Ahora bien, la cuestión a plantear es qué hay realmente detrás de esta campaña, pues bajo la aparente buena intención de reclamar unos derechos, también podría existir un intento de hacer proselitismo ideológico, de conseguir adeptos a su manera de pensar. Con ello no estoy ni mucho menos acusando de que esto sea así, pues podría estar haciendo una injuria y en realidad solo planteo una duda razonable. Por ejemplo, a pesar de que ellos aseguran respetar a los creyentes y no tener nada en contra ellos, sin embargo, conozco el testigo de una cercana amistad que fue a visitar a una de esas asociaciones y trató con un miembro que intentó convencerle en cinco minutos de que Dios no existía.
De ningún modo estoy yo negando o limitando los derechos del colectivo ateo, y yo como creyente jamás intentaré convencerles de que Dios existe. En cambio, lo que sí deseo expresar, es que existen ateos (no todos) que tienen una concepción muy equivocada acerca de los creyentes. Para empezar, confunden Dios con religión, iglesia y cristianismo, es decir, que ser creyente implica necesariamente ser religioso. Los cuatro conceptos son distintos a pesar de la estrecha vinculación entre ellos, pero el planteamiento sobre la existencia de Dios va más allá de hechos culturales. Así, pues, en el supuesto de que nunca hubieses existido religiones, la humanidad se hubiese planteado igualmente la existencia de un ser superior y ello hubiese dado a la formación de creyentes bajo unas bases distintas a las actuales. En absoluto negaré los errores y las barbaridades cometidas por la Iglesia Católica, pero ello no me ha obligado a renunciar a la fe, ya que el uso de la razón me ha abierto otras posibilidades que funcionan y son perfectamente compatibles con los cambios de los tiempos. Comentarios como el de una actriz española cuyo nombre no voy a decir la cual afirmó que “fue a un colegio de monjas y se convirtió en atea perdida” es propio de personas incapaces de ver y pensar más allá de un palmo de sus narices.
Otro gran error de algunos ateos es el de relacionar ateísmo con librepensamiento, libertad, felicidad y calidad de vida. Es decir, se concibe al creyente en Dios en general y a la persona religiosa en particular como un ser reprimido, incapaz de pensar más allá de sus convicciones, de cabeza cuadrada, inflexible, opresor, reaccionario, amargado e infeliz. Y además, para guinda del pastel, el creyente y el religioso son los pobres idiotas temerosos de la vida, aferrados a un mito “inventado para explicar lo que no tiene explicación” porque no quieren aceptar la muerte y encubren su miedo, su inseguridad y su cobardía “viviendo del cuento”. Entiendo que el fanatismo religioso, especialmente el de determinados grupos católicos ultraconservadores y de algunos colectivos islamistas han perjudicado y criminalizado la imagen de muchos creyentes. Solo hay que ver la situación en la que viven los países bajo regímenes teocráticos, que asesinan “en nombre de Dios”, es decir, se agarran a un ser de bien para hacer el mal. Sin ir más lejos, en nuestro país, el nacional catolicismo bajo el régimen franquista contribuyó a dañar la imagen del verdadero Dios y del creyente, lo que ha llevado en democracia a adoptar una reacción en contra, incluso una actitud de venganza.
En resumen, a lo que hay que hacer frente es a los fanatismos y a los fundamentalismos, pero no relacionar Dios y religión con ambos conceptos. Eso es presuponer que las tiranías son propias de sociedades religiosas. ¿Y el nacional socialismo de Hitler y el comunismo de Stalin, ambos ateos, acaso no eran una tiranía por el hecho de negar a Dios? Es un error, pues, pensar que exterminando las religiones del mundo se acabarían con las dictaduras, ya que de nada serviría. Quien tiene vocación de dictador simplemente lo es, con Dios o sin él.
Otro aspecto curioso a analizar es el lema de la campaña: “Probablemente, Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Es decir, que dan por sentado que quien es creyente no disfruta de la vida y no es libre de pensar y de hacer. La cuestión a plantear es qué entienden ciertos ateos (insisto, no todos) por “disfrutar de la vida” y “ser libre”. Aquí hay una clara contradicción. Para disfrutar de la vida y de la libertad necesitan ser ateos, es decir, que ellos están admitiendo sin quererlo que necesitan depender del ateísmo para llegar a obtener este disfrute, como el drogadicto necesita su dosis para calmar el mono. Luego un ateo ya no es tan libre como cree, sino que padece una dependencia para llegar a ese objetivo. Si a esto le sumamos la incapacidad de pensar otras formas de fe debido a la relación ya citada de Dios con religión, iglesia y cristianismo ¿Dónde está la libertad del ateo de la cual presumen tanto? ¿A qué libertad se refieren y son capaces de alcanzar a diferencia de un creyente? ¿Drogarse? ¿Emborracharse y fumar porros? ¿Dejarse greñas y vestir tejanos rotos? ¿Tatuarse el cuerpo y ponerse pendientes? ¿Irse de fiesta cada fin de semana? ¿Disfrutar de la música heavy? ¿Fornicar con el/la uno/a y e/la otro/a o irse de putas? ¿Ver películas de anticlericales como las de Ingmar Bergman y Luís Buñuel o cine porno? ¿Leer a Karl Marx?
Si eso es lo que se entiende por libertad, yo puedo asegurar que no es necesario ser ateo para hacer cualquiera de las cosas antes mencionadas. Seguro que existen personas creyentes que serán incapaces, pero al menos ese no es mi caso en particular, pues mi libertad de pensamiento y de acción, como creyente que soy, no viene marcada por la mala conciencia de si Dios me va a castigar o no. Las cuentas con el Altísimo ya las pasaré cuando me llegue la hora. ¿Cuánta gente extremadamente religiosa y miembros del clero no han sido pillados en escándalos financieros y sexuales?
Finalmente, no desearía terminar mis valoraciones sin retomar nuevamente el lema de la campaña: “probablemente, Dios no existe”. ¿Probablemente? O sea, que los ateos tienen dudas razonables y en el fondo son incapaces de afirmar rotundamente que Dios no existe. Lo mismo se podría decir de los creyentes, pues existen diferentes grados de fe, desde la más ingenua hasta la de pura conveniencia. Nada más hay que recordar a un Papa que afirmó “cuan rentable era el negocio de la fe”, o los dictadores que se amparan bajo el palio de la Iglesia para someter al pueblo y convertirse en un ser divino, algo frecuente en culturas latinas esa relación de Dios y patria. En definitiva, del mismo modo que un creyente debe de hacerse planteamientos, el no creyente también le conviene reflexionar a qué clase de ateo pertenece y por qué, pues el abanico es amplio: desde creyentes reprimidos que “no han salido del armario”, hasta ateos de conveniencia que no se plantean nada extramaterial por la pura comodidad de no complicarse la vida, pasando por ateos que atribuyen el ser creyente a ser conservador y de derechas para así dárselas de “progre”, y ateos que más que escépticos son en realidad gente resentida y enfadada con Dios porque la vida les ha hecho una mala jugada, como sufrir un accidente, padecer una enfermedad irreversible, acabar arruinado o haber perdido a un ser muy querido.
1 comentario:
Interesante escrito. En lo que a mí respecta, estimo fundamental establecer una clara diferenciación entre la creencia en la existencia de Dios y el seguiminento de los postulados que establece la Iglesia Católica. Creo, sobre todo, en las enseñanzas de Jesucristo; pero, en general y salvo contadas excepciones, la Santa Iglesia Católica no me merece respeto alguno. No me cabe la menor duda de que los Sres. Ratzinger y Rouco Varela son trasuntos de los fariseos que en su día llevaron al Cristo a la cruz.
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