Estamos en proceso de constitución del renovado Parlamento y del Senado salidos de las recientes elecciones generales de las que el Partido Popular obtuvo la mayoría absoluta. El nuevo gobierno entrante tendrá como principal gran reto asentar las bases que permitan para los próximos años salir de esta crisis económica y evitar que la ciudadanía caiga una vez más en el desengaño y la desesperanza. No será un trabajo sencillo sino todo lo contrario, y ello implicará la forzosa aplicación de medidas impopulares traducidas en recortes, privatizaciones, subidas de precios y austeridad, tal y como manda esta Unión Europea liderada por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy.
El nuevo Parlamento es el resultado de la elección del pueblo español en el pasado 20 de noviembre sobre quienes nos tienen que representar y gobernar durante los próximos cuatro años. Ante la situación actual de una crisis de duración indefinida, la mayoría absoluta del Partido Popular no será suficiente para dar respuesta a las demandas sociales y para resolver los problemas de nuestro país. Creer que van a poder aplicar, hacer y deshacer impunemente y a su voluntad sin que nadie lo pueda impedir es un grave error. Estamos en un momento crítico y excepcional que va mucho más allá de la aplicación partidista de un programa de gobierno, de modo que determinadas propuestas tendrán que ser ineludiblemente discutidas con el resto de partidos. Los intereses generales deberán de primar sobre los intereses particulares por el bien común, con la necesidad de formar un gobierno de unidad de todas las fuerzas democráticas representadas y que cada una de ellas participe activamente planteando problemas y ofreciendo soluciones. Esa unidad, y no un solo partido aunque tenga mayoría absoluta, es lo que hará de España un estado con voz fuerte y decidida en Europa, porque en caso contrario seremos simplemente una región más del viejo continente a las órdenes de la alianza “Merkozy”.
La crisis ha llevado a una severa derrota de los partidos que habían gobernado hasta ahora, poniendo en evidencia su mala gestión y otras deficiencias. Ahora España ha apostado por un cambio radical no tanto por las simpatías hacia el Partido Popular sino en buena medida como una reacción natural en busca de nuevas soluciones alternativas a las actuales. Dar una respuesta satisfactoria a ese voto de confianza será determinante para evitar otro fracaso y, por consiguiente, extender más que nunca el descrédito político, lo que llevaría al caos y a una situación de inestabilidad indefinida.
Como consecuencia de esta crisis, los partidos populistas han crecido notablemente producto del descontento y del desengaño que provocan un estado de debilidad y desánimo aprovechado para lanzar las culpas contra los más vulnerables. El populismo no es la solución a la crisis porque la historia así nos lo ha demostrado. Ahora le toca el turno al Partido Popular, al que le deseo suerte para salir de esta crisis porque en caso de lograrlo no dudaré en reconocerlo y en alegrarme de que este país por fin camina hacia delante. Y eso no significa ser militante, votante o simpatizante de ellos, pues os puedo asegurar que si ahora le tocara gobernar al Partido Socialista o a cualquier otro partido, serían igualmente los mismos mis deseos de que hagan una buena labor que nos haga ver el final del largo túnel.
Vivimos tiempos de desencanto político que no responden a un capricho o a una moda pasajera sino a buenas razones que son motivo lógico para optar por desmarcarse de este colectivo cuya consecuencia de su mala gestión traducida a menudo en abusos, robo y corrupción está pasando factura. Sin embargo, no se puede generalizar a todos los políticos como tampoco es prudente ignorarlos, porque ellos son quienes mueven la rueda del mando del barco hacia un rumbo u otro, y no nos podemos conformar como meros espectadores viendo como viran hacia un destino equivocado. Nuestra voz tiene que contar para dirigirlos por el camino que creamos más recto. Detrás de los políticos debe de estar el pueblo, la auténtica voz del país. Si en estos momentos están quienes ahora están en el Parlamento es responsabilidad nuestra porque entre todos lo hemos decidido así, incluyendo quienes votaron en blanco o en nulo y quienes no fueron a votar. Absolutamente todos somos responsables de nuestra decisión y es un deber acatarlo y atenerse a las consecuencias. Ahora nos toca trabajar activamente, pues pasar a un segundo plano, como actores y actrices secundarios, obrando como sufridos tal y como se ha hecho en numerosos episodios de nuestra historia, no conviene en absoluto si realmente apostamos por un cambio y por salir hacia delante.
Dada la situación de desesperación, porque no existen otras alternativas reales, es preferible encomendarse al nuevo Parlamento entrante y desearle mucha suerte en la lucha para salir de la crisis, porque de conseguirlo, vuelvo a insistir, no dudaré en alegrarme, no precisamente por simpatía o militancia hacia quienes gobiernan, sino por la necesidad de no dar la espalda a una de las últimas oportunidades para evitar que España entre en el caos y el colapso.
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