Últimamente se está hablando mucho acerca del llamado Plan de Bolonia de reforma y uniformización de los estudios universitarios dentro del ámbito de la Unión Europea. Si procedemos a hacer un breve análisis, nos percataremos de las consecuencias negativas que podría tener su desarrollo para buena parte de la población estudiantil que se vería obligada a vivir forzosamente por encima de sus posibilidades y capacidades reales. Ese es el problema de muchos tratados de la Unión Europea porque la mayoría parten como si todos los países son iguales, y eso no es así, porque unos están más desarrollados que otros, y reducir los desequilibrios territoriales resulta algo mucho más complejo de lo que parece. Son diversos los aspectos que se podrían criticar del Plan de Bolonia. En primer lugar, se pretende adaptar el contenido de los estudios universitarios a las demandas sociales. Eso ya es de partida un error, pues se quiere convertir la universidad en una especie de formación profesional de grado superior. Una facultad es un lugar donde adquieres unos conocimientos acerca de una disciplina, sea de ciencias o de letras, con independencia de que el mercado laboral lo requiera o no. Por lo tanto, en una facultad lo que se adquiere es exactamente eso: una FACULTAD de aquella disciplina. Así, tal adaptación significará la marginación o destrucción especialmente de muchas ciencias humanas y sociales, ya que hoy día los estudios basados en “pensar” se valoran poco con la excusa de que vivimos en un mundo tecnificado. Por lo visto, estudiar filosofía o historia es algo rancio e inútil, por poner un ejemplo. En síntesis, se pretende que la universidad se convierta en una productora de individuos válidos para introducirse en el mercado laboral europeo, el formar trabajadores en vez de desarrollar y transmitir conocimiento o incluso conocimiento con aplicación social. Se quieren máquinas, y no personas.
En segundo lugar, se dice que el Plan serviría de marco de referencia a las reformas educativas que muchos países habrían de iniciar en los primeros años de este nuevo siglo XXI. Si de entrada se hace mal, esa referencia no será ejemplar sino muy perjudicial. En tercer lugar, la convergencia europea sólo se da a nivel de reconocimiento de titulación y no de conocimientos. Es decir, que un mal licenciado será más útil en unos países que en otros, con lo cual tanta reforma para que al final de todo solo valga un vulgar papel que podrás colgar en tu habitación o despacho. Lo demás, ya no cuenta. En cuarto lugar, se producirá una homogeneización y reducción del número de titulaciones (respecto a las actuales), así como los masters, que en vez de ser más específicos serán más generales y estarán enfocados a la empresa privada, la cual será la encargada de establecer los planes de estudio. Este punto significará, además de la destrucción de muchas disciplinas tan fundamentales para el desarrollo de la sabiduría humana, una elitización de la enseñanza universitaria, pues para acceder será necesario disponer de mayores recursos económicos sin trabajar para ello, ya que la equiparación práctica del horario estudiantil al de un horario laboral dificultará trabajar y estudiar al mismo tiempo. Se recurrirá a la inversión privada mediante el aumento de las tasas a los alumnos y se reducirá el gasto público en educación.
En definitiva, el Plan de Bolonia vive en una Europa inventada, imaginaria, utópica, donde tendrá más futuro un niño rico ignorante que un joven culto y emprendedor de barrio obrero, como sucedía cien años atrás cuando las diferencias entre ricos y pobres eran tan acentuadas.
Por lo que se refiere a los aspectos positivos, es bueno que pretenda facilitar un intercambio de titulados, que se cree un Espacio Europeo de Educación Superior atractivo para estudiantes y docentes, que se adopte un sistema de titulaciones universitarias fácilmente comparable en toda Europa, que se busque la movilidad por las universidades europeas de los estudiantes, profesores e investigadores, que se fomente el aprendizaje continuado y la calidad, que se siga a diario al trabajo personal del alumno mediante evaluaciones continuas, actividades no presenciales y trabajos en grupo, que se configure un sistema europeo de educación e investigación más atractivo, y que las universidades ofrezcan planes de estudio, métodos docentes y programas de formación innovadores. Ahora bien, para ello no hace falta hacer realidad este Plan, ya que todo esto puede ser regulado y aprobado por cada país y mediante convenios entre universidades de diferentes países tanto de la Unión Europea como extracomunitarios.
En segundo lugar, se dice que el Plan serviría de marco de referencia a las reformas educativas que muchos países habrían de iniciar en los primeros años de este nuevo siglo XXI. Si de entrada se hace mal, esa referencia no será ejemplar sino muy perjudicial. En tercer lugar, la convergencia europea sólo se da a nivel de reconocimiento de titulación y no de conocimientos. Es decir, que un mal licenciado será más útil en unos países que en otros, con lo cual tanta reforma para que al final de todo solo valga un vulgar papel que podrás colgar en tu habitación o despacho. Lo demás, ya no cuenta. En cuarto lugar, se producirá una homogeneización y reducción del número de titulaciones (respecto a las actuales), así como los masters, que en vez de ser más específicos serán más generales y estarán enfocados a la empresa privada, la cual será la encargada de establecer los planes de estudio. Este punto significará, además de la destrucción de muchas disciplinas tan fundamentales para el desarrollo de la sabiduría humana, una elitización de la enseñanza universitaria, pues para acceder será necesario disponer de mayores recursos económicos sin trabajar para ello, ya que la equiparación práctica del horario estudiantil al de un horario laboral dificultará trabajar y estudiar al mismo tiempo. Se recurrirá a la inversión privada mediante el aumento de las tasas a los alumnos y se reducirá el gasto público en educación.
En definitiva, el Plan de Bolonia vive en una Europa inventada, imaginaria, utópica, donde tendrá más futuro un niño rico ignorante que un joven culto y emprendedor de barrio obrero, como sucedía cien años atrás cuando las diferencias entre ricos y pobres eran tan acentuadas.
Por lo que se refiere a los aspectos positivos, es bueno que pretenda facilitar un intercambio de titulados, que se cree un Espacio Europeo de Educación Superior atractivo para estudiantes y docentes, que se adopte un sistema de titulaciones universitarias fácilmente comparable en toda Europa, que se busque la movilidad por las universidades europeas de los estudiantes, profesores e investigadores, que se fomente el aprendizaje continuado y la calidad, que se siga a diario al trabajo personal del alumno mediante evaluaciones continuas, actividades no presenciales y trabajos en grupo, que se configure un sistema europeo de educación e investigación más atractivo, y que las universidades ofrezcan planes de estudio, métodos docentes y programas de formación innovadores. Ahora bien, para ello no hace falta hacer realidad este Plan, ya que todo esto puede ser regulado y aprobado por cada país y mediante convenios entre universidades de diferentes países tanto de la Unión Europea como extracomunitarios.
En relación con el Plan de Bolonia, me han sorprendido las declaraciones del Conseller de Innovación, Universidades y Empresas de la Generalitat, Josep Huguet, al afirmar que la alternativa a Bolonia “es el retorno al modelo franquista, que Cataluña pagó con represión, muertes y fusilamientos y que decapitó su élite intelectual, y que salgan perfiles que demanda el mercado tiene una función social.” Pues bien, estos comentarios no tendrían nada de extraños si no fuese porque han salido de la boca de un hombre militante de ERC, cuya doctrina es (presuntamente) catalanista y de izquierdas. Una vez más, se refleja ese victimismo que constantemente brota e impide una concordia catalana con otros territorios nacionales o foráneos. Para ello no hace falta nada más que citar al Caudillo para que se nos convierta en mártires. Es decir, que citar a Franco y al franquismo es la excusa perfecta para justificar los errores e incumplimientos de ciertos partidos políticos cuando gobiernan, y así el pueblo llano les perdona y se calla. Por otro lado, habla de la élite intelectual. Ciertamente, hace cien años y más, una élite de intelectuales y artistas en sus diversas facetas marcaron una etapa de la historia de Cataluña que hoy día se puede considerar gloriosa y ejemplar, mediante el desarrollo de movimientos como la Renaixança, el Romanticisme, el Modernisme, el Noucentisme y otros que dieron un extraordinario y valiosísimo fruto en nuestra tierra, pues gracias a esa gente la prosperidad en el siglo XX fue extraordinaria. Ojala hoy día surgiera una nueva generación de jóvenes como aquellos hombres y mujeres de antaño, pero el precio a pagar nunca debe de ser la limitación del acceso de estudiantes de clase humilde. ¿Qué o quien impide a los jóvenes de hoy en día forjar un presente glorioso en el arte, las humanidades y las ciencias equiparable a dicho pasado glorioso catalán? Y que nadie responda, por favor, las consecuencias del franquismo o la popularización de la universidad. ¿Cómo un Conseller de ideas progresistas pretende elitizar la enseñanza, que es un derecho universal de todos/as, y encima afirma que es una función social que en la universidad solo salgan licenciados que demande el mercado laboral? ¿De dónde cree que nacieron sus ideas “de izquierdas” y catalanistas? Pues de la filosofía, del arte y de las humanidades, que tan poco interesan hoy día ni a ese Conseller.
2 comentarios:
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Otro excelente escrito, Ricard. Se dibuja en el firmamento un panorama desolador: el de un mundo maquinal y utilitarista en el que no ha lugar a sentimientos ni a todo aquello que no conlleve un rédito económico inmediato.
Un fuerte abrazo.
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