miércoles, 15 de mayo de 2013

Sara, Alfredo y Constantino: todos los artistas van al cielo



En poco espacio de tiempo se nos han ido tres míticos y carismáticos artistas de nuestro país que destacaron por unas cualidades con las que saltaron a la fama pero que en realidad estaban por encima de estas. Me refiero a Sara Montiel, Alfredo Landa y Constantino Romero.
María Antonia Abad Fernández, nombre real de Sara Montiel, logró con su extraordinaria belleza ser la primera artista cinematográfica española de talla internacional y la mejor pagada del mundo. Su presencia, su carisma y su estilo embelesaron y cautivaron a actores, directores y público. Actriz y cantante, aunque pueda resultar difícil de creer, de ella destacó en realidad su trasfondo humilde, pues nunca alardeó de ser una gran artista porque era consciente de su potencial y de sus virtudes pero también de sus limitaciones. Sabía perfectamente que en ciertos aspectos no podía competir con el genio artístico de algunas grandes actrices de Hollywood de la época, por lo que recurrió a hacerse destacar en todo aquello que los espectadores esperaban de ella. Así fue como supo estar a la altura de las principales estrellas mundiales del séptimo arte, demostrando a su vez con solo observar la larga filmografía de su trayectoria una gran diligencia. No obstante, sus interpretaciones en los grandes clásicos son más que aceptables, algo que con la perspectiva del tiempo se ha podido reconocer, y especialmente en comparación con las actuales actrices nacionales. En ese sentido es innegable que fue única, irrepetible e inimitable. Muy trabajadora y consciente también de la caducidad de su juventud, supo reciclarse en el momento adecuado para luego retirarse a tiempo de las pantallas cinematográficas en 1974, aunque el mito perduró hasta el final de sus días. De inteligencia innata, aprendió a leer y a escribir a los 20 años de edad, momento en el cual supo abrir enseguida su camino hacia el estrellato, tarea nada fácil. Simpática y a la vez puntualmente temperamental, aunque su vida sentimental fue un poco inestable como le suele pasar a buena parte de las estrellas mundiales, supo ser una excelente madre de sus dos hijos adoptivos, Thais y Zeus.


Si por algo fue conocido Alfredo Landa Areta es por su larga trayectoria cinematográfica de películas que combinaron la comedia fácil cargada de cierto nivel de erotismo, entre los años 1969 a 1978, más moderado en sus inicios y más explícito tras la muerte de Franco, llegándose a estrenar algunas de sus cintas con el calificativo “S”. Esta etapa mereció el acuñamiento de “landismo”, un fenómeno que se tradujo en grandes éxitos comerciales en buena parte como reacción natural de la sociedad española a la censura. Aunque la calidad de las películas fue de escasa o nula calidad, y mayormente olvidables, económicamente fueron muy rentables puesto que al tratarse de producciones muy baratas enseguida se obtuvieron beneficios. Sin embargo, Landa estuvo mucho por encima de su “landismo” del que se sintió orgulloso haber forjado, porque en realidad fue un gran actor con unas cualidades por encima del promedio de la mayoría de actores del cine español. Se dice, y es creíble, que en los rodajes era un hombre muy serio, disciplinado y con un gran sentido de la responsabilidad, poco amigo de las tonterías y de la incompetencia profesional. Aparte de sus interpretaciones cómicas, destacó sobradamente en papeles dramáticos como “El crack” (1981), “El crack II” (1982), “Los santos inocentes” (1984) y “Sinatra” (1988), entre otras, así como en televisión y teatro, unas facetas poco conocidas que merecen ser recuperadas y reivindicadas.


Sin lugar a dudas, Constantino Romero García ha sido la última gran voz del cine en España, de aquellas que todo el mundo conocía y que siempre quedaba bien aunque la voz original del actor tuviese un tono completamente diferente al suyo. Todos recordaremos sus doblajes de Arnold Schwarzenegger, Clint Eastwood, Roger Moore, William Shatner, Rutger Hauer, y de los personajes de Darth Vader (saga Star Wars), Mufasa (El Rey León) y del Gremlin locutor (Gremlins 2), entre otros. Aparte de hacerse oír en diversos spots televisivos, en 1992 su voz sirvió para presentar la inauguración y la clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona en catalán, castellano, inglés y francés. Sin embargo, Constantino fue mucho más que un doblador, una faceta que ocupó buena parte de su carrera durante casi cuarenta años. Todavía muchos lo recordamos como excelente y carismático locutor de radio en las emisoras de Radio Barcelona y Radio Nacional de España, y como presentador en programas de televisión. Sus trabajos como actor de cine y teatro no fueron nada despreciables. Sin pretensiones artísticas, aunque con una gran profesionalidad, salió muy airoso en su labor interpretativa ofreciendo lo mejor de sí mismo ante un público entregado y expectante de verlo en acción. Le recuerdo en su papel de barbero asesino en el musical Sweeney Todd, estrenada en el Teatre Nacional de Catalunya en 1995, en una versión mucho más que aceptable.
Así fueron Sara, Alfredo y Constantino, una mujer y dos hombres que merecen ser recordados no solo por aquellas cualidades que les hicieron saltar a la fama nacional, sino también por sus otras múltiples facetas dignas de ser recordadas en el futuro. Se les echará de menos, pero algún día los volveremos a encontrar porque todos los artistas van al cielo.

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