Me siento particularmente indignado, sobretodo después de haberme enterado a través de la prensa y la televisión que en un pueblo de Extremadura sus habitantes, por referéndum, han votado por amplia mayoría destinar el presupuesto para celebrar unas fiestas taurinas en vez de para crear empleo. Aunque aquí se acaba de cumplir el tópico, prefiero seguir creyendo que la realidad no se corresponde a los estereotipos y que no debe tomarse la parte por el todo. Como catalán no tengo nada contra el pueblo extremeño porque eso sería absurdo e irracional. Todo lo contrario, cada comunidad tiene su talante, sus tradiciones, sus fiestas, sus costumbres, su folklore, su historia, su identidad, sus creencias, sus valores y su forma de vida, y todo ello es digno de ser valorado y respetado. Y a ello quisiera además añadir que ojala en un futuro no muy lejano todas las tierras de España consoliden entre sí las mejores relaciones de cordialidad y fraternidad, superando prejuicios difundidos especialmente por los medios de comunicación y la clase política que tanto daño nos han producido.
Pero aún así me siento indignado por esta noticia al tratarse de una decisión, aunque democrática, equivocada, afirmación por supuesto personal porque quienes han preferido la fiesta de los toros a crear empleo sus buenas razones habrán tenido. Insisto de nuevo, no tengo nada contra el pueblo extremeño. Sin embargo, lo que me duele no es tanto el singular suceso en sí mismo o el hecho de haberse producido en Extremadura, sino la reacción de determinados colectivos ante lo recientemente acaecido. Es decir, de haberse producido en Cataluña también sería meritorio de crítica. Últimamente los sectores anticatalanistas o antinacionalistas (y no los no-nacionalistas porque no es lo mismo ser antinacionalista que ser no-nacionalista) nos echan en cara que en Cataluña, a pesar de las penurias sufridas como consecuencia de la crisis económica, preferimos invertir en fomentar la lengua catalana y en mantener las llamadas “embajadas” catalanas en el extranjero en vez de crear empleo o evitar el cierre de escuelas y hospitales. Esta afirmación, a menudo usada de manera muy demagógica y oportunista, puede ser en parte cierta, si bien en realidad se trata de un problema general de mala distribución de los pocos recursos económicos, en la práctica destinados para sufragar las pérdidas millonarias de los bancos y cajas de ahorro y mantener los elevados sueldos mensuales de directivos y políticos, y no precisamente para atender necesidades fundamentales. Invertir para el fomento de la lengua catalana no tiene nada de malo, todo lo contrario, pero si ello hubiese ido acompañado de un mayor apoyo económico hacia la educación, la cultura y la sanidad tal vez eso habría pasado más desapercibido. Los escasos recursos disponibles no se han canalizado bajo una componente estrictamente social sino puramente económica en tanto estar al servicio de la economía y no al revés, con el agravio que ello no ha conllevado a la creación de empleo sino a aumentar todavía más la tasa de paro.
No es culpable el pueblo catalán de los recortes ni de malas inversiones, sino sus gobernantes porque a pesar de la crisis cada partido político prefiere seguir por su propio camino con tal de imponer sus criterios aunque ello no suponga salir del largo túnel al que todavía no le vemos el final. Ahora más que nunca haría falta, como decía Tarradellas, formar un gobierno de unidad donde todos y cada uno de los partidos políticos renunciaran temporalmente a las luchas partidistas y crearan un espacio común de entendimiento que permitiese un gran pacto social y económico, fortaleciéndonos de cara a negociar con Madrid. Ese gobierno de unidad debería también de aplicarse en Madrid aunque el Partido Popular tenga la mayoría absoluta, puesto que ellos solos, como se ha podido comprobar, no serán capaces de sacar a España de la crisis porque los criterios unipartidistas resultan inviables, y se necesita forzosamente de las aportaciones de todas las fuerzas democráticas parlamentarias.
En la situación que estamos viviendo, fijarse en qué invierte su dinero Cataluña para poder después atacarla es una pérdida de tiempo que contribuye a abrir cada día más la brecha de la hostilidad con el resto del país, a forjar un populismo que distraiga a las masa de los problemas reales. Ello no excluye, por supuesto, poder criticar al gobierno catalán, algo que siempre he creído necesario que nosotros como catalanes lo hagamos primero antes que el resto de España proceda, porque de lo contrario nos dolerá más. Indignado estoy también porque esos llamados antinacionalistas (que repito, nada tienen que ver con los no-nacionalistas) no se han pronunciado al respecto de lo acaecido en ese pueblo de Extremadura. En sus blogs, webs o grupos de Facebook no hay ni un solo comentario. Sin embargo, si este hecho se hubiese producido en Cataluña en estos momentos tendríamos encima a la cadena Cope o al canal Intereconomía poniéndose las botas. Para contribuir al equilibrio territorial, las autonomías más ricas están obligadas a la solidaridad económica hacia las autonomías más pobres. No hay nada que objetar al respecto y es un deseo encomiable que un día se llegue a tal equilibrio que incluso Extremadura pueda llegar a crear riqueza por sí misma sin la necesidad de la ayuda de las comunidades más solventes. Todo es criticable y discutible, pero por favor, que no miren la solamente la paja en el ojo ajeno sino también la viga en el suyo propio. Que en los malos tiempos que ahora corren en Cataluña valdría más invertir en abrir escuelas y hospitales en vez de abrir “embajadas” y convocar cursos de catalán, posiblemente sí, pero si con el dinero de mis impuestos debo negarme a ello también me niego rotundamente a que con mi “solidaridad” se subvencione una fiesta taurina antes que crear puestos de trabajo. Racionalidad y sentido común sí, pero para todos igual.
En general estoy de acuerdo contigo, como siempre. Naturalmente que tenemos derecho a criticar el gobierno (el gobierno y el govern, que ambos los pagamos, así que no nos quiten el derecho a opinar, faltaría más). Y esa crítica va más allá de cualquier circunstancia: nacionalismo, no nacionalismo, da igual, los gobiernos son puestos por las personas y las personas tienen derecho a opinar.
ResponderEliminarLo que de verdad nos cansa es la mentira. La de aquí y la de allí. Ls llamadas embajadas catalanas cuestan, todas ellas, menos de lo que ha costado la reciente remodelación de los jardines de la embajada española en París. Los jardines... Y esas embajadas en realidad no son más que un piso en una calle donde hay una oficina para trabajar por la economía de Catalunya, inversionees, turismo, y de paso promover la lengua. ¿O es que no hay también oficinas que promueven en todo el mundo que promueven la lengua española? Se llaman Instituto Cervantes, están por todas partes, y a todos nos parece bien que existan porque el español también es nuestra lengua. Quiero decir, si existen oficinas que luchan por el español en el mundo, no nos parecerá un escándalo que existan también oficinas que luchan por el catalán, digo yo...
Y sí, supongo que necesitaríamos ahora un gobierno de concentración, pero como para ponerlos de acuerdo.