En realidad, cuando hablamos “del mundo de” o “del mundo del” nos referimos a un conjunto humano, a una totalidad o a un conjunto de cosas o de algo con características comunes, y “un mundo de” o “un mundo del” comparte rasgos muy parecidos a los del nacionalismo como concepto, incluso nuestras actitudes y pautas de comportamiento reproducen a menudo, sin que muchas veces no nos demos cuenta o incluso lo neguemos, ciertas características similares o idénticas a las de un nacionalista. Es decir, que todo el mundo es en realidad, queriendo o sin quererlo, una especie de “nacionalista” de algo o de alguien. Buscamos o creemos en algo común a un grupo, tenemos un sentimiento de pertenencia hacia alguna cosa, y deseamos formar parte de aquello que nos parece agradable y ventajoso con que poder desarrollar una aptitud o una forma de vida. Y eso coincide exactamente con las características comunes del nacionalismo. Nosotros, además, en nuestro quehacer cotidiano, conscientemente o inconscientemente reproducimos esquemas similares o idénticos.
El nacionalismo político es el más conocido hasta el punto de creer que solo existe éste. Encontramos desde el nacionalismo de estado hasta el nacionalismo regional, pasando por diferentes modalidades en función de aquél elemento con el que se pretende identificar un territorio: raza, lengua, folklore, religión o incluso economía. El nacionalismo de estado suele ser más invisible y negacionista (es decir, niega ser nacionalista) mientras que el regional es más visible por sus reivindicaciones. En algunos casos es violento y en otros, pacífico y democrático. También hay que diferenciar entre modelos cerrados y excluyentes (basados en un modelo uniforme y uniformista) y otros de abiertos e integradores (basados en un modelo de respeto hacia la diversidad que pretende “invitar” a un proyecto común). Finalmente, existen políticamente aquellos nacionalismos cuya finalidad es la secesión o independencia del territorio, en contraposición con aquellos que solo buscan más autogobieno y autonomía y el reconocimiento de la identidad y el hecho diferencial a cambio de convivir pacíficamente y amistosamente con el estado al que pertenecen. En el ámbito territorial, encontramos incluso nacionalismos locales. En Barcelona, sería el caso de barriadas que antiguamente habían sido municipios independientes, como Sant Andreu de Palomar, Gràcia o Sants. En ellos todavía pervive el sentimiento de pueblo e incluso el rechazo a formar parte de Barcelona, la cual en este caso asumiría el papel de nacionalista global frente a los ex-municipios que actuarían como nacionalismos periféricos. Otros serían más bien de carácter social, como la identidad forjada en el distrito de Nou Barris, un ejemplo de nacionalismo de barriada cuya formación, a base de luchas urbanas, es muy similar a la construcción de algunos estados.
En la mayoría de formas de gobierno se encuentra el nacionalismo, no solo en los totalitarismos como el fascismo y el comunismo, incluso también en el anarquismo y el sindicalismo, el primero expresado como un “nacionalista apátrida o del mundo” y el segundo como “nacionalista obrerista”.
El nacionalismo social se manifiesta mediante colectivos según la raza, el sexo y la orientación sexual. En la actualidad, se agrupan formando bandas, tribus urbanas o lobbies de poder. En los dos primeros casos correspondería a los colectivos marginales o con escasa capacidad económica, aunque una vez han obtenido dicha capacidad ascenderían de la banda o tribu al lobbie. Las bandas latinas serían un ejemplo en nuestro país, cada una de ellas con una filosofía de vida y unos rasgos que los convierten en naciones errantes formadas por un conjunto de personas. Más antiguos lo son la comunidad gitana (que incluso está representada por el llamado Partido Nacionalista Caló). En Estados Unidos los grupos étnicos son un fenómeno más potente y organizado que el nuestro. El colectivo negro o afroamericano es muy importante, y el fenómeno cultural llamado Blackspotation de la década de 1970 fue una gran manifestación nacionalista negra, muy influyente en muchos ámbitos. Matin Luther King fue un gran líder del nacionalismo afroamericano, y personajes actuales como el director de cine Spike Lee o actores como Denzel Washington son un ejemplo de nacionalistas negros. La comunidad judía es un lobbie muy poderoso, una extensión del estado de Israel sobre el continente norteamericano, una nación diseminada pero fuerte y decisiva, que en un segundo plano incluso gobiernan el país. El colectivo feminista y el colectivo gay son también dos lobbies de poder muy importantes capaces de fabricar su propio mundo, es decir, sus naciones sin estado en tanto naciones comunitarias errantes. Existe una cultura, una forma de vida y un estilo propios femeninos y gays, unos hechos diferenciales, unas identidades exclusivas que pueden llegar a hacer de una feminista una nacionalista femenina y al homosexual o lesbiana un/a nacionalista gay. Otras comunidades que forman naciones sin estado aún rechazando cualquier forma administrativa de territorio serían los okupas, los grupos denominados alternativos o antisistema, los squatters, los punks, los heavis, los rockers, los skins y los góticos, entre muchos otros, los cuales enlazarían también con el nacionalismo cultural.
El nacionalismo cultural se encuentra muy presente entre nosotros y desarrollado en todos sus ámbitos. Concretamente en el deportivo, el fútbol y el básquet acaparan la mayor multitud mundial de seguidores. Solo hay que ver la expectación y el mundo construido alrededor del balompié y el furor que genera la NBA en los Estados Unidos. En nuestro país, tenemos al Barça i al Real Madrid como dos grandes naciones futbolísticas. Todo lo que han fabricado y lo que han generado ambos clubs parece la infraestructura de dos países dentro de otro país. No cabe duda de que los estadios del Camp Nou y del Santiago Bernabéu son los palacios o templos de estas dos naciones del fútbol. Un hincha del F.C. Barcelona pasa a ser perfectamente en un nacionalista culé y uno del Real Madrid, C.F. un nacionalista merengue. Nunca una nación sin estado y deportiva ha tenido tantos seguidores por el mundo y delegaciones (peñas blaugranas) como el Barça. El cine es un caso evidente de nacionalismo artístico. Entre otras, principalmente Hollywood es la gran nación del cine y la industria cinematográfica es una de las naciones sin estado más poderosa y rica del mundo. Su estructura interior es muy similar a la de un país en cuanto a funcionamiento se refiere (desde los productores y directores hasta el equipo técnico, actores y actrices y merchandising que genera). Lo mismo sucedería con la música, pues el nacionalismo musical afecta en especial a la juventud. El “mundo” del rock es la gran “nación” musical. Cada género ha engendrado a unos grupos con unas características propias en cuanto a cultura, vestimenta, forma de vida y pautas de comportamiento se refiere. Es la doctrina de la nación rockera. Tenemos, por ejemplo, el pop, el grunge, el country, el heavy metal, el punk, el rap,… y cada género se define por unas características, convirtiendo a sus seguidores más fieles y fanáticos en auténticos nacionalistas rockeros que alimentan a la nación rock, la cual dicta cómo tienen que vivir sus seguidores. Muy cerca le sigue al baile. Todos los géneros y estilos de baile, por la cultura e incluso por la forma de vida que han generado a sus fieles practicantes hacen de esta manifestación cultural una nación sin estado similar a la de la música. Nos podríamos extender a otras manifestaciones culturales como el folklore, el automovilismo, el mundo de las Harley Davidson o la pintura, pero sería muy largo comentarlos y los casos aquí presentados resultan los más significativos para ejemplarizar.
El nacionalismo religioso es uno de los más poderosos del mundo, tal vez el segundo después del nacionalismo político. Pocas cosas han tenido tanto poder de influencia y decisión sobre las cosas como la nación divina a través de las religiones. La Iglesia católica es una gran nación sin estado extendida por todo el mundo cuya capital es la Ciudad del Vaticano y su presidente el Papa, y un católico practicante se convierte inevitablemente en un nacionalista cristiano. Incluso al hablar del más allá, esta nueva dimensión celestial no terrenal supuestamente existente tras la muerte queda representada por el Reino de los Cielos (la nación del bien gobernada por Dios padre) y el Reino de los Infiernos (la nación del mal gobernada por Satán). En definitiva, ni siquiera después de muerto nos escapamos de las nacionalidades, que en este caso son divinas. Incluso en relación al término “Reino” ya se definen tanto el Cielo como el Infierno como monarquías. En el caso de las otras religiones el nacionalismo también está presente. Un caso evidente y no poco controvertido es el del Islam, que convierte a los musulmanes en nacionalistas mahometanos. Aparte del nacionalismo político y religioso, el tercer pilar sería el militarismo o nacionalismo militar, es decir, el mundo del ejército, una nación sin estado muy poderosa cuya misión es “vigilar” el buen funcionamiento de las dos naciones anteriores y obedecer lo que ellas ordenen para actuar cuando sea necesario.
En definitiva, todos y cada uno de los anteriores ejemplos expuestos son sobre diferentes mundos, cada uno de ellos con unas raíces, unas identidades, unos hechos diferenciales, unas formas de vida y unas particularidades. O sea, son como nacionalismos, aunque a muchos les cueste de aceptar. Y quien no es nacionalista de absolutamente nada, lo es al menos de sí mismo.
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