martes, 13 de marzo de 2018

Adiós al... ¿negrero? ¿Normalización democrática o confrontación social?


Recientemente y a petición de algunas entidades se ha procedido a la retirada de la estatua del monumento dedicado al naviero y comerciante Antonio Víctor López y López de Lamadrid, marqués de Comillas. La razón principal por la cual se ha llevado a cabo tal acción se debe a su presunto pasado como esclavista. Algunas fuentes aseguran que parte de su fortuna se nutrió de su actividad intermediaria en el comercio de esclavos. Incluso su cuñado Francisco Bru en un libro que escribió titulado "La verdadera vida de Antonio López y López" lo acusó de negrero. Allí se explica con detalle cuáles fueron sus métodos para amasar fortuna y lo describe textualmente "como un sujeto cruel y despiadado, para el cual los negocios consistían en explotar al prójimo, y para el que todos los medios eran lícitos con tal de conseguir beneficios". Sin embargo, la Asociación Catalana de Capitanes de la Marina Mercante y otras fuentes de información históricas niegan rotundamente que exista un solo documento donde acredite que se dedicara realmente al tráfico de esclavos. En cuanto al libro de Francisco Bru, las mismas voces escépticas lo atribuyen como producto de la envidia y el resentimiento que él tuvo hacia Antonio López por haber logrado tanta fortuna en poco tiempo y por no haber recibido la herencia esperada de su padre. Pero lo más sorprendente es que en incluso en la actual Cuba comunista, es decir, bajo un régimen castrista cuya premisa es contraria a la explotación humana, todavía lo consideran como un liberador de esclavos y promotor de la escuela moderna.


Ambos puntos de vista son objeto de investigación. Ante las dudas razonables que me plantea el tema, prefiero no juzgar. Lo haré cuando crea tener suficiente información contrastable que me permita ofrecer un juicio de valor personal y adecuado, que no objetivo. Antes de aventurarme a un sí o a un no, prefiero disponer de una base histórica con la cual poder argumentar con seguridad. No pretendo que se comparta mi criterio ni convencer a quienes discrepan, pero me niego a reflexionar bajo la ignorancia llevado sólo por la histeria colectiva o por afinidades políticas, es decir, por la pasión y no por la razón. Me siento identificado con el miembro número 8 de la célebre obra "12 hombres sin piedad", que desde la primera votación no está seguro de si el acusado es inocente o culpable, y ante la duda razonable prefiere no contribuir a enviarlo al paredón.
La Taula de Treball de la Memòria Històrica, creada por el Ayuntamiento de Barcelona, es a priori una buena idea para promover la recuperación, preservación, difusión y dignificación de la memoria de los barrios de la ciudad, así como la protección del patrimonio. En ella participan, además de "expertos" en la materia, representantes de asociaciones y entidades vecinales y ciudadanas. Entre otras cosas, se encarga también de revisar la nomenclatura de calles y plazas y de los monumentos existentes, y es precisamente ahí donde últimamente se han generado numerosas polémicas. ¿Memoria histórica o desmemoria histórica? Esa es la cuestión. ¿Bajo qué premisas hemos de considerar que ciertos aspectos de la historia deben recordarse mientras que otros pueden condenarse al olvido? Pregunta embarazosa y controvertida, imposible de objetivar y de apolitizar.


Barcelona ha vivido distintas etapas de su historia en las cuales cada régimen o gobierno imperante, en función de sus valores, se ha dedicado a promover unos personajes y a censurar otros. Cada uno de ellos quiso dejar una imprenta permanente en la ciudad y todos ellos se han caracterizado por ser completamente opuestos los unos con las otros. Como consecuencia el establecimiento de un sistema político siempre implicó el intento de "borrar" el máximo de rastros posibles del anterior mediante la suplantación de unos monumentos por otros y el cambio de nombre de algunas calles y plazas. Incluso en algunos casos se procedió a derribar construcciones para edificar de nuevo. Es decir, siempre ha habido un intento, a menudo sutil y discreto, de adoctrinar a la población borrando de la memoria histórica lo que se consideraba ingrato en favor de extender los nuevos principios y valores vigentes y, por decirlo de algún modo, oficiales. Y así se ha actuado con independencia de si se trataba de una monarquía, una república o una dictadura. Ello se ha visto claramente en estos últimos cien años, durante la Monarquía Parlamentaria de Alfonso XIII, la dictadura primoriverista, la Segunda República y la dictadura franquista.
Actualmente esta democracia parece haber heredado la tradición de los antiguos sistemas gubernamentales. Todo aquello que no responda a los principios y valores a imponer, a la historia que nos quieren contar, debe ser eliminado y olvidado. A menudo existe un revanchismo, un sentimiento de venganza contra lo establecido antaño, fruto de odios, traumas y resentimientos entre diferentes colectivos, entre vencedores y vencidos. ¿Qué debería prevalecer y qué debería respetarse en democracia? No resulta fácil fijar criterios, pero parece que más de un siglo de historia contemporánea no ha servido para aprender de los errores del pasado.


Barcelona, por su trayectoria es inevitablemente una ciudad plural, es decir, rica y diversa en culturas, creencias, valores e ideologías. Sus barrios han sido construidos por el proletariado y por la burguesía, bajo democracias y bajo tiranías, bajo reyes y bajo republicanos. Ello sí es objetivo y no se puede cambiar. Los antiguos sistemas de gobierno han intentado desde siempre destruir dicha pluralidad porque en verdad las diferencias molestan, pero jamás se ha conseguido.
Es lógico que los tiempos presentes y futuros traigan consigo nuevos valores y principios, fruto de la evolución natural. Por tales motivos lo que antes se veía como normal ahora puede verse como insultante, y lo que en el pasado era denigrante e impensable en el presente está perfectamente normalizado. Igualmente resulta muy legítimo dedicar monumentos y calles a personajes más contemporáneos que con su labor han contribuido a causas justas y a engrandecer los valores de la democracia. Pero ello debe hacerse teniendo en cuenta la pluralidad de la sociedad, evitando censuras, coacciones y renuncias a principios personales en nombre de lo políticamente correcto, así como borrar aspectos incómodos del pasado fingiendo que jamás han existido. No es una guerra donde unos ganan y otros pierden sino definir la ciudad como un espacio consensuado donde todos quepamos y convivamos. Así, pues, por ejemplo, reivindicar personajes y valores republicanos tal y como ha sucedido últimamente no debería implicar la eliminación de nombres de monarcas o de personajes afines, sobretodo de la burguesía. No olvidemos que reyes y burgueses también construyeron Barcelona y que para muchos no fueron en absoluto tan malos.


El bien y el mal son conceptos relativos, no universales. Se puede entender que figuras del pasado afines a regímenes autoritarios sean mal vistos y por sus valores no merezcan disponer de un espacio ciudadano, pero ello no justifica borrar o cambiar la historia. Al contrario, la construcción de una ciudad también se ha debido a errores, y ser autocrítico es positivo y ayuda a que el futuro sea más constructivo, evitando caer nuevamente en dichos errores. Por eso mismo abogo por la apertura de un museo permanente que exhiba aquellas placas, estatuas y monumentos retirados de las calles y plazas barcelonesas con el propósito de mostrar a la ciudadanía otra cara del pasado histórico de Barcelona, incómodo (o tal vez no) pero real, y que respondió a una forma de vida y a unos principios que ya no son vigentes. Actualmente este material se halla amontonado en un almacén municipal visitable al público una vez al año, y merece otorgarle el valor histórico merecido con independencia de sus connotaciones, sencillamente porque forma parte de nuestra historia lo queramos o no. Dejemos la hipocresía, la demagogia y la desmemoria aparcadas. No finjamos que Barcelona es algo que jamás ha sido ni será por mucho que algunos se empeñen. Las gentes merecen conocer otras caras de la realidad, dulces y/o amargas, descubrir qué hay allí y por qué motivo estuvieron una vez expuestos en la vía pública. ¿Qué es aquello tan terrible que podría suceder si los barceloneses, o cualquier persona, descubren otras verdades? ¿Es tal vez una cuestión de ganar o perder votos? Pedagogía, que no adoctrinamiento, por encima de todo, e historia real frente a la oficial.


Fotos: Arxiu barcelona.cat, Arxiu Betevé, Arxiu vilaweb.cat, Ramon (ajuntament.barcelona.cat), Toni Albir (EFE), Víctor Serri (www.elsaltodiario.com).