viernes, 2 de abril de 2010

Acerca de La Odalisca de Fortuny

El pasado domingo día 28 de marzo fui a La Pedrera del paseo de Gràcia con unas amistades a visitar una exposición pictórica, fotográfica y de diseños sobre Marià Fortuny i Madrazo, hijo del pintor catalán Marià Fortuny i Marsal, de quien también había expuesta algunas pocas de sus obras, entre ellas La Odalisca. De niño ya conocía la existencia de ese cuadro, gracias a un libro de láminas sobre Fortuny que mi madre me mostró en varias ocasiones y que todavía conservo. Aparte de tratarse de un artista fascinante de cuyos cuadros siempre descubres algo nuevo cada vez que los observas y te vas dando cuenta de la gran dificultad técnica que tienen y del gran trabajo invertido que han supuesto pintarlos, hay una obra de la que siempre he estado enamorado, y esa es La Odalisca.
Este óleo sobre cartón, pintado en el año 1861, se conserva actualmente en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, pero aquella tarde estaba allí, colgado en una blanca pared de pladur, esperándome a que yo fuese a verlo con mis propios ojos por primera vez, a que lo conociera en persona. Sorprende su tamaño porque es pequeño, pues mide solo 56,9 x 81 centímetros, pero sin embargo irradia una magia visual que lo hace inmenso, incluso infinito. Invitaba a una atenta y minuciosa observación durante muchas horas, pero el tiempo pasaba y no me podía entretener, así que tarde o temprano me tuve que marchar de allí para continuar viendo la exposición sobre el hijo de Fortuny.
Los orígenes históricos de esta obra se remontan cuando Fortuny, residiendo entonces en Roma, la Diputación Provincial de Barcelona le obligó a que se marchara a Marruecos para encontrar allí la inspiración suficiente de los que serían sus próximos trabajos acerca de los éxitos militares del general Joan Prim y de los soldados catalanes en la Guerra de África. Sin embargo, el joven artista, al quedar entusiasmado con el mundo árabe nada más llegar, el primer cuadro que pintó y entregó a la Diputación fue La Odalisca.

Una odalisca es una esclava dedicada al servicio del harén del Gran Turco, y en la obra de Fortuny aparece sensualmente tumbada y desnuda sobre un paño de seda labrada e iluminada por un potente foco de luz, disfrutando de los placeres de la vida mientras escucha la música del laúd que toca un eunuco retirado en una zona ensombrecida de la sala pero situado junto a ella. El fondo lo completan diversos objetos arabescos como el arcón de madera labrada con decoración geométrica, la bandeja de plata o la pipa de agua situada junto a una pequeña taza de té. Los efectos de luz que hacen destacar en primer plano el cuerpo de aquella mujer siendo el resto secundario aunque no por ello vulgar es el magnífico resultado conseguido desde un punto de vista técnico. Es típico de él ofrecer sensación de realismo de aquello que quiere destacar a primera vista y de borrosidad de los elementos que considera secundarios.
Tal y como dijo mi madre una vez, nadie ha pintado a la odalisca tan bonita como Fortuny y probablemente las auténticas no era tan hermosas, y yo comparto dicha opinión. La Odalisca es una obra única por su extraordinaria belleza artística y de contenido. Sorprendente es a menudo el alma de algunos seres humanos, pues ignoro qué explicación racional puede tener que alguien, con tan solo 23 años de edad, plasmara algo así con tan solo combinar unas pinturas trazadas con un pincel sobre un pedazo de cartón. ¿Y quienes hemos sido nosotros y dónde estábamos a los 23 años? Si bien han existido muchas odaliscas en el mundo árabe, la del cuadro, tan hermosa, tan perfecta y tan bien proporcionada en todas sus partes es producto de la fantasía del pintor, y eso es algo que cuesta de creer. Lo que allí se plasma demuestra el sentido del gusto y de la belleza femenina que tenía aquel joven genio del pincel, aunque él no lo creyera puesto que su reacción a su trabajo se tradujo en una actitud modesta. Al terminar La Odalisca es de Fortuny su comentario “Como una pobre muestra de los trabajos que me propongo hacer sobre la guerra de África, tengo el honor de ofrecer a vuestra excelencia el cuadro que adjunto, una escena costumbrista en un interior marroquí.”
Sinceramente, yo amo a ese cuadro, y si mis posibilidades económicas fuesen superiores a las actuales y pudiese permitirme el lujo de ser coleccionista de arte, La Odalisca de Fortuny estaría ahora mismo ocupando el centro de la sala de estar de mi casa acompañado de los óleos de mi madre.
Hay quienes aseguran que el alma no solo es algo propio de los seres vivos sino también de aquellas cosas y objetos que se han amado porque tienen un valor y un sentimiento muy especial. De ser eso cierto, y así lo espero, tendremos que tener la convicción de que La Odalisca de Fortuny ocupará para toda la eternidad un lugar especial en ese más allá el día que todos, incluida la Tierra, desaparezcamos para siempre.

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