El título del presente artículo es exactamente lo que dijo Enriqueta Martí Ripollès cuando la policía se la llevó detenida de su domicilio hacia las dependencias policiales para ser interrogada por sus crímenes, ahora hace cien años. Con la popularmente llamada Vampira de la calle Poniente, Barcelona también tiene su crónica negra, una historia silenciada durante mucho tiempo y que ahora se conmemora con una obra de teatro de Josep Arias Velasco y una película dirigida por Ricard Reguant, porque lo queramos o no, esta clase de relatos también forman parte de nuestra memoria. Londres tuvo al mítico asesino de prostitutas apodado como Jack el Destripador, y Dusseldorf tuvo a Peter Kürten, un asesino de niños que posteriormente inspiró a Fritz Lang para su magistral película “M”. Y en este aspecto, precisamente y para desgracia de muchos, no hemos sido diferentes, salvo en el triste récord de haber tenido la asesina en serie más mortífera y sanguinaria de la historia de España.
La figura de Enriqueta Martí responde a una época concreta de la historia, puesto que en la actualidad, aunque no sería imposible, sería muy difícil que aquellos acontecimientos se volviesen a repetir de la misma manera. Los asesinos acostumbran a tener un perfil psicológico muy coyuntural a los tiempos que se están viviendo, en unos contextos que les afectan severamente aunque no directamente. La maldad o enfermedad del psicópata es personal, pero las circunstancias de la época, sociales y económicas inciden y las toman como excusa. No es en absoluto pretender justificar la psicopatía del asesino o ser condescendiente, pero cada periodo de la historia ha engendrado sus propios monstruos. En la actualidad el perfil de un asesino difícilmente puede asemejarse a la Vampira de Barcelona, lo que no significa que no pueda ser igual o peor en cuanto a cometer atrocidades se refiere.
Sin embargo, detrás de Enriqueta Martí existió un mundo moralmente igual o peor que ella, los auténticos demonios de la sociedad. Eran tiempos en los que los ricos eran muy adinerados y los pobres extremadamente miserables. No existían las clases medias. O estabas con unos o bien formabas parte de los otros. Las políticas favorecían a la gente pudiente y acomodada, y el resto eran vistos como la escoria de la sociedad. La burguesía catalana de aquél entonces era incuestionable. Solo por el hecho de disponer de un buen estatus se daba por hecho una buena educación y una moral intachable, mientras que la clase baja era un colectivo salvaje al cual se tenía que domesticar si querían ganarse el Reino de los Cielos. Ser pobre era visto como una enfermedad o incluso un pecado, como si ellos tuviesen la culpa de ser lo que eran y se tratara de un castigo divino.
Solo algunos osaban pensar lo contrario, porque esa burguesía era peor que nadie, una gente de Iglesia que acudía a misa todos los domingos y fiestas de guardar aun siendo los auténticos guardianes de esa esencia del mal. En las altas esferas se exhibía permanentemente como si de una obra teatral se tratara la hipocresía moral conservadora. Enriqueta Martí fue un producto consecuencia de aquel sistema social, culpa de una burguesía dominante y autoritaria que escondía la cola y los cuernos de demonio entre las plumas de unas alas de ángel postizas. Aunque de hecho ella ya llevaba innata su maldad, las altas esferas fueron el detonante del posterior holocausto que tanto aterrorizó al vecindario del entonces llamado Barrio Chino barcelonés, entre los años 1909 y 1912.
Por aquél entonces se hablaba del llamado carruaje de la muerte, tanto en Barcelona como en muchas otras ciudades de toda Europa, unos carruajes donde supuestamente se secuestraban a los niños, eran llevados y sacrificados, y luego se les sacaba la manteca y la sangre para confeccionar productos varios como ungüentos, pomadas, filtros, cataplasmas y pociones.
Enriqueta Martí empezó de muy joven como niñera y luego en el servicio doméstico. Según palabras de ella misma cuando la interrogaron tras su detención, viendo que sus amos, de clase acomodada por supuesto, eran “más viciosos de lo que ella era”, la animó para dedicarse a la prostitución. Dada la penuria económica, pasó de prostituta a proxeneta montando un burdel para pedófilos y pederastas en la calle Minerva de Barcelona durante un tiempo indeterminado, siendo quienes ejercían la prostitución niños y niñas de 5 a 15 años de edad. Ella era una mujer que de día se disfrazaba de pobre y se dedicaba a mendigar por las calles. Con estos niños que raptaba de noche, iba con ellos a los lugares más pobres de la ciudad, a los comedores sociales y a los centros de asistencia, porque así inspeccionaba cómo funcionaba este mundo. Veía qué niños estaban más abandonados y cuáles podía secuestrar. Durante la noche vestía como una mujer de la alta sociedad, con gasas, sedas y tocados. Acostumbraba a frecuentar principalmente el teatro del Liceu y el casino de la Rabassada, donde contactaba con los cocheros, veía a la gente rica y ponía en contacto el mundo hambriento de los niños con el mundo de los ricos que deseaban a estos niños como materia de consumo para fines sexuales.
Paralelamente, Enriqueta Martí había aprendido a elaborar pócimas de tipo curativo y ungüentos. Su psicopatía terminó derivándola hacia la criminalidad, por lo que empezó a asesinar sin ninguna clase de compasión o arrepentimiento a sus víctimas infantiles y de ellas extraer la sangre, la grasa, los cabellos y los huesos para reciclarlos en supuestos medicamentos y cosméticos que vendía a la burguesía, la cual llegaba a pagar grandes sumas de dinero. Se sabe que en algunas casas señoriales donde ella iba a ofrecer sus mercancías se efectuaban todo tipo de rituales de sublimación de la sangre, con pócimas que las hervían y las daban de beber a la gente que tenía enfermedades venéreas.
Sin lugar a dudas, se trató de una mujer inteligente, fría y calculadora, astuta y seductora por su capacidad de secuestrar, explotar y asesinar a niños y niñas sin que el pulso le temblara, y por haber conseguido trabar con gente rica y ganarse un respeto teniendo en cuenta que procedía de las más bajas esferas sociales, un mérito solo al alcance de muy pocos. Enriqueta Martí fue un monstruo, pero quienes estaban tras ella fueron los auténticos demonios, moralmente peores por consentir, aprovechar y encubrir lo que estaba sucediendo. Tras la muerte de la Vampira de la calle Poniente, el 12 de mayo de 1913, linchada por sus compañeras de prisión de la desaparecida cárcel de Santa Amalia que posiblemente habían sido pagadas para hacer el trabajo sucio, consiguió que esa corrupta burguesía quedara impune de su complicidad. Nunca se supo qué personajes importantes de nuestra historia participaron en esas orgías con menores y quienes consumieron como vampiros sus esencias.
El 10 de febrero de 1912 secuestró a su última víctima, Teresita Guitart Congost, que afortunadamente sobrevivió al holocausto gracias a que fue vista en una ventana desde la calle Poniente por una vecina que alertó de ello. El día 27 del mismo mes y año la policía se presentó al domicilio, sito en el número 29 de la citada calle, actualmente llamada Joaquín Costa. Se descubrió el macabro espectáculo y se puso fin a la historia de terror.
En el piso de la calle Ponent, además de hallarse ropas ensangrentadas, huesos y frascos con sangre coagulada, también se halló un antiguo libro de notas con tapas de pergamino donde había escritas recetas y pociones con una caligrafía muy elegante, un paquete de cartas y notas escritas en lenguaje cifrado y una lista con nombres de familias y personalidades muy importantes de Barcelona, los clientes ricos que no pagarían por su corrupción de menores o por la compra de pociones y cosméticos. Su mejor protección era el hecho de ser ricos, que los libraba de pecado. Los vampiros pudieron respirar tranquilos en sus guaridas señoriales. No habría motín popular ni escándalos.
Hace cien años las clases populares pidieron justicia por la docena de crímenes sucedidos. Hoy, cien años después debería también pedirse justicia y sacar a la luz pública los nombres de todos aquellos médicos, políticos, empresarios y banqueros que formaron parte de ese circo de vampiros, de esos otros asesinos psicópatas en la sombra puesto que se trata de una herida que en realidad nunca se ha cerrado. Conocer la verdad nos hará libres, y quienes todavía hoy día callan, son en parte cómplices de ese canibalismo. Sigue la dicotomía entre ricos y pobres, y los primeros seguirán fagocitándose a los segundos, porque tal y como dijo Enriqueta Martí, la sangre es la fuente de la vida.
Les ciutats també es poden explicar amb aquest tipus d'episodis...
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