El anterior alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, en un intento desesperado de mantener su popularidad y de no perder las elecciones decidió por sorpresa presentar a la capital catalana como candidata para celebrar los Juegos de Invierno del año 2022. La moda de impulsar el crecimiento de la ciudad a base de grandes eventos internacionales no ha cesado. Cada alcalde socialista ha tenido el suyo porque han querido pasar a la historia de la Ciudad Condal y ser recordados para la posteridad como los responsables de engrandecer Barcelona. Pero de todos ellos solo Pasqual Maragall lo consiguió porque a pesar de haber una operación de maquillaje de cara al mundo, al menos recuperó la ciudad como un espacio de uso y disfrute para la gente así como el orgullo de ser barcelonés. Así es como pasará por haber sido uno de los alcaldes más importantes del siglo XX. Sin embargo, los grandes eventos no pueden sucederse de modo continuado porque suponen un gran desembolso de dinero que resulta difícil de recuperar. Y actualmente los tiempos que corren no están para otorgar privilegios.
Antaño, las circunstancias socioeconómicas fueron propicias para el desarrollo de tres importantes eventos que funcionaron y sirvieron para dar un notable impulso a la ciudad, proyectándola más allá de nuestras fronteras. Sin lugar a dudas, la Exposición Universal de 1888 y la Exposición Internacional de 1929 contribuyeron a impulsar Barcelona, aunque en realidad, como grandes proyectos burgueses, no resolvieron los fuertes contrastes sociales, porque mientras al mundo se le ofrecía la cara más bella y moderna, se ocultaba la pobreza, el barraquismo y el bandolerismo. Estos acontecimientos respondieron a unos momentos puntuales necesarios para salir del estancamiento y dar un empujón a los proyectos pendientes. La Exposición Universal de 1888 sirvió para revitalizar el sector de la construcción en un momento de depresión económica, fue el primer paso de la europeización de la economía catalana, y contribuyó a establecer buenas relaciones entre la burguesía catalana y la monarquía recientemente restaurada en Madrid. La Exposición Internacional de 1929 contribuyó a integrar la montaña de Montjuïc a la ciudad, a la realización de importantes obras públicas y urbanísticas, a la mejora de las comunicaciones, a consolidar la proyección mundial de la ciudad, y al despegue definitivo del turismo.
En un contexto diferente y contemporáneo, la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992 sirvió para enterrar esa urbe triste y gris del periodo franquista, apostar por un nuevo y renovado modelo de ciudad y consolidar su proyección al mundo entero.
Sin embargo, actualmente Barcelona no puede evolucionar a costa de grandes acontecimientos, porque estos no son necesarios ni darían los resultados esperados. El ejemplo más claro y reciente ha sido el Forum Universal de las Culturas del año 2004, que no tuvo la resonancia esperada y la ciudadanía no respondió adecuadamente a la cita, aparte de no haber recibido el apoyo de la mayoría de partidos políticos y de generar un enorme déficit. Solo puso en evidencia que sirvió de excusa para efectuar grandes operaciones especulativas muy impopulares que no se tradujeron en beneficios para la ciudad ni en una mejora en la calidad de vida de su ciudadanía. Diagonal Mar se erigió como un gran proyecto al estilo americano, es decir, elitista e insostenible, mientras que otras obras pendientes no se pudieron finalizar. Todo ello casi le costó revalidar la alcaldía al no menos megalómano Joan Clos, que de haber seguido hubiese puesto en bandeja de plata la victoria al actual alcalde Xavier Trias cuatro años antes de lo previsto.
El sector Sant Andreu-La Sagrera es el último gran espacio pendiente de urbanizar, pero su finalización y financiación no debe depender de la celebración de un acontecimiento internacional como serían los Juegos de Invierno del año 2022. Barcelona debe de apostar por un crecimiento anual continuo en base a sus potencialidades. La era de los grandes macroproyectos ha terminado porque la ciudad está prácticamente toda urbanizada. Solo quedan pequeños espacios puntuales relativamente fáciles de ocupar para algún uso social. El funcionamiento de toda urbe es como un sistema abierto y dinámico que se va renovando constantemente porque su construcción nunca se termina, de ahí que se renueve y se adapte a los nuevos tiempos. Así, pues, los acontecimientos antes citados (salvo el Forum 2004) respondieron a una solución factible ante la falta de una renovación que propició a una degradación del espacio, a un estancamiento de este dinamismo debido sobretodo a circunstancias políticas. Es decir, cuando el sistema no funcionó se acudió a celebrar estos grandes eventos para reactivarlo y poner nuevamente en marcha los engranajes. Actualmente Barcelona funciona y rueda hacia delante. Solo basta una buena gestión para mantener y aumentar ese prestigio nacional e internacional, pero sin olvidarse de su ciudadanía.
Ello no implica que se renuncie para siempre a acoger grandes eventos, en absoluto, solo que el desarrollo de la ciudad no debe fundamentarse en ellos sino en la explotación de aquellos sectores que le confieren mayor capacidad y prestigio: turismo, comercio, cultura, ferias y congresos, deporte, investigación y desarrollo, nuevas tecnologías y economías emergentes.
No es Barcelona una ciudad para celebrar unos juegos olímpicos de invierno. La candidatura de Zaragoza es más lógica y tiene mayor razón de ser. De elegir una ciudad catalana, hubiese sido mejor candidata Lleida por la disponibilidad de grandes espacios potencialmente urbanizables para erigir una “villa olímpica”, por sus buenas comunicaciones por carretera, ferrocarril y aeropuerto, por su proximidad al Pirineo, y por su buena situación geográfica. Posiblemente este evento sí que daría un estímulo al desarrollo económico de la ciudad, a incrementar el turismo y a establecer un equilibrio entre la Cataluña interior y la Cataluña mediterránea.
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