Últimamente el laicismo se ha convertido en tema de debate por su implantación y extensión. Es algo que genera mucha controversia, sobre todo en nuestro país donde la Iglesia se ha configurado como un lobby muy poderoso desde hace muchos siglos y todavía hoy día ejerce esta presión para tratar de influir en la sociedad, en la política, en la cultura y en la ciencia. Es decir, que en la práctica la separación entre la Iglesia y el Estado es más virtual que real.
Un estado laico consiste en un país cuya organización, estructuración y funcionamiento queden exentos de cualquier influencia religiosa. Es decir, que todo debe de emanar del mundo civil, y las creencias sagradas deben de quedar limitadas a nivel personal, pudiéndose expresar únicamente en el ámbito familiar y en los templos dedicados al culto. Ahora bien, hay que plantearse qué clase de laicismo queremos en tanto a qué nivel se debe de aplicar.
Un estado laico consiste en un país cuya organización, estructuración y funcionamiento queden exentos de cualquier influencia religiosa. Es decir, que todo debe de emanar del mundo civil, y las creencias sagradas deben de quedar limitadas a nivel personal, pudiéndose expresar únicamente en el ámbito familiar y en los templos dedicados al culto. Ahora bien, hay que plantearse qué clase de laicismo queremos en tanto a qué nivel se debe de aplicar.
El concepto anteriormente definido sobre estado laico creo que es correcto y viable. El problema reside en los pactos establecidos entre España y la Iglesia, que deberían de ser revisados y reformulados, puesto que actualmente no tienen mucho sentido teniendo en cuenta que las creencias de nuestra sociedad se han diversificado tanto y no hay una religión oficial. Así, mientras el Estado evoluciona, el clero no lo ha hecho e insiste aunque no lo quiera reconocer en establecer una fe única y uniforme para todos.
En el ámbito legislativo no se pueden, mejor dicho, no se deben formular leyes ni normativas influidas por la religión. Los más fanáticos afirman que la Constitución española debería de ser más cristiana. A ello se debe de responder que cualquier declaración de principios nunca debe de basarse en una doctrina fundamentada sobre una hipótesis sobrenatural. La religión y Dios son una cuestión de fe, y una ley jamás debe de cimentarse sobre algo que puede que exista o no. Personalmente, creo en la existencia de vida extraterrestre, y elaborar una ley o una normativa para la ciudadanía en base a una fe sería como si por ejemplo dichas leyes o normativas se aprobaran en base a la creencia de alienígenas en un planeta determinado de nuestro cosmos. ¿Verdad que sería absurdo?
En el ámbito legislativo no se pueden, mejor dicho, no se deben formular leyes ni normativas influidas por la religión. Los más fanáticos afirman que la Constitución española debería de ser más cristiana. A ello se debe de responder que cualquier declaración de principios nunca debe de basarse en una doctrina fundamentada sobre una hipótesis sobrenatural. La religión y Dios son una cuestión de fe, y una ley jamás debe de cimentarse sobre algo que puede que exista o no. Personalmente, creo en la existencia de vida extraterrestre, y elaborar una ley o una normativa para la ciudadanía en base a una fe sería como si por ejemplo dichas leyes o normativas se aprobaran en base a la creencia de alienígenas en un planeta determinado de nuestro cosmos. ¿Verdad que sería absurdo?
En el ámbito educativo, la enseñanza debe quedar exenta de toda influencia religiosa, ocupando un espacio común y compatible con cualquier confesión personal. Luego, quien quiera profesar sus creencias personales tiene el derecho de hacerlo fuera del mundo académico, en seminarios o centros especializados. No obstante, la propuesta de una asignatura sobre historia de las religiones puede resultar interesante y enriquecedora puesto que no se trata de ir del extremo fundamentalista al de la ignorancia, ni de crear adeptos a una doctrina ni de crear ateos. Se trata de enseñar que pensar y creer de diferentes maneras no es un problema y conocer las cosas evita prejuicios.
Respecto a los símbolos religiosos, cada persona tiene derecho a llevar consigo el suyo y ser respetado por los demás. Sin embargo, si en una escuela, en un trabajo o en un local cualquiera exigen que estos no se lleven, hay que aparcarlos y respetar la normativa. Hay una especial polémica acerca del velo islámico. Pues bien, las mujeres que quieran llevarlo no deben de tener inconveniente alguno en tanto que cada uno por la calle puede ir vestido como le dé la gana, pero si en un lugar determinado le exigen que se lo quite, deben de hacerlo, del mismo modo que si en un trabajo o en una convención o bien para recibir a una autoridad importante te exigen ir de traje y corbata no tendrás la osadía de presentarte con zapatillas deportivas, tejanos rotos y camisa sin mangas. Ello no debería de generar polémica. Otra cosa es que exista una intención islamófoba o racista encubierta por parte de algunos.
Ahora bien, el único ámbito donde jamás incidiría con el laicismo es en el artístico, cultural y folclórico. Mal que les pese a muchos, la religión ha sido la base de muchos hechos humanos, y por mucho laicismo que se quiera imponer, merece la pena mantener las fiestas, tradiciones y costumbres aunque solo sea como algo cultural, como un patrimonio que ha contribuido a forjar la identidad de un territorio. Eso es algo que está enraizado y representa el sentimiento de muchísimas personas como para tener ahora que borrarlas del mapa de un plumazo. El respeto es mutuo, y respetar los derechos de quienes tienen confesiones distintas o bien de quienes no son creyentes significa tener que respetar también los de los comulgantes.
Vamos a poner un ejemplo más claro y entendedor especialmente dirigido a los sectores más catalanistas de la población. Si aplicamos un laicismo severo entonces exterminamos el 80% de la cultura catalana y reducimos el entrañable “Costumari Català” a poco o nada. Así, ya podemos decir adiós a la Fira de Pessebres, al “Caga Tió”, a las Fires de la Puríssima, a la Diada de la Immaculada o de la Verge Fumadora, a la Cavalcada dels Reis Mags, a la Navidad, a Sant Esteve, a la Festa del Pi, a la Fira del Gall, als Pastorets, a la Fira de Santa Llúcia, a la Setmana dels Barbuts, a los Tres Tombs, a la Candelera, a las Festes de la Llum, a la Processó, a la Pasqua de Rams, a la Pasqua Florida, a la Pasqua Granada, a las Colles de Sant Medir, a la Festa de Sant Josep, al Sant Jordi, a la Diada del Corpus, a la Revetlla de Sant Joan, a la Revetlla de Sant Pere, a la Festa de Sant Jaume, a la Festa de Sant Magí, a la Festa de Sant Fèlix, a la Festa dels Difunts o de Tots Sants… También podemos decir adiós a una parte de nuestra gastronomía de origen religioso o de consumo en fiestas religiosas, como los turrones, los mantecados, los polvorones, el tortel de Reyes, el pollo o el pavo de Navidad, los canelones de Navidad, la sopa de galets de Navidad, el tocinillo de mazapán, l’escudella de Santa Llúcia, l’arrossada de Sant Guillem, la Mona de Pasqua, la crema de Sant Josep, las coca de Sant Joan, los Panallets, las castañas y moniatos de Todos Santos… Y si vamos más lejos, ¿qué diríamos del arte religioso? Pensemos en la arquitectura, la escultura, la pintura y la literatura catalana influenciada por la religión. ¿Derribamos todos los edificios de Gaudí porque los diseñó bajo inspiración religiosa? ¿Lo destruimos absolutamente todo para no ofender a quienes creen en otras cosas, o establecemos una concordia entre todos y un equilibrio entre las diferentes formas de fe?
En los últimos años he tenido el privilegio de participar en la cabalgata de Reyes de Barcelona y para mí ha sido una experiencia mágica. Nada más hay que observar las caras iluminadas de los niños y niñas cuando te ven pasar, con aquella expresión de encanto, alegría, ilusión y sorpresa que no se puede ni describir si lo has vivido en primera persona. ¿Vamos a destruir este dulce sentimiento? En ese sentido soy tradicional y aferrado a las costumbres de mi tierra, pero ello no significa que la imponga a los demás. Si a mí me respetan, yo también respeto. Algo que no me pareció correcto en la última fiesta de la Mercè es que los políticos de Iniciativa per Catalunya-Els Verds (ICV) no asistieran a la misa que se ofreció en la iglesia de la Mercè alegando su aconfesionalidad y que no era un acto procedente. Sin embargo, el resto de fuerzas parlamentarias sí que acudieron. Me pareció de mala educación la actitud de ICV porque ellos deben de representar a todo el pueblo y no a una parte, y más aún tratándose de ellos y de todo lo que alardean. Si yo fuese un político municipal o autonómico, yo hubiese asistido a la misa de la Mercè, del mismo modo que asistiría a una mezquita y me descalzaría al entrar si el imán me invitara o bien a una ceremonia budista si los monjes me lo pidiesen, porque como representante de toda la ciudadanía sería un deber de político, con independencia de mis creencias personales.
Aquí l´única religió "correcta" es la católica i la de creure en el nostre senyor Jesús......sino adeú pessebres, reis mags....i una tradicíó tan rica com la nostre.
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