miércoles, 10 de febrero de 2010

Memorias de un cinéfilo de estreno IV: cine Balmes

Uno de los cines de estreno que llegué a conocer y al que asistí durante una breve temporada fue el cine Balmes, situado en el número 215 de la calle de Balmes, cerca del barrio de Gràcia. La razón de haberlo conocido se debió a que mi amigo y compañero de la facultad Carles era vecino graciense y esta sala le caía relativamente cerca. Algunas veces que quedábamos los fines de semana para ir al cine, ocasionalmente, en vez de ir a los cines Bailén y Bosque, nos llegamos al Balmes.
Abrió el día 25 de diciembre de 1953, en plena Navidad, con un programa doble: “Las nieves del Kilimanjaro” y “Armas secretas”. El propietario era un tal Francesc Xicota i Cabré, un empresario cinematográfico de prestigio que gestionó salas míticas tanto de estreno como de reestreno como el Capitol, el Maryland, el Spring, el Galvany, el Excelsior, el Condal, el Roxy, el Iris y el Rondas, entre otros cines. El cine Balmes se inició como sala de reestreno, pero a partir del 17 de abril de 1954 pasó a ser sala de estreno, inaugurando su nueva etapa con el filme “Mujer en la niebla”. Una tercera etapa cinematográfica fue a partir del 18 de septiembre de 1968, en que el Balmes pasó a ser sala de arte y ensayo, con el estreno de la película “Marat”. Brevemente, entre 1970 y 1971 alternó estrenos comerciales y de arte y ensayo, lo que le mereció el calificativo de “sala especial”. Luego regresó a su etapa como sala de estreno y entre los años 1972 y 1981 la titularidad pasó a manos de la cadena Balañà, viviendo una etapa más bien gris en la que se proyectaban películas de muy baja calidad. En el año 1981 el cine Balmes pasó a manos de la cadena Cinesa, empresa que se encargó de renovar tanto la programación cinematográfica como el interior de la sala, que cerró temporalmente por reformas y reabrió modernizada el 9 de octubre de 1987 con el estreno de la película “El Lute: camina o revienta”, en el cual asistieron su director, Jaime Camino, y su protagonista, Imanol Arias.

Recuerdo al Balmes como una sala cómoda y agradable, con la ventaja de que podías encontrar asiento por el hecho de no ser multisala. Inicialmente, tenía capacidad para 740 personas, pero con la reforma de 1987 pasó a 692. Los servicios de bar y las prestaciones tanto de comodidad como de audio e imagen eran equiparables a las de cualquier moderna multisala abierta durante la década de los noventa. El único inconveniente era si tenías que hacer cola en la calle, porque las aceras de la calle de Balmes eran estrechas y enseguida lo invadías todo y a los peatones se les hacía difícil no bajarse a la calzada. Lo mismo sucedía al salir del cine porque había que esquivar a toda la marabunta de gente. Con mi amigo Carles fui a ver dos películas de terror que versionaban a dos grandes clásicos de la literatura: “Drácula de Bram Stoker” dirigida por Francis Ford Coppola y “Frankenstein de Mary Shelley” dirigida por Kenneth Branagh. De la primera, que por aquel entonces me decepcionó un poco tratándose viniendo de un director de calidad como Coppola, recuerdo el cachondeo que se cultivó durante buena parte de la película. El público era bastante joven y en muchas escenas dramáticas la gente reía. Concretamente, la escena en la que Mina escribe una carta el conde Drácula diciéndole que su relación con él no es posible y que va a vivir su vida con Jonathan Harker, y luego aparece el mismo conde Drácula llorando de tristeza con cara de murciélago, eso provocó grandes ataques de risa a buena parte de la sala. Madre mía, me habría gustado que en aquella sesión hubiese asistido el propio Coppola de incógnito. Bueno, con la perspectiva de los años la película tampoco no me pareció que estuviese tan mal. La reacción del público con el Frankenstein de Brannagh fue totalmente contraria. Tuve la sensación de que decepcionó y que a casi nadie le había gustado, ni siquiera a mis amigos Carles y Lluís con quien asistí. A mí sí que me agradó esta versión, en la que Robert de Niro estaba sorprendentemente centrado sin sus típicos ataques neuróticos en su papel del monstruo. Tal vez los espectadores se esperaban ver un derivado del Drácula de Coppola y no fue así.
Pocas películas más llegué a ver en el cine Balmes, el cual, a pesar de su calidad, padeció la crisis de las salas únicas y desgraciadamente la cadena Cinesa decidió cerrarlo definitivamente en febrero de 2001. Como despedida, se proyectó la película con la que se inauguró en 1953: “Las nieves del Kilimanjaro”. Después de estar una temporada cerrado, actualmente en su lugar hay un gimnasio de lujo.


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