miércoles, 20 de mayo de 2009

Memorias de un cinéfilo de barrio I. Introducción

A pesar de que todavía soy bastante joven y he vivido más años en los tiempos modernos (o de las nuevas tecnologías y de la era digital) que en los de antaño (o de lo artesano y de lo labrado a mano), tengo el placer y el orgullo de haber conocido los cines de barrio en sus últimos años de actividad y de haber vivido ni que haya sido solo una pizca aquel ambiente social y de ocio de barriada ahora inexistente que para la adolescencia de hoy parece pertenecer a la prehistoria. ¿Os acordáis de aquellos tiempos? La verdad es que la existencia de los cines de barrio respondió a una forma de vida distinta a la actual, especialmente para la juventud, la principal clientela de estos locales. En los barrios populares de la periferia los equipamientos de ocio (culturales y deportivos) escaseaban o brillaban por su ausencia, las calles no eran precisamente un lugar adecuado para el paseo, y la situación económica no invitaba a grandes gastos semanales. Además, el ocio en el centro de la ciudad era caro y prácticamente reservado a gente más adinerada, lo que limitaba la movilidad de la juventud de la periferia popular, la cual encontraba como alternativa factible para aprovechar el tiempo recurrir a los cines de barrio con sus parejas o amistades y pasarlo bien durante toda la tarde por un precio módico, disfrutando de las películas que habían saltado de las salas de estreno del centro de Barcelona.
Los cines de barrio, de hecho, fueron mucho más que esto, pues entre el final del franquismo y la Transición se convirtieron en centros de reunión de asociaciones vecinales y de sindicatos para reivindicar mejoras para los barrios, hacer mítines y debatir temas varios, como la celebración de una fiesta mayor, o hacer una asamblea anual. En definitiva, fueron grandes espacios humanos y sociales y centros de grandes decisiones que hicieron cambiar el rumbo de la historia de un territorio. ¡Si estas salas hubiesen podido hablar!

A título personal, todavía recuerdo los sábados y domingos por la tarde haber entrado en las salas de reestreno acompañado de mi hermano (y de su grupo de amigos del barrio), de mis padres o de mis amigos a ver programas dobles y a repetir aquellas películas que más nos habían gustado, o incluso entrar al cine cuando la película ya había empezado y luego quedarnos a ver el trozo del principio que no habíamos visto. Todavía recuerdo el olor tan característico de las salas, de sus paredes recubiertas de madera o terciopelo, de los pasillos, de las taquilleras (a menudo señoras mayores), de las viejas butacas rajadas que chirriaban, de la clase de público que frecuentaba, de aquellos servicios de altos urinarios y de lavabos cuya agua del grifo sabía a cloro, de aquellos bares que vendían palomitas rancias en bolsas de plástico y frutos secos de la casa Churruca…
En definitiva, una estampa desaparecida de la que soy testigo viviente y que nada tiene que ver con el moderno ambiente cinéfilo que ofrecen las grandes multisalas de las superficies comerciales y centros de ocio.
En este viaje sentimental, varios cines formaron parte de una etapa de mi vida y ahora los recuerdo con añoranza. Es por ello que los quiero homenajear uno por uno aquí, en este blog, narrando la historia de cada una de las desaparecidas salas de cine de barrio y los recuerdos que tengo de todas ellas, con el máximo detalle posible: Astor, Centre Parroquial d’Horta, Dante, Diamante, Maragall, Montserrat, Paladium, Río, Rívoli, Versalles, Victoria, Virrey... y tal vez otros más.


1 comentario:

The Fisher King dijo...

Amén de proporcionarnos dichas salas incontables horas de entretenimiento, creo que todos nosotros, en mayor o menor medida, experimentamos nuestras primeras pulsiones sexuales en tales espacios.

¡Excelente iniciativa la tuya, Ricard!