La España real no interesa. Es esa España silenciada e ignorada que se finge desconocerse pero que está ahí cada día y entre nosotros. Es esa España que se cree una invención de quienes no aman la patria y quieren la ruptura del país. Es esa España que pese a ser la real nunca jamás ha sido oficial ni reconocida. Es esa España que dicen ser solo un punto de vista personal y subjetivo. Es esa España que ninguna declaración de principios recoge y, por tanto, no es siquiera constitucional. Es esa España que toda la clase política sabe que existe pero que no les interesa defender. La España real no interesa.
Sin embargo, definir esa España real no es una tarea fácil, porque hay tantas Españas como españoles en tanto que cada punto de vista de un individuo es solo la visión particular del mundo, y nunca pueden existir dos personas de un mismo pensamiento por similar que sea, ya que siempre habrán diferencias por leves e insignificantes que sean.
Tomando este subjetivismo del individuo en consideración y sin la pretensión de querer estar en posesión de la verdad ni de adoctrinar, me permito hacer algunas reflexiones sobre ese país llamado España.
Creo vivir en un país donde la uniformidad es ficticia aunque algunos la pretendan porque en ningún territorio nadie puede ser igual. Creo en un país donde aunque podamos ser todos iguales en tanto compartir rasgos comunes universales en la especie humana existen además diferencias culturales y una personalidad única e irrepetible que otorga una identidad diferencial que se traduce en una personalidad. Creo vivir en un país donde existe una lengua común que nos permite comunicarnos fácilmente con todos los ciudadanos españoles y con más de 300 millones de personas del mundo entero, pero en donde además hay presentes otras lenguas minoritarias que son un patrimonio y un enriquecimiento también de gran valor. Creo vivir en un país donde a pesar de pretender establecer una “cultura oficial” como son los toros, la guitarra y el flamenco, existen un sinfín de culturas, fiestas, costumbres, tradiciones y folklore que han contribuido a dar a cada región un carácter muy especial e inconfundible. Y creo vivir en un país donde la cultura gastronómica, además de ser variada, es la más sana, la más rica y la mejor del mundo.
Y esa es la España en la que creo vivir, en un país único donde la variedad es lo primordial y un motivo de orgullo para un español, porque pocos países en el mundo entero pueden presumir de haber formado un estado a base de un conglomerado de diferencias, de nacionalidades históricas reunidas y unidas bajo un mismo sombrero y una misma historia. Sin embargo, esa España no interesa especialmente a la clase política. Las diferencias, la variedad y las singularidades se desprecian y desprestigian como un obstáculo a la uniformidad y la asimilación ambas entendidas como la única garantía que existe para mantener la unidad de estado, impedir conflictos sociales si todo el mundo cree y piensa igual y evitar su desmembración. Pero a pesar de ello la realidad es la que hay más allá de los criterios de sus mandatarios y de las leyes que nos rigen. Se prefiere hacer creer una mentira, un concepto de estado que no existe cualquiera, el que resulte más rentable, para engañar al pueblo y mantenerlo a la voluntad de unos idearios, de una religión de la patria que te obliga a amar unos valores y rechazar a otros. Son los mitos de un nacionalismo español exacerbado que le resulta un negocio rentable remarcar las diferencias culturales, lingüísticas e identitarias no como una riqueza y una singularidad sino como las culpables de los enfrentamientos entre distintas comunidades y la causa de que se genere dispersión y desentendimiento. Grave error y falsa idea, pues la diversidad es lo que realmente une a España y no nos separa por razones históricas, ya que cada comunidad tiene su propia identidad, y todas y cada una de ellas, incluida la verdadera identidad catalana, tiene raíces hispánicas. Por tanto, ya existe un nexo de unión que garantiza esa unidad del estado a la vez que puedan florecer esas diferencias territoriales varias como una cualidad sin que exista peligro de ruptura. Otra cosa es que determinados partidos políticos nacionalistas lo perviertan y se aprovechen de todo ello como un motivo de secesión. El refuerzo de la identidad territorial no es incompatible con el de identidad y unidad española, sino un complemento que podría contribuir a hermanarnos a todos los pueblos que compartimos un mismo territorio. Parte de la culpa de los actuales nacionalismos periféricos y de los sentimientos de separatismo se debe a que los partidos llamados como estatales no han hecho los deberes y solo se han centrado en la elaboración de un proyecto común y global basado en un modelo uniforme y asimilador que diluye cualquier posible diferencia. Bastaría con haber reconocido y exaltado esas diferencias regionales de identidad, lengua y cultura entre otras variables como una gran virtud y como el principal elemento de personalidad de España, siempre claro dentro de la indivisible unidad del estado en una nación común, en vez de virar encubiertamente hacia un modelo similar al francés, donde todo ello se ignora o se considera en un plano secundario.
Los enfrentamientos regionales son artificiales, provocados a propósito por la misma clase política, unos para justificar la uniformidad y otros para justificar la independencia. No interesa establecer una política de interculturalidad que dé a conocer bien a todas y a cada una de las comunidades españolas, hecho que eliminaría muchos prejuicios y recortaría diferencias ayudando a eliminar eternos debates más que estériles e inútiles. Esa España real que es y ahí está pero que “oficialmente” podría llegar a ser no interesa. Solo nos queda a los buenos ciudadanos anónimos unirnos y asumir este papel que la clase política ha rechazado para hacer estos gestos de buena voluntad y unirnos en un cálido abrazo, vengamos de donde vengamos, como buenos amigos y buenos hermanos.
1 comentario:
La España oficial no ha sabido, con la democracia, hoy ya algo apolillada, aceptar esa diversidad y valorarla, cosa que ha hecho crecer los nacionalismos periféricos y los resentimientos peligrosos.
De todas maneras creo que todas las patrias son construcciones culturales revisables, no dogmas de fe ni realidades tangibles, el pasado se presta a todo tipo de interpretaciones y mitos. Vale más mirar al presente y al futuro y en ese contexto habría que ver qué queremos ser en el futuro y cómo.
Sin embargo corren malos tiempos para el diálogo desacomplejado sobre hispanidades, me temo.
Términos como lengua, cultura, dialecto, nación, nacionalidad, patria, son tan manipulables que asusta, existen de cada uno montones de definiciones.
Afortunadamente la gente normal se puede entender con facilidad si los que mandan no van echando leña al fuego.
Publicar un comentario