martes, 21 de abril de 2015

Evolucionamos, pero no cambiamos


Hace tiempo que nos hemos acostumbrado a ver ante el televisor aquellas trágicas noticias en las que un alumno adolescente de una escuela norteamericana se encierra con una escopeta de caza y dispara indiscriminadamente contra sus compañeros y docentes. Esta vez nos ha tocado vivir una tragedia homóloga en Barcelona, de las que hasta ahora muchos creían que solo sucedían en la otra punta del globo porque "en los Estados Unidos están chiflados". La reacción popular es afirmar que nos estamos americanizando, que vivimos malos tiempos, que la juventud está peor y que ya no hay valores como los de antes. Todo ello es falso. No se puede atribuir lo sucedido al fenómeno de la globalización ni a los defectos del sistema capitalista porque en realidad se trata de una cuestión de la condición humana, en tanto que esta es idéntica en cualquier rincón del planeta, a la vez que todos compartimos rasgos universales propios de nuestra especie.


Tampoco tiene que ver con los tiempos que vivimos. Entre la gente adulta y especialmente anciana se suele oír que el mundo es ahora peor que antes y que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y en ese sentido no falta la célebre frase de "con Franco esto no pasaba" que todavía pregonan algunos. Pero la historia del mundo nos demuestra que las tragedias no son causa de la crisis o de los malos tiempos, sino que se trata de un hecho habitual dado desde siempre. Para quien lo dude, por favor, que tome un libro de texto de historia universal y observará que la historia de nuestras civilizaciones es una historia de guerras, destrucción y matanzas. Cualquier tiempo pasado fue peor. ¿Acaso los tiempos actuales, a pesar de todos sus defectos, en los que hay más tecnología, menos pobreza (a pesar de la crisis económica), mayor esperanza de vida, mayor acceso a la educación y a la cultura, más democracia y más avances en medicina son peores que hace cien años o que la Edad Media?.


Desgracias como la acaecida en el IES Joan Fuster, en el barrio barcelonés de La Sagrera suceden sencillamente porque en nuestro mundo hay individuos de todas clases y de todas las cataduras, siendo inevitable la existencia de sujetos que sientan pasión exacerbada por la destrucción, el caos y el crimen. El causante de la sangría ha sido un alumno de 13 años de edad, lo que da alas a criminalizar a la juventud como si esta etapa de la vida se tratara de una enfermedad pasajera cuyo remedio es el simple paso del tiempo. Una vez alguien dijo textualmente que "Los jóvenes de hoy en día adoran las cosas lujosas; tienen malos modales y desprecian la autoridad; muestran una falta de respeto hacia los mayores y les encanta platicar en donde estén. Los jóvenes son hoy en día unos tiranos y no son serviciales en sus casas. Nunca se levantan cuando los mayores entran en la casa. Les llevan la contraria a sus padres, hablan delante de la gente, comen golosinas en la mesa, cruzan sus piernas y les faltan al respeto a sus maestros". Fue Aristóteles, en el año 400 antes de Cristo. La conclusión es que nada ni nadie ha cambiado.


Hay adultos y ancianos desmemoriados de que una vez también fueron jóvenes, que odian a la juventud como si de una lacra social se tratara y fuese la causa de los problemas sociales. ¿Acaso un mundo solo de adultos y ancianos funcionaría mejor? Afortunadamente la realidad nos dice otras cosas, como la existencia de jóvenes repletos de ambiciones e inquietudes, con ganas de cambiar el mundo corrigiendo los errores cometidos por las viejas generaciones, con un anhelado deseo de regenerar los valores democráticos, y con un claro sentido de la solidaridad y el compromiso. Es esa gente la que permite una reconciliación con este colectivo y alienta esperanzas de forjar un mundo mejor, más justo y sostenible. Esa juventud es la que permitirá otro nuevo paso en la evolución del mundo, como siempre ha pasado y pasará. A menudo y por desgracia, tras una persona joven y conflictiva existe una población adulta incapaz de educar, enseñar, asumir y valorar. De ahí que los típicos jóvenes maleducados (o mejor dicho, ineducados), violentos y con problemas de adaptación o de drogas no sean más que el espejo de unos adultos con un alma pobre y desnaturalizada, con la desgracia añadida de que no lo saben y probablemente jamás lo sabrán.


Los sectores más conservadores y religiosos atribuyen de manera oportunista (y a menudo populista) estos sucesos a la falta de valores tradicionales y a la imposición del laicismo. Sin embargo, nos olvidamos de que muchas personas reaccionarias, intolerantes y violentas se han formado bajo el paraguas de esos buenos valores ejemplares y que las religiones, a pesar de pregonar el bien y el amor, han sido capaces de engendrar diablos con piel de ángeles que matan y tiranizan en nombre de Dios. Luego si los valores tradicionales y la religión eran los antídotos contra la maldad humana, algo ha fallado en la fórmula.


Paralelamente, ante la situación actual hay quienes defienden una teoría muy singular, demasiado discutible y cuestionable. Se parte de la idea de que los hijos deseados son bien educados y asumidos y, por consiguiente, alcanzan la madurez siendo buenas personas. Por contra, los hijos no deseados, al ser ignorados e ineducados por sus padres, crecen sin valores, se sienten desgraciados y al ser incapaces de encontrar su lugar en el mundo se convierten en criaturas indeseables. Así, los que creen en esa premisa atribuyen la marginación, la delincuencia y la criminalidad a este hecho, y proponen como solución el aborto de todos ellos y que únicamente nazcan los hijos deseados, con la creencia de que así el mundo sería mejor y se reduciría notablemente la maldad. Dicha teoría daría mucho de qué hablar.


¿Qué naturaleza hay tras alguien capaz de fabricarse una ballesta para matar? La psicología lo atribuirá al hecho de que este muchacho formaba parte de una familia desestructurada, con un padre amante de las armas y seguidor de la serie "The Walking Dead". Sin embargo, mi madre vivió su infancia y juventud en las barracas de Can Tunis, entre la miseria extrema, con vecinos formados por rateros, borrachos y prostitutas del Barrio Chino, y bajo el calvario de una madre viuda que la maltrataba y tenía problemas de alcoholemia. ¿Por qué mi madre, entonces, fue tan buena persona y absolutamente nada de todo esto le influyó? Nada es fácil ni tan simple. Y lo sucedido en esta escuela se debe a que la humanidad es más compleja de lo que parece, y todavía nuestra propia especie nunca deja de sorprendernos. Dejemos de lado los tópicos y entremos en acción para hacer entre todos un mundo mejor. Pero que nadie se engañe: lo ocurrido ha pasado, pasa y volverá a pasar. Evolucionamos, pero no cambiamos.

Fotos: Emilio Morenatti (La Vanguardia), Faro (www.e-faro.info), Federico González, Ferran Nadeu (El Periódico) Getty Images (Perú), Marta Pérez (El País).

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