domingo, 18 de abril de 2010

La cochera de los fantasmas

Érase una vez en una creciente ciudad de Barcelona una discreta parroquia llamada de la Sagrada Familia, construida a principios del siglo XX en lo que una vez fue el antiguo municipio de Sant Martí de Provençals, en la confluencia de las calles de Pere IV (antigua carretera de Mataró), con las calles del Marroc y de Provençals. Se trataba de un modesto conjunto religioso formado por un pequeño templo y un cementerio parroquial adjunto, en un espacio que entonces era un remanso de paz. Solo el ruido esporádico de algunas tartanas y camiones y del tranvía de Badalona se dejaba oír a lo largo de todo el día. Vivía poca gente y en los alrededores había muchas fábricas emergentes, motores de la economía catalana.
Con la Semana Trágica acaecida en el año 1909, el conjunto parroquial fue completamente destruido. Transcurrieron unos cuantos años para proceder a su reconstrucción, y finalmente el 10 de junio de 1926 se reinauguró bajo el nombre de Sagrat Cor de Jesús, sobre los terrenos de la Fundació Sebastià Puig i Puig, canónigo e historiador. Sin embargo, con la llegada de la Guerra Civil, en 1936, fue nuevamente destruida quedando solamente en pie las paredes maestras y el campanario. En la reciente posguerra, en 1940, el rector de la parroquia, Mossèn Jaume Segarra, promovió los trabajos de su reconstrucción, y se reinauguró por segunda vez el 15 de mayo de 1943. Durante los años posteriores, esta parroquia se caracterizó por sus obras sociales, tales como la construcción de viviendas sociales, la creación de cooperativas de consumo e industriales, un patronato escolar y un centro social. En el año 1999 se rehabilitó la fachada.
En el solar tapiado de la izquierda del templo, allá donde justamente hubo una vez un pequeño cementerio parroquial, nunca se edificó. Solamente se construyó una pequeña cubierta industrial adyacente a dicho solar y esos terrenos fueron adquiridos bajo arriendo a la empresa TMB para guardar provisionalmente las nuevas unidades de autobuses recién adquiridas por la compañía y todavía pendientes de matriculación. Hay un acceso de entrada por la calle de Provençals y uno de salida por la calle de Pere IV.

Cuenta la historia que los muertos enterrados en el antiguo cementerio parroquial todavía descansan bajo tierra, y algunas veces tienen el capricho de pasearse por lo que había sido su camposanto. Tal vez quieren hacernos saber de alguna forma al mundo que ellos existieron y que la memoria histórica los tiene que recuperar. Tal vez son espíritus resentidos por las profanaciones de la Semana Trágica y de la Guerra Civil porque se les interrumpió su sueño eterno. La presencia de fantasmas la aseguran algunos testigos, empleados que tuvieron que marchar por su propio pie de la cochera de autobuses.
Pocos vigilantes son quienes se atreven a trabajar solos por la noche. Escasas son las personas que se tengan la valentía de hacer un turno de noche.
Cuenta un vigilante nocturno que, en una tranquila noche de verano, se oyeron los llantos de un bebé que helaban la sangre, y que cada vez fueron más y más fuertes, hasta que tuvo que marchar del miedo.
Cuenta otro empleado, que mientras hacía la ronda nocturna por la noche entre autobuses, en la planta superior de la cubierta, una oficina con fachada acristalada, apareció un rostro humano blanco y brillante sin ojos. Al día siguiente dejó el trabajo.
Y cuenta una empleada que ya sabía acerca de la existencia de esos espíritus traviesos, que cuando fue a trabajar en esa cochera, hizo un pacto con los fantasmas prometiéndoles que ella no se metería con ellos y los respetaría a cambio de que estos la dejaran en paz y no la asustaran mediante ruidos y apariciones. El caso es que funcionó, ya que nunca espíritu alguno la intimidó.
Y como ellos, otros empleados nocturnos han asegurado ver cosas extrañas entre los autobuses y oír ruidos de rara procedencia.
Y la cochera de los fantasmas todavía sigue ahí, activa, hasta que algún día desaparezca para siempre, pero esos espíritus allí seguirán para recordarnos lo que aquel espacio sagrado llegó a ser una vez. ¿Realidad o fantasía? Que cada uno juzgue por sí mismo.


2 comentarios:

  1. Seria que no salian del recinto. Yo mientreas me escondia ,jugado de pequeña al escodite entre los cipreses del muro, jamás vi nada anormal....

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