No hacía falta ser vidente para predecir un atentado terrorista como el acaecido en Barcelona el pasado 17 de agosto. Al contrario. El clima político mundial derivado del 11-S viene alertando a cualquier lugar del planeta amenazas cuya probabilidad de cumplirse es mayor de lo imaginable. Pero aún así es muy normal en una sociedad moderna que el peligro se perciba lejano, incluso propio de los países pobres, carentes de democracia y en situación de conflicto bélico como si todo ello se lo hubiesen buscado. Es más, cuando sucede en Europa, a menudo se cree que es propio de las grandes potencias económicas en tanto ser las principales responsables de marear la perdiz en el negocio de la guerra, la explotación de los recursos y el tráfico de armas. Sin embargo, Barcelona ha sufrido su propio 11-S en un 17-A y ello ha convertido a las tradicionales Ramblas en su Zona Cero.
Permítanme ser un poco políticamente incorrecto, pero la tragedia ha servido para poner en evidencia no sólo lo mejor de nosotros mismos sino también lo peor, porque todo tiene dos caras aunque únicamente queramos mostrar la buena y hacer ver que la mala no existe. Se buscan culpables, y tanto la Generalitat como el Gobierno central se acusan mutuamente. Los primeros lanzan su ya clásico discurso de que la culpa la tiene Madrid, y los segundos achacan una mala labor del gobierno autonómico más centrado en la independencia que no en otras prioridades. Incluso la pelotera se ha lanzado además contra la alcaldesa Ada Colau y su no menos controvertida gestión municipal.
Sin duda el atentado terrorista es consecuencia de unos factores que van más allá del ámbito local, autonómico y estatal. Ha sucedido porque tarde o temprano era algo que tenía que suceder. Es decir, si la alcaldía de Barcelona, el gobierno de la Generalitat y el Gobierno central hubiesen estado en manos de otros partidos políticos también se hubiese consumado la tragedia, incluso aplicando unas gestiones administrativas y de seguridad mejores que las vigentes para cada ámbito territorial. Por este motivo ciudades potentes y muy bien organizadas como París y Londres han sido el blanco de los terroristas, como ya lo fue Nueva York en el 2001.
No es el momento más oportuno de pasar la patata caliente de unos a otros. Mientras esto pasa ante la falta de entendimiento y de concordia, es evidente la descoordinación y carencia de comunicación entre las administraciones local, autonómica y central. Y aunque, volviendo a insistir, el atentado terrorista era inevitable, no se puede negar que dicho divorcio, si bien no es directamente culpable, al menos ha facilitado en parte la organización de un ataque terrorista y no en otra ciudad cuya preparación hubiese sido más costosa. Trabajar en unidad sería tremendamente útil para intercambiar experiencias, detectar los puntos débiles, potenciar los puntos fuertes, enriquecerse con las aportaciones de cada parte, aprender más de Europa y consolidar en definitiva una política antiterrorista de consenso, sin complejos ni buenismos, que garantizara la seguridad ciudadana sin coartar las libertades individuales y colectivas en nuestro día a día.
Tras el atentado en las Ramblas todos los cuerpos de seguridad y de sanidad actuaron valientemente y de manera ejemplar, cumpliendo con su trabajo, sin distinciones de competencias, porque por encima de todo eran personas y ello es lo que prevalece. Desgraciadamente, el egoísmo, fabricar enemigos imaginarios, el victimismo y el creerse dueño de la verdad por parte de algunas fuerzas políticas ha llevado a una situación anárquica e individualista donde unos son "los buenos" y otros "los malos", sobrevalorando las acciones de unos y desvalorando los méritos de otros. Y como consecuencia se llega a la inevitable politización de lo sucedido, donde a efectos prácticos se da más importancia a determinadas ideas que a los hechos objetivos dignos de atención. En ese sentido, la multitudinaria manifestación del pasado día 26 en Barcelona ha dado mucho de que hablar. Afortunadamente, la mayoría de los asistentes han ido en homenaje a las víctimas, en apoyo y solidaridad hacia sus familias, contra la criminalización religiosa y a favor de la paz. Se ha visto una mezcla real de gente con independencia de su edad, sexo, raza, ideas políticas y creencias religiosas. Ello favorece a crear un clima de conciliación y de reconciliación, de igualdad y arropamiento. A todas esas personas anónimas debe agradecerse su gesto de humanidad y su actitud ante todo lo sucedido. Por otro lado, minorías oportunistas han aprovechado la ocasión para reivindicar derechos nacionales, hacer guerra de banderas, politizar a su gusto la marcha y coaccionar (e incluso amenazar e increpar) a quienes tienen, por decirlo de algún modo, el valor (cada vez más difícil) de pensar diferente. Excelentes demócratas son quienes, con independencia de sus ideas y creencias han apostado por la convivencia mundial. En esta lucha por la paz y la concordia ganaron los ciudadanos. Extraños demócratas son quienes indirectamente te obligan a creer en su credo y te repudian por no comulgar como ellos. En esta guerra identitaria ganaron los terroristas.
La sociedad barcelonesa fue solidaria y reaccionó muy bien ante el atentado, pero dicha solidaridad era inevitable como lo fue también la gente de Madrid, París, Londres y Nueva York, o de cualquier lugar que ha recibido un ataque de estas características contra su comunidad ciudadana. Muy pocos o nadie sería tan inhumando como para no socorrer a las víctimas, atenderlas y ayudarlas ante un hecho tan traumático que será recordado para siempre. El mismo instinto de conservación empuja a la solidaridad. Lo mismo se puede decir cuando la misma gente sofocó una manifestación ultraderechista, un colectivo siempre tendencioso y oportunista ante hechos desgraciados como el acaecido.
Es urgente una política no de multiculturalidad sino de interculturalidad, donde las culturas se den a conocer para acercar colectivos y eliminar prejuicios. En Barcelona, a pesar de presumirse tanto de ciudad solidaria, falta urgentemente un diálogo interreligioso. A mi parecer es preferible un estado aconfesional a un estado laico porque otorga mayor libertad de creencias y de culto, evitando restricciones y prohibiciones. No debemos olvidar que las religiones, aunque deben ser algo voluntario e incluso más bien propio del ámbito privado, han aportado en su lado bueno grandes cosas, no solo fiestas, tradiciones, costumbres y folclore, sino que también han sido motivo de inspiración en la arquitectura, la escultura, la pintura, la música, la literatura, el cine, el teatro, la danza, la gastronomía, la filosofía... a menudo un patrimonio incalculable, imborrable e ineludible. El genio artístico de Gaudí fue posible gracias a su religiosidad, como el arte literario de Jacinto Verdaguer. Y en Barcelona, la tradicional y entrañable cabalgata de Reyes Magos engloba en la rúa a colectivos culturales y religiosos de gran variedad, lo cual la convierte en una fiesta integradora ejemplar.
El problema reside en quienes hacen un uso malo y pervertido de la religión, generalmente para matar en nombre de Dios o de cualquier otra divinidad, o incluso para tergiversar el mensaje de paz y amor para oprimir y reprimir a los prójimos. Sólo la cultura, la buena educación y una adecuada pedagogía (que no adoctrinamiento) ayudarán a eliminar o al menos a reducir al máximo la mano malintencionada de quienes en nombre del bien quieren hacer el mal. La interreligiosidad debería permitir que cualquier religión sea compatible con los principios, valores y principios de una democracia, así como la celebración cualquier fiesta o manifestación religiosa sin la necesidad de censurarla o prohibirla por temor a ofender las otras creencias. Al contrario, la invitación es una manera factible de conocer y, por consiguiente, comprender. Tan negativa es la islamofobia de la extrema derecha como quienes dicen ser laicos y a efectos prácticos practican la cristianofobia para defender el Islam, pues con esta actitud no le hacen favor alguno e, indirectamente, contribuyen también a la islamofobia al actuar de forma revanchista contra el cristianismo y la Iglesia, ofendiendo a sus practicantes.
Tras el 17-A la historia de Barcelona acaba de cambiar. Posiblemente muera un concepto de ciudad hasta ahora vigente y se dé paso a una nueva época. Esperemos que para reaccionar y construir un mundo mejor más seguro para todos no haya que esperar a que se produzcan más atentados terroristas y, por ende, más muertes. Conservemos nuestras vidas.
Fotos: EFE, eldigital.barcelona.cat, elnacional.cat, europapress.es, lamevabarcelona.cat, lavanguardia.com.