martes, 9 de junio de 2020

¿Autoodio? No, gracias


Aunque el presente blog está destinado principalmente a ofrecer artículos sobre los transportes y la historia de Barcelona, las recientes manifestaciones de protesta sucedidas a nivel mundial como reacción a la muerte de George Floyd a manos de la policía, me motivan reflexionar sobre un estúpido fenómeno muy de moda en determinados sectores ideológicos: el autoodio.
El autoodio consiste en defender y ensalzar a aquellos colectivos socialmente e históricamente desfavorecidos mediante la desvalorización o el desprecio hacia uno/a mismo/a por el mero hecho de pertenecer al grupo social supuestamente agresor y discriminador. Se trata de un autocastigo moral y psicológico, asumiendo la culpabilidad y considerándose de modo activo o pasivo ser responsable de que otros vivan en situación de desventaja. El objetivo es que uno/a mismo/a se sienta culpable de ser quien es y cómo es, incluso hasta de haber nacido. Por poner algunos ejemplos, un hombre deberá despreciarse si quiere defender a las mujeres o a los llamados intersexuales o transexuales; un individuo de raza blanca deberá autoculparse de su color de piel para respetar a quienes pertenecen a otros grupos étnicos; y la heterosexualidad deberá despreciarse para demostrar respeto hacia quienes manifiestan una orientación sexual distinta. Lo mismo sucede con las ideologías políticas, cuando para demostrar tu arraigo o tu amor hacia un determinado territorio, o bien demostrar que eres demócrata, debes asumir a la fuerza y únicamente los principios impuestos por quienes se consideran buenos habitantes o simpatizar por unos partidos políticos concretos. De lo contrario, deberás asumir que eres un mal autóctono y un fascista.
En síntesis, en vez de erradicar cualquier tipo de desprecio e intentar alcanzar la máxima armonía posible para convivir en paz entre las diferencias, nos vamos del extremo de odiar a los colectivos socialmente desfavorecidos a odiar al colectivo presumiblemente culpable de haberlo causado, como si tuviésemos que arrodillarnos y pedir perdón por un agravio histórico. ¿Resuelve acaso la actitud del autoodio los problemas de desigualdad e injusticias y contribuye a un reequilibrio social y territorial mundial? ¿Servirá ello para pedir perdón a George Floyd por haber sido muerto a manos de la policía? ¿Acaso se sentirá más agradecida la comunidad negra o afroamericana?


Es innegable que este asunto no puede quedar al margen de la politización porque es ineludiblemente de interés político. Por activa o por pasiva, todo está politizado, y cualquier discurso o pensamiento se puede enmarcar en dicho ámbito. Ese no es el problema de fondo, sino lo que vendríamos a llamar partidismo, es decir, cuando determinadas posiciones ideológicas o partidos políticos pretenden apropiarse de la lucha y la defensa de colectivos socialmente desfavorecidos, liderando e impartiendo una doctrina que todo el mundo debe acatar porque de lo contrario te conviertes en disidente o discriminador. Ello termina por crear sentimientos de supremacismo entre los partidarios de ese punto de vista, en tanto creer que sólo ellos tienen la razón, que únicamente ellos tienen la capacidad y las herramientas para la defensa dichos colectivos y la lucha contra las injusticias. Así, aquellas formaciones políticas que hayan quedado al margen o cualquier punto de vista dispar al "oficial", aunque pueda ser bueno, es considerado automáticamente hostil.Ahí es donde hallamos la gran contradicción de aquellos quienes dicen ser demócratas pero luego, en vez de respetar y aceptar la diversidad política y de opiniones aunque no las compartan, sólo creen democrática su visión política personal y la de aquellos partidos políticos con los que simpatizan. Ello es una acción peligrosa e inadmisible en democracia que conlleva a la intimidación y la coacción, pues termina creándose una presión social y psicológica hacia aquella parte de la sociedad "disidente" la cual a menudo se ve obligada a autocensurarse, a encubrir sus verdaderas ideas por miedo a ser mal vista, a adquirir un complejo de culpabilidad e incluso a mentir para sentirse aceptados asumiendo a la fuerza un discurso que no creen. En definitiva, se logra que acatar ciertas ideas o simpatizar con determinados partidos políticos, de forma sutil, pasiva e indirecta, no sea una opción democrática sino una obligación forzosa, lo que Josep Tarradellas definió como "dictadura blanca".
Deberíamos concienciarnos de que todo ello no lleva a ningún lugar porque la lucha contra las desigualdades y contra la discriminación de colectivos desfavorecidos no es una cuestión de ser de derechas o de izquierdas, de ser progresista o conservador, de ser blanco o de otro color, de ser hombre o mujer, de definir buenos y malos, porque de lo contrario a la guerra contra la desigualdad y la discriminación deberíamos añadir una guerra partidista, ideológica  y de intereses personales que no hace más que agravar el problema.


El sentido común y la aplicación tanto de valores democráticos son el camino hacia una igualdad real, donde todos podamos convivir y vernos entre nosotros únicamente como personas, sin que las particularidades sean objeto de discriminación o desigualdad. Cualquier demócrata con sentido común y una mínima sensibilidad social debería ser suficientemente consciente de que todos formamos parte de un gran equipo, y que pese a nuestras diferencias, compartimos rasgos universales que nos igualan y nos unen en el entendimiento y la concordia.
Nadie debería pedir perdón por haber nacido o por existir, por pertenecer a un sexo, por su orientación sexual, por su raza o etnia, por su cultura, por ser de un país o territorio, por sus creencias, por sus ideas políticas o por sus valores, entre muchas otras cosas. Todos valemos por igual porque todos somos capaces potencialmente de aportar algo bueno para hacer un mundo mejor en el cual sumamos en la diversidad. ¿Autoodio? No, gracias.

Fotos: C. Jordà (El País), Pablo Lorenzana.

3 comentarios:

Júlia dijo...

Tens tota la raó, ho he pensat sovint.

El niño vampiro dijo...

Bravo. No cambio ni una coma.

Ricard dijo...

Moltes gràcies Júlia. Muchas gracias Niño Vampiro. Un abrazo.