martes, 14 de junio de 2011

La gran comedia del año: la selectividad


Otra vez los medios de comunicación deciden exaltar el gran acontecimiento del año como algo importantísimo: la selectividad. Se habla de unos exámenes durísimos, de una extremada dificultad, de muchas horas de estudio, de afán de superación, de dudas, de miedo, de tensión, de decidir sobre el futuro de la juventud... de un escenario no apto para cardíacos. En definitiva, una generación de chicos y chicas de gran dureza moral, física y espiritual que ha sido elegida para la gloria porque va a someterse a la gran prueba, probablemente la peor de su vida: la selectividad.
Unos exámenes deciden el futuro de esa brillante juventud para el resto de sus vidas. Y una vez se obtienen los resultados académicos la gran sorpresa es que casi todo el mundo ha aprobado, incluso con buena nota, y podrá entrar a estudiar lo que deseaba en primera opción. Y eso solo se puede explicar porque esa generación de chicos y chicas son mentes prodigiosas de una inteligencia extraordinaria que van a asegurar a la humanidad un mañana prometedor.
En definitiva: la selectividad es solo para gente fuerte de mentes maravillosas. Algún día el Ayuntamiento decidirá instalar un monumento dedicado a los estudiantes de selectividad para que puedan ser honrados y venerados, y así, muchos ciudadanos se congregarán anualmente para hacer una ofrenda floral y rendir un emotivo tributo a nuestros héroes estudiantiles.
Un sueño bonito de un mundo mágico digno de hacer saltar las lágrimas. Pero ahora despertando de ese sueño idílico del mundo de Ítaca y bajando al mundo real llamado Tierra, veamos qué es ese fenómeno de masas al que le llaman selectividad y que tanta resonancia le dan los medios de comunicación. Así que dejemos de llorar y vamos a reír.


La selectividad es un proceso de acceso a estudios superiores o universitarios que debe superarse mediante la realización de unos exámenes cuya materia tiene relación con lo estudiado en el ciclo medio o bachillerato. Es decir, que en vez de computarse solamente el esfuerzo realizado durante los dos años de bachillerato y después de haber elegido una opción de ciencias o de letras, como si fuera poco mérito, hay que sobrecargar a los estudiantes con unos exámenes adicionales de la misma materia ya estudiada para acceder a unos estudios cuyas asignaturas difieren de lo trabajado en el ciclo medio, pues aquí solo se dan pinceladas básicas. Y todo ello se hace con el objetivo de evitar desproporciones en las facultades, en tanto evitar la masificación de unas y la desertificación de otras. De este modo se rompe con el derecho de estudiar lo que se quiera y se obliga a los estudiantes que no han podido acceder en primera opción a estudiar algo que no es de su vocación que ni les va ni les viene, solo para rellenar de gente aquellas aulas de aquellas carreras con menor salida profesional. En definitiva, una estrategia pensada para dar de comer a profesores y catedráticos de aquellas facultades cuyas enseñanzas no demanda el mercado laboral.
La gran mentira de la selectividad es la dificultad para aprobar los exámenes. Cuando se dan aprobados de entre el 70% y el 90% no es porque los estudiantes tengan unos cerebros portentosos, sino porque el contenido de la materia ya ha sido más que estudiado y repasado en clase y al llegar a la hora de la verdad está fresca y en mente, por lo que resulta relativamente sencillo recordar. Evidentemente que no estudiar nada puede acarrear un suspenso, pero con solo repasar un poco existen probabilidades muy altas de formar parte del porcentaje de aprobados. La única dificultad que merece ser reconocida es la de obtener notas muy elevadas para acceder a determinadas carreras que exigen mucha puntuación de corte. Y aunque parezca exagerado, existen más aprobados a la primera en selectividad que en el examen de teórica para obtener el carnet de conducir, cuya materia es mucho más fácil.


Y el gran mito de la selectividad es afirmar que decide el futuro de los estudiantes. El futuro, igual que el destino, si no es que sucede algún imprevisto que se nos escape de nuestras manos, se lo hace una misma persona, y no depende de unos exámenes. Cuando hablamos de futuro, ¿a qué nos referimos exactamente? Acceder a los estudios deseados es fácil, y no se consigue a la primera, mientras haya convocatorias, te puedes presentar dos o más veces a selectividad hasta obtener la nota de corte necesaria. Lo que resulta difícil es salir de la universidad una vez has accedido, porque no sabes cuando terminarás la carrera ni qué perspectivas laborales vas a tener. Está claro que actualmente el porcentaje de estudiantes que logran trabajar en algo relacionado con lo estudiado se encuentra por debajo de la mitad. Eso no significa que la universidad sea una fábrica de parados como algunas voces dicen, ni tampoco que lo estudiado no haya servido absolutamente para nada. Al contrario. Quien ha obtenido una licenciatura o un doctorado puede aplicar meritoriamente sus conocimientos en un trabajo, pero eso no significa que dicho trabajo tenga relación con lo estudiado. Es un error relacionar universidad con mercado laboral de manera directa. En ese caso ya existe la formación profesional (FP), cuyos estudios están directamente relacionados con adquirir una profesión que el mercado laboral demandará. Una facultad, como su nombre indica, es un lugar donde adquieres precisamente esto, una facultad o conocimiento sobre una rama del saber, y al terminar recibes un título de licenciatura que acredita tus conocimientos, pero en absoluto una profesión para el mercado laboral.


Y hasta aquí esta historia, narrada por un servidor que tuvo la heroicidad de superar la selectividad a la primera, convirtiéndome en un ser elegido para la gloria e iluminado por la mano del Altísimo. Y como he sobrevivido al sagrado ritual y al trauma de su extremada dureza, he podido contarlo, desde aquí, licenciado universitario y en el paro.

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