Si después de tergiversar, manipular, reinterpretar e instrumentalizar el pensamiento filosófico y político de propio Karl Marx a intereses particulares, esto le llevó a afirmar decir la célebre frase “yo no soy marxista”, podríamos tener la convicción de que si alguna vez regresara Jesucristo en carne y hueso a nuestro mundo afirmaría al mundo con una frase similar “yo no soy cristiano”, tal y como lo entiende el clero, por supuesto, y no en un sentido de abjuración personal de su prédica.
La festividad de Semana Santa invita a reflexionar acerca de la figura de Jesucristo, un personaje de la historia que levanta una extrema fascinación tanto para los creyentes como para los ateos, pues todavía lidera las encuestas acerca de qué personaje de la historia les gustaría conocer en persona e irían con él a tomar una cerveza.
Algo debe tener para que se hable tanto y encandile a la mayoría de la humanidad, siendo analizado desde todos los puntos de vista, como un ser sobrenatural que hacía milagros e incluso como un simple agitador social pasando por visiones mágicas e incluso como un extraterrestre. Claro está que no deja indiferente a nadie, ni aún acudiendo a los textos originales de la Biblia dado que esta ha sido manipulada a la conveniencia de la Iglesia Católica.
Sin embargo, parece que las Sagradas Escrituras son el principal y más importante recurso para acudir a información relativa a Jesucristo y conocer exhaustivamente todas y cada una de sus enseñanzas. Es un error afirmar que la Biblia puede tener muchas interpretaciones. Eso no es así, porque sus autores al redactar los libros quisieron transmitir un mensaje objetivo aunque usaran un lenguaje simbólico con un sentido difícil de entender para la mayoría. No se trata de un juego de adivinanzas y que cada uno lo entienda libremente a su antojo, pues en ese caso no tendría sentido estudiarla si hubiese tenido la pretensión de ser una obra subjetiva. Bastaría entonces con que todo el mundo se pronunciara como quisiera a ver quién la dice más gorda. En ese sentido, el abanico es muy amplio, desde los Testigos de Jehová que niegan cualquier simbolismo asegurando que todo lo narrado sucedió al pié de la letra, hasta entusiastas de lo sobrenatural que afirman claras referencias a avistamientos de ovnis y a la visita de seres extraterrestres en muchos versículos. A todo ello habría que tener presente los géneros literarios usados que otorgan esas expresiones tan características que la mayoría del público no entiende: narrativo, apocalíptico, sapiencial, jurídico, lírico, evangélico, profético, epistolar e histórico.
Para comprender la Biblia hay que tener en cuenta la época tan antigua en que fueron escritos los libros que la componen, la mentalidad de aquellos países y de aquellos tiempos, la cultura, tradiciones y pautas de comportamiento de aquellas civilizaciones, el estilo literario y la manera cómo se expresaban los hechos, así como las circunstancias personales y del entorno de sus autores en el momento de proceder a la redacción de las escrituras. A todo ello habría que añadir las lenguas usadas, tal y como explicó una vez en clase mi profesora de latín de tercer curso de bachillerato durante mis años de estudiante. Asegurándonos de que había leído diversas partes de la Biblia en sus lenguas originales, que por supuesto ella dominaba a la perfección, afirmó que el sentido, el espíritu y el sentimiento de fondo que se transmitía no podía ser el mismo que las ediciones traducidas al resto de lenguas del mundo, porque éstas no lo captaban. Es decir, que para entender el verdadero sentido de las Sagradas Escrituras habría que leerlas en su lengua original, previo aprendizaje. ¿Alguien se anima a hacerlo?
Históricamente, la Biblia que conocemos hoy fue sancionada por la Iglesia Católica bajo el pontificado de Dámaso I, en el Sínodo de Roma del año 382. En total se aprobaron 73 libros, de los cuales 46 corresponderían al Antiguo Testamento, 7 libros serían los llamados Deuterocanónicos y los 27 restantes pertenecerían al Nuevo Testamento. Ello se confirmó en el Concilio de Hipona en el año 393 y ratificado en los Concilios III de Cartago, en el año 397, y IV de Cartago, en el año 419. Cuando reformadores protestantes lo impugnaron, el canon católico fue nuevamente confirmado por decreto en la cuarta sesión del Concilio de Trento del 8 de abril de 1546. Quedaron excluidos los llamados textos apócrifos, de los que aseguran muchos expertos que aportan importantes datos biográficos sobre la figura de Jesucristo censurados a conveniencia por la Iglesia Católica. Si a ello sumamos la alteración, reinterpretación, adición y supresión de versículos llegaríamos a la conclusión de que lo que se nos ha vendido durante tantos siglos no se correspondería al personaje real sino a lo que un lobby tan poderoso e influyente en todos los ámbitos como es el clero ha querido hacernos creer. Ello no significa que la creencia en las enseñanzas de Jesús tal y como se expresan en las actuales ediciones de la Biblia sea absurdo o una equivocación. En absoluto. Solo que merecería la pena autocultivarse recorriendo a otras fuentes alternativas de información para ampliar conocimientos e incluso (por qué no) mejorar y enriquecer la fe cristiana, más allá (o acerca del sentido del cristianismo no debería de asustar por miedo a perder la fe, pues esta en vez de desaparecer simplemente se transformaría, pero nadie que es verdaderamente cristiano dejaría de serlo.
Al contrario, el cristianismo es una forma de vida vigente en todos los tiempos y perfectamente compatible y adaptable en el actual mundo moderno. Nada que ver con la doctrina eclesiástica y su política del miedo, el puritanismo, la represión, el castigo y la venganza. Cuando eligen nuevo Papa siempre se habla de la existencia en el seno de la Iglesia del sector conservador, del sector moderado, del sector progresista y de muchos otros que se podrían citar, aparte claro está de las distintas iglesias surgidas a lo largo de la historia por discrepancias entre unas y otras formas de fe que tantas muertes y desgracias humanas ha conllevado. ¿Qué significa esto, teniendo en cuenta que el mensaje de Jesús fue uno único e igual para todos? No cabe la menor duda de que dichos “sectores” no deberían de existir porque ninguno de ellos se corresponde a la realidad. La Iglesia, alejada del verdadero cristianismo, continúa su cruzada interfiriendo en las decisiones políticas de los estados democráticos, viviendo al margen de la democracia y de la evolución natural de una humanidad a la que jamás ha comprendido. Los clasismos, los nacionalismos, el racismo, el machismo, la homofobia, el puritanismo, el rechazo al progreso y los prejuicios hacia otras religiones o formas de fe son vigentes cuando el cristianismo siempre lo rechazó. En definitiva, si Jesucristo descendiese de los cielos y contemplara el actual panorama emularía a Karl Marx afirmando que no es cristiano tal y como hoy día se entiende a través de la Iglesia.
2 comentarios:
Pues evidentemente estoy de acuerdo con esa conclusión final. Y también con la lectura de todo el artículo y las diferentes ideas que vas exponiendo.
La Iglesia se ha apartado tanto, tanto... del camino evangélico. Lo que ocurre es que la Iglesia es dos cosas: evangelio, es decir, las escrituras, y además la tradición. Sin tradición no hay Iglesia. Lo malo es cuando la tradición acaba importando más (ocurre a menudo) o cuando la tradición es interpretada de un modo totalmente inmovilista. Entonces, en esos casos, salen obispos como el Reig Pla de las narices, con sus declaraciones tan ofensivas que habrás escuchado.
La Iglesia no puede alejarse de su tradición, está claro, de lo contrario sería lo mismo que los Tstigos o los Evangelistas. Me parece bien la tradición, siempre que sea revisada según los criterios del mundo contemporáneo. Es lo que quiso hacer el Vaticano II, pero en algunas cosas supongo que se equivocó, y en otras se lo han cargado.
En fin, que sin religión se vive de puta madre, eso también te lo puedo decir. Y que vivir sin religión es independiente a que uno pueda ser creyente, para mí no tiene casi nada que ver.
Saludos
Hola:
Grácias por tu comentario. Efectivamente, el creer en Dios no tiene nada que ver con las religiones porque en la práctica son dos cosas distintas.
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