miércoles, 29 de julio de 2009

¿En qué han fallado los antinacionalismos?

De hecho, incluso antes de la llegada de Jordi Pujol a la presidencia de la Generalitat, siempre han existido partidos y movimientos antinacionalistas. Durante los primeros años de mandato de Convergència i Unió, en los años ochenta, ya surgieron voces críticas con la labor que llevaba a cabo este partido, incluso por parte de nacionalistas moderados como Josep Tarradellas, quien hablaba de la llamada “dictadura blanca” de Pujol, en la cual se imponía un nacionalismo cerrado y excluyente que llevaba al sectarismo y al clientelismo, a no dialogar con Madrid, a enemistarse con el resto de España, a repartir “carnets de catalanidad” y a dividir a la sociedad catalana, hasta el punto de mitificarse la figura del “President” en tanto decir que quien criticaba a Pujol no era catalán y atacaba a Cataluña.
A partir de los años noventa se incorporó al Partido Popular la figura de Aleix Vidal-Quadras, cuya actitud beligerante contra el nacionalismo catalán propició que hasta los miembros de su propio partido lo apartasen y fuese sustituido por otro líder con un discurso crítico pero más moderado. No funcionó. Finalmente, para las últimas elecciones autonómicas a la Generalitat surgió un nuevo partido antinacionalista con el propósito de captar votantes desengañados con lo que ellos llamaban el “continuismo nacionalista de CIU” por parte del nuevo gobierno tripartito y que no se sintiesen identificados con los postulados conservadores del Partido Popular: se trataba de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía, liderado por el joven abogado Albert Rivera y apoyado bajo un grupo de intelectuales (?) de izquierdas (?). Sin embargo, todo y lograr entrar en el Parlament con tres diputados, muchas ilusiones, mucho entusiasmo y proyectándose como fuerza política de futuro alternativa a los cinco principales (CIU, PSC, PP, ICV y ERC), actualmente las encuestas no parecen muy favorables a que este ambiguo partido (¿de derechas o de izquierdas?) continúe. A cambio, ante el temor de muchos, no se descarta la posibilidad de que el partido substituto sea Plataforma per Catalunya, pues la incorporación del “Yoyas” (de Gran Hermano) a la candidatura de l’Hospitalet de Llobregat podría captar el voto de mucha gente joven. Su presidente, Josep Anglada, ironizaba en una entrevista al decir que “los de Ciutadans entraron en pelotas al Parlament y ahora se largarán también en pelotas igual que como entraron”.

Resumidos los últimos años de nuestra historia política, la cuestión a plantear es por qué los partidos y los movimientos antinacionalistas no han cuajado en Cataluña. En términos generales, a mi parecer personal y subjetivo (del cual se puede o no estar de acuerdo) se puede afirmar que las principales razones se deben a lo siguiente:
Primero. Confusión (por ignorancia o bien por conveniencia) entre catalanismo, nacionalismo e independentismo, que se usan indistintamente como si fuesen la misma cosa. Grave error que ha dañado severamente a Cataluña. En el presente blog ya publiqué una entrada donde explico claramente la diferencia que existe entre los tres conceptos, que deseo sirvan para aclarar las cosas para quienes tengan dudas, así que ahora me ahorro de volver a repetir lo mismo.
Segundo. La opción por una crítica beligerante e incongruente frente a la crítica positiva y constructiva. Hago aquí referencia al “ojo por ojo”, a un combate de venganza fruto del resentimiento personal, que lleva a hacer declaraciones “primarias” y peligrosamente populistas, a menudo cercanas a los postulados de la extrema derecha. Basta observar las célebres tertulias de algunos programas de radio (como el de Jiménez Losantos en la COPE) y de algunos programas de televisión (como el de Pilar Urbano en Telemadrid). Si un movimiento antinacionalista cree que el nacionalismo es malo y nos ha llevado al desastre, debe de saber explicar por qué razones eso es así. No es normal que quienes critiquen a los nacionalismos periféricos, luego se muestren como nacionalistas de estado, o sea, nacionalistas españoles, inflexibles para reconocer una España unida que a la vez acepte y fomente su diversidad y su riqueza cultural y lingüística. Existe la estúpida idea (fruto del miedo y la ignorancia) de que un estado en que la gente piensa diferente, tiene culturas diferentes y habla lenguas diferentes es un estado débil, caótico y desunido, y que la uniformidad es lo que le hace más fuerte e indivisible. Luego esta gente no es antinacionalista global como quieren hacernos creer, sino parcial, con gotas de hipocresía y cinismo. Tampoco es normal, por ejemplo, que en el tema lingüístico, quienes dicen ser bilingües solo denuncien únicamente las situaciones de discriminación del castellano y nunca del catalán o de otras lenguas, y para hablar solo usen un idioma en vez de hacerlo indistintamente ni que solo sea para dar un simple saludo. Todas estas incongruencias transmiten a la mayoría de catalanes la sensación de que los antinacionalistas son en verdad anticatalanes que desprecian la lengua y la cultura locales. Es, en definitiva, una lucha antinacionalista que genera miedo en vez de confianza.
Tercero. La falta de coordinación y entendimiento entre partidos e instituciones no nacionalistas debido a diferentes posiciones ideológicas. Existen demasiadas ambigüedades y ello genera recelo, pues no es la primera vez que se enmascaran corpúsculos fascistas o de la extrema derecha disfrazados de demócratas de izquierdas para guardar las apariencias. A pesar de que instituciones antinacionalistas (como CADECA, Convivencia Cívica Catalana, Asociación por la Tolerancia, Profesores para la Democracia, Iniciativa no Nacionalista, Ciutadans de Catalunya, etc.) tienen algunos puntos en común, nunca han sido capaces de entenderse entre ellos, puesto que unos se han centrado solo en algunos aspectos (como por ejemplo la política lingüística), otros tienen unas ideologías muy incompatibles para llegar a hacer un frente común, y otros compiten para destacar sobre las demás entidades intentando imponer su doctrina como la mejor. Además, habría que añadir a personas independientes que, mediante páginas Web o blogs han dado a conocer sus posturas antinacionalistas, muchas de las cuales, a pesar de los discursos presumiblemente democráticos y progresistas, caen en un patético reaccionarismo cargado de hipocresías y demagogias. Estas personas, no censurables porque existe una libertad de expresión y pueden decir lo que les plazca nos guste o no, no ayudan a la paz y a la convivencia, ni siquiera a forjar una opción no nacionalista inteligente, como tampoco ayudan los comentarios incendiarios de algunos foros de discusión, sino más bien contribuyen a darles la razón a los nacionalistas catalanes y a justificar la criminalización hacia todo lo que no es nacionalista.
Cuarto. La inexistencia de una política alternativa a la nacionalista que sea coherente, atractiva, seductora y convincente. Como consecuencia de todo lo expuesto anteriormente, hasta ahora no se han presentado políticas no nacionalistas que sean de verdadero interés, ni líderes políticos carismáticos capaces de arrastrar a las masas y que ofrezcan una opción diferente a la nacionalista en la que la lengua, la cultura y la identidad catalanas no se vean agredidas o como un obstáculo para España. Las políticas antinacionalistas han recorrido una senda equivocada y alejada de la realidad social de Cataluña. Apuestan por una Cataluña “real” frente a la “inventada” por los nacionalismos. De acuerdo, pero ¿qué se entiende por Cataluña real? Muchos discursos contienen una fuerte carga de oportunismo, hipocresía y demagogia que no los hacen creíbles, incluso algunos provocan la risa y eso debería de ser motivo de preocupación. Se termina desembocando en una actitud homóloga al nacionalismo pero al revés, en vez de dar ejemplo y construir algo diferente, cambiando las cosas desde la raíz. Nunca se debe hablar de “antinacionalismo” y muchísimo menos de “anticatalanismo”, sino de “no nacionalismo”o de “catalanismo no nacionalista”, puesto que el sentimiento nacionalista es, mal que les pese a muchos, una realidad del pensamiento de una parte del pueblo catalán, y hay que aceptarla, pues de lo contrario no sería democrático. Para un catalán, que alguien diga que es “no nacionalista” o “antinacionalista” lo puede aceptar, pero alguien diga ser “anticatalanista” le suena muy feo y se asocia a ser “anticatalán”, dado que es así en la mayoría de casos. Hay que hablar de una refundación y actualización del catalanismo a la realidad social, cultural y lingüística actual, y nunca culpar de todos los males de Cataluña única y exclusivamente al nacionalismo, como si el antinacionalismo tuviese siempre la razón. Ninguna doctrina es perfecta. Además, aunque los nacionalismos se apropien de la lengua, la cultura y la identidad locales haciendo una política “de la crosta”, jamás hay que atacar a estos tres elementos sino optar por hacer de ellos un uso bueno y no pervertido, en el que el pueblo catalán se vea tranquilo y no agredido. En definitiva, todo frente no nacionalista puede ser crítico y defender al castellano y lo que viene de fuera de Cataluña, pero nunca debe dejar de defender y fomentar la lengua, la cultura y la identidad catalanas, sino que hay que establecer un equilibrio y hablar bien de ambos bandos, invitándolos a unirse en convivencia y concordia. Del mismo modo que para un castellanohablante puede parecerle discriminatorio que el nacionalismo catalán hable bien solo de lo catalán y nunca de lo castellano y español, para un catalanohablante le puede parecer agresivo que un antinacionalista defienda solo lo castellano y español y nunca ofrezca un gesto de amabilidad y cordialidad hacia lo catalán.

3 comentarios:

The Fisher King dijo...

Determinados individuos, en un soberano alarde de ignorancia o, sencillamente, de mala fe, han llegado a afirmar que el mero hecho de rotular un establecimiento en lengua castellana en Catalunya conlleva una sanción administrativa. Peor aún que ello, es que un buen número de habitantes del restante territorio español crea a pies juntillas semejantes dislates. Moraleja: si por cada comercio de la ciudad de Barcelona que está rotulado en castellano (cosa que, dicho sea de paso, me parece estupenda) me diesen una moneda de un euro, mi próximo comentario para "El Tramvia 48" lo escribiría desde una paradisíaca isla de la Polinesia.

Un poco de sentido común y de objetividad, por favor.

Anónimo dijo...

Pues ya cansa el tema de los nacionalismos. Soy hija de emigrantes y jamás nadie les ha obligado a hablar en español, en cambio a mi, nacida en Barcelona... si. En la escuela me llamabam tonta (y en concreto burra) si hablaba catalán con mis amigas, y tres veces me castigaron de cara a la pared y de rodillas con un diccionario de español en las manos porque me pillaron cantando en catalán (Escuela Timbaler del Bruch). Mis padres aprendieron el catalán y lo hablaron con todos sus hijos para que supieran un idioma más, y punto.
La vecina del cine Rio

Ricard dijo...

¿Estudiaste en el Timbaler del Bruch? Pues yo también. Así que allí te llamaban burra por hablar y cantar en catalán en el patio. No falla. Nada más y nada menos que en el Timbaler del Bruch tenía que ser. No, si es que de allí tengo unos recuerdos preciosos... Luego Mercedes Salisachs dice que "no es cierto que el catalán estuviese prohibido durante el franquismo, lo que pasa es que no era oficial", pero claro, como lo dice la escritora, los oportunistas se la creen.