miércoles, 18 de febrero de 2015

La presencia de la Iglesia en Nou Barris: una mirada positiva e ignorada


La conmemoración de las Bodas de Oro de la parroquia de San Esteban resulta un contexto oportuno para hacer una mención especial al papel que la Iglesia ha desarrollado a lo largo del tiempo en Nou Barris. Generalmente siempre se suele explicar la evolución de los barrios del distrito a través de las luchas vecinales y de las entidades que allí se formaron. Es por ello que no se debería ignorar el mérito de aquellas parroquias que jugaron un papel decisivo en la transformación de los barrios y sin las cuales muchas cosas no habrían podido llegado a hacerse realidad. Contar la historia de Nou Barris haciendo escasa o nula referencia a la Iglesia supondría falsear la realidad para caer en una visión romántica y nada objetiva. Su presencia como institución en el territorio del actual distrito es muy antigua, pues ya se encuentra documentada en el siglo IV y es la responsable de escribir la historia más antigua cuando todavía aquel paisaje estaba formado por campos, bosques, torrentes y masías diseminadas.


Desde un primer momento la Iglesia generó un impulso a la vida social de sus escasos habitantes. El núcleo urbano de Santa Eulàlia de Vilapicina fue la primera barriada del norte de Sant Andreu, por lo que su parroquia tuvo un papel destacado en la organización de fiestas y tradiciones, en el fomento de la cultura y en el ámbito pedagógico. Así, en 1882 se creó el Centre Moral Eulariench, y en 1901 la Archicofradía de las Hijas de María, la Cofradía Minerva, la Pia Unión y Cofradía del Rosario y la Asociación del Sagrado Corazón y Apostolado de la Oración. A nivel político, entre finales del siglo XIX y principios del XX se seguía la corriente catalanista católica, donde la lengua catalana era empleada para las oraciones a la vez que se promocionaba la cultura catalana.


Esta iniciativa, sin embargo, se estancó durante la dictadura de Primo de Rivera, pero a pesar de todo no se renunció a atender las necesidades de las nuevas barriadas aparecidas durante los años veinte, como Verdum, Les Roquetes, Charlot’s y La Prosperitat. Con la creación de la nueva parroquia de Santa Engracia en 1928 se fundaron la asociaciones Hijas de María y del Apostolado de la Oración, ambas encargadas de fomentar la cultura y escolarizar a los niños y niñas, siendo esta última una tarea importante ya que faltaban escuelas públicas.
Con la instauración de la Segunda República, la fuerza de las asociaciones laicas provocó la pérdida de influencia de la Iglesia y de las instituciones religiosas. Tras estallar la Guerra Civil los templos fueron saqueados y/o quemados y utilizados para otros usos, como por ejemplo para casas del pueblo o bien para almacenes de provisiones.


Bajo el régimen franquista la Iglesia volvió a tener nuevamente protagonismo. Si bien es cierto que inevitablemente hubo un colectivo afín a la dictadura, en el territorio de Nou Barris predominó un sector con gran sensibilidad social que para conseguir demandas sociales asumió un papel de intermediario entre el vecindario y las autoridades franquistas, debido a que se convirtió prácticamente en el único y permitido agente dinamizador de los barrios. En este sentido, en 1943 se creó la Obra Católica de Verdún en un antiguo bar y sala de baile por iniciativa de un grupo de jóvenes de Acción Católica con el objetivo de ofrecer servicios sociales, culturales, religiosos y asistenciales a la gente de los barrios. Como resultado, se fundaron los centros catequistas del Sagrado Corazón en La Prosperitat, de Cristo Rey en Les Roquetes y de Cristo Redentor en La Guineueta.


Poco tiempo después organizó un club infantil en una línea apostólica y de caridad con el objetivo de que los menores no fueran al baile o al cine, pues un 50% no estaban escolarizados y ésta se consideró una solución para evitar que estuvieran por las calles. Debido a las condiciones de pobreza, hicieron presencia en los barrios las señoras de las conferencias de San Vicente Paúl, que organizaban reuniones y sermones y repartían comida a los asistentes. En cuanto a las fiestas mayores de barrio, la Autoridad Diocesana se coordinaba con las comisiones vecinales, los comercios y las entidades culturales para su organización, una estrecha vinculación que duró hasta los años setenta cuando las asociaciones vecinales de nueva creación se encargaron de ello por medio de sus vocalías. En Santa Eulàlia de Vilapicina, un grupo de jóvenes de la parroquia de Santa Eulalia fundaron en 1952 la Secció Excursionista Santa Eulàlia (SESE) dedicada al fomento del deporte, donde se practicaba ciclismo, tenis de mesa, esquí, montañismo y baloncesto.


En aquellos años la Iglesia intensificó su presencia en los barrios con visitas de catequistas durante los fines de semana, donde se desarrollaban diversas actividades. No sólo supuso la atención espiritual a sus feligreses, sino también una amplia labor social impulsando o apoyando muchas obras sociales que ayudaron a consolidar los barrios.
En aquellos núcleos carentes de un templo, los actos religiosos se celebraban en espacios habilitados en la calle, como por ejemplo en la calle de Palamós con la Via Favència, en la plaza del Pare Lluís Artigas y en el cruce de la Via Favència con la calle de Almansa.
Debido a la falta de recursos económicos, muchas iglesias nuevas comenzaron en forma de barracones provisionales hasta que no se construyeron los templos definitivos. Otros, en cambio, sí que tuvieron un edificio de obra desde un primer momento. Paralelamente, algunas masías también disponían de capillas, las cuales fueron utilizadas por los propios vecinos de los barrios para celebrar actos religiosos. Arquitectónicamente, los templos erigidos posteriormente a la Guerra Civil se caracterizaron por su sencillez y funcionalidad, mientras que los anteriores fueron más suntuosos.


En cuanto a la obra social y su vinculación con los habitantes de los barrios, las parroquias fueron las responsables de conseguir algunos equipamientos para la mejora de la calidad de vida de las personas como escuelas, guarderías, institutos, viviendas, bancos de alimentos, centros recreativos y dispensarios. Por citar algunos ejemplos, tendríamos la escuela Luz Casanova (1954) de las Damas Apostólicas; el taller de Natzeret (1959), la guardería "Los Enanitos" (1959), la escuela Ton i Guida (1962), el centro social "Las Roquetas" y el centro de cultura popular Freire (1972), de la parroquia San Sebastián, entonces liderada por Mossèn Josep Maria Juncà; la escuela San José Obrero (1961) y la escuela Benjamín (1961), de la parroquia de San José Obrero; la escuela Ginesta (1965), de la parroquia de San Mateo; la guardería Pla de Fornells (1965), de la parroquia de Santa Magdalena y Cáritas; y el Centro Social Trinidad y la Biblioteca Juan Grabulosa (1970), con el apoyo de Abelard Sayrach, rector de la desaparecida parroquia de Sant Tarsici.


Algunas parroquias incluso estimularon y apoyaron las luchas obreras y vecinales que se forjaron en los años sesenta y se expandieron durante los años setenta. En buena parte fue gracias a la presencia de una nueva generación de sacerdotes jóvenes que se sentían muy cercanos a las clases populares y que manifestaron sensibilidad ante las injusticias provocadas por la pobreza y las desigualdades. En este sentido, no podemos olvidar la ayuda de los voluntarios feligreses de la parroquia de San Sebastián en la construcción de la red de alcantarillado y del agua en el barrio de Les Roquetes (1964) bajo la supervisión del joven párroco Santiago Thió; la creación en un barracón de la parroquia de San José Obrero del Centro de Vida Comunitaria para Todos (1968), lugar donde se decidieron muchas acciones vecinales y donde nació en 1970 la Asociación de Vecinos de 9 Barrios; y los locales de la parroquia de Santa Engracia, punto de reunión vecinal para acordar reivindicaciones y que en 1976 vivió el cierre tanto de alumnos como de madres y padres para pedir los docentes que ellos habían elegido para el instituto Sant Andreu.


A nivel político, varios clérigos de las parroquias de Nou Barris participaron clandestinamente en la Assemblea de Catalunya y dieron apoyo activo al restablecimiento de la democracia.
En la actualidad, las parroquias de los barrios que conforman el distrito de Nou Barris se han adaptado a los nuevos tiempos y al nuevo contexto eclesiástico derivado del nuevo papado pero siempre manteniendo su propia identidad, manifestando su presencia por medio de sus actividades tanto religiosas como culturales y educativas, y procurando no quedar al margen de las demandas sociales de hoy en día encaminadas a mejorar la calidad de vida vecinal.

El presente artículo cuyo título original es “La presència de l’Església a Nou Barris” es una trascripción de la introducción que yo escribí como participación personal en el libro titulado “Barrio de Porta y la Parroquia de Sant Esteve. 50 años creciendo juntos (1962/64-2014)”, escrito por mi amigo Roberto Lahuerta Melero, colaborador del Arxiu Històric de Roquetes-Nou Barris.


Fotos: Arxiu Històric de Roquetes-Nou Barris

jueves, 12 de febrero de 2015

Recordando la rambla dels Ocells


Fue por 1980 y contaba con 8 o 9 años de edad. Un sábado por la mañana yo, mi hermana y mi madre tomamos el autobús de la línea 18 hasta la rambla de Canaletes. Desde allí bajamos los tres paseando por el paseo central de la Rambla. Había entonces mucha gente pero no tanta como ahora, menos turistas y más barceloneses. Nos dirigíamos hacia el mercado de la Boqueria. De pronto, descubrí unas extrañas paradas llenas de jaulas con pájaros y pajaritos de todas clases, incluso con palomas callejeras. Me llamó especialmente la atención por su exotismo. Mi madre, al ver mi cara de asombro me dijo "mira, la rambla dels Ocells". Así fue como la conocí por primera vez, y nunca dejó de sorprenderme.
Las fuentes de información apuntan el origen de la feria de pajaritos a una extensión del mercado de la Boqueria que habitualmente se celebraba ante el portal de Santa Anna, un espacio soleado muy concurrido con bancos de piedra. Allí convivían otras ferias, como la de frutas y verduras, la de flores, la de palmas y ramilletes, la de cocas de verbena y la de turrones. Tras el derribo de las dos altas torres del portal, estas ferias se dispersaron, algunas desaparecieron y otras se reubicaron por la Rambla. La de pajaritos lo hizo por la rambla dels Estudis, entre las calles de la Portaferrissa y del Bonsuccés, que era el lado donde más daba el sol. Ello fue a partir del año 1855. Otras fuentes apuntan incluso antes de 1843, cuando en el número 2 de la calle de la Boquería el propietario de la casa hizo construir una jaula gigantesca a base de troncos rústicos que la llenó con toda clase de pájaros cuyo ruido era escandaloso.


Inicialmente los pájaros no se vendían con parada fija sino de manera ambulante, de modo que los comerciantes ocupaban con sus jaulas pajareras el suelo del paseo central la Rambla. En algunos casos se vendían pájaros ciegos, desgraciadamente cegados a propósito para que así cantaran más fuerte. Esta práctica se ilegalizó y enseguida fueron perseguidos y eliminados quienes cometían semejante atrocidad. Tras finalizar la jornada, los comerciantes trasladaban el material en unos carros de dos ruedas e iban hasta unos almacenes donde reposaban durante la noche. La presencia de estos feriantes terminó atrayendo a los gorriones de la ciudad que terminaron por construir sus nidos en los árboles de la rambla dels Estudis.
Las especies más habituales eran canarios, periquitos, diamantes, gorriones, tórtolas, perdices, palomas, cotorras, codornices, chinas, degollados, jilgueros, verderones y pinzones, entre otros, incluso temporalmente pollos, gallinas y pavos. La venta de pájaros atraía como clientes a quienes querían disponer de un animal de compañía y sobretodo a numerosos cazadores.


En 1923 la Comisión Municipal Permanente acordó la prohibición de venta, tenencia y transporte de toda clase de pájaros vivos o muertos en la vía pública, dentro del término municipal de Barcelona, lo que afectaba a los feriantes de pájaros de la Rambla. A partir de entonces, sólo era posible la venta de canarios y especies exóticas cuya generación y cría no se produjese en España en estado salvaje. En caso contrario se penalizaba con el decomiso de la especie ilegal y una multa de 5 pesetas. La nueva normativa, en base a un acuerdo consistorial del 20 de marzo de 1922 anterior, se llevó a cabo tras una comunicación decretada por Gobierno Civil de Barcelona y a petición de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Cataluña, la cual aseguraba los perjuicios que provocaba en la agricultura la caza de pájaros.
Durante el año 1929, con motivo de la Exposición Internacional, esta feria recibió un notable impulso gracias a los numerosos visitantes. Los años de la Guerra Civil supusieron prácticamente un paréntesis prolongado hasta la postguerra, una etapa dura y difícil en la que el negocio de la venta de pajaritos se convirtió forzosamente en una necesidad para subsistir ante la miseria y las restricciones de necesidades básicas. Las ventas fueron escasas porque había otras prioridades. El problema residía además en la competencia que ocasionaban algunos ciudadanos anónimos ante la necesidad de ganarse un dinero para poder comprar comida, dedicándose por su cuenta a capturar pajarillos en los bosques y campos de la ciudad para luego venderlos en otros espacios alejados de la Rambla. Afortunadamente para los feriantes esa práctica fue desapareciendo y durante los años cincuenta y sesenta el mercado fue reflotando hasta alcanzar las ventas habituales de épocas anteriores.


Poco a poco, el mercado se extendió también a animales domésticos y exóticos como perros, peces, tortugas, monos, serpientes, iguanas, conejos y hámsteres, incluso a especies de pájaros más exóticos como búhos, papagayos y tucanes. Además, también se procedió a la venta de artículos para animales domésticos como jaulas, peceras, juguetes y comida. Algunos de estos animales eran de importación, a menudo adquiridos por contrabando. Otros fueron traídos por comerciantes extranjeros e incluso por los mismos marines de la Sexta Flota norteamericana que de otras visitas a Barcelona sabían de la existencia de esta feria pajarera. 
Sin embargo, las tradicionales paradas ambulantes se fueron quedando obsoletas hasta el punto que el inspector provincial de los Vigilantes Honorarios Forestales, Enrique Giralt Barroso alertó en una carta publicada en el diario “La Vanguardia” del 9 de febrero de 1969 de la situación en la que se hallaban los animales.


Concretamente decía que “Desgraciadamente en la actualidad es fácil ver, al atardecer antes de retirar las paradas, como se retiran de algunos jaulones pájaros muertos o moribundos que se arrojan al suelo. También hay animales encerrados en jaulas inadecuadas para su tamaño, peceras en las que casi no cabe el pez que la habita, cachorros ateridos de frío y otros hechos similares que demuestran una total indiferencia al posible sufrimiento animal. (…) Recordamos que no hace mucho debió denunciarse a un puesto por tener a la venta una lechuza, animal que está protegido por la Ley y que no puede ser objeto de captura. Es corriente ver ardillas en jaulas y nos consta que no se ha concedido ningún permiso para su captura por lo que su procedencia, como mínimo, debe lindar con la ilegalidad. ¿Y qué decir de esas jaulas planas, llenas de pájaros del país? (…) Sería de verdadero interés que el gremio o agrupación que encuadre a esos vendedores de animales (…) estudiara la forma de mejorar sus puestos y sobre todo exigiera de sus afiliados el tratar a los animales con humanidad y delicadeza, aparte de conocer la legislación que debe cumplirse en materia de venta de caza, transporte de animales y disposiciones que regulan la protección a que aquellos tienen derecho”.


Como consecuencia, para solucionar este problema y regular la situación se decidieron suprimir las paradas ambulantes por unas fijas y no desmontables, de modo que los feriantes dispondrían de unos quioscos modernos en mejores condiciones para los pájaros y animales domésticos, a la vez que firmarían un contrato de arrendamiento renovable con el Ayuntamiento de Barcelona. El 15 de junio de 1970 el entonces alcalde de Barcelona Josep Maria de Porciones procedió a la inauguración de las nuevas paradas fijas.
Desde entonces se abrió una nueva etapa para la rambla dels Ocells que se prolongó hasta el año 1995 cuando el Consistorio municipal dio una primera alerta a los vendedores para que acataran la nueva ordenanza que les obligaba a vender únicamente pájaros y a mejorar sus paradas con la disposición de agua corriente. Además, ningún pájaro podía dormir dentro de las paradas.
En septiembre de 2006 el Ayuntamiento de Barcelona anunció públicamente que las paradas de pájaros y animales domésticos de la Rambla debían desaparecer a partir de enero de 2007, motivo por el cual sus comerciantes y parte de la ciudadanía mostraron su oposición. En el año 2008 se permitió el mantenimiento de las paradas a cambio de que todas ellas se adaptaran a las condiciones higiénicas y sanitarias establecidas por el Col·legi de Veterinaris. Sin embargo, a pesar de haberse firmado un convenio en el 2009, hubo un desentendimiento con lo acordado y por “soberanía municipal”, a raíz de una ordenanza municipal aprobada en el 2010 se ordenó la eliminación de las últimas once paradas de pájaros y animales domésticos de la Rambla. De nada sirvieron las 40.000 firmas recogidas ni el apoyo incondicional por parte de la Associació de les Floristes de la Rambla, de la Associació de Quiosquers de la Rambla y del mercado de la Boqueria.


La desaparición definitiva de la rambla dels Ocells fue celebrada por la Fundació per l'Adopció, Apadrinament i Defensa dels Animals (FAADA) tras muchos años de reivindicaciones y haber denunciado que entre los años 2004 y 2010 llegaron a morir más de 13.000 animales en las paradas de la Rambla como consecuencia del incumplimiento de las normativas vigentes. Tras haber recibido un expediente sancionador, el domingo 17 de noviembre de 2013 cerró la última parada. A cambio, en el mismo emplazamiento se instalaron unos antiestéticos e impersonales quioscos de información al turista, de venta de helados, gofres y souvenires, bastante impopulares y criticados, que afortunadamente en un nuevo plan de usos también desaparecerán. A caballo entre defensores y detractores, posiblemente hubiese sido una solución mantener las paradas a cambio de modernizarlas y garantizar la salud y calidad de vida de pájaros y animales domésticos. Sin embargo, ante el alud indiscriminado de turistas es posible que de poco o nada hubiese servido tal actuación, pues el estrés debido al exceso de personas era una de las causas de muerte de muchos de estos animales. Actualmente solo sobrevive a modo testimonial una parada que vende artículos para animales domésticos, sin exhibir siquiera especie alguna. Es el único recuerdo de la existencia de la entrañable rambla dels Ocells que ahora debería de permanecer para siempre en la memoria histórica de Barcelona.



Fotos: Arxiu BTV, Arxiu La Vanguardia, Frederic Ballell, Francesc Català-Roca, Álvaro Ferrari, Oscar Jover.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Las identidades políticas como identidades artificiales: el auténtico "problema catalán"


Veo impotente la progresiva desaparición de comercios históricos y emblemáticos de Barcelona que tanta personalidad y carisma han otorgado a los barrios donde se fundaron. Veo también el cierre de salas de cine llenas de historia que tanto contribuyeron al fomento del ocio y la cultura. En su lugar, aterrizan las grandes franquicias multinacionales sobradas de dinero, capaces de fagocitar todo lo que encuentren por delante. Sin embargo, a pesar de que ello es una consecuencia de la globalización y que afecta también a muchas ciudades del mundo, este fenómeno me ha hecho reflexionar acerca de la cuestión identitaria. Muchos se preguntan por qué nuestros gobernantes nacionalistas, a menudo tan obsesionados hasta límites casi enfermizos por preservar una identidad catalana, no son capaces de evitar la despersonalización del territorio, preservando aquellos locales y elementos que han otorgado una identidad real y genuina. Parece contradictorio que los mismos que tanto alardean de defenderla la dejan perder pero desgraciadamente así sucede.



La cuestión principal es qué entendemos por identidad catalana. Por un lado, tendríamos la identidad cultural, que abarca la lengua, la cultura, las creencias, los valores, la educación, el arte, la historia y el folclore, entre otros aspectos creados por la humanidad. Por otro, habría la identidad territorial, que define el sentimiento de pertenencia a un lugar determinado, tanto a escala local como a escala nacional o mundial. En ambos casos es la sociedad quien la crea pero nunca se destruye sino que se transforma, porque somos seres dinámicos y todo evoluciona al ritmo que lo hacen las personas. Solo desaparecería si aquel territorio se deshabitara. En ese sentido, la identidad nunca es estática ni se mantiene igual con el paso del tiempo porque va ligada al progreso y a los cambios en los hábitos y las pautas de comportamiento todo y transmitir los mismos valores a las nuevas generaciones. El resultado de la identidad de un territorio determinado es la suma de la personalidad de todos y cada uno de sus habitantes, tanto nativos como forasteros.



Luego existe la identidad política, que se caracteriza por su artificialidad, por disfrazarse de identidad cultural y nacional para apoderarse de ambas con fines imperialistas mediante el adoctrinamiento de la sociedad. Para ello se toman elementos culturales como por ejemplo la lengua y la cultura, así como ciertos elementos morales y éticos (a veces también religiosos) para ensalzarlos a conceptos que definen la patria. De ese modo, se coacciona sutilmente a las personas, alterándoles su identidad natural hasta el punto de convencerlas de que para ser buenos patriotas deben asumir y acatar obligatoriamente estos valores que pasan a definir esa patria, pues en caso contrario corren el riesgo de ser excluidos o marginados, para ser finalmente vistos como traidores. Así, quienes hasta ahora eran ciudadanos libres e iguales pasan a ser unos individuos extraños que se ven condenados a reformular nuevamente su vida para no vivir a remolque. Todo queda reforzado mediante la manipulación de la historia vendiéndola como la verdadera y la oficial, ignorando determinados episodios, idealizando otros y objetivando juicios de valor completamente subjetivos de hechos, hazañas y personajes. El paisaje urbano también se adapta al cambio, destruyendo aquellos espacios o elementos que no se ajustan a la nueva historia oficial, y dejando morir lentamente los que no sean rentables a la causa. Así, la ciudad o cualquier municipio también se "reinventa" y contribuye a reforzar sólidamente la veracidad de esos nuevos valores. Y la coacción continúa hacia quienes defienden esa ciudad o municipio que desaparece, acusándolos de ir contra el progreso, de impedir la evolución y, sobretodo, de ser unos añorados del antiguo régimen como si de fascistas se trataran, este último un viejo truco muy conocido, usado recurrentemente contra quienes tienen la osadía de pensar diferente.



En política a menudo se habla del llamado “problema catalán”, consecuencia de esa singularidad de Cataluña. Permítanme mi atrevimiento por afirmar que eso es algo inexistente, puesto que nunca he visto, percibido o experimentado tal "problema". No creo en absoluto que en Cataluña, por su condición social y cultural, exista un problema adicional y específico que suponga automáticamente un conflicto con otros territorios del país. Todos los territorios del mundo son singulares y devienen hechos diferenciales, pero a su vez en esa diferencia somos todos iguales en tanto que compartimos rasgos universales. El caso catalán no es, pues, un fenómeno aparte de los demás. En ese sentido incluso el mismo Woody Allen ironizaba al respecto sobre ello en “Vicky Cristina Barcelona”, una buena película tristemente incomprendida que merecería dedicarle un artículo por la visión que trata sobre la ciudad. La diferencias se dan a escala política, donde el hecho diferencial se convierte innecesariamente y por intereses personales en motivo de conflicto, tratándose de un “problema político catalán”, y no de un "problema catalán".



Con la llegada de gentes procedentes del resto de España durante el siglo XX, y ahora con la presencia sumatoria de población del resto del mundo se teme por esa identidad catalana. No hay nada que temer, puesto que nada desaparece sino que solo se transforma. Es la sociedad quien finalmente decide qué se conserva, qué se mantiene y qué se construye, y eso forma parte de la evolución natural que nosotros marcamos y, en definitiva define qué territorio queremos. La pretensión de conservar y perpetuar un modelo determinado de identidad es irracional y carece de sentido. No se puede "congelar" o "momificar" algo completamente ausente de inmovilidad porque las nuevas generaciones, aunque se les transmitan los mismos valores, suponen inevitablemente una nueva mentalidad y otra visión del mundo adaptada a los nuevos tiempos. La identidad catalana de la Edad Media no era la misma que la del siglo XVIII, y esta ya no era igual a la de hace medio siglo que, a su vez, no coincide con la actual, ni en Cataluña ni en ningún lugar del mundo habitado. Por tanto, apostar por un modelo estático es, además de imposible, perverso porque solo beneficia a quienes artificialmente lo han creado. Ante una hipotética viabilidad, sería peligroso porque conllevaría a un estancamiento y a un empobrecimiento socio-cultural. El problema de la identidad política es que solo defiende esa identidad inventada, y mientras así sea y muchos crean en ella como la verdadera, no importa que aquellos lugares, valores y elementos de la identidad socio-cultural que no estén integrados en el concepto de "patria" terminen desapareciendo.



Gracias al contacto con otras lenguas extranjeras, las lenguas locales renuevan su vocabulario e introducen nuevas expresiones; el contacto con otras culturas transforma tradiciones y pautas de comportamiento incluso tomando el folclore "forastero" para convertirlo en local; y el contacto con personas de distinta procedencia está conllevando a un nuevo mestizaje. No olvidemos por ejemplo que los "castellers" tienen origen valenciano y la "rumba catalana" es una adopción de la rumba andaluza. Y a quienes ahora temen porque muchos jóvenes se han decantado por celebrar el Halloween el día de Todos los Santos, les contestaré que dicha tradición se adoptará y a corto plazo podremos hablar de un Halloween catalán con rasgos singulares y diferenciados del norteamericano. Y a pesar de tras tantas transformaciones Cataluña seguirá existiendo con sus lenguas, sus culturas, sus gentes y sus valores. En definitiva, perdurará su verdadera identidad. ¿Qué necesidad hay, entonces, de que exista una llamada política identitaria destinada a "petrificar" un modelo de conveniencia, destinando unos valiosos recursos económicos que tan útiles serían para invertir en otros menesteres? Por favor, dejemos que Cataluña evolucione hacia donde deba evolucionar, pues estoy seguro que su ciudadanía sabrá el rumbo a tomar porque esta tierra jamás dejará de ser lo que es. Evitemos que se interfiera sobre cómo debemos ser, y dejemos que tanto las identidades del pasado como las identidades artificiales mueran en paz.

Fotos: Arxiu BTV, Culturaca.com, EuropaPress, Pere prlpz, Blog Sadestral, Servei d'Arqueologia de Barcelona.