miércoles, 7 de julio de 2010

Sobre la sentencia del Estatut


El pasado 28 de junio, el Tribunal Constitucional dictó sentencia favorable a la aprobación del Estatut de Cataluña, salvo 14 artículos que han sido declarados inconstitucionales, relativos a la lengua catalana, a las competencias sobre Justicia y sobre la ampliación de las competencias fiscales de la Generalitat. Este resultado no ha dejado a nadie indiferente, sino que enseguida han llegado reacciones de todas clases tanto por parte de la clase política como por parte de la ciudadanía catalana.
Este Estatut ¿es bueno o es malo? Buena pregunta, muy difícil de responder sobretodo si no se ha leído, una faena bastante ardua y pesada especialmente si desagradan los temas relacionados con política y derecho. Sin embargo ¿cuánta gente realmente se lo ha leído, ni que haya sido un resumen? Está claro que una minoría. Así, pues ¿qué criterio ha seguido la población para juzgar algo desconocido cuyo contenido se ignora? ¿Cómo ha podido ser capaz de establecer un juicio de valor positivo o bien negativo? Un servidor reconoce no habérselo leído, y por tanto, no puedo juzgarlo como desearía. No obstante, es mi intención leerlo aunque solo sea un resumen, incluso el Estatut de 1932 y el de 1979 porque me resultaría muy interesante establecer una valoración comparativa.

No desearía una mala interpretación o provocar ofensa a nadie con lo anteriormente dicho. No estoy tachando de imbécil y superficial al pueblo catalán por haber juzgado algo que mayoritariamente no ha leído, al contrario, respeto las opiniones diversas ofrecidas con respecto al Estatut. Pero no cabe duda de que el criterio seguido por las masas ha sido la opinión ofrecida por aquellos partidos políticos con el cual se simpatiza. Así pues, los devotos de CIU, PSC e ICV han votado favorablemente porque los señores Mas, Montilla y Herrera, respectivamente, lo han dicho. En cambio, los fieles a ERC han optado por creer, tal y como afirmó Carod-Rovira, que se trata de una declaración de principios insuficiente para Cataluña. Y los simpatizantes del PP y C’s lo han creído excesivo, intervencionista e inconstitucional porque así lo piensan Sánchez-Camacho y Rivera, respectivamente. ¿Y quien tiene la razón? Pues eso dependerá de con quien se simpatice. La política es como una religión laica, y sus seguidores acatarán lo que el líder político (el profeta) les diga y les mande hacer (la doctrina). Y cada uno elige su religión de acuerdo con sus intereses. Aunque no voy a entrar en el debate sobre la sentencia del Tribunal Constitucional, extraña me resulta también la decisión final. ¿Por qué no hay nunca (o casi nunca) unanimidad para determinar si un artículo es constitucional o inconstitucional? Me resulta incomprensible que siempre haya votos favorables y contrarios. Es muy sencillo: o un artículo se ajusta a la Carta Magna o no se ajusta. No hay más deliberación. Un artículo o es constitucional o no lo es, y no hay juicio de valor subjetivo posible, pues en caso contrario no sé de qué sirve entonces la Constitución española. ¿Dónde está ese marco de referencia, ese patrón de donde emanan los estatutos y las leyes que tanto nos debe de garantizar la libertad y el desarrollo territorial? Si un artículo o una ley es constitucional lo es y punto, y si es inconstitucional no es legal y punto. ¿Qué significan esos juicios de valor subjetivos por parte del Tribunal? ¿Acaso no ven si un precepto se ajusta o no a la ley? ¿Por qué se aplican criterios personales en base a la ideología progresista o conservadora de cada miembro que ha deliberado? ¿Acaso las leyes y la Constitución no son iguales para todos? Me parece algo tan estúpido como la existencia de sacerdotes progresistas, conservadores y moderados en el Vaticano ¿Es que las enseñanzas de Jesucristo sobre amar y perdonar a tus enemigos no son iguales para todos? ¿Entonces, a qué viene relativizar y hacer juicios subjetivos de valor? En definitiva, si un artículo del Estatut ha sido aprobado o bien denegado con votos a favor y algunos en contra ¿Qué debo yo de creer? ¿Con quien debería de confiar, con la parte que han votado favorablemente o con aquellos quienes lo han rechazado?


Se llega a la conclusión de que este es un Estatut redactado en base a unos juicios subjetivos de valor, y probablemente los de 1979 y de 1932, también. Yo creía que había una base un poco más matemática detrás como la Constitución. ¿Significa ello que esté en contra? En absoluto, solo es una percepción personal y hago referencia a la manera como se ha hecho, con independencia de que pueda estar de acuerdo o no con su contenido.
Sin lugar a dudas, polémica aparte, yo soy partidario de que cada territorio pueda definirse como quiera. A pesar de la existencia de una Constitución, esta es humana y, por tanto, imperfecta, criticable y cuestionable. La Constitución no es la Biblia, y cada artículo no es como un versículo de las sagradas escrituras. La Constitución se puede reformar, y creo que los derechos y las libertades de las personas pueden ir más allá. Es decir, puede pasar que un precepto sea inconstitucional pero no por ello malo o perjudicial. Solo quiere decir que no se ajusta a ese marco. Se trata de un tema muy complicado, y a menudo el sentido común va más allá de las leyes establecidas. Aunque no soy separatista ni uniformista, sino tarradellista, desde sectores antinacionalistas de acusa al nacionalismo catalán de obligar a la ciudadanía de Cataluña a ser nacionalista, es decir, a ser de la manera que los gobernantes nacionalistas quieren, y que son ellos quienes determinan quien es buen o mal catalán, y quien es más catalán o menos catalán. Se decía que Pujol repartía los llamados “carnets de catalanidad” y de él salió aquellos míticos dichos de que Pujol es Cataluña y quien no era pujolista no era catalán. De acuerdo, pero entonces, si para los antinacionalistas cada ciudadano de Cataluña tiene derecho a definirse como quiera y a confeccionar su propia catalanidad sin que sea marginado o discriminado ¿por qué no dejan entonces que el pueblo catalán, en su conjunto, se defina dentro de España como quiera? ¿Por qué quienes critican el reparto de “carnets de catalanidad” se dedican a repartir “carnets de españolidad? ¿Por qué no dejan que el pueblo catalán defina su españolidad a su manera en vez de imponer un patrón común y uniformista? ¿Acaso un catalán por definirse como quiera o de manera diferente al criterio impuesto y establecido va a ser menos español y menos patriota? Yo soy catalán y catalanista, y también soy español, pero a mi manera y de la España en la que yo creo, diversa, pluricultural y plurilingüe, porque para mí es la real y no existe otra. ¿Soy entonces un traidor a la patria o un antiespañol? Si no existe una sola forma de sentirse catalán tampoco la hay para sentirse español. Yo creo que si este marco de libertad de definición se hubiese permitido no habría tanto independentismo y las relaciones entre Cataluña y el resto de España hubiesen sido más cordiales. Por suerte, a nivel social lo son, y prueba de ello es cuando viajas por la península y ves el trato que recibes por parte de la mayoría del pueblo español, salvo minorías que las hay por todas partes. Volvemos de nuevo al lema forjado por Francesc Cambó: “ni separatismo ni asimilación”.


Todo el mundo cree que sus ideas personales son las mejores, y es normal si para uno mismo funcionan, como también a todos nos gustaría que el mundo y la humanidad entera fuesen tal y como imaginamos. Por suerte (o por desgracia) eso no es así, y es por ello que a menudo se quiere imponer sobre los demás el criterio personal, a veces por convicción, y muchas otras (en la mayoría de casos) por orgullo aun sabiendo conscientemente que estamos equivocados.
Jamás se debe de pensar que nuestra postura es la mejor de todas. Al contrario, ya que en ese caso se llega a la intolerancia y a la soberbia. Yo nunca he creído que mis ideas sean las mejores porque no soy (ni nadie lo es) perfecto, y por consiguiente me puedo equivocar, e incluso con los años, evolucionar con otras posturas porque la vida es un aprendizaje diario. Nunca he escondido que soy un tarradellista, es decir, seguidor de las tesis catalanistas y políticas de Josep Tarradellas. Sin embargo, jamás lo impondré a nadie como tampoco quiero hacer del tarradellismo una religión. Sería absurdo y si él viviera tampoco lo querría.
Defender tus propias ideas es a menudo muy duro y difícil. Es preferible el desacuerdo que el descrédito. Si alguien te dice que no está de acuerdo con tus ideas, significa que por lo menos te reconoce como tal y te respeta. Sin embargo, cuando alguien no te reconoce tal y como eres ni tus ideas, sobre todo después de haber luchado intensamente durante mucho tiempo, ello hace que caigas en la frustración y en la ofuscación, porque crees que en alguna cosa te has equivocado o que el largo esfuerzo ha sido inútil y en vano porque absolutamente nada va a cambiar. Por mi postura tarradellista y por otras cosas, en más de una ocasión no me han faltado motivos para desistir, arrojar la toalla e incluso largarme de mi tierra para irme a vivir al extranjero y no querer saber nunca más nada. Pero mi sentido de la razón, por suerte, vence, y cada vez que alguien me pincha maliciosamente o me hace un comentario con el propósito de hundirme moralmente, yo simplemente me levanto del suelo y continuo mi largo camino de la vida porque creo que vale la pena tanto para mí como por mis seres queridos y mis amistades.



Si a pesar de no haber leído ningún Estatut me tengo que guiar por la opinión de los políticos con quienes simpatizamos, entonces yo, por esta misma regla de tres, debería seguir ciegamente a Tarradellas y afirmar que para Cataluña convendría un estatuto como el de 1932, repudiar el de 1979 y por consiguiente ignorar el vigente. ¿Sería correcto hacer esto? De acuerdo que cuando simpatizas con un líder, te predispones a creer en lo que dice, pero sin embargo es necesario a menudo tener la mente fría y despejada e intentar hacer un juicio de valor personal e individual. Repito otra vez que, en cuanto disponga de tiempo, no dudaré en leer (ni que sea un resumen) los tres estatutos para hacer una valoración personal, naturalmente subjetiva, que será objeto de un próximo artículo para el presente blog. Y mis respetos para quienes defienden el Estatut y acudan a la manifestación del día 10, como quienes crean que la sentencia del Tribunal Constitucional ha sido la justa.

3 comentarios:

jlgt dijo...

Creo sinceramente que si una ley aprobada por el Parlament de Catalunya, posteriormente sometida a la criba y aprobación por parte del Congreso de Diputados y Senado españoles, sometida a referendum por el pueblo catalán y que finalmente lleva cuatro años aplicándose sin problemas, tiene artículos anticonstitucionales, el problema realmente no está en esta ley, sino en la propia Constitución. La Constitución debería ser reflejo fiel de la realidad de la nación, y estar dotada de mecanismos que facilitasen esa adaptación. Es evidente que la realidad político-social-económico... española actual nada tiene que ver con la del momento de la redacción y aprobación de la Constitución. Esta Constitución si que está atada y bien atada...

Ricard dijo...

Hombre, yo es lo que digo. Creo que la Constitución se puede reformar. Las cartas magnas deberían de adaptarse a los nuevos tiempos, porque la evolución de la sociedad es más rápida que las declaraciones de principios.

Jordi Marí dijo...

Magistral. Suscribo todos tus enunciados.

Gracias, Ricard, por tu sentido común y tu sensibilidad. Este país nuestro, poblado de mentalidades acomplejadas, beligerantes e inmovilistas, necesita de espíritus conciliadores como el tuyo.
El Estatut ha devenido una mera arma arrojadiza, un simple (que no simplista) artefacto político al servicio del poder de unos pocos. Por descontado que toda idea que se ubique en los márgenes democráticos tiene cabida. Pero... ¿Digerimos la información recibida? ¿Atesoramos un criterio propio? ¿Reflexionamos concienzudamente sobre la pertinencia y valía de las proclamas y consignas que nos arrojan los soportes mediáticos? Decía Don Antonio Machado "De cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten". ¿Acaso se quedó corto el maestro?

(Una forta abraçada).