Recibo la triste e inesperada noticia del fallecimiento del escritor Carlos Ruiz Zafón. Una muerte prematura, en la flor de la vida, y un talento interrumpido a los 55 años de edad que prometía una trayectoria mucho más completa. Su legado, no muy extenso pero sí importante y de gran éxito comercial, lo catapultó como uno de los escritores contemporáneos más importantes de la literatura española en general de estos últimos años, y de la literatura catalana y barcelonesa en particular. Su reconocimiento a nivel nacional e internacional tuvo como resultado la obtención de 17 premios literarios, siendo finalista en otros tres. Nacido en Barcelona en 1964, se licenció en Ciencias de la Información y años después se trasladó a vivir a la ciudad norteamericana de Los Ángeles.
He tenido el placer de leer la saga del Cementerio de los Libros Olvidados, por lo que me es posible hacer una valoración personal de su estilo literario y de su visión de Barcelona. Leía sus novelas en el autobús, de camino de casa al trabajo, lo cual me disuadía de la monotonía. En líneas generales, observé que sus novelas están escritas con un lenguaje sencillo y ameno apto para la gran mayoría del público en general, incluso las destinadas al público adulto. Solía usar un vocabulario rico pero sin hacer uso excesivo de cultismos o palabras difíciles, de ahí que incluso atrajera a quienes no están acostumbrados al hábito de la lectura. Sus relatos se centran mucho en la descripción de sus personajes, sus sentimientos y sus acciones. El desarrollo de las acciones suele ser muy directas y sin complicaciones, es decir, sin la necesidad de usar simbolismos o metáforas que dificultan la compresión lectora. Su lenguaje era muy ágil, de lectura rápida pero a la vez con gran contenido y profundidad. Solía mezclar realidad con fantasía, incluso invitando al lector a que saque sus propias conclusiones.
Dentro de la narrativa juvenil, destacó con la trilogía formada por las novelas "El príncipe de la niebla" (1993), "El palacio de la medianoche" (1994) y "Las luces de septiembre" (1995). Otras obras son "Marina" (1999) y "Rosa de Fuego" (2012), donde la acción ya transcurre en Barcelona. Sus obras estrella son la saga del Cementerio de los Libros Olvidados, un lugar del cual adquirió inspiración de unos viejos almacenes de Los Ángeles, de los cuales quedó especialmente impresionado. Estas obras son las que han contribuido a que el escritor forme parte de la historia de la literatura barcelonesa: "La sombra del viento" (2001), "El juego del ángel" (2008), "El prisionero del cielo" (2011) y "El laberinto de los espíritus" (2016). Basado en la anterior tetralogía, publicó "El Príncipe de Parnaso" (2018). Otra obra menos conocida pero no por ello menos interesante es "Barcelona gothic" (2008) donde hace una recopilación de sus artículos periodísticos publicados en distintos periódicos.
Desde mi perspectiva personal y, por supuesto, subjetiva y discutible, la Barcelona de Carlos Ruiz Zafón se presenta en sus novelas desde un punto de vista literario, en ningún momento geográfico, histórico o periodístico. Su visión de la capital catalana es subjetiva, si bien muchos lectores pueden compartirla y creerla objetiva, especialmente quienes hayan vivido experiencias similares a las de algunos de los personajes. Sus obras sirven para conocer la existencia de espacios concretos de la ciudad en una época concreta. Aun así, el objetivo principal no parece que sea explicar cómo era Barcelona porque la urbe es el telón de fondo, no la principal protagonista. Es decir, es un claro ejemplo del uso literario de la ciudad como escenario. De aquellos espacios donde se suceden los acontecimientos y los encuentros entre los personajes no se hace una descripción profunda sino más bien superficial, sin entrar en detalles. A menudo solo se citan, sin más información.
El espacio elegido pretende dar verosimilitud a la acción literaria. Desde una perspectiva espiritual, los barrios reflejan claramente un ambiente y un estado de ánimo, pues a menudo son escenarios donde se plasman los sentimientos y las emociones de los personajes. De ahí que el contexto físico de la ciudad no suele presentarse bajo un contexto alegre sino más bien para plasmar un ambiente gris y deprimente, incluso de vida dura. No se describe en su obra una Barcelona alegre y atractiva, sino una ciudad a blanco y negro. A su vez se percibe una ciudad mágica por los rincones singulares llenos de historia pero con fuertes claroscuros. Ello la convierte en una metáfora para encarnar la idea del bien y el mal, ambos presentes en su trabajo. La Barcelona de Carlos Ruiz Zafón es, antes que nada, la de sus propios ciudadanos, la de los hombres y mujeres que la habitan y la viven cotidianamente. Como escritor contemporáneo, tuvo en común con otros autores de su época y del siglo XX que las características de la sociedad urbana son protagonistas de sus novelas porque los personajes sirven en un momento dado para explicar la ciudad o, al menos, hacerse una idea determinada. De hecho, a través de la evolución de los personajes a lo largo del tiempo se refleja la evolución de Barcelona.
Una cuestión no ajena de polémica y controversia en los tiempos de inestabilidad política que vivimos es plantear si la obra del malogrado escritor se puede considerar o no como literatura catalana. En este sentido, me aferro al criterio del doctor Carles Carreras i Verdaguer (catedrático de geografía humana de la Universitat de Barcelona), profesor que impartió la asignatura "La ciutat de Barcelona dins la literatura catalana" cuando cursé el programa de doctorado "Pensament geogràfic i ordenació del territori" los años 1996 y 1997.
Consideraba que para explicar la ciudad de Barcelona lo que más importa es lo que se dice, pero no tanto en qué lengua se expresa. Existe una cultura bilingüe en el sentido más recto de la palabra. Nos hallamos con personas de una misma cultura pero con distintas lenguas, y cada lengua tiene una manera de explicar y de sentir, ambas enriquecedoras en cuanto a lo que han llegado a aportar. En definitiva, literatura catalana es la literatura desarrollada dentro de Cataluña, sea en catalán o en castellano, mientras que la literatura en catalán es aquella parte de la literatura catalana desarrollada exclusivamente en lengua catalana. Por ello, la obra de Carlos Ruiz Zafón se puede enmarcar dentro de la literatura catalana, como también debemos (o deberíamos) considerar la de autores amantes de Barcelona como Eduardo Mendoza, Juan Marsé y Vázquez Montalbán, entre muchos otros.
Me quedo con su frase "Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él". Que allá donde estés descubras la eterna magia literaria escondida en el Cementerio de los Libros Olvidados y que tu sombra no deje de soplar hacia esa Barcelona del viento que nos hiciste descubrir y fascinar.
Fotos: Archivo La Vanguardia, Carles Ribas (El País), Cope, Irisdeasomo.
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