jueves, 8 de noviembre de 2012

La muerte del Barrio Chino barcelonés


El Barrio Chino ha muerto. Cuando se confirmó que Barcelona acogería para el año 1992 los XXV Juegos Olímpicos, ese entrañable e histórico sector del casco antiguo inició una lenta y progresiva transformación que ha conllevado en la actualidad a la pérdida de su personalidad tan característica. Otras ciudades han sabido transformase y modernizarse a los nuevos tiempos pero sin perder su propia identidad. En Madrid, todavía existen esos locales de tapas decorados con cabezas de toro que otorgan a la ciudad un clima típicamente madrileño. Algo similar sucede en urbes como París, Londres, Roma, Viena, Ámsterdam, Lisboa, Sevilla y muchas otras. Incluso la ciudad más cosmopolita del mundo, Nueva York, ha sido capaz de mantener ese aroma neoyorquino tan característico. Sin embargo, en Barcelona ha desaparecido ese ambiente típicamente barcelonés. Toda ciudad debe adaptarse a su tiempo porque eso forma parte de la evolución, nada perdura para siempre, pero la instauración de un modelo “políticamente correcto” y la eliminación de aquellos locales y espacios urbanos que recordaban unos valores, unos tiempos y unas formas de vida contrarios a lo que ahora se estila, ha erradicado una personalidad que hubiese podido sobrevivir perfectamente adaptada al siglo XXI. Las llamadas “ciudad del diseño”, “marca Barcelona” y “modelo Barcelona” solo responden a un concepto artificial de la ciudad, pues la identidad no se puede fabricar bajo criterios políticos o economicistas sino que surge mediante un proceso natural de su ciudadanía en relación al espacio donde desarrolla su vida y se transforma con el paso del tiempo.


Según criterios de los mandatarios municipales, de cara a los Juegos Olímpicos de 1992 Barcelona no podía permitirse el lujo de mantener ciertos espacios y locales porque ofrecían una imagen degradada y denigrante al mundo. En estos últimos decenios existe el “vicio” de enfocarlo todo “de cara a los que vienen de fuera”, es decir, hacia la llamada población de hecho, por lo que destaca una enfermiza y obsesiva preocupación por la opinión que turistas, extranjeros y forasteros en general puedan tener de la capital catalana. Y para ello se ha pagado un alto precio como ha sido la pérdida de la personalidad real de Barcelona hasta el punto que la sociedad barcelonesa, o sea, la población de derecho, ha pasado a ocupar un plano secundario puesto que las políticas no se han enfocado “de cara a los de dentro”. Al no existir un equilibrio, se tiene la sensación de que la ciudad está más enfocada hacia los forasteros que hacia su propia ciudadanía. Hay quienes afirman, por ejemplo, que La Rambla ha dejado de ser aquella arteria donde se respiraba un “caliu” típicamente barcelonés y catalán, para pasar a ser una calle extranjera. La Rambla de antaño también ha muerto.


No se trata de criticar todas las políticas municipales efectuadas durante las últimas décadas. Por supuesto que era necesaria una regeneración de Barcelona basada en la rehabilitación de edificios y la construcción de otros nuevos, la peatonalización de calles y la apertura de nuevas vías de circulación, la ampliación de aceras, la creación de nuevas plazas, jardines y zonas verdes, la recuperación de la fachada marítima, la mejora del transporte público y la construcción de equipamientos educativos, culturales, deportivos y sanitarios, entre otras cosas. No hay nada a objetar sobre aquellas mejoras que han conllevado a un notable incremento de la calidad de vida y del bienestar. De lo que se trataba en realidad era que toda esa transformación positiva llevara consigo una evolución y adaptación a los nuevos tiempos de la personalidad típica barcelonesa, pero no la destrucción del patrimonio arquitectónico, habitacional y cultural.
Un ejemplo muy claro es el Barrio Chino, ahora llamado vulgarmente Raval. Histórico y hechizante barrio barcelonés, cuyas calles y locales aglutinan infinidad de relatos, acontecimientos y leyendas, se erigió como un testigo vivo de la Barcelona anónima, embrión de la historia local que ahora tanto se ha extendido y se reivindica en otras barriadas populares de la ciudad. Icono también de la Barcelona pobre y canalla así como de una latente realidad que siempre se pretende esconder como si no existiera. Ha sido el lugar de inspiración de novelas, películas y piezas teatrales, punto de encuentro de artistas bohemios y paso de visita de gente famosa.


Efectivamente, el Barrio Chino necesitaba una urgente regeneración que contribuyese a sacarlo de la larga marginalidad que padecía y a mejorar tanto el nivel como la calidad de vida. Si bien se han producido mejoras beneficiosas que eran necesarias en cuanto a equipamientos y rehabilitaciones se refiere, el derribo indiscriminado de inmuebles era perfectamente evitable. En realidad, lo que hacía falta era un buen “lavado de cara”, una rehabilitación general de toda la barriada. Dichos derribos se defendieron alegando que se procedía al esponjamiento, algo ejecutable con tan solo eliminar remontas, áticos y sobreáticos añadidos, y las barracas de los terrados y de los patios de las manzanas de los edificios. Existían edificaciones muy antigas, incluso del siglo XVII, desde modernistas hasta palacetes de antiguos nobles que han dado paso a vulgares y apáticos bloques funcionalistas con un diseño que llama al mal gusto y completamente desintegrados del paisaje urbano. Además, estas nuevas viviendas son de pésima calidad, mostrando algunas de ellas desperfectos y síntomas de degradación, con el agravante de que tienen una esperanza de vida de solo 75 años, con lo cual, transcurrido ese tiempo, inexorablemente deberán derribarse. Un buen negocio para perpetuar la especulación inmobiliaria y expulsar a los vecinos de sus barrios de siempre.


Por lo referente a edificios cuyas condiciones de vida eran infrahumanas, con viviendas de solo 15 metros cuadrados, sin baño y estrechas escaleras claustrofóbicas, hubiese bastado con proceder a un vaciado interior tal y como se ha hecho con muchos edificios del Eixample, es decir, derribarlos por dentro manteniendo la fachada antigua, de modo que el resultado sería un bloque de viviendas moderno con las comodidades y necesidades actuales pero con el aspecto exterior antiguo, lo cual hubiese permitido mantener ese paisaje tradicional e histórico. Cada edificio, con independencia de su calidad, es único e irrepetible, con una historia y una personalidad. Al derribarlo, esa seña se pierde para siempre, siendo irrecuperable. Ejemplos de destrucción de patrimonio lo podemos ver con la apertura de la rambla del Raval, la nueva plaza de la Gardunya tras el mercado de la Boqueria y todo el conjunto de  edificaciones erigidas en la calle d’en Robador, las plazas de Vázquez Montalbán, Salvador Seguí y de Pieyre de Mandiargues y el sector de Santa Madrona (comprendido desde la calle Nou de la Rambla hasta el puerto). Esa llamada “regeneración”, aparte de matar la personalidad del barrio, no ha servido en absoluto para solucionar los problemas de marginación social, pobreza, paro, delincuencia, drogas y prostitución, que todavía son muy vigentes. Por todo el Raval cuelgan en muchos balcones diversas pancartas con el lema “Volem un barri digne”, luego algo ha fallado y claro está que sus vecinos no están precisamente contentos. Deberían de intensificarse las políticas sociales hacia todos estos colectivos que necesitan una atención especial, así como la atención hacia las ancianas viudas que viven solas y en la miseria, sin apenas recibir ayudas sociales y cuya amenaza de desahucio y “mobbing” inmobiliario les acecha.


Una actuación como la realizada recientemente con la construcción de ese antiestético búnker de hormigón armado que acoge la sede de la Filmoteca de Catalunya y el “hotel cilíndrico” hubiese sido una buena solución para otras barriadas barcelonesas, especialmente aquellas donde los bloques con aluminosis tuvieron que ser derribados, puesto que habría contribuido a descentralizar la ciudad y a regenerar la economía de esos sectores. En casos extremos, donde solo hay solares, cubiertas abandonadas o edificios en ruina, sí que tenía sentido la obra nueva, pero el diseño de esas construcciones debería haber tenido como condición sine quanon su integración en el paisaje y evitar la ruptura de la estética urbana antigua e histórica.
Actuaciones como la creación del CCCB y del MACBA así como el traslado de las facultades de Filosofía y de Geografía e Historia han sido, por el contrario, acertadas, puesto que han sabido aprovechar un gran solar inutilizado del antiguo convento dels Àngels para el paseo y el fomento del saber y la cultura.


Actualmente, la oferta comercial que tanta vida otorga al barrio sería un aspecto positivo a valorar. La apertura de nuevos establecimientos, el mantenimiento de comercios o bares históricos, así como la apertura de locales de copas de diseño o que han sabido aprovechar la estética de antiguos comercios desaparecidos forma parte de la evolución natural de la oferta de la ciudad, cuya ciudadanía ha respondido favorablemente. De igual forma, es muy interesante la apertura de galerías de arte, centros culturales y la amplia y variada oferta gastronómica que va de lo más tradicional a lo más exótico.
Queda pendiente la actuación urbanística en la calle de Sant Ramon, centro de la prostitución callejera por excelencia. Sería deseable evitar cualquier derribo a cambio de rehabilitar las viviendas existentes y potenciar el comercio de barrio, equilibrando la convivencia entre tradición y modernidad.
Aparte del Barrio Chino, el resto de Ciutat Vella también se ha visto afectado por remodelaciones que han llevado a la destrucción de patrimonio, siendo los casos más destacados la prolongación de la avenida de Francesc Cambó y la apertura de la calle de Allada Vermell, entre otras actuaciones. Este distrito, donde a través de sus calles y sus casas se concentran los orígenes históricos y culturales de Barcelona no debería ser solo para el disfrute turístico, sino también un lugar para vivir.



3 comentarios:

  1. Buen post Ricard, sobre el barrio chino, desde las olimpiadas, ni fué ni será los que fué.
    el diseño como tú dices se lo está comiendo todo, antes todo el mundo íbamos al barrio chino, collas enteras de amigos, pero no sé porqué un día estaba el ambiente enrrarecido, habían demasiadas personas de todo el mundo, daban tirones, niños de 12 años, a una amiga la tiraron al suelo, y ya se nos estropeó la noche, fuímos a la comisaría de las ramblas, tres horas para nada, y ellos sabían que niños eran, argelinos, y así cuando decidimos salir otra noche había rechazo en ir al chino, y nos fuímos durante otros muchos años al Born, allí había otros ambientes más acordes a nuestra edad y gustos, culinarios y de copas, así fué pasando los años y ya no volvimos a ir por allí, y hoy me encuentro con tu magnífico post, en el cual relatas como fueron las cosas cambiando, yo como siempre hablo en primera persona, lo bíen que nos lo pasábamos hace 30 años y como cambió todo poco a poco.
    Tú eres más educado que yo, y todo esto la culpa la tiene el AY.UNTAMIENTO, por consentir muchas barbaridades humanas y hace la vista gorda, asumo mi responsabilidad, pero yo soy muy clara y transparente y digo las cosas como son, y no soy políticamente correcta, solo soy sincera.
    Ahora noto que se está reanimando el chino, ahora lo llaman Raval...!!!
    Y deseo de todo corazón que despegue y se llene de vida como antes, aunque estuviese todo mal, lo podían haber hecho mejor, hay edificios que no pegan y dañan la vista, y la suciedad es tremenda, los olores ni te digo, y lo siento ese ambiente no me gusta.
    Un abrazo y perdona el rollo, así lo veo, muchas gracias por tu paciencia y BFDS, buen fin de semana.

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  2. Hola Trini:

    Gracias por tu comentario. De rollo nada, pues toda aportación se agradece y la tuya es interesante. Efectivamente, es de esperar que se recupere parte de aquel antiguo espíritu del barrio.
    Un abrazo.

    Ricard

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  3. Hemos sufrido mucho a esos arquitectos de diseño con un gran poder y bastante miopes, por desgracia.

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