miércoles, 23 de septiembre de 2015

La nomenclatura barcelonesa, un juego de tronos


No soy monárquico. Es más, probablemente de celebrarse un hipotético referéndum sobre qué modelo de estado prefieren los españoles, mi voto iría dirigido al republicano. Ahora bien, nunca apostaría por una república como la última habida en España sino que tomaría como referencia y espejo el patrón de las repúblicas de los países europeos más modernos. Sin embargo, la monarquía es lo que ahora hay, la acepto y la respeto, lo cual no me eximo de criticar algunos aspectos, ya que todo es mejorable. Si en alguna ocasión de mi vida me tropezara ante S.M. el Rey jamás le negaría un cordial saludo ni un apretón de manos. Es más, de ofrecerme un título nobiliario lo aceptaría de buen grato y de invitarme a un banquete le agradecería, entre otras cosas, sus discursos en lengua catalana cuando viene en calidad de príncipe de Girona. Así actuó Tarradellas, provocando el desconcierto de algunos al aceptar la monarquía y el título de marqués de Tarradellas, pero para mí fue un gesto noble, educado y cordial propio de un caballero que, a pesar de todo, jamás renunció a sus convicciones.


En relación al tema, leo recientemente el interés existente de algunas formaciones políticas por cambiar la nomenclatura de las vías públicas barcelonesas dedicadas a monarcas. Desgraciadamente, la historia de las calles y plazas de nuestra ciudad se ha subordinado a menudo a los intereses particularistas de sus gobernantes en tanto una mera prolongación del adoctrinamiento social hacia los credos de los diferentes regímenes instaurados, siendo mucho más visible bajo reinados y dictaduras, con la finalidad de ensalzar a los personajes o a los hechos considerados memorables para la historia o para la gloria. El periodo comprendido desde la agregación a Barcelona de los municipios del llano a partir de 1897 y durante todo el siglo XX hasta la actualidad ha sido el que más cambios se han producido, reflejo de los grandes conflictos políticos acaecidos. Posiblemente la avenida Diagonal sea la arteria de la ciudad que mejor evidencia esa evolución.
Ciertamente, la nomenclatura barcelonesa requiere de una profunda revisión, pero se trata de un debate controvertido y a veces conflictivo que debe abordarse con precaución. Si vivimos en una democracia, toda decisión debería ser democrática, asumida no solo por las diferentes fuerzas políticas municipales sino también por la sociedad, la cual tiene derecho a ser consultada. Es más, en numerosos episodios de la historia, el vecindario ha jugado un papel decisivo a la hora de dedicar un espacio público a un personaje o al cambio de nombres. Ahora no debería ser menos y por ello la ciudadanía tiene voz y voto para ello.


Se puede entender que bajo gobiernos autoritarios y no democráticos la nomenclatura quedara sujeta a los dictámenes impuestos por los mandatarios, contra la voluntad popular. La propuesta actual, tendenciosa, no puede ni debe imitar ese patrón sino que debería convertirse en una brillante oportunidad para apostar por una democracia participativa. Sin duda, el presente proyecto responde a intereses políticos personales, hecho inconcebible en un sistema democrático. Tenemos en España numerosos casos donde alcaldías de derechas o de izquierdas, cada uno a su propio "juego de tronos", han decidido cambios a su antojo, provocando así polémicas innecesarias y conflictos estériles. Y Barcelona no puede caer en ese mismo error.
Para proceder a una actualización de los nombres de calles y plazas es fundamental un acuerdo unánime por parte de todos los partidos políticos y a su vez establecer conversaciones con las comunidades vecinales, recogiendo sus opiniones y sus sugerencias. ¿Acaso se da por hecho que la gran mayoría de los barceloneses son republicanos y que no habrá inconveniente alguno en modificar los nombres porque estarán plenamente de acuerdo? ¿Es moralmente lícito que en una democracia, cuya principal cualidad es la pluralidad, se decida la eliminación de aquellos nombres, considerados non gratos, solo porque a un grupo o grupos no les es de su agrado? ¿Afectará, además, a las vías dedicadas a personajes considerados (siempre subjetivamente) como políticamente incorrectos?


En definitiva, es necesario un debate para llegar a un consenso, si bien las circunstancias actuales no son las más adecuadas. Cambiar el nombre de una vía pública supone un gasto económico. ¿Acaso en tiempos de crisis es más rentable y beneficioso priorizar e invertir en el cambio del nomenclátor barcelonés que la reciente moratoria hotelera y su consecuente limitación del beneficio económico?
La revisión de la nomenclatura de Barcelona es, sin embargo, interesante, y debería ser avalada por expertos en humanidades y ciencias sociales, además de por geógrafos e historiadores urbanos. La actual propuesta presentada responde básicamente a criterios puramente políticos, como una actitud de venganza contra un pasado imborrable que no se puede ignorar ni simular que nunca ha existido. Se entiende y es de sentido común que no sería coherente dedicar calles y plazas a personajes hostiles hacia Cataluña, como por ejemplo el general Espartero que bombardeó Barcelona, o como Queipo de Llano que afirmó durante la Guerra Civil que los bombardeos debían convertir a Cataluña en un llano. Es más, se puede aceptar cambiar el nombre de algunas calles como Secretari Coloma (inquisidor), Fernando Primo de Rivera y Sancho de Ávila (militares).


En relación con las vías afectadas por el cambio, la politización se observa claramente cuando a pesar de querer eliminar cualquier referencia monárquica, se hacen excepciones que confirman la regla, siendo el ejemplo más paradigmático el del rey Jaime I, personaje cuyo nombre figura en una histórica calle de la ciudad. Ensalzado y venerado como símbolo, héroe y mito de Cataluña… por republicanos y antimonárquicos, se convierte por tal motivo en una de las incoherencias más grandes de nuestra historia contemporánea. A ello añadir que el nostre rei, como indica la marca de whisky "Jaume I", quien se declaró textualmente como un dels cinc reis d'Espanya fue conocido por su autoritarismo real, por sus numerosas ejecuciones, por humillar públicamente a quienes consideraba herejes, por esclavizar a la población de los territorios conquistados e incluso por ordenar arrancar la lengua a quien le ofendía. Otro caso similar se da al referirse a personajes civiles como el esclavista Antonio López, cuyo nombre y monumento ostentan en una plaza de la ciudad. Sin embargo, nadie propone eliminar los nombres de Joan Güell, Xifré o Vidal-Quadras, también traficantes de carne humana, o el de Virrei Amat, dedicado a Manuel Amat i Junyent, virrey del Perú, que impuso su severo autoritarismo a los indígenas del continente americano y fornicó con varias mujeres nativas con las que tuvo numeroso hijos. ¿Por qué molestan los nombres de algunos monarcas, militares y esclavistas mientras que otros, igual de innobles y despreciables por sus fechorías, se respetan?


Aunque deban entenderse y respetarse las ideas de cada persona, no se puede objetivar un criterio que responde a sentimientos subjetivos porque de lo contrario se estaría faltando a la verdad histórica, la cual es necesaria asumir aunque no guste. Queramos o no, nuestra historia está repleta de episodios que nos enorgullecen pero también que nos avergüenzan. No existen autoritarismos, esclavismos o crímenes buenos y malos, sencillamente todos son igual de perjudiciales con independencia de la persona que los haya cometido o consentido, sin distinción de lengua, cultura, procedencia, ideas o creencias.
Muchos personajes, acontecimientos o lugares que tuvieron su importancia esperan su turno para disponer una calle, una plaza o unos jardines en Barcelona para ser definitivamente reconocidos. Despoliticemos la nomenclatura de nuestras vías públicas y con una revisión y actualización coherente, democrática y popular hagamos de ellas un espacio para difundir la historia y la cultura de nuestra ciudad. Volveremos así a ser referente para otras ciudades.

Fotos: Cadena Ser, Carles Ribas, Cristina Calderer, Jordi Ferrer, Oriol Duran.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Feliç DIADA 2015


Amics i amigues:
   Un any més celebrem la nostra Diada Nacional de Catalunya, una festivitat on tots plegats ens podem sentir orgullosos de ser catalans, on tothom hi compta, doncs qui no són catalans també poden sentir l'orgull de formar part d'aquesta ciutadania, d'un gran equip que fa una pinya única i indivisible. Però aquest sentiment no s'ha d'expressar únicament una sola vegada cada 365 dies, sinó tots els dies perquè tenim els motius i les condicions per a fer-ho.
   Darrerament estem vivint conflictes polítics que no han fet altra cosa que polititzar la nostra festa, de manera que algunes formacions se l'han volgut apropiar tot parlant en nom de tothom. Cal que la Diada torni a ser lliurada al seu poble, a la gent que veritablement la sent, i sigui novament un exemple de convivència amb independència de les creences i idees de cadascun. Amb respecte i tolerància, tothom hi té cabuda, perquè en realitat la base comuna de tots plegats és desitjar el més bo i millor per a Catalunya. Tinc la convicció que, malgrat la divisió social, existeixen punts de coincidència per a l'enteniment i la concòrdia.
   Amb independència de les tendències polítiques i amb respecte personal cap a totes elles, vull reivindicar aquell esperit de seny català que antuvi es va forjar a Catalunya i va contribuir a fer tant gran la nostra terra. Va haver un temps gloriós, on tota una fornada de catalans sensibles i inquiets van treballar per totes les branques de l'art, la ciència i la cultura fins el punt de fer-nos capdavanters. Aquestes generacions ens van obrir a la modernitat del segle XX abans d'entrar a la nova centúria. Eren temps on l'orgull de ser català es va demostrar invertint a casa nostra, en projectes fèrtils que acabarien donant excel·lents resultats. Van ser els anys on es destacà en l'arquitectura, en la pintura, en la música, en la medicina, en la pedagogia, en la indústria, en la tecnologia, en la literatura, en el teatre i en la innovació, entre moltes altes coses. Per terres catalanes s'importaven les noves tècniques arquitectòniques i se'n creaven de noves; pintors i escultors clàssics i avantguardistes es relacionaven amb artistes famosos internacionals; representants d'escoles estrangeres venien a conèixer els nous models educatius; i metges i científics atreien els més recents descobriments. La història així ho demostra. Catalunya mesurava la seva capacitat i la seva força treballant per ella mateixa, fins el punt que es va convertir en referent per a la resta d'Espanya i lloc d'interès per a d'altres països europeus, on la seva gent venia a conèixer-nos. Érem, doncs, l'enveja de molts, objectes d'imitació i un exemple, sense exagerar, a nivell mundial. Catalunya era catalana de soca-rel però alhora integradora, dialogant i cosmopolita, molt seva però a la vegada amb les fronteres obertes cap al món.
   Malauradament, però, això s'ha perdut i per a molta gent s'ha oblidat. No obstant, Catalunya disposa dels mitjans tècnics, econòmics i materials i de persones preparades i qualificades capaces de ressuscitar aquell esperit d'antuvi. Cal evitar d'invertir recursos que ens endinsin cap a projectes estèrils que acabin desembocant inexorablement en via morta i portin a la frustració, al conflicte i a la divisió. No són temps per a victimismes ni per a provincianismes, sinó per a tornar a apel·lar al seny català i obrir novament Catalunya a la modernitat. Tenim capacitat per a ser novament referent nacional i internacional. De ser així, liderarem la sortida de la crisi i el nostre model econòmic s'estendrà a altres regions; crearem models educatius, sanitaris, culturals i esportius exemplars i que d'arreu del món ens vindran a copiar; deixarem de ser terra d'emigració de cervells per a ser terra d'atracció per a innovacions mèdiques, tècniques i científiques; i, en definitiva, referent de convivència social i riquesa lingüística i cultural, on qualsevol persona pugui expressar la seva vocació en qualsevol de les branques del món de l'art.
   Aquesta és la meva reivindicació per una Catalunya millor. Aquest és el meu somni. Aquest és el meu orgull de ser català. Ara cal posar-se a treballar.

FELIÇ DIADA I VISCA CATALUNYA

jueves, 10 de septiembre de 2015

Una reflexión personal sobre la Setmana del Llibre en Català


Como es habitual, una vez más he tenido el placer de asistir a la Setmana del Llibre en Català que se celebra anualmente en Barcelona durante una semana del mes de septiembre. A quienes nos gusta leer nos deleitan este tipo de propuestas culturales. Concebida como una feria al aire libre, cumple ahora 33 años de vida y está dirigida básicamente a promover la lectura en lengua catalana. Actualmente se ubica en la avenida de la Catedral y consta de numerosas paradas en las cuales las principales editoriales exponen sus novedades. Incluye, además, una carpa para revistas y de espacios habilitados para conferencias y presentaciones. Anualmente, se otorgan premios y se organizan actividades complementarias.
Cualquier iniciativa de estas características es positiva por los beneficios que conlleva convertirse en una persona leedora, entre otras cosas porque se adquiere cultura y capacidad de conversación sobre la mayoría de temas, se amplían conocimientos en general, se aprende a hablar y a escuchar mejor, se mejora la comprensión lectora, se enriquece nuestro vocabulario cotidiano y se mejora cualitativamente nuestra redacción. Y lo más importante es que, en definitiva, leyendo mucho aprendemos a pensar más y mejor por nosotros mismos, a ser capaces de contemplar el mundo desde otros colores y a ser individualmente más libres.


Esta feria está dedicada concretamente a la exposición y venta de libros en lengua catalana, cuyos lectores apenas alcanzan un 25% del conjunto global de la población de Cataluña, según indican las estadísticas. El barómetro es evidentemente negativo, ya que convierte el consumo de libros publicados en catalán como minoritario a pesar de los aumentos experimentados durante las últimas décadas. Y si tenemos en cuenta que solo la mitad y un poco más de la población global es leedora habitual, el colectivo se vería todavía más reducido. ¿Tiene sentido, pues, la publicación de libros en lengua catalana?
A mi parecer, la respuesta rotunda es sí, puesto que el valor patrimonial de una cultura y una lengua cualesquiera se halla muy por encima de criterios cuantitativos y económicos. A menudo el oportunismo malintencionado se ceba alegando que las manifestaciones culturales y lingüísticas minoritarias no tienen futuro, cuestan dinero de mantener porque no son rentables y su defensa responde a una actitud provinciana y nacionalista de quienes se cierran al cosmopolitismo. Es cierto que hay un porcentaje muy superior de lectores en lengua castellana porque en Cataluña el número de castellanohablantes es mayor y existe además una oferta de mercado muy superior. No obstante, atraer lectores en lengua catalana no debe suponer una competencia o invertir la situación actual, puesto que dos lenguas que habitan en un mismo territorio nunca deben enfrentarse sino convivir y complementarse mutuamente, lo que supone un enriquecimiento para una comunidad. 


Aunque vivimos bajo un sistema donde casi todo se rige bajo criterios económicos, es importante mantener y potenciar la existencia de un público fiel que opta también por la lectura en lengua catalana mediante el fomento y el estímulo, a través de una oferta que resulte atractiva. Y lo más importante, jamás debe politizarse una lengua porque ello conlleva a la sectarización y, finalmente, a una pronta desaparición por agotamiento social. Asociar un idioma a unos partidos políticos o a unas ideologías políticas, incluso definir la lengua como sinónimo de patria, desembocaría a romper esa convivencia y a dividir la sociedad, creando aliados anhelosos de imponerla por parte de unos y enemigos deseosos de exterminarla por parte de otros. Otro caso más minoritario sería el de la comarca de la Val d'Aran. Allá existe una comunidad de tan solo 3.500 hablantes de lengua aranesa. Un porcentaje destacado de habitantes son capaces de hablar en aranés, catalán, castellano, francés por la proximidad a Francia e incluso inglés. ¿Acaso no sería la comarca de Cataluña más rica lingüísticamente hablando y una de las más ricas de Europa?. Si un habitante aranés puede dominar hasta cinco lenguas distintas ¿quién se atrevería a decirle que ha perdido el tiempo o que parte de lo que ha aprendido sirve de poco?


En relación a los criterios de mercado, el descenso de ventas de libros no afecta solamente a la lengua catalana sino a todas las lenguas, porque es una crisis a nivel global. Es decir, se venden menos libros publicados en cualquier idioma. Muchas librerías han cerrado en estos últimos años porque las ventas de libros han descendido y ya no se podían mantener en activo. La principal razón es la pérdida de calidad del producto, la falta de modernización y, sobretodo, el encarecimiento de los ejemplares, ya que en nuestro país el acceso a la cultura es caro. Por consiguiente, si una feria como la Setmana del Llibre en Català quiere fomentar la lectura en catalán, sería aconsejable proponer un breve paréntesis y reducir precios para incrementar las ventas. ¿Acaso la generosidad de una sola semana perjudicaría el balance global de todo un año?.


Aumentar el número de lectores en lengua catalana iría implícitamente acompañado de una nueva política, que no politización, lingüística. Cataluña fue antaño tierra de iniciativas e innovaciones por parte de una generación de hombres y mujeres llenos de inquietudes y ambiciones, y era capaz de liderar proyectos científicos y culturales hasta el punto de ser ejemplo y referencia tanto para el resto de España como incluso para otros países europeos. Ello se ha perdido, pero actualmente existen medios técnicos y generaciones de personas suficientemente preparadas capaces de resucitar aquel viejo talante que tanta falta nos haría en estos tiempos de crisis. De recobrar el antiguo espíritu, Cataluña podría convertirse en un referente mundial de fomento de lengua minoritaria y de convivencia lingüística, en tanto que otras regiones bilingües o multilingües del planeta copiarían ese modelo. Desgraciadamente, el panorama de crispación de estos últimos años lo impide y se ha optado dirigir el rumbo hacia otros menesteres. Para quienes lo duden ¿cuanta gente sabe y entiende realmente por qué es importante preservar una lengua minoritaria y qué utilidad puede tener una feria como la Setmana del Llibre en Català? La pedagogía, que no adoctrinamiento, es fundamental. Que por muchos años exista esta feria y se de ese golpe de timón para hacer una Cataluña mejor.


Fotos: racocatala.cat, kalandraka.com, lasetmana.cat, lavanguardia.com, naciodigital.cat.