Aprovechando la ocasión de la festividad del Onze de Setembre, Diada Nacional de Catalunya, quisiera hacer una reflexión personal y subjetiva acerca de los nacionalismos en Cataluña, respondiendo especialmente a quienes a través de foros de debate de Internet o bien a través de sus blogs dicen que todos los nacionalistas son la misma mierda y otras cosas similares.
Toda persona tiene derecho a ser respetada y a no ser discriminada por sus ideas políticas ni por sus creencias religiosas. Si las ideas políticas en todo el abanico de opciones desde la derecha hasta la izquierda son democráticas y las creencias religiosas permiten la libertad del individuo, son perfectamente legítimas y dignas de ser expresadas si además garantizan la convivencia pacífica de una comunidad. Sin embargo, a través de la clase política y de los medios de comunicación existe un creciente y preocupante radicalismo que está llevando tanto a la política como a las religiones a los extremismos y a engendrar odio e intolerancia hacia aquellas personas que no comparten las ideas o la doctrina de un colectivo determinado. Como consecuencia, la sociedad está cada vez más dividida y ha crecido el malestar y la hostilidad entre territorios vecinos. Las emisoras de radio, los canales de televisión y las redes cibernéticas se han convertido en excelentes herramientas de expansión de las campañas de hostilidad como si de un cáncer se tratara.
Ahora estamos en ambiente de Diada y quiero reflexionar acerca de la falsa diferencia entre quienes comparten las doctrinas nacionalistas y quienes las rechazan.
Primero de todo, como consideración previa, aclarar que a mi entender hay una diferencia entre el NO-nacionalista y el ANTI-nacionalista. Mientras el primero no comparte las ideas del nacionalismo pero sin embargo respeta a quienes así se declaren, el segundo, además de no compartirlas, hará todo lo posible para anular o destruir a su rival. En este sentido, es preferible el NO- que el ANTI-. Todo movimiento ANTI- es perjudicial e intolerante.
Considerar idénticos a los nacionalismos y a los nacionalistas no tiene sentido alguno, pues sería como afirmar que todas las personas de derechas o las de izquierdas son iguales. Y quienes no se declaran nacionalistas ¿acaso son todos iguales? Las personas no valemos por nuestras ideas o nuestras creencias, así que quien se posiciona tanto como un nacionalista como No-nacionalista o ANTI-nacionalista creyendo va a ser mejor que los demás comete un grave error. Una persona no es mejor o peor que otra porque crea que Cataluña es una nación o porque crea que la única nación existente es España.
Dentro de los nacionalismos, podemos encontrar diferentes grados y niveles en función de la implicación personal. Existen tópicos, como el separatismo, la hostilidad hacia otro territorio, la uniformidad, la insensibilidad hacia otras lenguas, razas o culturas, y la actitud cerrada y excluyente hacia los forasteros, entre otras cosas. No voy a negar que haya personas que responden a estas características, pero no se puede ni se debe generalizar a toda una comunidad porque ahí entra el carácter y el talante de cada individuo.
Toda persona tiene derecho a ser respetada y a no ser discriminada por sus ideas políticas ni por sus creencias religiosas. Si las ideas políticas en todo el abanico de opciones desde la derecha hasta la izquierda son democráticas y las creencias religiosas permiten la libertad del individuo, son perfectamente legítimas y dignas de ser expresadas si además garantizan la convivencia pacífica de una comunidad. Sin embargo, a través de la clase política y de los medios de comunicación existe un creciente y preocupante radicalismo que está llevando tanto a la política como a las religiones a los extremismos y a engendrar odio e intolerancia hacia aquellas personas que no comparten las ideas o la doctrina de un colectivo determinado. Como consecuencia, la sociedad está cada vez más dividida y ha crecido el malestar y la hostilidad entre territorios vecinos. Las emisoras de radio, los canales de televisión y las redes cibernéticas se han convertido en excelentes herramientas de expansión de las campañas de hostilidad como si de un cáncer se tratara.
Ahora estamos en ambiente de Diada y quiero reflexionar acerca de la falsa diferencia entre quienes comparten las doctrinas nacionalistas y quienes las rechazan.
Primero de todo, como consideración previa, aclarar que a mi entender hay una diferencia entre el NO-nacionalista y el ANTI-nacionalista. Mientras el primero no comparte las ideas del nacionalismo pero sin embargo respeta a quienes así se declaren, el segundo, además de no compartirlas, hará todo lo posible para anular o destruir a su rival. En este sentido, es preferible el NO- que el ANTI-. Todo movimiento ANTI- es perjudicial e intolerante.
Considerar idénticos a los nacionalismos y a los nacionalistas no tiene sentido alguno, pues sería como afirmar que todas las personas de derechas o las de izquierdas son iguales. Y quienes no se declaran nacionalistas ¿acaso son todos iguales? Las personas no valemos por nuestras ideas o nuestras creencias, así que quien se posiciona tanto como un nacionalista como No-nacionalista o ANTI-nacionalista creyendo va a ser mejor que los demás comete un grave error. Una persona no es mejor o peor que otra porque crea que Cataluña es una nación o porque crea que la única nación existente es España.
Dentro de los nacionalismos, podemos encontrar diferentes grados y niveles en función de la implicación personal. Existen tópicos, como el separatismo, la hostilidad hacia otro territorio, la uniformidad, la insensibilidad hacia otras lenguas, razas o culturas, y la actitud cerrada y excluyente hacia los forasteros, entre otras cosas. No voy a negar que haya personas que responden a estas características, pero no se puede ni se debe generalizar a toda una comunidad porque ahí entra el carácter y el talante de cada individuo.
Si bien es cierto que ahora en Cataluña todos los partidos nacionalistas con representación parlamentaria apuestan por la independencia o el derecho a la autodeterminación del territorio, también hay quienes prefieren un nacionalismo de conciliación y concordia con el estado aunque ahora este patrón no esté vigente (como fue el caso de Cambó y Tarradellas). Es decir, piden el derecho a sentirse españoles pero no como el modelo centralista exige sino como aquella comunidad desee en su mayoría. Rechazar el centralismo no significa ser antiespañol sino que se apuesta por un modelo diferente sin que ello signifique la ruptura del país. Desear un modelo federal o plurinacional no conlleva a ser menos español o peor español que quien opta por un modelo centralista y uniformista, sino sencillamente que es legítimo tener otro concepto de país más allá de las declaraciones de principios establecidas. Sin duda, la Constitución española se puede cuestionar y replantear, y todo aquello que sea inconstitucional significa exactamente esto, inconstitucional, pero no necesariamente malo o antidemocrático. Una Carta Magna no es como la Biblia, sagrada, infalible e incuestionable, ni la española ni la de ningún país del mundo. Se critica que en Cataluña determinados partidos políticos catalanes repartan “carnets de catalanidad” mientras que los defensores del modelo centralista y uniformista pueden repartir tranquilamente “carnets de españolidad” sin que nadie les reproche nada.
A título personal, yo he tenido la oportunidad de tratar personalmente con personas de otras razas, culturas y religiones. Lo más sorprendente es que a medida que los vas conociendo, te das cuenta de que no son tan diferentes a ti, tan extraños o tan marcianos, y que todos los seres humanos somos más parecidos entre nosotros de lo que nos podemos imaginar. En términos particularistas, nadie es igual porque cada individuo es único e irrepetible, pero en términos generales, todas las personas somos iguales, seamos como seamos y vengamos de donde vengamos. Estoy de acuerdo con que existen diferencias formales de raza, sexo, cultura, lengua, ideas políticas, religión y sexualidad, pero en el fondo hay también unas características universales y comunes para toda la humanidad. Si de esto nos diésemos cuenta y lo aplicáramos en nuestro día a día en el momento de establecer relaciones sociales, muchos prejuicios desaparecerían.
Sin lugar a dudas, realmente no existen tantas diferencias entre quienes son nacionalistas o quienes se declaran contrarios. Los pecados y los males de los unos son los mismos que los de los otros, aunque expresados de otra forma y enfocados desde otro punto de vista. Históricamente, los regímenes comunistas se declararon abiertamente antifascistas. Sin embargo, si establecemos una comparación entre las atrocidades cometidas por Hitler con las cometidas por Stalin, apenas encontraremos diferencias. Se trataba de una rivalidad económica. Lo mismo sucede con quienes se declaran nacionalistas y quienes discrepan de él. Estamos ante una rivalidad conceptual del modelo de estado. Se suele acusar a los nacionalistas de mentirosos, de manipuladores de la historia, de prohibicionistas, de constructores de mitos y leyendas, de engendrar odio hacia otra lengua o territorio, de uniformistas, de cerrados y excluyentes, de sancionadores, de encubridores de aquellas realidades que no le interesa, de clientelistas... es decir, los mismos pecados que sufren muchos gobiernos y algunas personas contrarias a los nacionalismos. ¿Acaso, por ejemplo, el PSOE en Andalucía y Extremadura y el PP en Valencia y Madrid no mienten, manipulan, censuran o prohíben de acuerdo con sus propios intereses de cara a perpetuar su poder? Por favor, no seamos tan pretenciosos de creer que todos los males de España provienen única y exclusivamente del nacionalismo como si los sectores no nacionalistas fuesen honrados, honestos y objetivos, y que a excepción de Cataluña y Euskadi el resto de España es idílica y paradisíaca.
A título personal, yo he tenido la oportunidad de tratar personalmente con personas de otras razas, culturas y religiones. Lo más sorprendente es que a medida que los vas conociendo, te das cuenta de que no son tan diferentes a ti, tan extraños o tan marcianos, y que todos los seres humanos somos más parecidos entre nosotros de lo que nos podemos imaginar. En términos particularistas, nadie es igual porque cada individuo es único e irrepetible, pero en términos generales, todas las personas somos iguales, seamos como seamos y vengamos de donde vengamos. Estoy de acuerdo con que existen diferencias formales de raza, sexo, cultura, lengua, ideas políticas, religión y sexualidad, pero en el fondo hay también unas características universales y comunes para toda la humanidad. Si de esto nos diésemos cuenta y lo aplicáramos en nuestro día a día en el momento de establecer relaciones sociales, muchos prejuicios desaparecerían.
Sin lugar a dudas, realmente no existen tantas diferencias entre quienes son nacionalistas o quienes se declaran contrarios. Los pecados y los males de los unos son los mismos que los de los otros, aunque expresados de otra forma y enfocados desde otro punto de vista. Históricamente, los regímenes comunistas se declararon abiertamente antifascistas. Sin embargo, si establecemos una comparación entre las atrocidades cometidas por Hitler con las cometidas por Stalin, apenas encontraremos diferencias. Se trataba de una rivalidad económica. Lo mismo sucede con quienes se declaran nacionalistas y quienes discrepan de él. Estamos ante una rivalidad conceptual del modelo de estado. Se suele acusar a los nacionalistas de mentirosos, de manipuladores de la historia, de prohibicionistas, de constructores de mitos y leyendas, de engendrar odio hacia otra lengua o territorio, de uniformistas, de cerrados y excluyentes, de sancionadores, de encubridores de aquellas realidades que no le interesa, de clientelistas... es decir, los mismos pecados que sufren muchos gobiernos y algunas personas contrarias a los nacionalismos. ¿Acaso, por ejemplo, el PSOE en Andalucía y Extremadura y el PP en Valencia y Madrid no mienten, manipulan, censuran o prohíben de acuerdo con sus propios intereses de cara a perpetuar su poder? Por favor, no seamos tan pretenciosos de creer que todos los males de España provienen única y exclusivamente del nacionalismo como si los sectores no nacionalistas fuesen honrados, honestos y objetivos, y que a excepción de Cataluña y Euskadi el resto de España es idílica y paradisíaca.
En realidad el mal no está en ser nacionalista o no serlo, sino en la manera de ser de cada persona. Podemos encontrar a gente profundamente nacionalista y que sean bellísimas personas, tolerantes, abiertas a las diferencias y respetuosas con todo el mundo. Y también encontraremos tranquilamente a gente no-nacionalista o anti-nacionalista cerrada y muy suya incluso que adopte posturas racistas, xenófobas e intolerantes hacia ciertas diferencias. Nadie es mejor que los demás según sus ideas o creencias, ya que en cada persona juegan muchos factores. Por tener un concepto de estado diferente no hace a unos superiores a los otros.
Actualmente Cataluña es una democracia donde hay libertad de expresión. No es cierto quien afirma que aquí todo se puede criticar menos el nacionalismo. Prueba de ello es que nos llega el canal Intereconomía, la Cope y los diarios ABC, La Razón y El Mundo, aparte de webs como Libertad Digital y blogs de particulares anónimos. Diversos y variadísimos canales de televisión, emisoras de radio y publicaciones de prensa demuestran dicha libertad, eso sin contar las infinitas posibilidades que ofrece Internet. Cataluña es, además, la región española más cosmopolita, conocida e internacional, con intensivas y constantes relaciones tanto nacionales como internacionales desde una perspectiva económica, empresarial, cultural y social que ya se remontan desde la fundación de la colonia Barcino. Menos mal que los catalanes son cerrados y excluyentes e insensibles hacia las diferencias porque de lo contrario no sé qué pasaría. Los catalanes somos quienes más viajamos, hasta el punto de que en cualquier lugar del mundo encuentras a un catalán. Está claro que conocemos mundo más allá de Cataluña. Luego dicen que los nacionalismos se curan viajando, pues a veces creo que se refuerzan porque te das cuenta de lo que vale la tierra en la que vives y como la has añorado una vez te bajas del tren o del avión de regreso.
Las manifestaciones culturales son riquísimas, desde el folclore típicamente catalán hasta las nuevas expresiones importadas por las comunidades de inmigrantes. Los andaluces celebran anualmente en nuestra tierra una Feria de Abril, rocíos, romerías y homenajes a Blas Infante y para ello no han tenido problema alguno. Que yo sepa, ningún andaluz ha sido apedreado o vetado. Y lo mismo puedo decir con la feria gallega y otras de tipo regional españolas. La inmigración de Cataluña es la que mejor se ha integrado y donde más ayudas sociales han recibido en comparación con otras comunidades donde es más pobre y marginal. La mayoría de inmigrantes tienen una calidad de vida aceptable o buena y ninguno se muere de hambre a pesar de los problemas que igualmente puedan padecer. Y después dicen que todo el presupuesto de inmigración la Generalitat lo invierte en obligarles a que aprendan catalán y a que se conviertan al nacionalismo en vez de ayudarles a que dispongan de vivienda y trabajo.
Históricamente, fue una magnífica generación de intelectuales políticos y artistas catalanes burgueses y bohemios surgida a finales del siglo XIX y que hasta el primer tercio del siglo XX desarrolló una actividad tan potente que llevó a Cataluña hasta la cima. La Exposición Universal de 1888 y la Exposición Internacional de 1929 significaron la internacionalización definitiva de Cataluña, que se convirtió en el ámbito político y cultural en un patrón de referencia por parte del resto de España e incluso mundial en determinados aspectos. Fue un pasado glorioso que jamás se ha vuelto a dar y que significó el inicio de la Cataluña contemporánea. Todos esos intelectuales (entre ellos Prat de la Riba, Francesc Cambó, Santiago Rusiñol, Ramon Casas, Domènech i Montaner, Puig i Cadafalch, Jaume Ferran i Clua…) eran nacionalistas o al menos socialmente y culturalmente catalanistas.
Conozco a gente de diferentes ideas políticas y creencias y ninguno de ellos es mejor o peor que los demás y jamás he tenido problema o conflicto alguno. Que me pueda llevar mejor o peor no depende de si son o no nacionalistas, o de si se sienten españoles o solo catalanes, sino de cómo son en su interior. Fuera de politizaciones, el día 11 de septiembre vuelvo a colgar la Senyera en el balcón de mi casa por lo que significa para mí Cataluña, por lo que siento y porque es una tradición familiar que mi madre me enseñó y que jamás quiero perder.
Actualmente Cataluña es una democracia donde hay libertad de expresión. No es cierto quien afirma que aquí todo se puede criticar menos el nacionalismo. Prueba de ello es que nos llega el canal Intereconomía, la Cope y los diarios ABC, La Razón y El Mundo, aparte de webs como Libertad Digital y blogs de particulares anónimos. Diversos y variadísimos canales de televisión, emisoras de radio y publicaciones de prensa demuestran dicha libertad, eso sin contar las infinitas posibilidades que ofrece Internet. Cataluña es, además, la región española más cosmopolita, conocida e internacional, con intensivas y constantes relaciones tanto nacionales como internacionales desde una perspectiva económica, empresarial, cultural y social que ya se remontan desde la fundación de la colonia Barcino. Menos mal que los catalanes son cerrados y excluyentes e insensibles hacia las diferencias porque de lo contrario no sé qué pasaría. Los catalanes somos quienes más viajamos, hasta el punto de que en cualquier lugar del mundo encuentras a un catalán. Está claro que conocemos mundo más allá de Cataluña. Luego dicen que los nacionalismos se curan viajando, pues a veces creo que se refuerzan porque te das cuenta de lo que vale la tierra en la que vives y como la has añorado una vez te bajas del tren o del avión de regreso.
Las manifestaciones culturales son riquísimas, desde el folclore típicamente catalán hasta las nuevas expresiones importadas por las comunidades de inmigrantes. Los andaluces celebran anualmente en nuestra tierra una Feria de Abril, rocíos, romerías y homenajes a Blas Infante y para ello no han tenido problema alguno. Que yo sepa, ningún andaluz ha sido apedreado o vetado. Y lo mismo puedo decir con la feria gallega y otras de tipo regional españolas. La inmigración de Cataluña es la que mejor se ha integrado y donde más ayudas sociales han recibido en comparación con otras comunidades donde es más pobre y marginal. La mayoría de inmigrantes tienen una calidad de vida aceptable o buena y ninguno se muere de hambre a pesar de los problemas que igualmente puedan padecer. Y después dicen que todo el presupuesto de inmigración la Generalitat lo invierte en obligarles a que aprendan catalán y a que se conviertan al nacionalismo en vez de ayudarles a que dispongan de vivienda y trabajo.
Históricamente, fue una magnífica generación de intelectuales políticos y artistas catalanes burgueses y bohemios surgida a finales del siglo XIX y que hasta el primer tercio del siglo XX desarrolló una actividad tan potente que llevó a Cataluña hasta la cima. La Exposición Universal de 1888 y la Exposición Internacional de 1929 significaron la internacionalización definitiva de Cataluña, que se convirtió en el ámbito político y cultural en un patrón de referencia por parte del resto de España e incluso mundial en determinados aspectos. Fue un pasado glorioso que jamás se ha vuelto a dar y que significó el inicio de la Cataluña contemporánea. Todos esos intelectuales (entre ellos Prat de la Riba, Francesc Cambó, Santiago Rusiñol, Ramon Casas, Domènech i Montaner, Puig i Cadafalch, Jaume Ferran i Clua…) eran nacionalistas o al menos socialmente y culturalmente catalanistas.
Conozco a gente de diferentes ideas políticas y creencias y ninguno de ellos es mejor o peor que los demás y jamás he tenido problema o conflicto alguno. Que me pueda llevar mejor o peor no depende de si son o no nacionalistas, o de si se sienten españoles o solo catalanes, sino de cómo son en su interior. Fuera de politizaciones, el día 11 de septiembre vuelvo a colgar la Senyera en el balcón de mi casa por lo que significa para mí Cataluña, por lo que siento y porque es una tradición familiar que mi madre me enseñó y que jamás quiero perder.
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