonaba similar al instrumento musical de percusión oriental. Se les prohibió subir a los pisos y se les reconoció el derecho a reunirse en grupos o asociaciones pudiendo nombrar a sus delegados.
Al estallar la Guerra Civil, el sindicato de la CNT-AIT colectivizó el Sindicat de Drapaires de Catalunya bajo el nombre de Traperías Colectivizadas. Durante los duros años de la posguerra el oficio de trapero alcanzó unas cotas de suma importancia, convirtiéndose en un destacado colectivo destinado a adquirir los residuos útiles que había provocado la destrucción por los bombardeos. En ese sentido, su función fue la de "limpiar" los escombros de la ciudad y recoger lo vendible. Para ellos fue un negocio sumamente rentable que les permitió subsistir. Los elevados índices de pobreza motivaron a menudo el resurgimiento de una competencia desleal hasta que el Ayuntamiento de Barcelona se vio obligado a regularlo nuevamente mediante la adquisición de un permiso renovable para poder ejercer legalmente. En caso contrario suponía una multa y un embargo de las pertenencias, incluido carro y animal.
Ante un rudimentario y muy a menudo inexistente servicio público de recogida de basuras, los traperos asumieron la función de basureros, seleccionando en sus almacenes los residuos desechables que irían a un vertedero separándolos de aquellos que eran recuperables y vendibles. Algunas veces incluso se encargaban de la recogida de animales muertos.
A partir de los años sesenta, con motivo de la modernización del sistema de recogida de basuras, especialmente gracias a la adquisición de modernos camiones y al notable aumento de la brigada de operarios de la limpieza, el oficio de trapero inició una lenta y progresiva decadencia que se prolongó durante las décadas posteriores. De este modo pasaron a frecuentar aquellos barrios donde el servicio municipal de limpieza era inexistente o testimonial. El oficio a menudo dejó de tener continuidad de padres a hijos ya que éstos optaban por otras salidas profesionales, pues generalmente se asociaba este trabajo con pobreza o marginación, algo que en realidad no fue así porque los traperos solían hacer bastante fortuna y en algunos casos su nivel y calidad de vida superaba al de mucha gente de clase trabajadora. Para hacerse una idea, el género acumulado en una trapería podía tener un valor de dos a cinco millones de pesetas de la época. En Barcelona algunos traperos, tras retirarse, con las ganancias que habían acumulado durante toda su vida montaron un negocio como por ejemplo un comercio de barrio o un bar que regentaban las nuevas generaciones de su familia. Otros procedieron a modernizarse abandonando el tradicional y arcaico medio de transporte de tracción animal sustituyéndolo por una furgoneta o camión, e incluso cambiando el término "trapero" por el de "chatarrero" o "brocanter", especializándose en el vaciado de pisos, locales y almacenes. Quienes adquirían antigüedades de notable calidad participaban en las ferias de brocanters, considerados como los "hermanos menores" de los anticuarios, los cuales sí que gozaban de mayor prestigio.
A finales de los años ochenta la gran mayoría de traperos tradicionales desaparecieron, pues quienes se jubilaron no hallaron nuevas generaciones dispuestas a continuar en este oficio y tampoco se renovaron licencias para ejercer. El principal motivo era la próxima celebración en Barcelona de los Juegos Olímpicos de 1992 por lo que interesaba ofrecer otra imagen de la ciudad al mundo, más moderna, políticamente correcta y alejada de esa realidad. La mayoría de traperías cerraron y las supervivientes se transformaron en chatarrerías o anticuarios de brocanters, participando en las ferias del Mercat del Gòtic, la Fira de Brocanters Moll de les Drassanes, los Encants del Gòtic, los Encants Vells o Fira de Bellcaire, la Fira de Brocanters de la Gran Via, los Brocanters de la Diagonal, la Fira de Brocanters de Sarrià y el Mercat de Vell Estació de Sants. En ese sentido, los traperos modernos reconvertidos a chatarreros han pasado a ser gestores que recogen residuos en empresas, oficinas y comercios.
En la actualidad, la crisis económica y financiera sufrida durante estos últimos años ha provocado la reaparición de la figura del trapero en Barcelona. Son los llamados "nuevos traperos" que, a diferencia de los tradicionales, suponen un colectivo marginal porque actúan al margen de la legalidad, movidos por su situación de extrema pobreza. Suelen llevar un carrito de supermercado con el cual transportan todo aquello que pueda ser aprovechable y vendible, generalmente sustraído de los contenedores de la basura y de reciclado. También recogen muebles y trastos viejos procediendo a actuar en el momento en que los vecinos los dejan en la calle el día de recogida y antes que el camión municipal se los lleve. Esa forma de vida es su única manera de ganarse un dinero con el cual poder comer o adquirir un producto de primera necesidad. Buena parte de este colectivo son subsaharianos y rumanos sin papeles o que han perdido su trabajo, aunque existen grupos varios de otros países e incluso españoles.
En la actualidad, la crisis económica y financiera sufrida durante estos últimos años ha provocado la reaparición de la figura del trapero en Barcelona. Son los llamados "nuevos traperos" que, a diferencia de los tradicionales, suponen un colectivo marginal porque actúan al margen de la legalidad, movidos por su situación de extrema pobreza. Suelen llevar un carrito de supermercado con el cual transportan todo aquello que pueda ser aprovechable y vendible, generalmente sustraído de los contenedores de la basura y de reciclado. También recogen muebles y trastos viejos procediendo a actuar en el momento en que los vecinos los dejan en la calle el día de recogida y antes que el camión municipal se los lleve. Esa forma de vida es su única manera de ganarse un dinero con el cual poder comer o adquirir un producto de primera necesidad. Buena parte de este colectivo son subsaharianos y rumanos sin papeles o que han perdido su trabajo, aunque existen grupos varios de otros países e incluso españoles.
Fotos: Arxiu Històric de Roquetes-Nou Barris, Barcelona Desapareguda, Brangulí, Carlos Montañés, Eugeni Forcano, Francesc Català Roca, Nines Nazario.