viernes, 13 de enero de 2012

El funicular del Tibidabo: un transporte olvidado


Este año el entrañable funicular del Tibidabo cumplirá 110 años de existencia. Su construcción, por iniciativa del industrial y farmacéutico Salvador Andreu i Grau, se pensó como un singular medio de transporte que facilitara el acceso hacia un sector de la montaña destinado a convertirse en la gran ciudad-jardín de Barcelona. Desgraciadamente, el ambicioso proyecto no pudo hacerse realidad y solo se materializó el Tramvia Blau, algunas torres señoriales y el parque de atracciones.
Muchas son las historias que ha vivido ese funicular así como los personajes famosos que han viajado en él, pero permítanme esta vez abstenerme de tal objetivo porque no es precisamente de ello de lo que voy a hablar, sino de su lenta y agónica vida de estos últimos años que lo han convertido en un medio de transporte olvidado que vive de espaldas a la realidad de los modernos servicios públicos colectivos de la ciudad. Recuerdo haber viajado en numerosas ocasiones cuando era niño. Acceder al parque de atracciones desde mi domicilio era algo complicado. Tomábamos la L5 de metro en “Congrés” y nos bajábamos en “Horta”, entonces final de línea. De allí cogíamos el autobús de la empresa Casas (AUTHOSA) de la calle del Tajo hasta la avenida del Tibidabo, para luego tomar el Tramvia Blau y, finalmente, el funicular. Tantos transbordos no se me hacían especialmente pesados, dada mi afición a los transportes, sino que más bien me gustaba. Una vez dentro del funicular, cuando el convoy cerraba sus puertas e iniciaba su lento ascenso hasta la cumbre, de pronto sonaba una canción que empezaba diciendo “con el tran-tran-tran-tranvía, y con el funi-funi-cular…” La última vez que viajé, ya de más adulto, fue hace unos quince años aproximadamente.



Durante este último decenio se ha procedido a una remodelación parcial de la antigua maquinaria y a un repintado de las viejas carrocerías del año 1958, un apaño que en realidad de poco sirve y no hace otra cosa que mantenerlo igualmente anticuado, deficitario y desintegrado del resto de transportes de Barcelona. Además se han ofrecido toda clase de facilidades para empeorar todavía más su situación, con la puesta en marcha del Tibibús y la construcción de un gran aparcamiento para automóviles al lado del parque de atracciones, que le han arrebatado pasaje. Solo el mítico Tramvia Blau se mantiene rentable como transporte de ocio y turístico, que cada vez más se va desvinculando de su hermano funicular después de tantos años de estrecha relación.
Actualmente su explotación está en manos de la empresa PATSA, responsable a su vez de gestionar el parque de atracciones. Como puntos débiles, en primer lugar hay que poner de manifiesto la antigüedad del material móvil y de las instalaciones que impiden convertirlo en un sistema de transporte más competitivo, eficaz y atractivo. Todavía se conservan excesivos elementos que no se han renovado desde el año 1901 y otros desde la remodelación efectuada en 1958. En segundo lugar, habría que destacar la falta de integración tarifaria, lo que repercute al establecimiento de unas tarifas más elevadas. En relación a los precios, el Tibibús, aunque es algo más económico, tampoco compensa porque igualmente no está integrado al tratarse de un servicio especial y no regular. En definitiva, para acceder a la cumbre del Tibidabo, que se encuentra dentro de la ciudad de Barcelona, es inexplicablemente más caro.


En tercer lugar, la oferta de servicio es escasa y estrechamente ligada a la apertura del parque de atracciones, lo cual lo limita a unas horas concretas del día y a unos períodos del año determinados. En cuarto lugar, la competencia de los servicios especiales de autobús como es el caso del ya mencionado Tibibús, que además conecta con el centro de Barcelona, ha significado una pérdida anual de pasajeros. Paralelamente, la mejor accesibilidad para los automovilistas también ha sido decisiva en la paulatina reducción de su rentabilidad. En quinto lugar, se lo trata como transporte de ocio y turístico en vez de cómo un servicio regular de pasajeros. Y en sexto lugar, se vincula erróneamente el funicular con el parque de atracciones como si aquél fuese un elemento de éste, hecho que impide abrirlo a nuevas posibilidades más allá de las ofrecidas, que son muy limitadas.



Es necesario recuperar el funicular del Tibidabo y apostar por él como un sistema de transporte práctico y ecológico para acceder a la cumbre de la montaña, pero para ello se requiere de una importante inversión que suponga una modernización equiparable a la de los funiculares de Montjuïc y de Vallvidrera. Posiblemente, debido a las trabas financieras que impone la crisis económica, eso deberá de esperar para los próximos años, aunque sería deseable que fuese antes de que terminase la presente década. Así, su futuro debería pasar en primer lugar por la modernización de las instalaciones, rehabilitando el viejo edificio modernista de la estación inferior y renovando completamente la estación superior, combinando la arquitectura clásica con el diseño funcional actual, mejorando el sistema de peaje y permitiendo el acceso a personas de movilidad reducida. En segundo lugar, hay que dotar a la explotación de nuevas tecnologías en cuanto al sistema de tracción, conducción, comunicación y seguridad se refiere, retirando la antigua y arcaica maquinaria por otra completamente nueva. En tercer lugar, el material móvil debería de adaptarse a la demanda, con la incorporación de modernos convoyes de dos coches de medida y capacidad cada uno de ellos similar a los del funicular de Vallvidrera, puesto que no se podría prever una demanda equiparable a la del funicular de Montjuïc como para dotarlo de trenes de mayores dimensiones. Deberán de disponer una buena distribución interior, acceso a personas de movilidad reducida, conducción automática sin conductor, climatización e incluso techo acristalado para ofrecer una buena visión panorámica que haga el viaje más atractivo y espectacular.



En cuarto lugar, su oferta deberá contemplar la integración tarifaria, pues resulta absurdo que acceder a una zona perteneciente a la misma ciudad de Barcelona sea más caro que por ejemplo viajar a Castelldefels, situada a más de 21 kilómetros de distancia de la capital catalana; y un servicio durante los 365 días del año con un horario regular más amplio y mayores frecuencias de paso, y todo ello con independencia del funcionamiento o clausura del parque de atracciones. En sexto lugar, para facilitar el acceso a escolares, senderistas y ciclistas, debería de estudiarse la reapertura del antiguo apeadero del observatorio Fabra, y en el otro extremo, la construcción de otro apeadero simétrico al anterior situado a la altura de la carretera de les Aigües. Y en último lugar, hay que desvincular de una vez por todas la explotación del funicular con la del parque de atracciones, y que pase a una operadora pública de transportes como sería Transports Metropolitans de Barcelona (TMB) o bien Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya (FGC).
En tiempos de crisis es necesario incentivar y fomentar el transporte público y no usar la situación actual como una excusa para potenciar el transporte privado. Cualquier mejora para poner al funicular del Tibidabo en el mismo rango de los otros medios de transporte de Barcelona será bien recibida.

1 comentario:

Kai-Uwe dijo...

puMuy señor mío: A principios de los años 80 escuché en el Funicular al Tibidabo esta canción "con el tran-tran-tran-tranvía, y con el funi-funi-cular...". Sería muy amable decirme como se puede escucharla. Cuando volví a Barcelona no entendí esta canción. Muchas gracias. Le saluda atentamente