Quien sea un poco observador, se dará cuenta que desde hace unos cuantos años se tiende a valorar a las personas únicamente por sus ideas y creencias, y no por su labor y su persona humana. Así, pues, resulta muy lamentable ver como ciertos colectivos, por el hecho de posicionarse políticamente en determinados partidos que alardean de su progresismo, su tolerancia, su respeto hacia todo y hacia todos y su compromiso social, se creen mejores que los demás y se toman la libertad de desvalorar a quienes no comulgan con su doctrina. Es más, están convencidos de que el único camino para llegar a ser demócrata y buena persona es el suyo y que no existe ninguna otra alternativa posible. Además, creen que por el mero hecho de posicionarse ideológicamente allí ya tienen el cielo asegurado, y que su doctrina es como la palabra de Dios, es decir, única, perfecta e incuestionable. Así, por ejemplo, me viene a la cabeza que en un foro de www.noubarris.net una chica de l’Hospitalet de Llobregat publicó un mensaje donde decía que deseaba conocer a chicos y chicas para ampliar sus amistades pero que debían de cumplir un requisito fundamental: ser ateos y de izquierdas. O sea, que si osabas declararte por ejemplo de centro y agnóstico, te echaban del grupo de un puntapié. Y otro caso más gracioso, en una carta publicada en El Periódico de Catalunya donde un lector hacía crítica contra ciertas políticas catalanas y al final de su carta decía textualmente “y que conste que yo soy muy de izquierdas”, como diciendo ¡cuidado con pensar mal de mí, que soy de los buenos!.
En definitiva, que hoy día solo valemos en función de lo que pensamos y creemos. Pues bien, ahora me apetece retroceder un poco más de cien años atrás y ubicarme en la ciudad de Tàrrega, capital de la comarca del Urgell. Resulta que allí hubo una generación de hombres y mujeres que estudiaron en la Escuela Pía, establecida en el citado municipio el año 1884. La calidad del sistema educativo era tal, que de allí salieron todo un grupo de jóvenes muy bien preparados con unas elevadas aptitudes empresariales y comerciales los cuales en sus profesiones contribuyeron que la estancada villa de Tárrega pasara a obtener el título de ciudad. Además, hicieron llegar las infraestructuras básicas como el agua, la luz eléctrica, el teléfono y el telégrafo; consiguieron que se urbanizaran diversas calles y plazas; lograron que se construyeran nuevas carreteras interurbanas que mejoraron las comunicaciones; fundaron entidades políticas, culturales, docentes y económicas; intensificaron las relaciones comerciales entre comarcas circundantes y con Barcelona; crearon diversas agencias de transporte de mercancías y servicios regulares de pasajeros; fundaron una Cámara de Comercio e Industria que contribuyó a un gran desarrollo social y económico; aprovecharon el ferrocarril para que la capital urgelense se convirtiera en un puente entre la Cataluña costera y la Cataluña interior y de montaña, un punto de paso obligado para todos los transportes… y muchas cosas más.
En resumen, aquella generación contribuyó a levantar Tárrega y a media Cataluña. Pero claro, ¿quién se acuerda de ellos hoy en día? Total, si estudiaron en un colegio de curas (o sea, una porquería y fábrica de adeptos a la Iglesia), recibieron valores tradicionales (esos que hoy día son tan carcas, rancios y reaccionarios), eran comerciales y empresarios (es decir, opresores y explotadores sociales) y encima catalanistas (¡por favor, mejor no continuar, que no se puede caer más bajo!). Por lo tanto, aquellos jóvenes que tanta riqueza acumularon e hicieron en su villa natal más política social y cultural que nadie para sacar del analfabetismo a los niños y niñas más pobres para que fuesen a la escuela, aprendiesen música, teatro y artes plásticas, resulta que en los tiempos que corren actualmente no valen nada. Y el motivo es muy claro, no iban de progres ni de buen rollito y ni siquiera sabían qué era ser políticamente correcto. Además, probablemente muchos de ellos iban a misa y deseaban casarse por la Iglesia.
Así es, amigas y amigos míos, que hoy día solo valemos por nuestras y creencias, y nada más. Tus esfuerzos en la vida no cuentan absolutamente para nada si no procuras “pensar bien”, porque entonces en esta sociedad valdrás menos. Por consiguiente, se deduce que la historia del progreso de Tárrega de entre finales del siglo XIX y principios del XX conseguido por aquella generación de jóvenes targarinos es mejor arrancarlos de las páginas de los libros y lanzar estas hojas al cesto de los papeles porque solo cuentan las tonterías de “cuatro fachas”.
En definitiva, que hoy día solo valemos en función de lo que pensamos y creemos. Pues bien, ahora me apetece retroceder un poco más de cien años atrás y ubicarme en la ciudad de Tàrrega, capital de la comarca del Urgell. Resulta que allí hubo una generación de hombres y mujeres que estudiaron en la Escuela Pía, establecida en el citado municipio el año 1884. La calidad del sistema educativo era tal, que de allí salieron todo un grupo de jóvenes muy bien preparados con unas elevadas aptitudes empresariales y comerciales los cuales en sus profesiones contribuyeron que la estancada villa de Tárrega pasara a obtener el título de ciudad. Además, hicieron llegar las infraestructuras básicas como el agua, la luz eléctrica, el teléfono y el telégrafo; consiguieron que se urbanizaran diversas calles y plazas; lograron que se construyeran nuevas carreteras interurbanas que mejoraron las comunicaciones; fundaron entidades políticas, culturales, docentes y económicas; intensificaron las relaciones comerciales entre comarcas circundantes y con Barcelona; crearon diversas agencias de transporte de mercancías y servicios regulares de pasajeros; fundaron una Cámara de Comercio e Industria que contribuyó a un gran desarrollo social y económico; aprovecharon el ferrocarril para que la capital urgelense se convirtiera en un puente entre la Cataluña costera y la Cataluña interior y de montaña, un punto de paso obligado para todos los transportes… y muchas cosas más.
En resumen, aquella generación contribuyó a levantar Tárrega y a media Cataluña. Pero claro, ¿quién se acuerda de ellos hoy en día? Total, si estudiaron en un colegio de curas (o sea, una porquería y fábrica de adeptos a la Iglesia), recibieron valores tradicionales (esos que hoy día son tan carcas, rancios y reaccionarios), eran comerciales y empresarios (es decir, opresores y explotadores sociales) y encima catalanistas (¡por favor, mejor no continuar, que no se puede caer más bajo!). Por lo tanto, aquellos jóvenes que tanta riqueza acumularon e hicieron en su villa natal más política social y cultural que nadie para sacar del analfabetismo a los niños y niñas más pobres para que fuesen a la escuela, aprendiesen música, teatro y artes plásticas, resulta que en los tiempos que corren actualmente no valen nada. Y el motivo es muy claro, no iban de progres ni de buen rollito y ni siquiera sabían qué era ser políticamente correcto. Además, probablemente muchos de ellos iban a misa y deseaban casarse por la Iglesia.
Así es, amigas y amigos míos, que hoy día solo valemos por nuestras y creencias, y nada más. Tus esfuerzos en la vida no cuentan absolutamente para nada si no procuras “pensar bien”, porque entonces en esta sociedad valdrás menos. Por consiguiente, se deduce que la historia del progreso de Tárrega de entre finales del siglo XIX y principios del XX conseguido por aquella generación de jóvenes targarinos es mejor arrancarlos de las páginas de los libros y lanzar estas hojas al cesto de los papeles porque solo cuentan las tonterías de “cuatro fachas”.
2 comentarios:
Ricard, si fuese mujer, te pedía para salir. Excelente texto.
Hombre, pues muchas grácias. Ahora solo me falta conocer a alguien como tu pero que sea una mujer de verdad y así mi sueño se hará realidad. Paciencia que todo llegará.
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