
Todo ello viene al caso en relación a comentarios colgados por Internet, concretamente foros y blogs donde unos particulares que probablemente no tengan nada más que hacer durante todo el día tienen como hobby que atacar, insultar y despreciar a quienes son de ideas y creencias contrarias a las suyas, poniéndose, como he dicho antes, a la misma altura o en una situación mucho más denigrante. Y lo peor de todo es que esto no son capaces de reconocerlo porque, al creerse mejores que los demás, tienen la convicción de que practican la absoluta tolerancia, a la vez que consideran la existencia de personas o colectivos que no son merecedores de ser respetados. El resultado de su provocación es que incitan al odio y a la violencia, impidiendo un diálogo sano que contribuya al acercamiento y a la conciliación social a pesar de las diferencias.
Una vez más, las personas valen solo por sus ideas y creencias, y el resto de cualidades no cuentan absolutamente para nada, a pesar de que puedan ser muy virtuosas. En definitiva, establecen que unos son siempre los “buenos” y otros estarán destinados a ser los “malos”, sin términos medios.

En definitiva, algunos se empeñan en convencernos de que quienes tienen ciertas ideas políticas o creencias religiosas son unos pobres ignorantes sin cerebro, y esa es una postura muy peligrosa porque es demasiado confiada. Se relacionan las minorías que engendran la violencia, cometen materialmente crímenes, se inmolan, queman banderas, arman jaleo en los campos de fútbol y reaccionan hacia alguien con agresividad en vez de rebatirle con diálogo, con el conjunto global de esos colectivos.
Criticar y discrepar de un nacionalista, de un militar o de un religioso es legítimo en una democracia porque hay una libertad de expresión, pero nunca subestimarlos como si se trataran de bestias inmundas y salvajes. Ciertamente existen personas poco o nada inteligentes que simpatizan de esas doctrinas, pero no se debe de globalizar. Hay que respetar a quienes son diferentes, y ser tolerantes con ellos porque sus ideas son igual de legítimas que las de los demás, siempre y cuando, claro está, también sean tolerantes hacia uno y no incitan al odio y a la violencia. En definitiva, que es algo mutuo, de ambas partes. Un servidor conoce por ejemplo a mucha gente que es nacionalista o religiosa y os aseguro que están igual de libres de maldad, intolerancia o radicalismo que quienes no lo son, y son personas como las demás, algunas de ellas bellísimas y encantadoras, sin particularidades que supongan un alarmismo o apartarse de ellas. Tener amistades de todas clases resulta algo enriquecedor por todo lo que puedes compartir y por el aprendizaje personal que supone escuchar los puntos de vista de cada uno de ellos, aunque no estés de acuerdo con lo que dicen. En cambio, quienes se proclaman anti- cualquier cosa, limitan sus posibilidades, se encierran en sus mundos convencidos de que ellos son los buenos y están en posesión de la verdad y la razón, y caen sin darse cuenta en el sectarismo, en la intolerancia y en el fanatismo, aun estando convencidos de que son los más demócratas y tolerantes del mundo. Es preferible ser no- (no-nacionalista, no-religioso…) a ser anti- (anti-nacionalista, anti-religioso…). Quienes profesan lo primero te manifiestan su desacuerdo con tus ideas y creencias pero garantizan su respeto y amistad hacia ti, mientras que un anti-, además de discreparte, hará todo lo posible para criminalizarte y destruirte porque creerá que eres la personificación del mal. Así, pues, dejemos de intentar destruirnos los unos a los otros y construyamos un mundo mejor.

Criticar y discrepar de un nacionalista, de un militar o de un religioso es legítimo en una democracia porque hay una libertad de expresión, pero nunca subestimarlos como si se trataran de bestias inmundas y salvajes. Ciertamente existen personas poco o nada inteligentes que simpatizan de esas doctrinas, pero no se debe de globalizar. Hay que respetar a quienes son diferentes, y ser tolerantes con ellos porque sus ideas son igual de legítimas que las de los demás, siempre y cuando, claro está, también sean tolerantes hacia uno y no incitan al odio y a la violencia. En definitiva, que es algo mutuo, de ambas partes. Un servidor conoce por ejemplo a mucha gente que es nacionalista o religiosa y os aseguro que están igual de libres de maldad, intolerancia o radicalismo que quienes no lo son, y son personas como las demás, algunas de ellas bellísimas y encantadoras, sin particularidades que supongan un alarmismo o apartarse de ellas. Tener amistades de todas clases resulta algo enriquecedor por todo lo que puedes compartir y por el aprendizaje personal que supone escuchar los puntos de vista de cada uno de ellos, aunque no estés de acuerdo con lo que dicen. En cambio, quienes se proclaman anti- cualquier cosa, limitan sus posibilidades, se encierran en sus mundos convencidos de que ellos son los buenos y están en posesión de la verdad y la razón, y caen sin darse cuenta en el sectarismo, en la intolerancia y en el fanatismo, aun estando convencidos de que son los más demócratas y tolerantes del mundo. Es preferible ser no- (no-nacionalista, no-religioso…) a ser anti- (anti-nacionalista, anti-religioso…). Quienes profesan lo primero te manifiestan su desacuerdo con tus ideas y creencias pero garantizan su respeto y amistad hacia ti, mientras que un anti-, además de discreparte, hará todo lo posible para criminalizarte y destruirte porque creerá que eres la personificación del mal. Así, pues, dejemos de intentar destruirnos los unos a los otros y construyamos un mundo mejor.

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