Quienes hemos conocido el viejo y auténtico Raval de la Barcelona de antaño cuando se le llamaba popularmente Barrio Chino habremos visto en varias ocasiones singulares y extraños locales cuya entrada se hacía a través de una discreta y estrecha puerta pequeña. Arriba coronaba un rótulo donde aparte de señalar que se trataba de un consultorio médico, una clínica venérea o una clínica de vías urinarias no faltaba mención a las “gomas y lavajes”, expresión que el cantautor Joan Manuel Serrat popularizó en su entrañable canción “Temps era temps”. Lugares de parada de prostitutas y clientes, fueron el símbolo de una época llena de miseria, marginación y pobreza, negocios de un negocio y producto de una necesidad en tiempos de insalubridad y epidemias.
Orígenes y expansión
La existencia de estos populares locales estuvo vinculada a la prostitución. Desde el año 1400 ya existían burdeles tolerados y protegidos por el gobierno aunque bajo un severo control y regulación tanto municipal como real. Se decía por aquél entonces que era un “mal necesario” que evitaba otros mayores. Barcelona se encontraba en una buena posición económica y comercial, siendo el comercio marítimo muy importante y un motor de desarrollo de primer orden. Ello comportó la llegada de numerosos negociantes extranjeros y, por tanto, de una mayor demanda de clientes para el sexo. Si bien gracias a esta regulación las prostitutas tenían el deber de ser periódicamente reconocidas por un médico, este negocio callejero llegó a crecer hasta tal punto que los especialistas no daban al abasto. El antiguo Hospital de la Santa Creu tampoco era suficiente, pues ya acogía a numerosa población enferma en unos tiempos en que epidemias e infecciones imperaban dentro de la ciudad amurallada. De ahí que como solución al problema empezaron a proliferar establecimientos especializados para la atención de enfermedades sexuales donde prostitutas y clientes serían los principales usuarios. Eran de entrada discreta, si bien algunos disponían de escaparate donde se exponía sin pudor toda clase de preservativos y artilugios médicos. Estos espacios se dedicaban a la venta de preservativos, entonces muy rudimentarios, fabricados con intestino ciego de borrego, cabra o ternera, vejiga natatoria de pescado o bien con funda de tela, cosidos en un extremo y algo caros de comprar. En cuanto a las curas de enfermedades venéreas e infecciosas, se ofrecían lavativas con vinagre y soluciones jabonosas varias. El llamado lavaje consistía en introducir en el interior del pene o de la vagina una cánula de cristal muy fino (al final del cual había una pera de goma) con el fin de depositar en el interior de los genitales la solución acuosa desinfectante, así como la limpieza general del pene y la vagina. Este “servicio” de limpieza costaba la mitad de precio que un servicio sexual. Es fácil imaginarse que en aquellos tiempos estos remedios de poco servían para prevenir los contagios e infecciones.
A pesar de intentar prohibir el preservativo como ya se pretendió en el año 1803 por parte de las autoridades civiles, estos locales siempre los continuaron dispensando incluso llegando a desafiar las normativas gubernamentales, adquiriéndolos a través del contrabando. Entre finales del siglo XIX y el primer tercio del XX continuaron proliferando más locales de “gomas y lavajes” como una parte intrínseca de aquel paisaje urbano de un Raval muy marginal pero cada vez más urbanizado donde el mercado del sexo se consolidaría gracias a la apertura de numerosas bodegas, tabernas, cafés, cafés-concierto, cafés de camareras, casas de dormir, casas de lenocinio y pensiones. El negocio estaba garantizado, pues además se mejoró la calidad de los métodos profilácticos con la venta de condones hechos de látex indio, más efectivos, disponibles y económicos, la llegada de supositorios de quinina y las lavativas con carbonato sódico. La visita de empresarios e industriales durante el certamen de la Exposición Universal de 1888 y de la Exposición Internacional de 1929, así como la llegada de europeos refugiados con motivo de la I Guerra Mundial comportó una nueva demanda de clientes, aunque temporales. Ello trajo consigo a prostitutas extranjeras, principalmente alemanas, inglesas, italianas y sobre todo polacas que frecuentaban los locales más selectos contribuyendo al cosmopolitismo sexual. Durante la década de 1920 las prostitutas dejaron de permanecer recluidas en los prostíbulos para pasear por la calle e incluso por la Rambla pudiendo entrar en diversos locales donde siempre se las había vetado, y ya en la II República tuvieron la oportunidad de reconocerles mayores derechos sociales. Solo las que ejercían en la calle en vez de en un prostíbulo quedaron en la marginalidad y la extrema miseria.
Algunas de las clínicas más populares
Merece la pena hacer un breve repaso de algunas de las casas de “gomas y lavajes” más famosas establecidas en el Barrio Chino, denominación popular que adquirió el Raval a partir del año 1925 gracias a un reportaje del periodista catalán Paco Madrid editado en la revista “El Escándalo”, donde se equiparaba su marginalidad a la de los Chinatowns de las ciudades norteamericanas. Según el libro de Paco Villar “Historia y leyenda del Barrio Chino” las clínicas venéreas más populares fueron las siguientes:
• La Mundial: en la calle de Espalter nº 6. Uno de los locales más emblemáticos, permanecía abierto hasta las tres de la madrugada. Ofrecía la más completa serie de gomas, incluso de importación como las alemanas de la marca Neverrip, los polvos mataladillas de la marca Rapid, y un servicio permanente de lavajes e irrigaciones mediante un procedimiento norteamericano. A menudo se anunciaba en algunas revistas y ofrecía condones por correspondencia con tramitación mediante sellos de correos como forma de pago.
• Clínica Oriental: en la calle de Sant Pau nº 53-55. Poseía una entrada reservada por un portal antiguo, y de esta manera evitaba que los clientes se sintiesen intimidados.
• El Cupido: en la calle de Sant Pau nº 110. En un cartel publicitario se podía leer “Gomas higiénicas, gaste un real y ahorrará mil”.
• La Favorita: en la calle de Sant Ramon nº 10.
• La Previsión: en la calle de Sant Ramon nº 6.
• La Mascota: en la calle de Sant Ramon nº 1. Se anunciaba como “la primera casa que se dedica a la venta de gomas higiénicas de todas las marcas. Mataladillas en polvo”.
• La Normanda: en la calle de Sant Oleguer nº 22.
• La Especial: en la calle del Marquès de Barberà nº 22. Se anunciaba como la “única casa en Barcelona que enseña a sus clientes por un procedimiento científico la manera de comprar los preservativos y también como se han de usar”.
• La Cosmopolita: en la calle de Robador nº 43.
• Clínica Bola de Oro: en la calle de Robador nº 47. Según cuenta Ramon Draper Miralles en su libro “Guía de la prostitución femenina en Barcelona”, este local “atraía a sus clientes mediante el sistema de tener a dos empleados recorriendo las calles de la zona y hablando al que salía de los prostíbulos allí establecidos de los graves riesgos que corría si después de copular con una meretriz no se hacía un lavaje. Cuentan que el dueño de esa clínica era homosexual y que llevaba a cabo el lavaje con un esmero sin par, lavaje que en muchísimas ocasiones terminaba convirtiéndose en una práctica bucal, ejercitada también con gran maestría”. Lo que hoy llamamos un “final feliz”.
• Clínica Gallego: en la calle Nou de la Rambla nº 18.
• Instituto Medical Femenino: en la calle Nou de la Rambla nº 23.
• Clínica San Antonio: en la calle Nou de la Rambla nº 47.
• La Corona: en la calle Nou de la Rambla nº 95.
• Consultorio Paulino Alcántara: en calle de la Unió nº 19.
• Clínica Balart: en la calle de la Unió nº 7.
• La Japonesa: en la calle de Arc del Teatre nº 1. Fundada en 1924 por el doctor E. Holeado. Según cuenta Josep Maria Carandell en su libro “Nueva guía secreta de Barcelona” el interior comprendía tres habitaciones minúsculas: el recibidor, con una mesa y un armario; la rebotica, rebosante de productos; y el laboratorio, desordenado y viejo. Antes de la guerra no cerraba nunca. Disponía de ayudantes que abastecían de preservativos, ofrecían lavados con permanganato de sosa, inyecciones mensuales de Douginón para evitar embarazos e inyecciones de “apiolina chapoteaud” para provocar la menstruación, entre otros remedios. A partir de la década de 1950 todo esto desapareció y dio paso a la píldora anticonceptiva. En este local se vendían también toda clase de preservativos, consoladores a pilas e incluso órganos sexuales de goma de distinta aplicación de patente argentina llamados “Paris viril”, que tuvo clientes tan famosos como Salvador Dalí, Ava Gardner, Luís Miguel Dominguín, los hermanos Goytisolo, la Chunga e incluso Rommy Schneider (¡que compró hasta seis!).
Continuismo y decadencia
Al estallar la Guerra Civil, muchas prostitutas participaron como militantes del bando republicano y como acompañantes sexuales de los milicianos. Precisamente los locales de “gomas y lavajes” se vieron obligados a atender a muchos de ellos por haber contraído enfermedades venéreas. Por aquel entonces se expedían preservativos de látex.
La llegada de las tropas franquistas en Barcelona el 26 de enero de 1939 prohibió inicialmente la prostitución lo cual perjudicó a las clínicas venéreas por falta de negocio. Poco después las mismas autoridades vieron necesaria la reapertura de los prostíbulos, lo que propició también a la apertura de las llamadas casas de citas. Proliferó la prostitución no profesional por necesidades vitales, es decir, para conseguir dinero, comida o favores o bien para obtener la libertad de un familiar. Las llamadas “profesionales” tardarían más en reaparecer. Ese nuevo auge del mercado del sexo durante la posguerra provocó una rápida difusión de enfermedades venéreas, por lo que se vio necesario que las casas de “gomas y lavajes” volviesen a funcionar como antes por una cuestión de higiene pública. A pesar de las restricciones económicas, llegaron a duras penas y con muchas dificultades los antibióticos así como un nuevo espermicida de acetato de fenilmercurio y los lavados con permanganato de sosa. Toda prostituta debía de pasar obligatoriamente una revisión semanal y ante la falta de más clínicas venéreas que habían cerrado sus puertas durante el conflicto bélico se tuvieron que habilitar nuevos centros sanitarios provisionales. Todas debían de tener expedida una Cartilla de Sanidad, requisito indispensable para trabajar en los prostíbulos.
A partir de la década de 1950 las casas de “gomas y lavajes” disponían de mejores medicamentos como la penicilina, además de vender preservativos de más calidad, lubricados y con espermaticida, incluso condones japoneses con varios colores y texturas, y ofrecer surfactantes como espermicidas. Continuaron teniendo clientela para atender y curar, pues mucha de ella procedía de la llamada “Tierra Negra” situada al pie de Montjuïc, donde se concentraban las peores prostitutas de la ciudad, las “ilegales” al no poseer la Cartilla de sanidad, siendo aquel territorio un auténtico nido de enfermedades venéreas. Además, la llegada de soldados norteamericanos de la Sexta Flota no solo fue el primer gran turismo de masas para Barcelona sino también una excelente fuente de ingresos tanto para las prostitutas como para las clínicas venéreas. A pesar del cierre de prostíbulos en base al Decreto-ley de 3 de marzo de 1956, estos negocios perduraron para garantizar la higiene sexual porque la prostitución siguió existiendo, aumentando la de la calle.
En pleno Desarrollismo, las décadas de 1960 y 1970 supusieron la decadencia progresiva de estos locales, algunos de los cuales empezaron a cerrar definitivamente sus puertas. La diversificación de la prostitución hacia otros lugares de Barcelona, la apertura de nuevos meublés más grandes y limpios, pensiones, bares de alterne, casas de masajes y salas de fiesta en otros barrios, especialmente en la zona alta de la ciudad, propició un progresivo abandono del mercado del sexo en un Barrio Chino muy degradado e inseguro. Las prostitutas más jóvenes (y caras) se desplazarían hacia espacios de mayor categoría para atender a una demanda más selecta y exigente reacia a ir hacia las zonas marginales, mientras que las más veteranas (y económicas) permanecerían para la clientela más “barriobajera”.
Desde la instauración de la democracia hasta nuestros días la presencia de locales de “gomas y lavajes” pasó a ser puramente testimonial, un recuerdo del pasado ligado a unos tiempos de escasez sanitaria que afortunadamente quedaban muy lejanos. La mayoría de los médicos que habían regentado aquellas pequeñas clínicas durante toda su vida se jubilaron o fallecieron y bajaron la persiana definitivamente para dar paso a sex-shops o bien a comercios alimentarios o bazares de inmigrantes. La mejora sanitaria de las casas dedicadas a la prostitución incidió en una notable bajada de enfermedades sexuales, gracias al uso generalizado del preservativo y a la disponibilidad de lavabos con bidet y habitaciones con sábanas limpias. Solo sobrevivieron los que se transformaron en condonerías, pues de cara a tratarse enfermedades venéreas e infecciosas tanto prostitutas como clientes acuden a los centros hospitalarios públicos donde ofrecen de terapias y tecnología médica que aquellos locales no podían disponer por anticuados.
La nueva prostitución de chicas procedentes de los países de este, Marruecos, Latinoamérica y Senegal no ha contribuido a remontar esta clase de negocios. La extensión del preservativo es generalizada y prácticamente ninguna prostituta accede a ofrecer sexo sin protección alguna, lo cual ha prevenido notablemente la expansión de enfermedades y, por consiguiente, una drástica disminución de clientes en las clínicas venéreas. Para la cura y tratamiento de enfermedades de transmisión sexual, en el barrio del Raval existen la Unitat de Malalties de Transmissió Sexual y la Unitat de Tuberculosi, además de entidades de ayuda, orientación y asesoramiento para prostitutas incluyendo programas de reinserción sociolaboral. Todo ello ha puesto punto y final a los míticos locales de “gomas y lavajes”, ahora solo un recuerdo del pasado que la memoria histórica debe rescatar.