El 23F fue en realidad el final definitivo de una corta pero intensa Transición hacia la democracia. Desde la muerte de Franco, tras ese aparente proceso tan ejemplar como dicen algunos, se sucedieron muchos episodios de miedo, tensión, violencia, manifestaciones, atentados, amenazas, muertes y conspiraciones. Hubo mucha censura, en ciertos aspectos tanta o más que bajo el régimen franquista. Son muchas cosas las que todavía no sabemos y que se encubren. Nos encontramos ante un caso similar al de JFK donde solo se publica aquella parte que no compromete a nadie. Deberán de transcurrir muchos años, tal vez cuando toda esa generación de franquistas haya muerto, para desvelar la verdad. No fueron años tan idílicos como pretenden hacer creer. Parece que discrepar con el proceso en que se llevó la Transición es políticamente incorrecto, y cualquier oposición es ir contra la paz y la democracia de este país.
Son muchas cosas las que ignoramos de esta llamada Transición ejemplar. Un procedimiento premeditado estando todavía vivo el general Franco, que aseguró dejarlo todo “atado y bien atado”. Efectivamente, porque el proceso se efectuó tal y como él habría querido, porque esa Transición en realidad empezó a principios de la década de 1970. Quien sabe si Franco, en caso de haber vivido más años, hubiese cedido a un proceso democratizador tal y como hizo Augusto Pinochet en Chile. Quién sabe, pero el caso es que por aquel entonces ya se estaba hablando de redactar una constitución, de una posible legalización de los partidos políticos y de ampliar el derecho al asociacionismo, entre otras cosas.
Sin embargo, ha sido una Transición al gusto de lo deseado por el régimen franquista. No hubo ruptura sino continuismo, y ceder ante los designios del dictador incluso después de muerto, algunos lo definen como un proceso de Transición pacífica y ejemplar. Eso es sin lugar a dudas un mito extendido, incluso quienes aseguran que en Cataluña en general y Barcelona en particular fueron años muy buenos y maravillosos, de unidad y cohesión social, y de luchas por la libertad, todos ellos rotos posteriormente por culpa del nacionalismo catalán. Quienes sean testigos de aquellos años se darán cuenta de que eso es una pura mentira. Nada más hay que observar como estaba la capital catalana antes y como está ahora. La década de 1970 nunca fue idílica sino todo lo contrario, llena de miedo e inestabilidad.
Vivimos bajo la democracia del miedo. Hay que acatar por la fuerza lo que nos han dado y no pensar, olvidarse del pasado sin rechistar. Se habla de no reabrir viejas heridas, cuando en rverdad no se han reabierto, sino que dichas heridas jamás se cerraron. En realidad, la Guerra Civil española jamás terminó, porque una guerra civil nunca termina, y hoy día todavía continua abierta. Solo concluyó la parte bélica, nada más, pero la lucha entre las llamados dos Españas es una realidad. La gente ni olvida ni perdona. Fue una guerra que no sirvió absolutamente para nada, como todos los conflictos bélicos, porque la sociedad española sigue dividida y a este paso siempre lo estará.
¿Qué se puede esperar de una Democracia en la que no puedes juzgar su proceso de transición, no puedes hurgar en el pasado, no puedes saber la verdad, algunas cosas no las puedes decir y no puedes cuestionar o reformar una declaración de principios como es la Constitución como si se tratara de la Biblia? Esa no es una Democracia normal. En un estado democrático la gente tiene derecho a saber la verdad y a poder cambiar las cosas, y es que esta Democracia no ha sido al gusto de todos sino diseñada por un lobby de poder que ya conocemos y que en la sombra todavía vigila el funcionamiento del estado y permanece alerta ante cualquier intento de cambio y rebeldía. Son “el ojo que todo lo ve” que nos pide que olvidemos el pasado como si la represión y los crímenes del pasado solo hubiesen sido una broma, y seguir hacia delante, acatando lo que hay, considerándolo lo mejor y sin plantearse siquiera alguna posible reforma. Todo atado y bien atado. Y quienes osen reformar la Constitución y los estautos de autonomía, defender los matrimonios y las adopciones de los gays, regularizar y ofrecer un trato de igualdad a la inmigración, abogar por un modelo laico que evite la influencia del catolicismo y sobre todo reconocer las diferencias identitarias, lingüísticas y culturales de España, el “Gran Hermano” se encargará de gritar “quieto todo el mundo”. Esa es nuestra democracia.
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