Al finalizar este mes de abril y coincidiendo con una época electoral merece recordar que se cumplen 40 años de ayuntamientos democráticos. Han sido cuatro décadas en las cuales se han producido grandes transformaciones políticas, sociales, económicas y urbanísticas. Tras el final del franquismo, fue un 3 de abril de 1979 cuando se celebraron las primeras elecciones municipales democráticas destinadas a decidir quién ostentaría a partir del día 19 siguiente el cargo de alcalde, es decir, de una alcaldía decidida por los habitantes del municipio y no a dedo por el jefe de Estado.
En líneas generales, la mayoría de opiniones coinciden en que han mejorado las relaciones entre la administración municipal y sus habitantes, a pesar de ser imperfectas y mejorables. Ha habido un acercamiento para dar voz a las gentes anónimas brindándoles la oportunidad de expresar sus quejas, sus dudas y sus inquietudes, así como la posibilidad de que puedan ofrecer soluciones de manera individual o colectiva destinadas a mejorar la calidad de vida de unos barrios cuya transformación es permanente y constante. Las asociaciones y entidades vecinales son un claro reflejo de la participación comunitaria en un propósito de intentar construir la llamada democracia participativa, de la que algunos ven como un fenómeno real y otros creen más bien aparente e inexistente. Pero a pesar de los defectos, es incontestable que Barcelona nunca había tenido tantas asociaciones vecinales, artísticas, culturales, religiosas y políticas como en democracia, reflejo de una gran pluralidad.
Otro aspecto a destacar es el avance de la inclusividad social. Las mujeres, el colectivo LGTBI, las personas con discapacidades físicas y psíquicas y el colectivo inmigrante ha mejorado su largo camino hacia la igualdad, teniendo cada vez más capacidad de voz y voto, desempeñando un papel destacado en la construcción de Barcelona. En este sentido la ciudad se ha ido adaptando mejorado la accesibilidad, teniendo en cuenta el criterio de género y programando actividades de diversa índole destinada a la participación.
Una diferencia entre la administración franquista y la democrática ha sido la descentralización. Aunque siempre han existido distritos y regidurías, ahora disponen de mayores competencias de modo que cada distrito funciona como un municipio independiente, las regidurías como pequeños ayuntamientos y los regidores como alcaldes territoriales. Ello ha permitido evitar aglomeraciones en la Casa Gran de la plaza de Sant Jaume y ha facilitado el acercamiento de la administración a los vecinos y vecinas, evitando largos desplazamientos.
Y obviamente se han normalizado, en mayor o menor medida, los valores democráticos que deben regir el funcionamiento de la ciudad: honestidad, solidaridad, responsabilidad, pluralismo, libertad, justicia social, tolerancia, igualdad, respeto, bien común, legalidad, justicia y participación.
Efectivamente, en 40 años se han sucedido muchos acontecimientos. Sin embargo, durante esta etapa de ayuntamiento democrático ¿realmente han cambiado tanto las cosas? Centrándonos en el caso de Barcelona resulta obvio que la ciudad actual de principios del siglo XXI con respecto a la de finales de la Transición es muy diferente, pero ello es fruto de la evolución inexorable, inevitable e imparable del territorio porque nada permanece para siempre, si bien el ritmo de transformación puede ser más acelerado o más lento en función de la prosperidad económica y de la eficiencia de la gestión municipal. ¿Es la Barcelona democrática un producto social construido por voluntad de sus vecinos y vecinas o continúan predominando las decisiones tomadas en los despachos de los mandatarios? Hay aspectos que bajo el paraguas de un sistema de derecho no han cambiado, incluso son anteriores al franquismo y merecen ser enunciados.
En primer lugar, perduran los desequilibrios sociales cuyo reflejo es la brecha existente entre ricos y pobres. La presencia de clases sociales es algo común en todas las ciudades, si bien el objetivo es reducir las diferencias entre los extremos para garantizar un mejor nivel y calidad de vida que ayude a todo el mundo a alcanzar los mismos derechos y oportunidades. Sin embargo, continúa siendo un problema pendiente de resolver, muy probablemente debido a una inversión insuficiente en políticas sociales.
En segundo lugar, Barcelona se percibe como una ciudad masificada, en tanto que hay demasiada gente y pocos servicios, un fenómeno erróneamente atribuido desde hace algunos años al auge del turismo. No es tanto un problema de superpoblación sino la falta de un ajuste más equilibrado entre oferta y demanda. Es habitual, por poner algunos ejemplos, acudir a la administración y que de siete mesas de atención al público solo funcionen tres, que de dos o tres cajeros automáticos de un banco solo uno de ellos esté operativo ocasionando largas colas de gente, que los servicios de transporte a menudo presenten escasas frecuencias de paso ocasionando aglomeraciones de pasajeros sobretodo domingos y festivos, o querer disfrutar del ocio yendo al cine o un restaurante y que al llegar ya no haya sitio disponible. ¿Por qué Barcelona con solo 1.700.000 habitantes presenta estos inconvenientes mientras que Nueva York con 15.000.000 de habitantes se tiene facilidad de acceder a todos los servicios sin tener sensación de aglomeración? ¿Por qué esta problemática ningún alcalde ha sido capaz de resolverla?
En tercer lugar, se ha continuado aplicando el modelo urbanístico heredado del Plan Comarcal de 1953. Efectivamente, las obras urbanas de estos últimos 66 años han sido en realidad una continuación y finalización de los que previamente ya se habían diseñado, si bien se han adaptado a los valores democráticos y bajo un modelo de ciudad más amable y sostenible.
Y ello no es de extrañar: el alcalde José María de Porcioles tuvo como equipo de trabajo a personajes destacados como Pasqual Maragall, Narcís Serra, Oriol Bohigas o Miquel Roca, entre otros. De allí surgió el Plan Barcelona 2000, el referente a partir del cual se diseñó el urbanismo del futuro. La Vila Olímpica (Plan de la Ribera), el Anillo Olímpico, las rondas, la apertura de la avenida Diagonal hasta el Besòs, la rambla de Prim, la cobertura de las vías ferroviarias en la Sagrera, la programación de los usos del suelo... ya estaban definidos mucho antes de que Barcelona fuese proclamada sede olímpica. Mucho se ha criticado al porciolismo pero no nos engañemos, en realidad todavía no ha sido superado. Y eso no es todo, pues el Plan General Metropolitano de 1976 continúa vigente en pleno 2019 y se sigue aplicando.
En cuarto lugar, la especulación urbanística e inmobiliaria no ha cesado. El sector de la construcción ha sido uno de los sectores hegemónicos de la ciudad. Se criticó durante el desarrollismo de no haber tenido suficiente sensibilidad con determinados edificios históricos o de estilo modernista, pero bajo la democracia también se han cometido muchas barbaridades. Obsérvese la situación de la mayoría de núcleos antiguos de Barcelona, especialmente la destrucción masiva acaecida en el barrio del Raval, antaño Barrio Chino, borrando de un plumazo buena parte de su vieja personalidad y llevando siglos de historia a un montón de ruinas. Tanto en democracia como en dictadura los grandes proyectos urbanísticos que han otorgado "espectacularidad" y prestigio a la imagen de la ciudad siempre han servido para enriquecer a sus promotores. Basta observar los casos de corrupción destapados alrededor de muchas obras públicas en Barcelona.
En quinto lugar, a pesar de la modernización de la burocracia, ésta sigue siendo lenta y compleja. A pesar de haberse desmontado la vieja estructura franquista y mejorado la accesibilidad tanto a un mayor volumen de información como a los servicios ofrecidos para la ciudadanía, todavía se advierte una administración municipal masificada, a menudo con largos tiempos de espera hasta llegar a ser atendido, lenta en tiempo de resolución de los trámites, y compleja por los requisitos y la cantidad de papeleo necesario. Se echa en falta más rapidez y mayor flexibilidad a pesar de las mejoras.
Y en sexto lugar, se ha mantenido la filosofía de crecimiento a costa de grades eventos internacionales. Ello es algo que viene de antiguo, desde 1888 a raíz de la Exposición Universal que dio paso a la modernidad de Barcelona y su colocación en el mundo. Otros eventos como la Exposición Internacional de 1929, los Juegos Olímpicos de 1992 y el Forum Universal de las Culturas de 2004 también sirvieron de excusa para atraer grandes inversiones destinadas a ejecutar grandes proyectos de ciudad que ayudaran a impulsarla.
Una valoración global de los alcaldes de Barcelona de la democracia (Narcís Serra, Pasqual Maragall, Joan Clos, Jordi Hereu, Xavier Trias y Ada Colau) serán objeto de análisis y crítica en un próximo artículo.
Fotos: Arxiu Ajuntament de Barcelona, Archivo La Vanguardia, Arxiu U.A.B., Pérez de Rozas.