viernes, 13 de julio de 2018

Mitos y mentiras de la turismofobia


Inmersos en pleno verano vivimos la temporada del año que más turistas visitan Barcelona atraídos por su clima, sus playas, su arquitectura, sus monumentos, sus calles y plazas, su cultura, su comercio, sus ferias y su gastronomía, entre muchas otras cosas. El fenómeno del turismo no solo se ha extendido por buena parte de la ciudad, sino que también hace su presencia en mayor o menor medida todo el año.
Sin embargo, durante esta última década ha cuajado en una parte de la sociedad barcelonesa el lamentable y populista fenómeno conocido como turismofobia, un sentimiento de rechazo hacia los forasteros que vienen a visitarnos porque se considera el turismo tanto un inconveniente como el principal responsable de los problemas que padece la ciudad.
Además de ser un concepto populista, es también xenófobo aunque sea compartido incluso por personas que se declaran demócratas y antiracistas. Se trata de un ejemplo paradigmático de racismo selectivo, es decir, se defienden determinados colectivos étnicos, raciales y culturales para justificar un presunto antiracismo pero a cambio se justifica el odio hacia otros grupos. Generalmente se busca a un enemigo, a un culpable imaginario para achacar los problemas que padece un territorio o un grupo social.


Últimamente por muchos espacios urbanos de la ciudad se han podido apreciar pintadas con el lema "tourist go home" o "el turismo mata barrios", incluso ataques hacia vehículos del Bus Turístic, entradas de hoteles y museos. Además, la turismofobia se ha extendido como una mancha de aceite en asociaciones y entidades vecinales y culturales por parte de pequeños grupos a menudo antisistema (que viven, comen, consumen y cobran de ese sistema al que tanto odian) los cuales, infiltrándose sutilmente y actuando como lobbies de poder, han instigado y estimulado el desprecio hacia un sector económico fundamental para el desarrollo de la ciudad. Lo incomprensible de ello es la pasividad por parte de algunos partidos políticos e incluso de apoyo explícito hacia esos corpúsculos que abiertamente amenazan con actos vandálicos a modo de aprendices de terroristas actuando violentamente con total impunidad. Muchos ya los conocen, con lo que me ahorraré la molestia de citar partidos o siglas.
Ante la disconformidad de muchos, pues los turistifóbicos quieren alzarse como única voz tachando de fascistas y neoliberales a quienes discrepen de sus ideas, han nacido nuevas asociaciones alternativas a esa doctrina oficial como "Nosaltres Barcelona", la cual se muestra en desacuerdo a criminalizar el turismo, a convertir la capital catalana en una ciudad provinciana y sobretodo al decrecimiento económico que tanto daño haría a la sociedad barcelonesa y en particular a quienes quieren emprender un nuevo negocio.


Merece la pena sintetizar y rebatir los principales argumentos en los cuales se sustenta la turismofobia para reflejar objetivamente que el turismo en Barcelona, a pesar de que merece ser revisado, regulado y reordenado, eliminando los inconvenientes, resolviendo los puntos débiles y potenciando sus fortalezas, no es el verdadero y principal culpable de los problemas que padece la ciudad.
En primer lugar se dice que el turismo es una economía monocultivo. Si bien antiguamente lo fue como un sector más entre muchos, hoy día ha evolucionado como una economía transversal, es decir, que interactúa directa o indirectamente con un amplio abanico de sectores económicos hasta el punto de devenir un sector plurisectorial. A ello haríamos referencia al arte, la cultura, la artesanía, el ocio, la museología, el comercio, la instauración de determinadas empresas, el I+D, las ferias, los congresos, la celebración de eventos internacionales, el urbanismo, la arquitectura, el diseño, la hotelería, la hostelería, la restauración, la gastronomía y las editoriales, entre muchos otros. Todos ellos, además de estar al servicio de la ciudadanía barcelonesa, también se nutren de una notable demanda de forasteros. Por ello, una hipotética destrucción del turismo afectaría a numerosos sectores económicos y, por tanto, a mucha población de hecho y de derecho.


En segundo lugar aseguran que el turismo no genera grandes beneficios económicos. La realidad es que, además de los beneficios directos por parte de las instituciones, órganos y empresas dedicadas a este sector, indirectamente se benefician los sectores anteriormente mencionados por la demanda potencial que les representa. A menudo los beneficios obtenidos sirven para invertir en políticas sociales encaminadas a reducir los desequilibrios territoriales. Obsérvese por ejemplo la gestión del Ayuntamiento de L'Hospitalet de Llobregat, cuyos beneficios obtenidos en comercio, hotelería, instalación de empresas, I+D y ferias y congresos se invierten en los barrios más desfavorecidos para reducir posibles desequilibrios territoriales. Hoy día la ciudad es la segunda economía de Cataluña tras Barcelona. Ahora bien, ello no quita que grandes empresarios se "embolsillen" parte de los beneficios obtenidos, pero la corrupción es un fenómeno lamentablemente extendido en todos los sectores económicos y empresariales.
En tercer lugar se acusa al turismo de generar empleo precario y explotar a sus empleados. Resulta innegable que en las temporadas altas se crea el llamado empleo temporal basura, algo no atribuible exclusivamente al turismo sino que afecta también a otros sectores económicos. Ello se debe principalmente a la actitud avariciosa, pesetera y tacaña de ciertos empresarios cuyo afán de lucro les mueve a crear trabajos a sueldos muy bajos cuando en realidad podrían hacerlos perfectamente de calidad. De no haber turismo en Barcelona el empleo basura seguiría existiendo igualmente por otras razones. Además, no todo el empleo generado directa o indirectamente por el turismo es precario.


En cuarto lugar se atribuye al turismo la masificación de la ciudad. Lógicamente, la llegada de turistas en un territorio contribuye a aumentar la población de hecho y a veces a masificar espacios. Es innegable que en verano el centro de Barcelona se halla a menudo impracticable. Pero tampoco olvidemos que Barcelona y su región metropolitana constituyen una metrópolis con más de 4 millones y medio de habitantes cuya masificación, mal que nos pese, la ocasionan a menudo los mismos barceloneses atraídos por la oferta cultural y de ocio de la ciudad. No es la primera vez que en locales y espacios lúdicos y de ocio los forasteros representan solo un 20-25% mientras que el resto son autóctonos. Basta con poner el oído y cerciorarse de que la mayoría de presentes hablan catalán y castellano, mientras que sólo una minoría lo hace en lenguas extranjeras. Otro tópico muy célebre es el de la masificación humana en las Ramblas. Las fotos de principios de siglo XX de artistas como Frederic Ballel, Brangulí o Zerkowitz nos demuestran cómo estaba repleta de gente la arteria barcelonesa más popular. Y no olvidemos que en la década de los años 70 del pasado siglo Barcelona llegó a ser la segunda ciudad del mundo con mayor densidad de población, sólo superada por Bombay.


En quinto lugar se culpabiliza al turismo de destruir la identidad de los barrios. La identidad es como la energía, ni se crea ni se destruye sino que se transforma porque todo territorio por naturaleza tiene identidad. Ésta jamás es fija o permanente sino que cambia y se altera no solo con la presencia tanto de turistas como de la inmigración, sino por las ideas y los valores de las nuevas generaciones de autóctonos. Todo evoluciona y nada permanece inmutable. Es decir, un espacio con gran presencia de turistas o forasteros no es un espacio que haya perdido identidad sino un espacio con la identidad transformada, y que en un futuro indeterminado podría ser nuevamente transformado. El cambio de paisaje forma parte de esa evolución imparable debida a cambios de hábitos y de pautas de comportamiento.
En sexto lugar se achaca al turismo el fenómeno de la gentrificación, expulsando a los vecinos de clases media y baja en beneficio de los ricos y destruyendo el comercio de barrio tradicional a cambio de franquicias de grandes marcas. Si hacemos memoria histórica, la realidad nos dice que la gentrificación es un fenómeno existente desde hace casi cincuenta años generado por las clases sociales altas barcelonesas que decidieron vivir en los llamados barrios de moda del casco antiguo de la ciudad.


No se puede negar que en parte el turismo ha acelerado este fenómeno pero ello no significa que sea el principal agente causante de ello. Los principales culpables de todo ello son las agencias inmobiliarias, los empresarios, los propietarios de las fincas y los rentistas, movidos por afán de lucro y con actitud avariciosa, pesetera y tacaña. Nadie ni nada, ni el turismo, les impediría rebajar los precios de los alquileres. Si los precios suben es porque ellos quieren. Ante ello debería aprobarse una ley que regulara y combatiera los precios abusivos, reservando un porcentaje obligatorio para vivienda social destinada a personas desfavorecidas. En relación al comercio de barrio, falta una política de mayor protección y fomento que evite la proliferación de grandes superficies y la conversión de locales cerrados en viviendas.
En séptimo lugar, se acusa a los turistas de generar incivismo y molestias a los vecinos. Generalizar con un colectivo es exactamente lo que el racismo o la xenofobia hacen para criminalizar a los forasteros. Sólo un pequeño porcentaje del turismo genera malestar ciudadano, básicamente el de borrachera, el de droga y el sexual, y ello es culpa de unas administraciones blandas e incapaces de demostrar que Barcelona es también una ciudad fuerte donde deben cumplirse unas normas de civismo y convivencia.


¿Somos nosotros turistas ejemplares cuando viajamos por el mundo? Debería aplicarse severamente la ley tal y como sucede en otras ciudades para garantizar esa concordia entre el nativo y el visitante. Disfrutar de la ciudad es bueno, pero con respeto. Para desgracia nuestra, mucho incivismo lo provocan los mismísimos autóctonos. Para quienes no lo crean, viajen a altas horas de la noche los fines de semana en Rodalies-RENFE y en el Nitbús Metropolità para darse cuenta de ello, o dense un paseo por algunas zonas de ocio de zonas periurbanas cuyos nombres prefiero no citar.
Y en octavo lugar, se asegura que el turismo afecta negativamente al medio ambiente. Si bien es cierto que la llegada masiva de turistas genera contaminación ligada a los medios de transporte por carretera y aire, así como la presencia de grandes hoteles en primera línea de mar, Barcelona padece desde hace muchos años problemas de calidad de vida relacionados con el ruido, la polución y la especulación inmobiliaria, unos dilemas existentes desde mucho antes del "boom" turístico derivado de los Juegos Olímpicos de 1992. La promoción de automóviles con combustibles ecológicos, el fomento del transporte público, la expansión de los parques y jardines así como de zonas verdes y una política de protección del ecosistema costero y montañoso contribuirían a una mejora medioambiental de la ciudad y a la movilidad sostenible por el territorio. Debería además dar a conocer al forastero la existencia de una "cultura ecológica" que invite al respeto del medio urbano y natural.


Afortunadamente, la mayoría de la sociedad barcelonesa no comparte el fenómeno de la turismofobia y considera que la llegada de visitantes a la ciudad es beneficiosa. Ello no quiere decir que el turismo sea perfecto y no deba ser revisado y renovado. Al contrario, siempre existen imperfecciones e incluso a veces problemas, por qué negarlo. Efectos negativos como la ruptura de la vida cotidiana de los vecinos y vecinas de los barrios, el aumento de los precios de alquiler y venta de pisos y locales, el exceso de población, empleos precarios, problemas medioambientales y la gentrificación son problemas que deben combatirse para mejorar el nivel y la calidad de vida de la ciudadanía. Pero todos ellos no pueden achacarse al turismo porque éste en verdad sólo ha contribuido en una pequeña parte. Sin la existencia del turismo dichos problemas seguirían existiendo por la perversidad de la condición humana.
Es importante aprender y tomar como referencia las experiencias en gestión del turismo aplicadas en otras ciudades del mundo y estudiar qué viabilidad e impacto socioeconómico tendrían para Barcelona. Una diagnosis objetiva y no de partido (es decir, en base a un consenso plural y nunca a unas ideas políticas concretas) debería detectar las anomalías y aplicar posteriormente soluciones.


Resultaría fundamental un modelo turístico actualizado en base a los valores y a las necesidades del siglo XXI que garantice una buena convivencia entre turistas y ciudadanía barcelonesa. Recordemos que en algún momento dado de nuestras vidas todos nosotros somos y/o seremos turistas porque hemos visitado otras ciudades tanto del resto de España como del mundo. Y cuando vamos a conocer otro territorio la mayoría de nosotros lo hacemos por placer, nunca para molestar o invadir al prójimo. Por ello deberíamos ponernos en la piel de los turistas que vienen a visitar Barcelona, ser condescendientes y concienciarnos qué deben sentir ellos cuando algunas personas actúan hostilmente sólo por el mero hecho de ser forasteros, se les criminaliza o se les culpabiliza de los problemas que padece la ciudad.

Fotos: ABC, Adrià Costa (Nació Digital), Alejandro García (EFE), Carles Ribas (El País), eldiario.es, eleconomista.es, Jordi Soteras (El Mundo), tourinews.es, Voz Libre.

3 comentarios:

Tot Barcelona dijo...

En lineas generales comparto casi toda su opinión.
El artículo es largo y en ocasiones denso, pero el tema no es fácil y no se puede solventar en dos palabras.
Lo primero decir que debería citar a ARRAN y a la CUP, que son los neo-anarcos de fin de semana, el resto son pequeño burgueses de escuela privada, al menos yo conozco un par que estudiaron en el Virolai de Horta-Carmelo, y para ello era necesario tener 1.800€ mínimo al mes.
Necesitamos turistas, así de claro, porque Barcelona es una ciudad encarada a ello. Las mejores firmas se han instalado, y eso crea riqueza. Lo que no se necesita es miedo, ese miedo que sólo faborece al que no tiene nada que perder, porque hoteles, tiendas, restaurantes, taxis, buses, compañías de alquiler (bicis, coches, autocares, motos...) si tienen que perder.
Lo que no se necesita es lateros, meadores en las esquinas, anarcos de verlas venir, ensucia-calles y hooligans.
Tampoco se necesitan representantes de los neo-anarcos de fin de semana, con su sueldo y su visa del Consistorio.
Un saludo.
Salut

Ricard dijo...

Hola:
Muchas gracias por tu comentario. La verdad es que me ha gustado tu opinión y tu aportación. Un saludo.
Ricard

Tot Barcelona dijo...

Pido perdón por poner "favorece" con b. No es de recibo por mi parte.
Salut