Recibo con sorpresa y tristeza la noticia del repentino fallecimiento de Alfredo Maulini Gil el pasado día 4 del presente mes. Probablemente la mayoría no sabréis quién era. Sin embargo, quienes le conocimos sabemos que fue un artista y todo un personaje en el buen sentido de la palabra. Nacido el 3 de marzo de 1949 en Gibraltar, de muy joven marchó a Barcelona con sus padres y hermanos. Vecino del barrio del Congrés, lo descubrí gracias a su amistad con mi amigo José María. Lo vi por primera vez en la terraza de una cervecería de la plaza del Cardenal Cicognani. Sucedió un verano del año 2013. José María pasó por mi casa y me pidió si le podía ayudar a llevar una encimera de cocina a casa de un amigo suyo llamado Alfredo, del cual me aseguró que me caería bien. Acepté y nos vimos con él en el citado lugar. Tomamos unas cervezas y luego proseguimos hasta su domicilio donde entre los tres colocamos la pieza en su cocina. Lo recuerdo un hombre agradable, cordial, de talante tranquilo pero a la vez con muchas inquietudes. Antes de marchar propuso organizar una cena en su casa. Acepté con mucho gusto porque, efectivamente, me cayó muy bien.
Tras una cena vinieron otras. Generalmente acudíamos yo, mi hermano Tomás y nuestro amigo José María. Ocasionalmente se presentaba nuestro amigo Carlos, también del barrio. Las veladas eran sin duda muy agradables y amenas. Alfredo cocinaba bien. Nos ofrecía una comida sana y consistente, sencilla pero rica, donde casi nunca faltaba el arroz, unas verduras o el cuscus. Luego corría el postre a base de fruta, y para beber refrescos o buen un vino tinto a nuestro cargo. Cenábamos casi siempre apretados en una pequeña mesa y sentados en unos taburetes, pero eso era lo de menos porque lo que realmente contaba era podernos ver, hablar y pasar una velada divertida. Terminada la cena nos sentábamos en el mismo comedor con el anfitrión, mientras unos fumábamos un cigarrillo y otros un porrillo. Su casa era francamente singular, llena de objetos varios y decorada con sus cuadros, pues una de las facetas de Alfredo era la pintura, siempre figurativa aunque a menudo con un toque vanguardista muy personal al no pretender copiar la realidad sino ofrecer su visión interior subjetiva del mundo. De sus óleos llamaron mi atención sus paisajes urbanos y sobretodo las rocas de la montaña de Montserrat, su principal pasión de la que dedicó buena parte de su vida por la fascinación que le transmitía. Su inquietud lo llevaba a pintar varios cuadros a la vez.
Otra de sus facetas fue la de músico. Tocaba con su inseparable guitarra y hasta llegó a componer temas musicales, uno de ellos dedicado al barrio del Congrés y otro titulado "Otra vez Marbella", localidad de la cual expresó una especial estimación y donde residió una parte de su vida. Ocasionalmente invitaba a unos amigos también músicos en su casa y entre ellos amenizaban esas noches bohemias, con su guitarra y también haciendo percusión con su caja de madera. Interesantes eran sus maquetas musicales para su proyecto cinematográfico que lamentablemente jamás llegó a terminar.
Alfredo fue aficionado a la fotografía, algo que compartió toda su vida con su inseparable amigo de infancia Ginés Cuesta, a quien conozco a raíz de su colaboración en el Arxiu Històric de Roquetes-Nou Barris. Sus imágenes eran expresivas, reflejaban la cotidianeidad humana de modo especial y siempre con fuerte contenido social. No hay una sola foto suya inexpresiva o echada en vano, analógica o digital, en color o en blanco y negro. Extraordinaria y fascinante es la vasta colección fotográfica relativa a la montaña de Montserrat. Tal y como él lo plasmó, todas las rocas del monte sagrado parecían definir figuras animales y humanas, como si aquellas rocas resumieran de algún modo la historia de la humanidad, como si quisieran reflejar lo que el mundo fue y ahora es.
Sobre su pasión por Montserrat mucho se podría decir. Desde muy joven se sintió atraído por este icono catalán. Llegó a conocer a un viejo ermitaño e incluso vivió por su cuenta y riesgo en algunos de los refugios de montaña para poder acercarse lo máximo posible a aquella naturaleza tan sobrenatural a pesar de las inclemencias del tiempo. Fue su principal fuente de inspiración pictórica y fotográfica. Su ambicioso proyecto era hacer una película titulada "Revelación". Para ello filmó durante varios años los paisajes montserratinos. El argumento de la historia trata de un montañés que decide hacer una excursión a Montserrat, donde mantendrá contacto con distintos personajes que lo condicionarán en su viaje. A su vez, el hecho de descubrir las imágenes grabadas en las rocas de la montaña lo iluminarán y lo cargarán de una sabiduría excepcional, viéndose entonces obligado a replantear su concepto de la vida, a reflexionar sobre la vida y el mundo hasta que, finalmente, termina viéndose reflejado a sí mismo, siendo ésta la revelación de Montserrat a ese personaje.
Alfredo Maulini fue un personaje interesante por varias razones. Vivió y murió como él quiso, como un artista bohemio, como un hombre independiente, libre, hacedor de arte y aprendiz de la vida a través del contacto directo con las personas. En sus años de juventud alabó con gran añoranza la Barcelona de los años 70, aquella época a caballo entre la dictadura y la democracia en la que no solo la capital catalana sino el mundo en general hizo una transición de lo clásico hacia la modernidad, a veces con transgresión y atrevimiento, y en todas las facetas tanto artísticas como sociales, culturales y políticas. Siempre reivindicó recuperar aquella Barcelona tan auténtica, personal, cosmopolita, luchadora, abierta, integradora y culturalmente rica capaz de mezclar en un mismo ambiente gente de todas clases.
Recordaremos y echaremos de menos esas noches bohemias impagables amenizadas gracias a su carismática personalidad, a su capacidad de seducción, a su singular y polifacético talento y por encima de todo, a su humanidad. Recordaremos también el especial cariño que nos transmitió y las veces que su punto de genio y locura nos hizo sonreír y hasta reír a carcajadas. Conocer a Alfredo me sirvió para conocer cómo son los artistas bohemios, reivindicar los movimientos artísticos y culturales de la Barcelona de los años 70 y entender la necesidad actual de abrir nuevas galerías de arte destinadas a los nuevos artistas emergentes que merecen una oportunidad.
La obra pictórica, fotográfica y musical de Alfredo merecería ser conservada y expuesta, y su película terminada por algún director de cine que pueda estar interesado en el proyecto. En el momento de su traspaso, y por así decirlo, de su viaje al otro lado, Alfredo Maulini Gil sin quererlo (o tal vez no) se ha convertido en el personaje de su anhelada película a quien la montaña de Montserrat le ha revelado su misterio. Entre los numerosos rostros que nos ofrece el monte sagrado, quién sabe si algún día veremos el suyo en alguna de las rocas, formando parte eterna de esa revelación.
Fotos: Alfredo Maulini Gil, Ricard Fernández Valentí