viernes, 22 de marzo de 2013

Las sillas de alquiler de La Rambla



A finales del siglo XVIII, Barcelona experimentó un considerable crecimiento económico y de población que la convirtió en un importante referente. Ello atrajo a población extranjera y proliferó una nueva oferta de ocio, basada tanto en locales para el consumo como en espacios públicos acondicionados, aunque mayormente solo al alcance de las clases sociales acomodadas. Una novedad con la que se contó fueron las sillas de alquiler instaladas en la rambla de Canaletes, por iniciativa municipal. Se desconoce el momento exacto de su implantación, aunque Rafael d’Amat i de Cortada, barón de Maldà, en su diario Calaix de Sastre hizo una referencia correspondiente al 28 de julio de 1781, la más antigua conocida hasta ahora: “Se posaren de nou en la Rambla, per lo passeig de nits d’estiu, cadires ordinàries de palla, sense pintar, fins a prop de tres-centes, sota dels arbres, a l’un i l’altre costat de la Rambla, afilerades en renglera, per seure la gent, pagant una moneda de quarto. I en la primera nit fou de franc. En Madrid, diuen, s’estila lo de les cadires en lo passeig d’El Prado”.
La información nos sugiere que este servicio era temporal en función de la época del año, probablemente solo durante los meses de verano. Posiblemente, a medida que aumentó su popularidad, se prolongó la oferta hasta acaparar todo el año. Ello sucedió especialmente a partir del año 1854 con motivo del derribo de las murallas de Barcelona y la expansión y urbanización de la ciudad más allá del casco antiguo. Habitualmente los usuarios eran gente adinerada o de la burguesía catalana.


Las sillas de paja se mantuvieron hasta el año 1860, momento en que fueron cambiadas por unas de hierro proporcionadas por la prestigiosa Casa Gay. Su fundador, Josep Gay i Gurri fue quien pasó a responsabilizarse del alquiler de las sillas bajo concesión municipal. Los empleados eran funcionarios municipales del llamado “Servicio de sillas y sillones”. Posteriormente, el negocio fue heredado a Josep Gay i Sans, hijo del anterior. La empresa también alquilaba las sillas de otros emplazamientos públicos como las de la plaza de Catalunya y el Portal de la Pau. Se dedicaban, además, a suministros de hostelería y servicio de alquiler de sillas, mesas, escenarios y tarimas, así como a la organización y montaje de toda clase de eventos y fiestas mayores.
Los asientos primero fueron de hierro pintado de negro y después pintado de blanco. Se retiraban de noche y se volvían a poner de madrugada. Excepcionalmente se instalaban sillas de alquiler en otros puntos de la Rambla cuando había desfiles, rúas y cabalgatas, y se retiraban pasados los eventos. En estos casos el precio de alquiler era más caro, de cuatro cuartos o un real.
Además de ser testigos de los diferentes sucesos acaecidos en el centro de la ciudad, a menudo este mobiliario se convirtió en objeto de mira en manifestaciones obreras y revueltas sociales, pues en esas circunstancias era habitual usarlas para hacer barracones o lanzarlas contra las autoridades policiales.


En 1890, la instalación de la nueva fuente de Canaletes y en 1901 el quiosco modernista de bebidas de Puig i Cadafalch, no hicieron más que convertir el tramo superior de la Rambla en un atractivo punto de encuentro, contribuyendo a aumentar considerablemente el número de usuarios de las sillas de alquiler. Por aquél entonces el precio del alquiler para ocho horas era de 10 céntimos de peseta.
En octubre de 1928, debido a una epidemia de fiebre amarilla que amenazó la salud pública de Barcelona, el Ayuntamiento ordenó retirar temporalmente el servicio hasta nueva orden. Sin embargo, este breve incidente muy pronto se vio compensado con otro perfil de clientes muy rentables, aunque esporádicos, como fueron los turistas y visitantes atraídos con motivo de la Exposición Internacional de 1929.
Llegada la década de los años treinta, las sillas empezaron a popularizarse para todas las clases sociales, siendo las más humildes las que finalmente desplazarían a las pudientes, que prefirieron el descanso en otros espacios públicos de Barcelona más acordes a su rango social, como los parques y jardines o la cumbre del Tibidabo. Así, en la Rambla pasó a ser una estampa habitual ver a gente de todas clases sentada en aquellas sillas leyendo un periódico, comiéndose o un bocadillo, haciendo tertulias, ver pasar a la gente o simplemente no haciendo absolutamente nada.
Algunas fuentes aseguran que al estallar la Guerra Civil, el servicio de alquiler de sillas fue suspendido hasta el año 1939, en que se restableció si bien al principio no fue muy rentable debido a las penurias económicas de la ciudadanía. A partir de 1947, el negocio del alquiler pasó a manos de Lluis Ortega i Peres, nuevo propietario de la Casa Gay.


A mediados de los años cincuenta, una vez normalizada la demanda de usuarios, empezaron a ser también clientes habituales los turistas, que así aprovechaban para sentarse y consultar tranquilamente el plano de la ciudad. A ello les sorprendía que el asiento se tuviera que pagar.
A pesar de su popularidad, el Ayuntamiento ordenó suprimir a mediados de los años ochenta una hilera de sillas porque ocupaban demasiado espacio en el paseo. El precio era entonces de 30 pesetas, y ya en la década siguiente subió hasta las 50 pesetas, sin límite de tiempo.
Finalmente, el Ayuntamiento decidió no renovar la concesión a la Casa Gay argumentando que las sillas de alquiler molestaban el paseo y que no tenía sentido tener que pagar por sentarse en un espacio público. Precisamente muchos usuarios barceloneses las apreciaban, sin importarles el pago, porque servían para ver el paseo de toda clase de personas congregadas en la Rambla. Aunque el perfil del público mayoritario acostumbraba a ser gente jubilada, no faltaban jóvenes y niños. El 20 de agosto del año 2000 esta tradicional estampa barcelonesa desapareció para siempre dando paso a bancos públicos fijos individuales gratuitos, menos numerosos y carentes de aquél sabor de antaño.

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