Se cumple medio siglo de la célebre nevada que cubrió de blanco la ciudad de Barcelona. Sucedió un 25 de diciembre del año 1962. Quienes adoran la Navidad suelen desear que en esa fecha el día amanezca nevado porque eso otorga mayor ambientación a las fiestas. Sin embargo, el resultado sobrepasó los designios de los más exigentes. Mi padre, que amanecía muy temprano para irse a trabajar, se quedó atrapado junto con sus compañeros en los depósitos de productos asfálticos de la fábrica PROAS del muelle de San Beltrán. Mi madre, nada más abrir la puerta del balcón, le entró un alud de nieve que inundó parte del comedor hasta el recibidor. Mi hermano mayor y mi hermana no pudieron salir a la calle para ir a la escuela. Y mi abuela, que al menos lo intentó, después de resbalar cinco veces nada más andar tres metros de distancia desde la portería de casa, desistió enojada a ir a trabajar en casa de los señores Sanglas, en el paseo de Gracia.
Sobre las razones meteorológicas que dieron lugar a ese excepcional fenómeno así como la historia del suceso existen numerosos documentos fácilmente localizables, por lo que no merece la pena repetirlos. Por ello, resultan más valiosas las aportaciones anónimas de los miles de ciudadanos que fueron testigos reales de aquella memorable fecha en vivo y en directo. Cualquier aportación personal al tema se agradecerá por su carácter inédito.
Barcelona, como ciudad mediterránea y generalmente de clima anticiclónico, no estaba preparada para una precipitación de tal magnitud. Sin embargo, a pesar de que el metro y medio de nieve colapsó la ciudad e impidió la actividad habitual de muchos servicios, la sociedad barcelonesa no permaneció inmóvil.
Todo lo contrario. Los constantes esfuerzos por restablecer la normalidad demostraron que aquella generación de barceloneses no se rendía con facilidad. Su constancia y perseverancia fueron el triunfo de la voluntad de unas gentes con poco, muy poco o nada, pero que igualmente eran (y sabían) ser felices y no por ello estaban exentos de tener ambiciones, ilusiones e inquietudes. La cultura del esfuerzo de unos hombres y mujeres más maduros, endurecidos y curtidos permitió con escasos y primitivos recursos poner nuevamente en marcha la dinámica rutina de la capital catalana. Demasiadas miserias, sufrimientos y calamidades como para de pronto rendirse y escapar hacia opciones estériles o caminos fáciles. No había motivos para caer.
La gran nevada del año 1962 supuso una prueba de fuego para la sociedad barcelonesa del momento. Costó superarla porque las circunstancias no eran favorables a las facilidades, pero se pasó el examen. La apelación al orgullo y a las ganas de vivir (y en muchos casos de sobrevivir) permitió sacar ese esfuerzo humano y espiritual adicional tan necesario, de modo que Barcelona consiguió dar un ejemplo para otras ciudades. Fue una experiencia inolvidable por la excepcionalidad del fenómeno, y a la vez un aprendizaje, especialmente para una juventud destinada a vivir unos tiempos mejores y de renovación.
Los medios de comunicación hicieron vanagloria de las presuntamente heroicas hazañas por parte de los bomberos y del ejército para limpiar las calles de las toneladas de nieve acumulada. Efectivamente, ellos disponían de los medios técnicos eficaces para normalizar la ciudad, y como era norma y costumbre en aquella época, debían recibir todos los méritos y medallas por su labor. Los efectivos al servicio del Régimen y de aquella España no podían fracasar porque eso era un signo de debilidad. Sin embargo, el ciudadano anónimo barcelonés, más habituado al sufrimiento y a guardar silencio por modestia, fue el máximo responsable del restablecimiento de la normalidad en Barcelona. Nadie esperaba como recompensa una medalla o la fama, sino sencillamente evitar que el hilo tejido de la lucha diaria para poder alcanzar mayor prosperidad en el futuro no se viese injustamente cortado o interrumpido.
La solidaridad, el compañerismo y el compromiso fueron constantes, incluso el servicio de trenes de Barcelona a Sabadell y Terrassa de los Ferrocarriles de Cataluña (actual FGC) fue excepcionalmente gratuito. Era de justicia homenajear al ciudadano anónimo que tanto suele olvidarse por su contribución a la causa, no solo de la capital catalana, sino también de todos aquellos municipios de los que tan poco se suele hablar que vivieron y sufrieron la nevada.
El año 1962 fue meteorológicamente malo, pues coincidió también con las trágicas inundaciones en las comarcas vallesanas que tantas víctimas mortales provocó. La madre naturaleza demostró una vez más a la civilización que nadie ni nada puede con ella. No existe prepotencia ni vanidad humana capaz de variar su curso. Barcelona y sus alrededores hicieron silencio, pero el optimismo no cayó.
Las previsiones de los expertos apuntan a que es muy poco probable que se repita otra nevada de tal magnitud como la de 1962 y la de 1887, pero a veces la naturaleza es caprichosa y la meteorología una ciencia inexacta, y nada es imposible. Nevadas muy inferiores a las referidas acaecidas en estos últimos años en Barcelona también ocasionaron severos problemas en la ciudad, un hecho grave si se tiene en cuenta que hoy se cuenta con unos medios técnicos y tecnológicos superiores a los de hace cincuenta años atrás, y que la ciudad es de una modernidad y unas características incomparables con el contexto de los inicios del desarrollismo, de mayor precariedad y menor calidad y nivel de vida. Distintas circunstancias, distintas generaciones y distinto nivel para una urbe que pretende aspirar a acoger en el año 2020 unos Juegos Olímpicos de Invierno que de darse en Cataluña hubiese merecido mucho más Lleida y las comarcas del Pirineo.
BON NADAL,
ResponderEliminarAquellas si fueron unas blancas navidades, yo tenia 7 años y ferraduras -31, es decir aún faltaba un poco para que apareciera en este mundo.
A pesar del tiempo pasado, aún restan en mi memoria algunas imágenes, pues a pesar de no poder salir a la calle, desde la ventana de casa se veían los tejados de casas y almacenes del Poble Nou cubiertos de Nieve, y la calle Pallars como una franja blanca.
No pasaban los habituales tranvías ni ningún vehículo, y en el terrado mi padre y otros vecinos se afanaban en quitar la nieve para evitar que las goteras inundaran los pisos superiores.
Un abrazo desde Sant Andreu.
rails i ferradures.
Yo tenía 10 años en 1962, hoy día 70 años, como pasa el tiempo sin darse cuenta
EliminarBuenos días a todos:
ResponderEliminarRecordaré aquí un par de anécdotas relativas a esa nevada. Una, que nos comentaban nuestros padres, era que hubo tantos accidentes callejeros como consecuencia de los constantes resbalones, que los hospitales de Barcelona llegaron a agotar su provisión de yeso para escayolar a los lesionados (sic).
Otra anécdota, la que nos contó nuestro padrino, Prudenci Pich. Iba andando por la calle cuando, para variar, resbaló y cayó. Pasó por su lado un individuo, con las manos en los bolsillos, que se le quedó mirando un segundo y, burlón, le dijo: "¿Qué? ¿Se cae?". Pues bien: pocos metros más adelante, el mismo sujeto resbaló y cayó aparatosamente de espaldas, caída que no pudo amortiguar porque, como digo, llevaba las manos en los bolsillos. Mi padrino se le acercó, y le oyó gemir por lo bajo: "Ay... Ay... Ay...". Probablemente cualquier otra persona en la situación de mi padrino hubiese aprovechado la ocasión para devolverle la estúpida burla que acababa de sufrir. Pero no. Prudenci Pich estaba hecho de otra pasta: no solo ayudó al hombre a levantarse, sino que, si no recuerdo mal, incluso le ayudó a llegar a una farmacia o incluso al hospital, para que le atendieran. El hombre, avergonzado, ni siquiera se atrevió ya a mirarle a los ojos... Cosas del ser humano.
Un abrazo para todos.