Durante estos días se está hablando mucho acerca de la matanza acaecida en el campamento de Utoya, en Noruega, cometida por el joven fundamentalista cristiano de 32 años, Anders Behring Breivik, contra juventudes socialdemócratas congregadas, y que costó la vida a 92 personas, la mayoría de ellas de edades comprendidas entre los 14 y los 18 años.
No pretendo hacer una reflexión específicamente acerca de este atentado porque sobre esto ya existen numerosas noticias, sino sobre esas juventudes, las llamadas nuevas generaciones del partido socialdemócrata noruego. Sin embargo, comentar acerca de este terrorista que, efectivamente es fundamentalista, pero de cristiano no tiene absolutamente nada puesto que hay extremadas dudas de que el propio Jesucristo en persona aprobara esta vil acción. Una vez más observamos el uso de una fe basada en hacer el bien, en amar y en saber perdonar para hacer el mal y fomentar el odio, y también observamos como los fanáticos religiosos, tanto del cristianismo como de cualquier otra confesión, son quienes se encuentran más alejados de las auténticas enseñanzas de sus profetas y, por supuesto, de Dios. La fe del fanático, de cualquier fanático, sea por motivos religiosos, políticos o de cualquier otra cosa, siempre hay que ponerla en duda porque aunque son quienes más alardean de su lealtad y devoción hacia algo, en realidad son los que más alejados se encuentran y, por consiguiente, se convierten en los verdaderos enemigos de aquello que aseguran amar más que nadie. Así, un fanático religioso creído de ser persona de Dios y cercana a Dios es en realidad el más antireligioso y quien se encuentra más alejado de Dios, y un fanático patriota que tanto alardea de amar y defender a su patria, es en realidad el peor enemigo de ese país. Jamás hay que creer en la fe del fanático porque es irreal, no existe, del mismo modo que no debe creerse en el amor de un hombre hacia una mujer a la que pega, acosa y maltrata. El fanatismo, es, pues, una mera ilusión disfrazada de fe, devoción y lealtad para conseguir el dominio mental de la humanidad. Es mi deseo que en un futuro no muy lejano, el mundo se una para combatir al fanatismo y al terrorismo, dos lacras extremadamente perjudiciales para la humanidad, y que cualquier clase de fanatismo y terrorismo sea perseguido y equiparado a los crímenes contra la humanidad.
En relación a esas juventudes de las que yo quería hacer referencia, llama la atención su corta edad, muchos de ellos menores y que pese a ser todavía fruta verde ya forman parte de un grupo político al que simpatizan. Sintiendo profundamente que muchos de ellos hayan perecido ante tal desgraciado suceso, ¿no son demasiado jóvenes para formar parte de un partido político? ¿Qué sabe esta juventud acerca de la política y de los valores que transmite cada formación política? ¿Qué sabíamos nosotros sobre partidos y políticos cuando éramos menores de edad? Es muy triste lo que ha sucedido en Noruega, pero también resulta muy triste que gente joven que acaba de llegar al mundo y apenas sabe nada de la vida se encuentre afiliada en formaciones políticas que realizan actividades como si se trataran de campos de adoctrinamiento. Esto recuerda los malos tiempos de las entreguerras en que Hitler reclutaba a niños que formaron las llamadas juventudes hitlerianas y José Antonio estimulaba a los chavales a uniformarse y formar parte de las juventudes falangistas destinadas a hacer campañas del nacional catolicismo. Aunque en el caso noruego se trata de un partido de izquierdas y demócrata, se transmita una buena moral y unos buenos valores y no haya en absoluto un reclutamiento obligatorio, la permisividad para formar parte de las nuevas generaciones de un partido político cuando se es menor de edad resulta inadmisible porque abre impunemente la veda al adoctrinamiento, como si los partidos políticos fuesen una especie de religiones laicas, donde se transfieren unas normas y unos mandamientos (el equivalente al catecismo), donde se enseña a ser un “buen ciudadano” (según las ideas del partido) y donde hay que participar en actividades (el equivalente a predicar y a la caridad), congresos (el equivalente a la misa) y colonias (el equivalente a cultivar el espíritu). Algo completamente idéntico a lo que suelen hacer determinadas congregaciones religiosas cuando recluta nuevos feligreses. En este sentido ¿qué clase de democracia es esta en la que un partido político forma desde la niñez a un ejército de “robots” de igual pensamiento e igual actuación destinados a extender su doctrina con la excusa de que es buena y es “la mejor” para el bien de la sociedad? Por muy demócratas y de izquierdas que se proclamen (y lo mismo digo para otras formaciones de signo opuesto o de derechas), yo no me fiaría ni permitiría que mis hijos se reclutaran. Y ello no significa subestimarlos o tomar a la juventud por estúpida. En absoluto. Primero, que aprendan de la vida, y cuando sean mayores de edad y tengan suficiente madurez, que decidan y hagan lo que quieran, pero mientras estén en la “edad del pavo”, crean que los padres son unos carrozas y que ellos ya lo saben todo de la vida, que aguarden y descubran ellos solitos lo que realmente es el mundo, puesto que la adolescencia es, como algunos dicen, algo que se cura con el paso de los años. Tiempo al tiempo y que disfruten primero de su infancia y juventud.
Se puede decir más alto...
ResponderEliminarUn saludo.