En el ejemplar de El Periódico de Catalunya editado el pasado domingo día 17 de abril leí un artículo del periodista Joan Ollé titulado “Gracias a Dios soy ateo”, que también se puede leer en su blog titulado “Reflexiones de un pasiego” accediendo directamente a la dirección indicada a continuación:
Respetando la total y absoluta legitimidad de sus ideas y creencias, me gustaría expresar mi punto de vista en relación a este artículo, como una opinión personal y nunca con la intención de adoctrinar o convencer de que está equivocado como si un servidor tuviese posesión de la verdad. Lo mismo iría dirigido hacia quienes comparten y suscriben lo dicho por Joan Ollé.
Primeramente, me manifiesto como un hombre de fe (no de esperanza) en Dios. Es decir, soy un hombre de fe en tanto que creo en la existencia de algo superior a nosotros, a quien llamamos Dios, pero que debido a su superioridad sobre todas las cosas desconocemos y solamente nos limitamos a dar interpretaciones acerca de su naturaleza divina. Pero no soy hombre de esperanza porque creo en la libre acción humana en tanto su capacidad de decidir y de elegir por sí mismo, y de la naturaleza, en tanto fenómeno imperfecto del mundo material, regido por sus propias leyes y capaz tanto de generar maravillas como de engendrar accidentes. Ignoro por completo si todas las cosas que suceden se deben o no a la voluntad divina, pero tengo muy claro que rogarle algo a Dios no sirve absolutamente de nada porque lo que vaya a suceder, igualmente sucederá lo queramos o no.
Concretamente me declaro un deísta, o sea, creyente no religioso. No creo en la religión porque la considero una invención humana y, por consiguiente, imperfecta, y una única interpretación acerca de Dios y de lo espiritual cuando podrían existir otros puntos de vista. Sin embargo, respeto sus doctrinas y un uso personal responsable siempre que al individuo le contribuya a establecer esa armonía y equilibrio cuerpo-alma tan deseada, sin perjudicar a los demás. También valoro mucho la producción cultural que ha producido la religión, expresado a través de fiestas, costumbres, tradiciones y folclore que es un patrimonio a conservar. A diferencia de quienes tienen una concepción muy matemática en tanto relacionar de manera inseparable a Dios con la religión, yo me permito separar ambas cosas. Se cae en el equívoco de interpretar a Dios solo a través de las religiones, y mucho más aún de buscarlo y encontrarlo, cosa que ya resulta imposible no porque crea que no exista (como afirmaría un ateo) sino porque al tratarse de algo superior a nosotros resulta inalcanzable. Yo no tengo la menor duda de que si las religiones jamás hubiesen existido, igualmente la humanidad se habría planteado a través de otras disciplinas del saber la posibilidad de la existencia de un ser superior o de una divinidad, e incluso qué hay después de la muerte. Las religiones no tienen ni deberían tener el patrimonio exclusivo de Dios como si fuese solo suyo. Y fuera de los postulados religiosos, yo me he planteado su existencia porque eso es posible y lo he conseguido. Creo por supuesto en la ciencia y en las explicaciones científicas de todas las cosas, pero ello no ha alterado mi fe porque se puede hacer compatible mientras otros son incapaces de lograrlo.
Primeramente, me manifiesto como un hombre de fe (no de esperanza) en Dios. Es decir, soy un hombre de fe en tanto que creo en la existencia de algo superior a nosotros, a quien llamamos Dios, pero que debido a su superioridad sobre todas las cosas desconocemos y solamente nos limitamos a dar interpretaciones acerca de su naturaleza divina. Pero no soy hombre de esperanza porque creo en la libre acción humana en tanto su capacidad de decidir y de elegir por sí mismo, y de la naturaleza, en tanto fenómeno imperfecto del mundo material, regido por sus propias leyes y capaz tanto de generar maravillas como de engendrar accidentes. Ignoro por completo si todas las cosas que suceden se deben o no a la voluntad divina, pero tengo muy claro que rogarle algo a Dios no sirve absolutamente de nada porque lo que vaya a suceder, igualmente sucederá lo queramos o no.
Concretamente me declaro un deísta, o sea, creyente no religioso. No creo en la religión porque la considero una invención humana y, por consiguiente, imperfecta, y una única interpretación acerca de Dios y de lo espiritual cuando podrían existir otros puntos de vista. Sin embargo, respeto sus doctrinas y un uso personal responsable siempre que al individuo le contribuya a establecer esa armonía y equilibrio cuerpo-alma tan deseada, sin perjudicar a los demás. También valoro mucho la producción cultural que ha producido la religión, expresado a través de fiestas, costumbres, tradiciones y folclore que es un patrimonio a conservar. A diferencia de quienes tienen una concepción muy matemática en tanto relacionar de manera inseparable a Dios con la religión, yo me permito separar ambas cosas. Se cae en el equívoco de interpretar a Dios solo a través de las religiones, y mucho más aún de buscarlo y encontrarlo, cosa que ya resulta imposible no porque crea que no exista (como afirmaría un ateo) sino porque al tratarse de algo superior a nosotros resulta inalcanzable. Yo no tengo la menor duda de que si las religiones jamás hubiesen existido, igualmente la humanidad se habría planteado a través de otras disciplinas del saber la posibilidad de la existencia de un ser superior o de una divinidad, e incluso qué hay después de la muerte. Las religiones no tienen ni deberían tener el patrimonio exclusivo de Dios como si fuese solo suyo. Y fuera de los postulados religiosos, yo me he planteado su existencia porque eso es posible y lo he conseguido. Creo por supuesto en la ciencia y en las explicaciones científicas de todas las cosas, pero ello no ha alterado mi fe porque se puede hacer compatible mientras otros son incapaces de lograrlo.
Entrando en el artículo de Joan Ollé, el periodista afirma directamente que Dios no existe. Esta respuesta es extremadamente atrevida, pues si bien es cierto que no se dispone de ninguna clase de prueba acerca de su existencia, tampoco la hay que confirme todo lo contrario. Guste o no, siempre será una cuestión de fe, de creer, nunca de afirmar, y las creencias en términos absolutos no son posibles porque siempre existirá el hecho de la duda por pequeño que sea, tanto en creyentes como en ateos.
La confusión entre los conceptos de Dios, religión, Iglesia y cristianismo es constante y así lo ha sido a lo largo de la historia, como si se trataran de sinónimos y su uso es indistinto para hacer referencia a un mismo concepto. Dicha confusión es frecuente entre los ateos, pero también lo es entre los creyentes, sobre todo religiosos practicantes. El problema radica en que al limitar el concepto de Dios solamente a través de las religiones, apenas se ha permitido una evolución que ofreciese otros puntos de vista, otras definiciones y otras posibilidades de fe. Ello ha conllevado a un estancamiento y al ofrecimiento de una imagen de Dios como algo anticuado y arcaico, estancado en el pasado y propio tanto de las clases conservadoras como de personas que prefieren creer a saber. Grave error que debería de corregirse para permitir la evolución del concepto de Dios. Prácticamente solo los filósofos han sido capaces de hacer una interpretación fuera de la religión y de las instituciones eclesiásticas y más recientemente, algunos científicos que han logrado hacer compatible ser persona de ciencia y de fe a la vez.
Relacionado con la existencia de un ser divino superior a nosotros está el concepto del más allá. La gran pregunta es si existe vida después de la muerte. Para empezar, dicha cuestión (casi tan antigua como la propia humanidad) está mal formulada desde un principio por una razón muy sencilla. La vida y la muerte son cualidades biológicas del mundo de la materia. El alma no tiene cualidades biológicas porque no pertenece a este mundo de la materia, sino al divino, y por tanto dispone de unas cualidades diferentes a las que nosotros conocemos. El alma es inmortal, pero tampoco puede vivir. Se trata de un estado de ser diferente al de la vida o al de la muerte que, insisto, son cualidades biológicas. Así, ante la respuesta de si hay vida después de la muerte la respuesta será que no, lo que no significa que no haya absolutamente nada. La respuesta correcta, a mi parecer, sería si hay algo después de la muerte, y no si hay vida, y como deísta responderé que sí, que a través de nuestra alma abandonamos este mundo y pasamos a otro estado de ser porque, vuelvo a insistir, biológicamente estamos muertos y en ese cuerpo no hay vida. Se trata también de un concepto del alma diferente al establecido tradicionalmente.
Sobre la violencia de las religiones, aquí no se debería hablar de Dios y mucho menos como si fuese el culpable. Efectivamente, el mal uso de las doctrinas ha conllevado a grandes desastres y grandes desgracias que se hubiesen podido evitar. Las dictaduras, las tiranías, los autoritarismos y las represiones ha sido una constante durante la historia, hacer el mal en nombre del bien y ampararse a la figura de un Dios bueno para justificar todas las atrocidades hechas y por hacer. Ciertamente, el mal uso de las religiones ha impedido una mejor evolución de la ciencia en todos sus ámbitos, de la sociedad y sus valores, de la política, del saber en general y de muchas otras cosas. Pero ello ha sido culpa de aquellos hombres que han hecho un uso pervertido de la fe como instrumento perfecto para el dominio de las masas. Jamás he aceptado este uso de las religiones para degenerar al fanatismo ni para forjar teocracias, el peor sistema de gobierno que existe, moralmente más cruel que el nazismo o el comunismo.
La confusión entre los conceptos de Dios, religión, Iglesia y cristianismo es constante y así lo ha sido a lo largo de la historia, como si se trataran de sinónimos y su uso es indistinto para hacer referencia a un mismo concepto. Dicha confusión es frecuente entre los ateos, pero también lo es entre los creyentes, sobre todo religiosos practicantes. El problema radica en que al limitar el concepto de Dios solamente a través de las religiones, apenas se ha permitido una evolución que ofreciese otros puntos de vista, otras definiciones y otras posibilidades de fe. Ello ha conllevado a un estancamiento y al ofrecimiento de una imagen de Dios como algo anticuado y arcaico, estancado en el pasado y propio tanto de las clases conservadoras como de personas que prefieren creer a saber. Grave error que debería de corregirse para permitir la evolución del concepto de Dios. Prácticamente solo los filósofos han sido capaces de hacer una interpretación fuera de la religión y de las instituciones eclesiásticas y más recientemente, algunos científicos que han logrado hacer compatible ser persona de ciencia y de fe a la vez.
Relacionado con la existencia de un ser divino superior a nosotros está el concepto del más allá. La gran pregunta es si existe vida después de la muerte. Para empezar, dicha cuestión (casi tan antigua como la propia humanidad) está mal formulada desde un principio por una razón muy sencilla. La vida y la muerte son cualidades biológicas del mundo de la materia. El alma no tiene cualidades biológicas porque no pertenece a este mundo de la materia, sino al divino, y por tanto dispone de unas cualidades diferentes a las que nosotros conocemos. El alma es inmortal, pero tampoco puede vivir. Se trata de un estado de ser diferente al de la vida o al de la muerte que, insisto, son cualidades biológicas. Así, ante la respuesta de si hay vida después de la muerte la respuesta será que no, lo que no significa que no haya absolutamente nada. La respuesta correcta, a mi parecer, sería si hay algo después de la muerte, y no si hay vida, y como deísta responderé que sí, que a través de nuestra alma abandonamos este mundo y pasamos a otro estado de ser porque, vuelvo a insistir, biológicamente estamos muertos y en ese cuerpo no hay vida. Se trata también de un concepto del alma diferente al establecido tradicionalmente.
Sobre la violencia de las religiones, aquí no se debería hablar de Dios y mucho menos como si fuese el culpable. Efectivamente, el mal uso de las doctrinas ha conllevado a grandes desastres y grandes desgracias que se hubiesen podido evitar. Las dictaduras, las tiranías, los autoritarismos y las represiones ha sido una constante durante la historia, hacer el mal en nombre del bien y ampararse a la figura de un Dios bueno para justificar todas las atrocidades hechas y por hacer. Ciertamente, el mal uso de las religiones ha impedido una mejor evolución de la ciencia en todos sus ámbitos, de la sociedad y sus valores, de la política, del saber en general y de muchas otras cosas. Pero ello ha sido culpa de aquellos hombres que han hecho un uso pervertido de la fe como instrumento perfecto para el dominio de las masas. Jamás he aceptado este uso de las religiones para degenerar al fanatismo ni para forjar teocracias, el peor sistema de gobierno que existe, moralmente más cruel que el nazismo o el comunismo.
El sentimiento de lástima hacia la gente de fe corre el peligro de caer en la criminalización de este colectivo. Se tiene la idea preconcebida del creyente como la de aquél pobre idiota que no quiere aceptar el hecho de la muerte y prefiere vivir de un cuento chino de fantasías e ilusiones para disuadirse de la cruda realidad de nuestra condición humana que es caduca. Aparte de ser un prejuicio, se generaliza como si todos los creyentes fuesen iguales o unos pobres ignorantes que se niegan a ver la realidad científica de las cosas. Ello representa un desconocimiento de este colectivo, y solo basta con conocer un poco de nuestra historia para comprobar que han existido muchas personas de gran sabiduría en todos los ámbitos de la ciencia y la cultura que han sido creyentes. No ayuda en absoluto a la convivencia que tanto creyentes como ateos intenten mutuamente convencerse de que ellos tienen posesión de la razón, como tampoco creer que el creyente es un cobarde, un anticuado, un involucionista y un cuentista, mientras que el ateo es un individuo de sólida personalidad, intelectual, progresista y realista. La politización de la fe ha llevado a la falsa idea de quienes son creyentes son conservadores y de derechas y quienes son ateos progresistas y de izquierdas. Nadie es mejor que los demás por sus ideas o sus creencias.
Finalmente, en cuanto a la relación entre la fe y la libertad del individuo, este es otro de los grandes tópicos consecuencia de una errónea generalización conceptual. Se tiene la idea de que el ateo es totalmente libre de hacer y decidir sin tener carga alguna de conciencia mientras que el creyente es un pobre limitado debido las normas impuestas por las pautas religiosas. ¿Qué se entiende por libertad? ¿A qué clase de libertades puede acceder un ateo que un creyente sería incapaz? ¿Ir a la discoteca, fumar porros, beber cubatas y fornicar libremente cada fin de semana sin tener la mala conciencia de que Dios te vigila y te va a castigar? ¿Para hacer todo esto es necesario desprenderse de la fe? Un servidor es creyente y puedo asegurar que mi fe no me reprime absolutamente para nada, e igual que yo, la gente religiosa a la que no veo complejos o represión alguna. No es necesario recurrir al ateísmo para ser libre y pensar por uno mismo. Salvo (claro está) quienes son fanáticos religiosos y extremistas, es decir, una minoría, no veo falta de libertad alguna por culpa de la fe en Dios. Es más, dichos fanáticos que disfrutan reprimiendo al pueblo a través de la religión, a menudo son los primeros en saltarse las normas y disfrutar de los “placeres” de la vida. Es el dicho “haz lo que yo te diga pero no hagas lo que yo hago” que evidencia la hipocresía de la moral ultraconservadora. Acabar con las religiones no serviría para que la humanidad fuese más libre. La represión es un hecho humano, y como tal, si las religiones no existiesen, se crearían otras herramientas de represión social. Sin ir más lejos, los partidos políticos no dejan de ser religiones laicas, con sus propias doctrinas en forma de programa electoral. El nazismo y el comunismo han sido dos formas de gobierno de gran crueldad con el común denominador de fomentar el ateísmo. Y más grave aún: el capitalismo es como una religión económica que alcanza tal fanatismo hasta el punto de impedir que el individuo piense por sí mismo para que solo se limite a consumir. ¿Serviría entonces de algo acabar con las religiones?
Pues yo, gracias a Dios, soy creyente.
Finalmente, en cuanto a la relación entre la fe y la libertad del individuo, este es otro de los grandes tópicos consecuencia de una errónea generalización conceptual. Se tiene la idea de que el ateo es totalmente libre de hacer y decidir sin tener carga alguna de conciencia mientras que el creyente es un pobre limitado debido las normas impuestas por las pautas religiosas. ¿Qué se entiende por libertad? ¿A qué clase de libertades puede acceder un ateo que un creyente sería incapaz? ¿Ir a la discoteca, fumar porros, beber cubatas y fornicar libremente cada fin de semana sin tener la mala conciencia de que Dios te vigila y te va a castigar? ¿Para hacer todo esto es necesario desprenderse de la fe? Un servidor es creyente y puedo asegurar que mi fe no me reprime absolutamente para nada, e igual que yo, la gente religiosa a la que no veo complejos o represión alguna. No es necesario recurrir al ateísmo para ser libre y pensar por uno mismo. Salvo (claro está) quienes son fanáticos religiosos y extremistas, es decir, una minoría, no veo falta de libertad alguna por culpa de la fe en Dios. Es más, dichos fanáticos que disfrutan reprimiendo al pueblo a través de la religión, a menudo son los primeros en saltarse las normas y disfrutar de los “placeres” de la vida. Es el dicho “haz lo que yo te diga pero no hagas lo que yo hago” que evidencia la hipocresía de la moral ultraconservadora. Acabar con las religiones no serviría para que la humanidad fuese más libre. La represión es un hecho humano, y como tal, si las religiones no existiesen, se crearían otras herramientas de represión social. Sin ir más lejos, los partidos políticos no dejan de ser religiones laicas, con sus propias doctrinas en forma de programa electoral. El nazismo y el comunismo han sido dos formas de gobierno de gran crueldad con el común denominador de fomentar el ateísmo. Y más grave aún: el capitalismo es como una religión económica que alcanza tal fanatismo hasta el punto de impedir que el individuo piense por sí mismo para que solo se limite a consumir. ¿Serviría entonces de algo acabar con las religiones?
Pues yo, gracias a Dios, soy creyente.