En los umbrales de la muerte de Adolfo Suárez González, presidente del Gobierno entre 1976 y 1981, no puedo evitar el recuerdo de unos años en los que su actividad como político formó parte de una época de mi vida cuando era un niño y después adolescente.
Con la perspectiva del tiempo, el aprecio popular a la labor de este personaje fue de menos a más. Cuando dimitió en 1981 se decía que era un hombre débil, pero pocos años después ya se decía que no lo había hecho nada mal. En su momento más álgido, probablemente no fue valorado como hubiese merecido. Los elogios hacia su figura llegaron justo en el momento en que la sociedad española decidió comparar a los líderes del momento o actuales con los antiguos estadistas. Le tocó gobernar unos años difíciles llenos de miedo, tensión e incertidumbre, bajo la vigilancia de una vieja guardia recelosa allá presente. Era un hombre desconocido para todos, designado por el nuevo jefe del Estado, el Rey Juan Carlos I. A diferencia de su antecesor presidente Carlos Arias Navarro, inflexible y reacio a abolir el sistema dictatorial de antaño, Adolfo Suárez, más dialogante e inteligente a pesar de su juventud y escasa experiencia, supo tras un trabajo largo y complejo desmantelar la estructura franquista y asentar las bases de una nueva estructura democrática. Aún todos los recelos, si logró vencer en unas elecciones democráticas como líder de Unión del partido Centro Democrático (UCD) es porque no se veía conveniente que el proceso de transición democrática se viese interrumpido y redirigido por otro líder desconocido. El pueblo prefirió que Suárez terminara lo que empezó, y una vez finalizado ya vendrían esos cambios anhelados.
Como todos los políticos sin excepción, incluidos a los grandes estadistas de la historia, tuvo aciertos pero también errores, debidos estos últimos tanto a su inevitable condición humana como al hecho de no haber podido desarrollar el proceso de transición a otro ritmo. El mismo presidente de la Generalitat Josep Tarradellas ya alertaba de que todo se hacía y se quería demasiado rápido, y que las prisas solo podían traer consecuencias negativas.
En relación a sus aciertos, Suárez supo cumplir con su papel en el momento que se precisaba, reconociendo la democracia y sus valores que llevan consigo, la Constitución como declaración de principios, la existencia de la pluralidad de partidos incluidos socialistas y comunistas, y la aceptación de España como un estado plural cuyas singularidades debían de convivir en paz entre ellas. Sentar a falangistas, comunistas, liberales, democristianos, socialdemócratas y otros en una misma mesa para dialogar sin que ninguno de ellos se peleara fue un gran mérito de su parte. Sabía que la democracia era la única salida a la dictadura, porque esa era la tendencia futura del mundo de finales del siglo XX y la manera de que Europa viese a España con otros ojos. En Cataluña, la “operación Tarradellas” fue controvertida pero igualmente necesaria porque el carácter abierto y comprensivo de Suárez contribuyó al restablecimiento de la Generalitat, su autonomía y su autogobierno. Era importante evitar un conflicto con las nacionalidades históricas, por lo que era imperioso hacer algunas concesiones a cambio de que estos territorios aceptaran la nueva monarquía constitucional y parlamentaria. En ese sentido, las relaciones entre el presidente del Gobierno central con el “molt honorable” nunca fueron fáciles ni fluidas dado el carácter de cada uno de ellos, pero ambos supieron ser lo suficientemente coherentes como para llegar a los acuerdos necesarios porque si alguna cosa tenían en común fue el deseo de entendimiento y concordia entre todos los territorios de España.
Cuando cumplí los 18 años voté por primera vez en las elecciones generales celebradas el 29 de octubre de 1989. Recuerdo que durante la campaña electoral, Adolfo Suárez vino a mi barrio para celebrar un mitin del Centro Democrático y Social (CDS) en el local de la Asociación de Vecinos del Congrés-Indians. Me acompañaron mi hermano Tomás y mi padre. Era un mediodía de un sábado. Yo lo vi llegar con sus colegas de partido y sus guardaespaldas. Sonó la música del partido a través de unos altavoces. Me acerqué hacia él y entre la multitud de asistentes le pude estrechar la mano. Al verme me regaló una gran sonrisa. Aquella me pareció una expresión sincera. Jamás olvidaré aquella imagen y aquel momento. Al llegar a casa dije contento “li he pogut donar la mà al Suárez”. De niño yo preguntaba si el Rey podía votar, y me contestaban que no podía hacerlo porque representaba a todas las gentes del país. Al llegar el día de las elecciones, voté al CDS. Tras cumplir la mayoría de edad, el primer político que voté fue a Adolfo Suárez, y lo hice precisamente porque era el hombre que había elegido el Rey para gobernar el país, así que me fié de la arriesgada decisión que una vez tuvo el monarca, y así se lo conté a mi familia. Entonces los grandes aspirantes al gobierno de España eran Felipe González (del PSOE) y José María Aznar (del PP). El primero no me gustaba porque nunca le perdoné su gran mentira al prometer que jamás ingresaríamos en la OTAN. El segundo era para mí un perfecto desconocido y carecía de referencias sobre su figura, por lo que sentía cierta indiferencia. Yo era muy joven, me interesaba la política pero todavía me quedaba un camino muy largo por aprender y por recorrer, pero aun así, a pesar de mi ingenuidad, no me arrepiento en absoluto de lo que hice.
Con el paso de los años, ya en mi etapa de madurez, descubrí mucho más acerca de quién fue Adolfo Suárez, por lo que disponía de argumentos personales más sólidos y convincentes para valorar su labor presidencial. Ahora, tras finalizar su vida, procurando evitar caer fácilmente en la idealización, y aunque ello suene a tópico, siempre es preferible quedarse con los buenos recuerdos. La verdadera historia de España, objetiva y libre de romanticismos, lo juzgará y decidirá qué puesto merecerá ocupar en el futuro. Mientras tanto, le deseo un buen viaje, querido amigo, allá donde mi madre decía que todos nos volvemos a encontrar. Un placer haberle estrechado la mano. Adiós, amigo mío. Adiós, mi querido presidente.
Solo la batalla que libró para poder frenar a todas las fuerzas antidemocráticas de entonces ya le honra. Muchos sinvergüenzas de los de hoy en dia tendrían que tener un 1% de la honradez e inteligencia que tuvo el Sr Suarez.Este hombre venia d elas cúpulas franquistas y es algo que los modernos " demócratas " siempre lo han sacado al trapo. Creo que fue el puntal que consolido la democracia en España y con el se va el orgullo de representar a una clase política apta no la ineptud que existe actualmente en este estamento. Hasta siempre Presi
ResponderEliminarBuenas palabras las tuyas amigo Richy. Un abrazo.
ResponderEliminarUn gran president de la Democracia i les LLibertats......
ResponderEliminarBen cert amic Dany, una abraçada.
ResponderEliminarPues como a todos los niños, a usted también le engañaron con los de los reyes. Decirle que don Juan Carlos I no votaba, cuando el borbónico dedo designó a trece senadores, me parece, cuando menos algo inexacto, aunque podría ser suficiente explicación para un niño curioso. Un cordial saludo
ResponderEliminar