Se cumplen diez años del desgraciado atentado acaecido en la estación ferroviaria de Atocha, en Madrid. Sucesos como este jamás se olvidan y quedan grabados para siempre en nuestra memoria histórica por razones más que obvias. A quienes les duele en el alma lo ocurrido, son en parte también víctimas indirectas. Por contra, tan monstruoso es quien comete materialmente los crímenes como quien ante una noticia de tal envergadura no siente absolutamente nada.
Aparte del gran número de víctimas mortales, es igualmente triste la desunión que ha habido al respecto, basada principalmente en la atribución directa del atentado, con fines partidistas. A estas alturas, si los responsables fueron miembros de la banda terrorista ETA o bien un grupo de Al-Qaeda infiltrado en España ahora carece de importancia porque ello no va a resolver nada. De poco sirve mortificarse, rivalizar o intentar colgarse una medalla para poder señalar a unos culpables. Que la sociedad civil se pelee entre ella para buscar un culpable sería el triunfo de los terroristas. Fuesen quienes fuesen, el interés común es luchar contra toda clase de terrorismo, una lacra del mundo moderno de la cual todos podemos ser víctimas en algún momento de nuestra vida, cuando menos lo esperamos.
La principal motivación para ganar el pulso es tener la convicción de que el terrorismo no tiene futuro. Prueba evidente de ello es que está demostrado que de todas las organizaciones terroristas que han existido a lo largo de la historia de la humanidad, absolutamente ninguna de ellas ha conseguido alcanzar sus objetivos, porque el método de la violencia, el castigo, el miedo y el crimen no funcionan. Tarde o temprano, toda banda termina disolviéndose o bien acaba detenida por la justicia. La lucha por una causa a través de esta vía nunca puede terminar bien, solo deja un rastro de dolor para un pueblo inocente y fracaso para quienes quieren cambiar las cosas por las malas.
No existe ninguna banda terrorista democrática y/o que luche a favor de la libertad, porque esta no se consigue a costa de matar a quienes piensan o creen diferente. Su acción y su motivación ya son una muestra clara de su devoción por la tiranía y su desprecio hacia las gentes aunque sean honradas y de bien. Sus miembros pueden autoproclamarse como quieran y asegurar que lo hacen en beneficio de una comunidad o para liberar al pueblo de una opresión, pero solo a los ignorantes se les pueden engañar con estos discursos populistas. Todo terrorismo es autoritario y reaccionario, porque su modelo no se corresponde con los principios de una democracia. Si algún terrorista afirma ser demócrata, la solución es entonces muy sencilla. Basta con que deje las armas, disuelva la organización, funde un partido legal y se presente a unas elecciones democráticas para ganarlas y gobernar en base a lo establecido por la Ley. Así es como realmente se transforma un país, una región o una nacionalidad, dando este ejemplo a una sociedad que día a día se encarga y se preocupa por levantar la tierra que trabaja y en la que vive y se sustenta.
En este sentido, quienes también practican el terrorismo en nombre de Dios, son en realidad quienes más lejos se encuentran de Él. Ningún Dios de bien y de amor, tanto de una religión como de cualquier otra forma de fe individual podría consentir la matanza de seres humanos en su nombre, puesto que en caso de existir una divinidad superior a nosotros, ésta debería ser la encargada de juzgar y determinar nuestros caminos y destinos.
El terrorismo es la consecuencia de un mal uso del concepto de Dios y de la patria, pervertido y tergiversado, reinventado y manipulado, destinado a generar enfrentamientos y a dividir a la sociedad para debilitarla, confundirla, atemorizarla y sumirla. Difícilmente puede existir diálogo o negociación entre terroristas. Ninguna acción suya debería prescribir, pudiéndose equiparar todas ellas a crímenes contra la humanidad. Aunque es imperfecta y puede estar llena de errores, la democracia es aún así la mejor forma de gobierno en la que se puede vivir. La evolución de la humanidad y nuevamente la historia de nuestras civilizaciones a la que debemos apelar continuamente, demuestran que toda clase de sistema autoritario y no democrático tiene fecha de caducidad, más tarde o más temprano.
La erradicación del terrorismo, la globalización mundial de la democracia y sus valores, la eliminación de las desigualdades sociales y la apuesta por un mundo sostenible tanto económicamente como ambientalmente son los síntomas del verdadero progreso, de una evolución hacia un mundo mejor. Acatando estos valores y respetándonos mutuamente, forjando un sentimiento de concordia entre todos los territorios, será la manera de hacer realidad ese mundo en el que todos queremos vivir donde el terrorismo jamás florecerá.
hola Ricard. Estoy totalmente de acuerdo con tu texto. Que mas da quien haya sido?? Los unicos que quieren seguir con esa tesis, es la repugnante clase politica que tenemos, que lejos de saber solucionar los problemas en los que estamos inmersos, remenean el pasado tanto reciente como contemporaneo.
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