jueves, 11 de abril de 2019

La segunda (y menos conocida) huelga de usuarios de tranvías del año 1957


En el anterior artículo se hizo referencia a la llamada huelga de tranvías de 1951, en realidad un boicot popular de los barceloneses contra el aumento abusivo de las tarifas de este sistema de transporte. Sin embargo, seis años después se produjo otra acción de similares características, fruto del cansancio de las masas populares y reflejo de la situación política, social y económica que se estaba viviendo. A pesar del aperturismo del régimen tras la celebración del XXXV Congreso Eucarístico Internacional, la supresión de la cartilla de racionamiento, la mejora de la economía y el aumento de los salarios, los costes de la vida continuaban siendo elevados para una población obrera, incluso en parte por los comerciantes, pequeños propietarios, funcionarios y profesionales liberales a pesar de constituir un grupo mejor posicionado. Por poner un ejemplo, poco antes de Navidad se incrementaron los precios del pan, el petróleo, la carne y las patatas.
El 26 de diciembre de 1956 el Consejo de Ministros autorizó un nuevo incremento de las tarifas de los tranvías barceloneses. Recordando los sucesos de 1951 y ante el temor de que volvieran a repetirse, optaron por una campaña consistente en la difusión de una revista gratuita titulada "Los transportes urbanos en Europa" donde se analizaban y se comparaban las tarifas aplicadas en Barcelona con respecto a las de otras ciudades europeas para dar cuenta de que las de aquí eran más económicas. Poco después, los días 6 y 9 de enero de 1957 se publicaron unas gacetillas en la prensa justificando el aumento inevitable de las tarifas debido al requerimiento de efectuar grandes inversiones en la red, a los gastos de mantenimiento de la flota y las instalaciones, así como a la necesidad de mantener este sistema de transporte que resultaba menos costoso que el autobús y el trolebús.


Sin aviso previo por la prensa, a partir del mismo día 9 empezaron a regir los nuevos precios:
- Billete ordinario: 0,80 pesetas
- Billete reducido, dos viajes: 0,90 pesetas
- Billete reducido, cuatro viajes: 2 pesetas
- Billete nocturno o festivo: 1 peseta
Ello provocó nuevamente la indignación de las clases populares, aunque ésta vez no se trató de una reacción espontánea sino más bien planificada desde las fuerzas políticas antifranquistas clandestinas, especialmente desde el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), el Moviment Socialista de Catlunya (MSC) y el Partido Comunista de España (PCC). El carácter unitario de todas estas formaciones y otras que se sumaron a la causa sirvió para concienciar acerca de la necesidad de desgastar al régimen franquista y luchar por la democracia.
El día 14 empezó el boicot de usuarios contra los tranvías. Una vez más, la gran mayoría de los barceloneses optaron nuevamente por no viajar en los transportes públicos y trasladarse en coche o a pie. Los estudiantes de la Universidad de Barcelona desarrollaron un papel muy especial, pues de las facultades de Letras y de Medicina salieron a la calle numerosos alumnos gritando consignas, lanzando piedras contra los tranvías y otros vehículos, e incluso llegando a quemar retratos de Franco y José Antonio. No obstante, la policía actuó rápidamente para disolver el altercado llegando a detener a 17 estudiantes más otros 16 activistas.


En esa misma fecha la prensa barcelonesa publicó una nota de Tranvías de Barcelona defendiendo el aumento de tarifas. Básicamente culpaba de la mala situación económica el hecho de haber mantenido durante los últimos años los antiguos precios como consecuencia del boicot popular de 1951 y al aumento de los jornales, generando un déficit anual de 60 millones de pesetas. Por ello el Ayuntamiento de Barcelona subvencionaba anualmente con más de 40 millones de pesetas destinados el mantenimiento de los 5.000 empleados de la Compañía encargados de hacer circular a los 570 vehículos que recorrían diariamente 86.000 kilómetros.
El día 15 la prensa barcelonesa hizo un llamamiento para no participar en el boicot popular, apelando al civismo y recordando como era costumbre los altercados similares sucedidos durante los años treinta y sus consecuencias. El gobernador civil de Barcelona, Felipe Acedo Colunga, tachó el suceso de maniobra comunista e incluso exigió a los funcionarios municipales una medida absurda como que compraran el billete del tranvía aunque no viajaran. Mientras tanto, los estudiantes universitarios volvieron a la lucha lanzando piedras contra vehículos y autoridades, e incluso hicieron sonar la campana del edificio de la Universidad central.
El día 25 se dio por finalizado el boicot de usuarios contra los tranvías. Fueron 12 días de resistencia de los cuales los medios de comunicación apenas se pronunciaron salvo en los dos primeros días. La prensa, condicionada por el régimen, ofreció su particular visión de los hechos, demonizando a quienes participaron e intentando ofrecer una situación de normalidad. La movilización resultó especialmente dura por las fechas, pues aquél mes de enero fue muy frío y aun así los barceloneses resistieron estoicamente las adversidades climatológicas. Las pérdidas económicas de Tranvías de Barcelona ascendieron a unos 15 millones de pesetas.


Aunque la rebelión tuvo gran éxito en cuanto a movilización social se refiere, siendo su impacto menor que la del año 1951 y lamentablemente no logró provocar otra huelga general ni la reducción de las tarifas tranviarias. Tuvo el apoyo de intelectuales como Jaume Vicens Vives, Josep Benet, Maurici Serrahima, Edmon Vallès, Santiago Nadal, Salvador Millet, Ferran Giménez Artigues, Joan Raventós y Rafael Tasis, los cuales algunos de ellos participaron en el comité de huelga y redactaron los panfletos a repartir entre la gente. De todos ellos, Benet y Raventós se trasladaron a Madrid intentando promover un movimiento de protesta similar que no llegó a cuajar.
La huelga de usuarios de tranvías de 1957 fue la semilla de los movimientos estudiantiles desencadenados especialmente tras la detención de varios estudiantes y el cierre durante un mes de la Universidad central y su posterior apertura bajo severas y restrictivas condiciones. Ante la situación de represión el 18 de febrero de ese año los alumnos colgaron en un balcón del edificio de la Universidad unos muñecos ahorcados que representaban el vicerrector y el rector en funciones, y surgieron llamadas a no ir a clase. Estos sucesos fueron respondidos con continuas identificaciones y registros policiales por los patios del recinto universitario. Tres días después unos 800 estudiantes organizaron en el Paraninfo de la Universidad la que sería la primera Asamblea Libre de Estudiantes. De allá salió un manifiesto solicitando el retorno de la normalidad académica, la supresión de las trabas para la comunicación de los estudiantes, la retirada de la policía del edificio, la anulación de los expedientes académicos y la dimisión del ministro de Educación, el rector y el vicerrector.


Otra consecuencia fue la dimisión del alcalde de Barcelona Antonio María Simarro Puig. El 19 de marzo siguiente fue sustituido por José María de Porcioles Colomer, el cual culminó el proceso de municipalización de los transportes públicos barceloneses, extendió la red de metro y autobuses por la ciudad, suprimió los trolebuses y los tranvías e inició una nueva etapa de transformación y desarrollo de Barcelona.

Fotos: aboriginemag.com, blogs.sapiens.cat, hemeroteca La Vanguardia.

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