La primera plaza de toros que se erigió en Cataluña fue en la ciudad de Barcelona. La iniciativa de su construcción se debió gracias a una Real cédula del rey Fernando VII del 3 de marzo de 1827 por la cual se concedía destinar los recursos económicos y otros productos obtenidos de las corridas para financiar y mantener a los asilados de la Casa de la Caridad. Sin embargo, su aprobación coincidió con el inicio en Cataluña de la guerra de los Malcontents o Agraviados que impidió llevar a cabo el proyecto. Solo la muerte del citado monarca el 29 de septiembre de 1833 permitió a la Casa de la Caridad reanudar la idea de la nueva plaza de toros sobre unos terrenos que esta institución poseía a caballo entre el barrio de la Barceloneta y la Ciudadela, sobre lo que antaño fue el Portal del Mar, y concretamente sobre el Hort d’en Bacardí.
Al efecto, el 22 de mayo de 1834, ante el notario Manuel Planas se firmó un acuerdo en escritura pública entre la Junta de la Casa de la Caridad y los señores Coll, Deocón, Sagristá y Vilaregut, los cuales quedaron autorizados para organizar corridas de toros con la condición de que construyesen un recinto taurino en los citados terrenos y abonaran a la institución benéfica una renta de 1.500 duros anuales (7500 pesetas), además de una parte de los beneficios líquidos de las corridas.
El diseño de la plaza fue concebido por el arquitecto de la Academia de San Fernando Josep Fontserè i Domènech (1802-1878), cuyas obras de construcción se hicieron en poco más de dos meses. La inauguración oficial tuvo lugar el 26 de julio de 1834. En la primera corrida, curiosamente celebrada el día antes de dicha inauguración, actuaron los toreros Juan Hidalgo y Manuel Romero Carreto con la participación del prestigioso picador Francisco Sevilla. El primer toro lidiado pertenecía a la ganadería navarresa de Javier de Guendulain.
Durante ese mismo mes de julio se celebraron corridas los días 26 y 27 y otras cinco más hasta terminar el año.
Coincidiendo con el primer aniversario de su apertura, el 25 de julio de 1835, se celebró una corrida de toros que no fue del agrado del público. De hecho, el ambiente social estaba enrarecido por las tensiones políticas vividas en aquel momento. Actuaron los toreros Manuel Romero y Rafael Pérez de Guzmán.
Se dice que los toros lidiados en aquella tarde, de la ganadería de Zalduendo, eran demasiado mansos. La reacción de los espectadores empezó con el lanzamiento de todo tipo de objetos sobre la arena de la plaza y, posteriormente, un grupo de descontentos de toda clase al salir del coso se dirigió hacia la Rambla, a quienes se sumaron los agitadores habituales de la calle. Las pésimas corridas sirvieron de excusa para iniciar la espiral de violencia.
Un escrito anónimo de un redactor menestral del boletín “Successos de Barcelona” así lo relató:
“Feren toros los més ynfelisos, que al quart toro la gran turbe de la gent totom tirà los bentalls sobre als toreros y toro y gran griteri, y surt al quint toro tembé dolén y al poble aritat tirà bentalls y cadiras, fins banch[s], que tot o derotatren, y a cops de cadiras y banchs mataren al toro, que romperen més de 15.000 cadiras y banchs, que fou una derota que feye orror, y después, ab la corde de la maroma, lligaren al toro y arosegan lo portaren”.
La situación degeneró en una protesta anticlerical, pues como consecuencia los conventos de los Agustinos y de los Franciscanos comenzaron a recibir pedradas. Posteriormente se incendiaron los conventos de los dominicos de Santa Caterina, el de los Trinitarios Descalzos, el de San José y el de los Carmelitas. El balance se tradujo en una decena de frailes que perecieron aquella noche.
Una canción popular de la época resumió los trágicos acontecimientos:
"El dia de Sant Jaume
de l'any trenta-cinc,
hi va haver gran broma
dintre del torín.
Van sortir set toros
tots van ser dolents.
Això va ser la causa
de cremar els convents".
La autoridad gubernativa, fundándose en que los sucesos se habían iniciado en la plaza de toros, decretó al día siguiente la clausura del recinto, que permaneció cerrado por un largo tiempo. Solo en el año 1841 se reabrió de manera excepcional para celebrar algunas corridas de toros en beneficio del Séptimo Batallón de la Milicia Nacional. No fue hasta el 29 de junio de 1850 que se permitió la reapertura oficial de la plaza, bajo la dirección del empresario Vicente Galino. En la reinauguración actuaron los toreros José Redondo (el Chiclanero) y Julián Casas (el Salmanquino). Los toros procedían de ganaderías aragonesas y navarras. En aquél año se ofrecieron un total de nueve corridas.
Debido a críticas circunstancias, tales como la colocación de bombas alojadas por anarquistas, los robos indiscriminados de carteras, las multas impuestas a un torero llamado Conejito por enfrentarse a la policía y detenciones de falsificadores de moneda, entre otros sucesos, la plaza estuvo cerrada durante los años 1851, 1854 y 1865, funcionando en cambio el resto del siglo XIX. El 9 de septiembre de 1860 se celebró una corrida en homenaje al general Joan Prim, que fue aclamado por el público. El 28 de junio de 1863, se lidió el primer toro transportado en un gran cajón por ferrocarril procedente de la ganadería de Gala Ortiz, en Alcobendas (Madrid). Habitualmente, era costumbre transportar a estos animales por carretera o incluso por barco.
En la corrida celebrada el 12 de junio de 1864, Pere Aixelà Torner (Peroy) se convirtió en el primer torero catalán en tomar la “alternativa”, es decir, que pasó de novillero o primerizo a matador de toros mediante el ritual consistente en que el primer toro de la corrida, en el momento de matarlo, el espada más antiguo o padrino cede la muleta y la espada al ahijado, quien por su parte entrega su capote al veterano. El padrino suele dedicarle unas breves palabras y un abrazo, todo ello en presencia de otro matador que ejerce de testigo de la ceremonia. En esta ocasión, el padrino fue Julián Casas (el Salamanquino) y el testigo José Antonio Suárez. El toro, de la ganadería del marqués de la Conquista, se apodaba Silletero. Otros toreros que durante aquel siglo también tomaron la “alternativa” fueron Salvador Sánchez (Frascuelo) el 9 de junio de 1867, Tomás Parrondo (el Manchao) el 24 de septiembre de 1889 y Manuel Lara (el Jerezano) el 29 de octubre de 1899.
Además de las corridas de toros, excepcionalmente la plaza fue usada para otra clase de actos públicos. Ese fue el caso del alzamiento de globos aerostáticos, una afición bastante extendida entre la sociedad barcelonesa. De los diferentes espectáculos que se celebraron, son desgraciadamente conocidos los llevados a cabo el 11 de septiembre de 1847 por el aeronauta francés Monsieur Arban (el cual desapareció con el globo y jamás se volvió a saber nada sobre él) y el 1 de noviembre de 1888 por el capitán Joan Budoy (que le costó la vida a algunos espectadores) que terminaron en tragedia.
A modo de curiosidad, el Torín fue el lugar donde por primera vez sonó música para amenizar la faena del torero. Ello sucedió el 13 de mayo de 1877. Rafael Molina (Lagartijo), Villaverde y Manuel Molina lidiaron seis toros de la ganadería aragonesa de Ripamilán (Ejea de los Caballeros). Después de que Lagartijo realizara una buena faena de muleta, de pronto, un hombre de entre el público se levantó, se dirigió al maestro Sempere de la banda municipal gritándole ¡Música! ¡Música!. Desde entonces, esta costumbre se extendió por todas las plazas de toros españolas.
Otras corridas memorables fueron las del 14 de septiembre de 1856 y 14 de septiembre de 1879, en que cayeron unas fuertes tormentas que dejaron la plaza enfangada y medio inundada. En la primera actuaron los toreros Manuel Domínguez y José Carmona (el Panadero), mientras que en la segunda lo hicieron Rafael Molina (Lagartijo) y Francisco Díaz (Paco de Oro).
En los años 1852, 1857, 1871 y 1875 el recinto taurino sufrió importantes reformas hasta que en 1888 se completó la obra de fábrica del coso, sustituyendo la parte alta de madera con pared de ladrillos, la construcción de bóvedas resistentes y la colocación de columnas y barandillas de hierro. Ese mismo año, que coincidió con la celebración de la Exposición Universal, posibilitó la dignificación de gran parte del entorno que rodeaba la plaza, integrándolo en el conjunto de pabellones que conformaban aquel acontecimiento internacional. Después de las reformas, la plaza tenía capacidad para 12.000 espectadores.
Durante aquel siglo, algunos toreros perecieron. El 15 de junio de 1881 se celebró una becerrada benéfica y en ella tomó parte entre otros jóvenes aficionados, el alemán Paul Wandersahen, a quien uno de los toros le cogió al ponerle un par de banderillas y le infirió una cornada en el abdomen, la cual le ocasionó la muerte casi instantánea. El 6 de mayo de 1883 fue cogido el banderillero cordobés de la cuadrilla de Lagartijo, Rafael Bejarano (La Pasera) por el toro Soto, de Mazpule, y después de sufrir la amputación de la pierna izquierda, murió en el antiguo hospital de la Santa Cruz el 1 de julio siguiente. El 12 de abril de 1896 sufrió una tremenda caída el picador José Sevilla (sobrino de Francisco Sevilla) con fractura de la base del cráneo, muriendo a los cuatro días. El 14 de abril de 1895 el toro Molinero de Ripamilán saltó a las gradas y fue muerto a tiros por el guardia civil Waldo Vigueras. De los disparos un hombre resulto herido y varios espectadores se lesionaron a causa del tumulto que se produjo. Y el 27 de marzo de 1898, fue cogido el espada novillero Joan Ripoll y Orozco (Juanerillo) por el toro Fierabrás, de Arribas, y la cornada que recibió, al romperle el femoral, le ocasionó la muerte a los veinte minutos.
A finales del siglo XIX fue administrador de la plaza el empresario y escritor taurino Marià Armengol Roca, apodado de diferentes maneras: El Barbián, El Acústico, Verduguillo y Marianet. Fue conocido porque creó una cuadrilla de adolescentes toreros catalanes encabezada por Josep Huget (Patata) y Joan Buzón (Metralla). Debutaron el 11 de noviembre de 1893, y sorprendieron por sus proezas a pesar de no reunir las mínimas condiciones para el toreo. Esta cuadrilla de jóvenes diestros estaba auxiliada por los toreros Joan Massó (Picaito), Jaume Bosch (Palmera), José Turel (Posturitas), Antonio Bargas (Negrito), Francisco Turel (Ardilla) y José Arzelaga (Pintito), y completada por los picadores Ignacio Rifá (Corianito) y Manuel Cabras (Jilgero).
Como curiosidad, en el año 1895 presentó una cuadrilla femenina conocida por "Las Noyes". El mismo Armengol se encargó de entrenar a las chicas (la mayoría quinceañeras) durante tres años y de lanzarlas a la fama cuando consideró que ya estaban preparadas. El 10 de marzo de 1895 debutaron en el Torín obteniendo un notable éxito de público. Las líderes del grupo eran las matadoras Dolores Pretel (Lolita) y Ángela Pagès (Angelita). De Lolita se dice que era una mujer culta a la que le gustaba leer y tocar el piano. En cuanto a su forma de torear, parece que tenía un estilo clásico y elegante pero que a la hora de matar se lanzaba a ello con todas sus fuerzas. Por lo que a Angelita se refiere, empezó como banderillera y fue subiendo en el escalafón hasta llegar a matadora. Fueron banderilleras las hermanas Justa y Encarnació Simó, Julia Carrasco, María Pagès (hermana de Angelita), María Munubeu e Isabel Jerro.
Como curiosidad, en el año 1895 presentó una cuadrilla femenina conocida por "Las Noyes". El mismo Armengol se encargó de entrenar a las chicas (la mayoría quinceañeras) durante tres años y de lanzarlas a la fama cuando consideró que ya estaban preparadas. El 10 de marzo de 1895 debutaron en el Torín obteniendo un notable éxito de público. Las líderes del grupo eran las matadoras Dolores Pretel (Lolita) y Ángela Pagès (Angelita). De Lolita se dice que era una mujer culta a la que le gustaba leer y tocar el piano. En cuanto a su forma de torear, parece que tenía un estilo clásico y elegante pero que a la hora de matar se lanzaba a ello con todas sus fuerzas. Por lo que a Angelita se refiere, empezó como banderillera y fue subiendo en el escalafón hasta llegar a matadora. Fueron banderilleras las hermanas Justa y Encarnació Simó, Julia Carrasco, María Pagès (hermana de Angelita), María Munubeu e Isabel Jerro.
Llegando al final de siglo, la inauguración de la plaza de toros de Las Arenas el 29 de junio de 1900 hizo perder protagonismo al Torín, que vio considerablemente reducidas el número de corridas que se celebraban. Al mismo tiempo, la plaza empezó a ser conocida mundialmente como La Antigua. La construcción de la nueva plaza se debió a la necesidad de darle un relevo a la vieja plaza de la Barceloneta, ubicando la celebración de corridas de toros en un lugar más amplio y menos conflictivo. Durante la primera década del siglo XX sólo se celebraban novilladas de manera muy esporádica. La decadencia de la plaza quedó reflejada con las frecuentes multas y sanciones recibidas por parte de la autoridad municipal a causa de la baja calidad de los espectáculos y la falta de seguridad de la plaza, incluyendo varias amenazas de cierre.
El 14 de abril de 1914 se inauguró la tercera plaza de toros, la Monumental, de modo que Barcelona se convirtió en la ciudad española con más cosos taurinos en activo.
Otros dos sucesos ocurrieron a los pocos años del cierre de la plaza. El 9 de marzo de 1913 el novillero bilbaíno Eduardo Arechavaleta (Chavacha) sufrió una cornada en la fosa iliaca derecha por un novillo de Santos, de la que murió el día 14 del mismo mes. Y el 29 de junio de 1919, el picador Ezequiel García Briones sufrió al caer una fuerte contusión, seguida de hemoptisis intensa, y murió dos días después.
En 1922 el antiguo Torín fue adquirido por el banco Urquijo de Barcelona. La última corrida se celebró el 23 de septiembre de 1923. Fue una novillada con seis toros de la ganadería de Hidalgo, en la que participaron los toreros Faroles, Isidoro Todó (Alcalañero II) y Ramiro Anlló (Nacional-chico). Poco antes, el 3 de junio, tomó la “alternativa” el último torero, José Flores. En el siglo XX también la habían adquirido Serafín Vigiola (Torquito) el 8 de septiembre de 1912 y Elías Chaves (Areguipeños) el 12 de septiembre de 1920.
En 1927 entró en juego la figura del empresario Pere Balañà, interesado en la adquisición de una de las tres plazas de toros de Barcelona. Todas ellas estaban entonces arrendadas por la familia de empresarios y ganaderos Jardón, propietarios de la plaza de Las Ventas de Madrid. En vistas de que perdían dinero, vinieron a Barcelona para vender el contrato a sus propietarios, prefiriendo un contrato único y mancomunado que simplificara las gestiones. Obligado a adquirir las tres plazas, Pere Balañà aceptó y pagó distinto precio para cada coso. En el caso del Torín, tuvo que hablar con su propietario, Fèlix Escalas Xamení, director del banco Urquijo, para convencerle del cambio de arrendamiento. Y así fue como terminó pagando el alquiler de la plaza, todo y estar definitivamente clausurada desde hacía cuatro años.
El edificio fue utilizado esporádicamente como almacén de provisiones y mercancías. Se desconoce si durante los años de la Segunda República y de la Guerra Civil se usó ocasionalmente para mítines políticos o como espacio para guardar armamento. Ya en plena posguerra, la plaza de toros se derribó el 8 de abril de 1946. Ocho años más tarde, aquellos terrenos pasaron a ser propiedad de la compañía Catalana de Gas, y reconvertidos en un campo de fútbol para sus trabajadores.
1 comentario:
Molt bona informació. Se sap on es podria trobar informació o cattells de les corrides des de 1900. Moltes gràcies
Publicar un comentario