lunes, 28 de julio de 2014

JPS: se acabó el mito


Tarde o temprano tenía que suceder. Nada es para siempre, ni los mitos tampoco. La historia política de la figura de Jordi Pujol i Soley de estos últimos cuarenta años que tanto amor-odio ha generado y que no ha dejado absolutamente a nadie indiferente también ha llegado a su punto final. La reciente confesión del ex-presidente de la Generalitat se suma al listado de una generación de políticos que debe precipitar definitivamente su retirada y dar paso a nuevas generaciones que aporten ideas renovadoras para permitir un mayor impulso a la evolución del país. Para algunos la noticia ha sido una sorpresa desagradable, mientras que para otros lo ocurrido era de esperar.
Su actividad política se intensificó tras fundar en 1974 el partido centrista Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), si bien el pensamiento político de Pujol siempre ha sido más bien de derechas y a efectos prácticos más cercano al de su aliado democristiano Unió Democràtica de Catalunya (UDC) con quien formó Convergència i Unió (CIU). Desde el periodo de la Transición democrática siempre tuvo las ideas muy claras. Durante aquellos años preparó hasta el último detalle lo que sería su manera de gobernar, previendo permanecer por mucho tiempo en el poder, ventaja que le permitiría desarrollar lenta pero progresivamente su plan de acción. Probablemente se rodeó de un grupo de trabajo especializado de personas muy cualificadas que le asesoraron al milímetro, desde economistas y abogados hasta incluso psicólogos, ya que un programa de acción es demasiado complejo y requiere forzosamente de la ayuda por parte de un equipo humano experto en las distintas materias.


Tras alcanzar su objetivo en 1980, empezó su carrera como presidente de la Generalitat hasta el año 2003, cuando decidió retirarse como candidato aunque sin renunciar a la vida política. La evolución de Cataluña desde entonces tuvo defensores y detractores. En este sentido, favoreció la economía rural y agrícola, mejoró notablemente el nivel y la calidad de vida de los municipios pequeños de la "Cataluña profunda", estimuló el sector de la construcción y fomentó las redes empresariales. Sus viajes a otros países contribuyeron a la proyección internacional de Cataluña. Sin embargo, las políticas en grandes urbes, en infraestructuras de transporte, en educación y en cultura fueron irregulares e insuficientes.
Durante sus dos primeras legislaturas, el ex-presidente de la Generalitat Josep Tarradellas se mostró especialmente crítico con la gestión de Pujol. Le acusó repetidamente de que gracias a su capacidad de saber hacerse con los demás, amenazando y presionando a cualquier medio, imponía así una "dictadura blanca" que, según afirmaba, no fusilaba ni mataba pero dejaba un lastre muy fuerte. Le acusó, además, de aplicar posturas partidistas y clientelistas, de dividir a la sociedad catalana y de regirse bajo una filosofía basada en la premisa de que Cataluña es formidable y Madrid siempre se equivoca y es responsable de las desgracias de los catalanes. Pujol, en cambio, nunca dio importancia a estas declaraciones, ni afirmando ni negando absolutamente nada. Incluso con una postura "conciliadora" llegó a decir en una entrevista que él era tarradellista, algo que no era cierto porque de haber sido así la evolución de Cataluña y su relación con España hubiese tomado un camino muy diferente al que ahora conocemos.


El doble juego estuvo siempre presente en su quehacer político. Así, por ejemplo, durante los años de la Transición democrática, mientras por un lado promovió abiertamente el retorno de Tarradellas y el restablecimiento de la Generalitat, por otro, puso numerosas trabas para su retorno e incluso llegó a apostar por un gobierno autónomo que no incluyera esta institución. En cuanto a sus 23 años de gobierno, a su vez que pretendía el "encaje" de Cataluña dentro de España y colaboró con la gobernabilidad del país pactado con el PSOE y el PP para garantizar la estabilidad, el proceso de deshispanización y de hispanofobia iba recorriendo de manera sutil y discreta a través del victimismo. Desgraciadamente, este proceso ayudó a reforzarlo la actitud hostil de algunos políticos hacia Cataluña mediante declaraciones desafortunadas basadas en tópicos y estereotipos que no hicieron más que retroalimentar mutuamente el nacionalismo catalán y el nacionalismo español con ataques e injurias. En eso, los medios de comunicación siempre han jugado un papel decisivo.
En el aspecto identitario, también quedaron plasmadas algunas contradicciones. Por un lado, fue muy acertada y bien acogida su idea de que "catalán es quien vive y trabaja en Cataluña y quiere serlo", ya que era una definición que invitaba a la integración y al entendimiento entre las diferentes comunidades de personas. En cambio, acerca de los andaluces, murcianos y extremeños se refería a "ese hombre anárquico y humilde que hace centenares de años que pasa hambre y privaciones de todo tipo, cuya ignorancia natural le lleva a la miseria mental y espiritual y cuyo desarraigo de una comunidad segura de sí misma hace de él un ser insignificante, incapaz de dominio, de creación. Ese tipo de hombre, a menudo de un gran fuste humano, si por la fuerza numérica pudiese llegar a dominar la demografía catalana sin antes haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña".


Al margen de polémicas, con independencia de si se está a favor o en contra de sus ideales, o de si su gestión presidencial resultara buena o mala, todo ello según los gustos personales de cada uno, la mayoría coincide en afirmar que fue un gran político en cuanto al arte y al oficio de hacer política se refiere. Incluso sus mayores detractores reconocieron en él un gran carisma, seducción, don de gentes, una fuerte personalidad y un brillante sentido del espectáculo, cualidades que lo llevaron a atraer a las grandes masas sociales y a catapultarlo hacia la cima. Esa extraordinaria capacidad le llevó a obtener tres mayorías absolutas consecutivas (en 1984, 1988 y 1992) además de cuatro triunfos por mayoría simple (en 1980, 1995, 1999 y 2003). Para sus seguidores, su talante y su modo de obrar forjaron el mito, ese "espejo" en el cual muchos querían verse reflejado; contribuyó a aumentar el autoestima de los catalanes con el fin que reivindicaran sin complejos sus señas de identidad; y a menudo fue definido como el hombre que mejor encarnaba el llamado "seny català". Mientras que para sus detractores, su éxito se atribuía a la fácil asimilación que causaba el trasfondo populista y victimista de sus discursos con la creación de un enemigo, en ese caso España; al mantenimiento de un sistema electoral de votos proporcional que lo favorecía aun siendo menos votado, en favor de la "Cataluña profunda", más tradicional y conservadora, y en detrimento de las zonas urbanas y metropolitanas, menos receptivas al catalanismo; y también a su "apropiación" territorial, es decir, a la célebre idea tan interiorizada de que Cataluña era Pujol y, por consiguiente, los ataques a la figura de Pujol se interpretaran como una acción anticatalana.


La doctrina pujolista arraigó con tanta fuerza que incluso algunos partidos no nacionalistas, incapaces de ofrecer una alternativa positiva y constructiva al nacionalismo catalán, decidieron renunciar a parte de sus ideales a cambio de dar un giro catalanista en busca del voto útil con el propósito de obtener mayor representación parlamentaria. Ello no ha sido por pura casualidad, sino porque este viraje resultaba rentable aunque supusiera la pérdida de los votantes más antinacionalistas. El ejemplo más reciente ha sido el de Montserrat Nebrera. Fue esa relación inseparable Pujol-Cataluña la que impidió durante tantos años una alternativa factible de gobierno, arraigada hasta el punto de que cualquier otra opción, aunque fuese buena o mejor, producía rechazo. Solo la sensación de perpetuidad e inmovilismo, es decir, de una falta de higiene democrática y de un agotamiento natural del programa electoral, contribuyó a un descenso de su popularidad y a la necesidad de buscar un sucesor, que finalmente encarnó Artur Mas.
Posteriormente, el gobierno tripartito fue un reflejo más de continuismo que no de cambio real, hecho que alimentó favorablemente a las fuerzas no nacionalistas e incluso a la formación de un nuevo partido como Ciutadans, en respuesta a la demanda de un cambio real en todos los sentidos.


El mito de Pujol ha llegado a final de trayecto. Pero eso ahora carece de importancia. Lo mucho que ahora pueda suceder en verdad no será nada. Tras 23 años de mandato lo dejó todo atado y bien atado, ya que sus ideas y su forma de hacer política no han muerto, sino que han sido heredadas por los partidos nacionalistas e independentistas, sus hijos naturales. Aunque Pujol quede definitivamente fuera de juego, la actual situación política de Cataluña contribuirá a que su figura continúe presente entre nosotros gracias al pujolismo sociológico. A estas alturas salir del armario para proclamarse independentista y confesar que tuvo escondida una herencia millonaria de su padre en el extranjero ya no es un grave inconveniente para él como lo hubiese sido años atrás cuando gobernaba, o cuando Tarradellas vivía. ¿Qué trascendencia tendrá realmente ahora? La memoria ciudadana pronto olvidará. Todo ello solo acelerará esa pretendida renovación de CIU y potenciará todavía más a otras fuerzas paralelas como ERC y la CUP. Es decir, tras la última confesión de Pujol se cierra una etapa y se abre otra donde todo habrá cambiado para en realidad no cambiar nada. Solo las formas, pero no el fondo.

Fotos: Alertadigital, ARA, El Periódico, Enciclopèdia.cat

3 comentarios:

Mikel Hal dijo...

Cambiarlo todo para que nada cambie... el dinero y sus servidores seguirán perpetuándose en el poder, en el gran teatro de Cataluña y de España cambiaran los actores pero la función sera la misma.

Júlia dijo...

Un análisis ponderado y lúcido, de lo mejor que he leído estos días, la verdad

Canet Bernat dijo...

Malauradament la cronologia ha començat massa tard, sense esmentar l'empresonament i tortures pels fets del Palau i la lluita antifranquista. No es pot entendre una cosa sense l'altre. Molt malament doncs...