En poco espacio de tiempo se nos han ido tres míticos y
carismáticos artistas de nuestro país que destacaron por unas cualidades con
las que saltaron a la fama pero que en realidad estaban por encima de estas.
Me refiero a Sara Montiel, Alfredo Landa y Constantino Romero.
María Antonia Abad Fernández, nombre real de Sara
Montiel, logró con su extraordinaria belleza ser la primera artista
cinematográfica española de talla internacional y la mejor pagada del mundo. Su
presencia, su carisma y su estilo embelesaron y cautivaron a actores,
directores y público. Actriz y cantante, aunque pueda resultar difícil de creer,
de ella destacó en realidad su trasfondo humilde, pues nunca alardeó de ser una
gran artista porque era consciente de su potencial y de sus virtudes pero
también de sus limitaciones. Sabía perfectamente que en ciertos aspectos no
podía competir con el genio artístico de algunas grandes actrices de Hollywood
de la época, por lo que recurrió a hacerse destacar en todo aquello que los
espectadores esperaban de ella. Así fue como supo estar a la altura de las
principales estrellas mundiales del séptimo arte, demostrando a su vez con solo
observar la larga filmografía de su trayectoria una gran diligencia. No obstante, sus interpretaciones en los grandes clásicos son más que aceptables, algo que con la perspectiva del tiempo se ha podido reconocer, y especialmente en comparación con las actuales actrices nacionales. En ese sentido es innegable que fue única, irrepetible e inimitable. Muy
trabajadora y consciente también de la caducidad de su juventud, supo
reciclarse en el momento adecuado para luego retirarse a tiempo de las pantallas cinematográficas en
1974, aunque el mito perduró hasta el final de sus días. De inteligencia
innata, aprendió a leer y a escribir a los 20 años de edad, momento en el cual
supo abrir enseguida su camino hacia el estrellato, tarea nada fácil. Simpática
y a la vez puntualmente temperamental, aunque su vida sentimental fue un poco
inestable como le suele pasar a buena parte de las estrellas mundiales, supo
ser una excelente madre de sus dos hijos adoptivos, Thais y Zeus.
Si por algo fue conocido Alfredo Landa Areta es por su
larga trayectoria cinematográfica de películas que combinaron la comedia fácil
cargada de cierto nivel de erotismo, entre los años 1969 a 1978, más moderado en
sus inicios y más explícito tras la muerte de Franco, llegándose a estrenar
algunas de sus cintas con el calificativo “S”. Esta etapa mereció el acuñamiento
de “landismo”, un fenómeno que se tradujo en grandes éxitos comerciales en
buena parte como reacción natural de la sociedad española a la censura. Aunque
la calidad de las películas fue de escasa o nula calidad, y mayormente
olvidables, económicamente fueron muy rentables puesto que al tratarse de
producciones muy baratas enseguida se obtuvieron beneficios. Sin embargo, Landa
estuvo mucho por encima de su “landismo” del que se sintió orgulloso haber
forjado, porque en realidad fue un gran actor con unas cualidades por encima del
promedio de la mayoría de actores del cine español. Se dice, y es creíble, que en los rodajes era un hombre muy serio, disciplinado y con un gran sentido de la responsabilidad, poco amigo de las tonterías y de la incompetencia profesional. Aparte de sus
interpretaciones cómicas, destacó sobradamente en papeles dramáticos como “El
crack” (1981), “El crack II” (1982), “Los santos inocentes” (1984) y “Sinatra”
(1988), entre otras, así como en televisión y teatro, unas facetas poco conocidas
que merecen ser recuperadas y reivindicadas.
Sin lugar a dudas, Constantino Romero García ha sido la
última gran voz del cine en España, de aquellas que todo el mundo conocía y que
siempre quedaba bien aunque la voz original del actor tuviese un tono
completamente diferente al suyo. Todos recordaremos sus doblajes de Arnold
Schwarzenegger, Clint Eastwood, Roger Moore, William Shatner, Rutger Hauer, y
de los personajes de Darth Vader (saga Star Wars), Mufasa (El Rey León) y del
Gremlin locutor (Gremlins 2), entre otros. Aparte de hacerse oír en diversos
spots televisivos, en 1992 su voz sirvió para presentar la inauguración y la
clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona en catalán, castellano, inglés y
francés. Sin embargo, Constantino fue mucho más que un doblador, una faceta que
ocupó buena parte de su carrera durante casi cuarenta años. Todavía muchos lo
recordamos como excelente y carismático locutor de radio en las emisoras de Radio
Barcelona y Radio Nacional de España, y como presentador en programas de
televisión. Sus trabajos como actor de cine y teatro no fueron nada
despreciables. Sin pretensiones artísticas, aunque con una gran profesionalidad, salió muy airoso en su labor
interpretativa ofreciendo lo mejor de sí mismo ante un público entregado y
expectante de verlo en acción. Le recuerdo en su papel de barbero asesino en el
musical Sweeney Todd, estrenada en el Teatre Nacional de Catalunya en 1995, en
una versión mucho más que aceptable.
Así fueron Sara, Alfredo y Constantino, una mujer y dos
hombres que merecen ser recordados no solo por aquellas cualidades que les
hicieron saltar a la fama nacional, sino también por sus otras múltiples
facetas dignas de ser recordadas en el futuro. Se les echará de menos, pero algún día los volveremos a encontrar porque todos los artistas van al cielo.
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