No es pretensión alguna criticar o ir en contra de esta huelga general. Al contrario, entiendo la impopularidad que ha cosechado el Plan de Reforma Laboral aprobado por el actual gobierno del Partido Popular (PP) con el apoyo de Convergència i Unió (CIU). Se viven tiempos en los que se percibe un retroceso democrático a medida que la crisis va aumentando, y ello provoca una sensación de indefensión y vulnerabilidad social. No quiero tampoco tomar por imbéciles o ignorantes a quienes tienen razones varias para rechazar el polémico Plan. En absoluto deseo deslegitimar un derecho tan digno y tan libre como es el de huelga y el de manifestación. La voz social es (o debería de ser) la auténtica voz de la democracia, la de quienes construyen y levantan un país, la de quienes luchan para que los derechos, el bienestar y las libertades sean una realidad.
He sido uno (muy probablemente) de los pocos ciudadanos de este país que se ha tomado la molestia de leer el vasto y espeso Plan a pesar de contener varios apartados bastante duros de roer nada aptos para quienes odien la economía y nada recomendables para quienes la lectura no sea su hábito o bien tengan problemas de comprensión lectora. Pero bueno, las leyes, las normas, los artículos y los planes están precisamente para aburrir y para que nadie se los lea. Son textos demasiado extensos e interminables, frases largas, palabras difíciles y letra pequeña, aparte de un contenido nada entretenido.
Después de una (pesada) lectura y teniendo en cuenta que un servidor no es economista, a priori resulta complicado y prematuro deducir si se trata en general de un buen o un mal proyecto. Los apartados relativos a cursos de formación y aprendizaje, formación profesional, reciclaje de trabajadores, intermediación laboral y apoyo a emprendedores parecen ofrecer oportunidades de mejorar el nivel de cualificación de las personas trabajadoras. Sin embargo, a pesar de las intenciones de crear ocupación mediante la flexibilización y la eficiencia del mercado laboral, genera dudas sobre la aplicación real que las empresas y empresarios harán de este Plan en cuanto a la calidad de los contratos de trabajo, salarios, despidos e indemnizaciones se refiere, ya que se corre el peligro de hacer un uso pervertido y malinterpretado que conlleve a convertir al trabajador en una mera mercancía humana, un precio alto a pagar para reducir el paro. Son los expertos en la materia quienes deberían encargarse de juzgar adecuadamente y coherentemente los resultados obtenidos, que no serán visibles al menos hasta dentro de un año. Es por ello que tal vez esta huelga se ha convocado demasiado temprana, pues ahora resulta imposible verificar si el Plan ha funcionado o, por el contrario, ha fracasado. Paralelamente, sería aconsejable que los partidos de la oposición y sindicatos elaboraran sus propios planes, lo que facilitaría la posibilidad de contrastarlos con el vigente y luego decidir qué medidas serían las más oportunas para bajar el paro, crear puestos de trabajo y generar riqueza. Todas las fuerzas parlamentarias deberían de coincidir que en que el actual modelo de capitalismo está agotado, y que la salida de la crisis no debería de permitir la restitución de dicho modelo que nos ha llevado a la ruina porque de nada serviría reflotar. La situación actual y cambiante del mundo obligará a replantear otro modelo de capitalismo acorde a los nuevos tiempos.
Vuelvo a insistir que no tengo nada a objetar hacia quienes ven el Plan de Reforma Laboral como un proyecto inapropiado ni hacia la convocatoria de una huelga general para manifestar su rechazo. Pero permítanme ser un poco desconfiado por mi convicción de que solo ha sido una minoría de nuestro país quien realmente se ha leído el citado Plan pudiendo así argumentar en base a un mayor conocimiento de la materia. Recuerdo las palabras del escritor y periodista Josep Pla cuando afirmaba aquello de que “es más fácil creer que saber”, pues la fe es el instrumento perfecto para dirigir las masas sociales hacia el rumbo que a los interesados les conviene. Una sociedad capaz de obrar con convicción absoluta aun ignorando total o parcialmente aquello por lo que se mueve o lucha es una sociedad peligrosa por la facilidad de manipulación a la que puede someterse. Los ejemplos más recientes de nuestra historia en estos últimos cien años han sido la revolución socialista de Lenin y Mao, el fascismo italiano y el nazismo alemán. Ante la gran incompetencia e inoperancia de una clase política corrupta y un estado en crisis, basta con que surja un líder carismático capaz de seducir y atraer a las masas para empezar una revolución, buena y que nos lleve a la libertad, o incluso mala que nos lleve hacia la tiranía. Somos carne de cañón para el populismo, y ahora más que nunca debemos de ser fuertes ante las adversidades y los discursos fáciles de los populistas.
A efectos prácticos, nos movemos más por la fe que por la razón. Mucha gente cree que algo es bueno solo porque su partido político lo dice, o bien que es malo porque simplemente lo dice aquél partido que no nos resulta simpático. Así, tienen razón aquellos quienes creemos que están con nosotros, de nuestra parte, que son los buenos y por tanto no se equivocan. Una de las mayores incongruencias de estos últimos años ha sido la manifestación contra los recortes del Estatut de Catalunya. Respetable y legítima esta protesta ciudadana, por supuesto, nada tendría de extraña si no fuese porque en el referéndum participó el 49,4% de la población en edad de votar, a la que sumando el 26% de votos contrarios en blanco y en contra, resulta que tan solo un 36% de la ciudadanía apoyó el Estatut. ¿Cómo logró movilizar a tanta gente una norma ignorada y rechazada por dos de cada tres catalanes y que la gran mayoría no se la leyó? Todavía recuerdo una persona que referente a esto me contestó que casi nadie ha leído la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en cambio casi todo el mundo la apoya y la defiende. Pues bien, creo que incluso hasta esto también debería leerse. De creer ciegamente en lo que unos dicen porque sencillamente lo dicen ellos, es decir, por quienes son de nuestro agrado, se corre el riesgo de caer en posturas sectaristas o de forjar religiones de masas.
No desearía terminar sin aclarar que en absoluto me creo en mejor posición que los demás para opinar solo por el hecho de haber leído el Plan como si la opinión ajena o de quienes no se han leído una sola frase tuviese menos validez. Y una vez más vuelvo a insistir: respeto y legitimo la huelga y la manifestación, solo recomiendo la necesidad de que nuestra ciudadanía edifique parte de su criterio no solamente en la fe de sus líderes e intelectuales, sino también en la acción propia y personal del individuo mediante la lectura como sistema de conocimiento directo e infalible de la realidad.