Injustamente polémicas y maliciosamente malinterpretadas fueron las declaraciones del presidente de la Generalitat Josep Tarradellas acerca de Òmnium Cultural. Generalmente sectores procedentes tanto del nacionalismo catalán como español vienen diciendo, aunque por diferentes motivos cada uno de ellos, que su postura era crítica y contraria a esta institución. Tales afirmaciones no son otra cosa más que una típica manipulación a la que habitualmente ambos bandos ya nos han acostumbrado con el propósito de modelar la historia a sus intereses particularistas. Sin embargo, las entrevistas que le fueron realizadas en vida así como sus numerosas y largas cartas nos ofrecen la realidad objetiva del asunto y un punto de vista bien diferente. Tarradellas nunca estuvo en contra de ninguna institución destinada a fomentar la lengua y la cultura catalanas, sino del uso político que se podía hacer de ellas. Apelando a su obsesivo pero imprescindible unitarismo, creía necesario que cualquier iniciativa de estas características debía de ser ante todo neutral y apolítica, con un proyecto de trabajo acordado por unanimidad, porque de este modo tendría cabida cualquier persona con independencia de sus ideas, salvo (claro está) aquellos quienes carecían de valores y principios democráticos. Por el contrario, la politización podía generar el rechazo de una parte de la población que se sentiría excluida, dividiendo a la sociedad y engendrando conflictos estériles e innecesarios.
En el libro “Conversaciones con Tarradellas”, el periodista Joaquín Soler Serrano entrevistó minuciosamente a Tarradellas, y acerca de su postura con respecto a Òmnium Cultural afirmó textualmente que “los señores (de dicha institución) han hecho una política partidista, y han dado una visión de la cultura pensando en sus fábricas. (…) Ha sido una política desastrosa, y ahora ya no se preocupan de disimular. Millet vino a contarme el plan de creación del Omnium, y yo ofrecí mi acuerdo siempre que hicieran cultura, pero no política. Y en un momento dado podríamos decir que sólo hacían política. Con Millet hubiera sido otra cosa. Han llegado a subvencionar campañas absurdas, como la de decir que Gibraltar es inglés y no español, o que los catalanes debemos aprender el francés antes que el español. Cosas increíbles y muy torpes. Una gente que era franquista, y que se había enriquecido con el franquismo, para no tener que pagar la factura hacen de nacionalistas catalanes. Y eso es intolerable. Y me ha ocasionado graves problemas, hasta en este momento. Los caballeros del Omnium tenían unos consejeros políticos anti-Generalitat, anti-Tarradellas, anti-todo… y no me han hecho callar nunca. Siempre les dije lo que pensaba, con toda claridad. (…) Tener enfrente a un buen grupo de burgueses con tanto poder económico y que está en el país, y yo combatirles desde Saint-Martin-le-Beau no es cosa fácil… Millet vino a verme la última vez muy pocos días antes de morirse, y comentábamos desolados el rumbo que tomaban en el Omnium. (…) Porque si tenían cuatrocientos millones (o los que fueren) para hacer cultura, y los han invertido en hacer una política personal, la diferencia es evidente. Empleado verdaderamente ese dinero en la cultura y la lengua catalanas, los resultados habrían sido muy otros”.
Tarradellas dejó muy clara su posición y fue consciente de que Òminum Cultural desde el principio debía dedicarse exclusivamente a la defensa, protección, enseñanza y difusión de la lengua y la cultura catalana, dejando al margen cualquier asunto político. Sin embargo, sus declaraciones fueron tergiversadas y malinterpretadas. Los sectores más catalanistas lo acusaron de querer impedir el fomento del catalán, llegando en algunos casos a difamaciones extremas que lo tacharon de ser un esquizofrénico que debía de recluirse en un sanatorio mental. Igualmente, los sectores más españolistas usaron sus palabras como una excusa perfecta para atacar a cualquier institución defensora del catalán, alegando que en tiempos de crisis debería invertirse en escuelas, bibliotecas, hospitales y creación de empleo en vez de potenciar una lengua minoritaria. Demagogia barata al poder.
En la misma entrevista, Tarradellas respondió que culturalmente el hecho más notable de los últimos cuarenta años (es decir, bajo el régimen franquista) fue “la del pueblo en su identidad y en su idioma. Haber conservado la lengua por encima de todas las dificultades y persecuciones”, afirmando textualmente que “lo que mejor define la cultura de un pueblo, dándole entidad cultural y personalidad propia es el idioma”. En definitiva, ni existe ni jamás ha existido hostilidad alguna contra la lengua y la cultura catalana por parte de Tarradellas ni contra Òmnium Cultural desde el punto de vista cultural, aunque sí político.
Recientemente ha sido condenado a ser expulsado del país el presidente de la sección catalano-marroquí de la Fundació Nou Catalans, Noureddin Ziani, acusado de promover el salafismo y el islamismo radical. Independientemente de si tal acusación es cierta o bien se trata de una mera patraña, la Fundació Nous Catalans está vinculada al partido Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), por lo que volvemos nuevamente al mismo problema planteado antes en el caso de Òmnium Cultural. De ser vivo en la actualidad, Tarradellas hubiese reconocido y valorado positivamente las buenas intenciones de esta institución por pretender la integración del colectivo inmigrante en Cataluña, pero sin duda hubiese criticado duramente la falta de imparcialidad y su posición política convergente.
El apoliticismo de cualquier institución de estas características es una condición fundamental para que sean lo suficientemente valoradas y respetadas por parte de la casi totalidad de la sociedad catalana. La defensa de la lengua y la cultura catalanas supone la defensa de un patrimonio de gran valor que a lo largo de la historia ha cosechado una producción literaria, artística, científica, intelectual, folclórica, pedagógica y social única e irrepetible capaz de otorgar una personalidad fuerte y singular a un territorio. En definitiva, es defender una lengua viva y útil minoritaria pero no por ello inferior o más pobre. La neutralidad implica evitar atribuir dicha defensa a una determinada ideología política como si fuese algo de su propiedad, excluyendo y marginando a quienes piensan diferente. Todo el mundo debería poder sentirse representado y tener la oportunidad de implicarse y participar en un programa constructivo que debe beneficiar a todas las comunidades sociales de Cataluña, sea catalana, sea castellana, sea aranesa o sea inmigrante de cualquier lugar del mundo.
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