Los tiempos cambian, y en política la calidad intelectual ha ido menguando una generación tras otra, aunque esto parezca un tópico. Basta con ver cuál es la situación actual. El señor Cambó habla en su libro de políticos e intelectuales catalanistas como Torras i Bages, Verdaguer i Callís, Prat de la Riba (que por lo visto era otro “monstruo” en cuanto a prodigio se refiere), Ventosa i Calvell, Puig i Cadafalch y Domènech i Montaner, y de otros a nivel nacional como Eduardo Dato, Cánovas del Castillo, José Canalejas y Antonio Maura. Con la labor que describe de cada uno de estos personajes te das cuenta de que se trata de una gloriosa generación de políticos que, una vez muertos, nunca más se han vuelto a repetir porque no han tenido sucesores del mismo nivel y carisma. Esta gente, a diferencia de los actuales, eran además auténticos intelectuales, estadistas e ideólogos que filosofaban e incluso escribían tratados. Fueron unos auténticos profesionales de la política que sentían sus ideas y expresaban con sus trabajos sus profundas y extraordinarias convicciones. En definitiva, hacían lo que hacían porque creían en ello de verdad, con independencia de que se estuviese de acuerdo o no con sus ideas.
Cambó fue un hombre profundamente catalanista y nacionalista. Su nacionalismo regionalista resultó una fórmula ideal pero en parte fue coyuntural a unos tiempos. Era una época en que la política estaba corrompida y en Cataluña imperaba el caciquismo. Entonces dicho modelo nacionalista surgió como una fórmula para unir las cuatro provincias que tenían una lengua y una cultura comunes con el propósito de evitar la dispersión, elaborar un proyecto común y crear una conciencia social hacia Cataluña así como la difusión de los valores de catalanismo. A diferencia de la actualidad, eran precisamente los partidos de izquierdas y los grupos anarquistas los que se declaraban anticatalanistas, y no los de derechas. Antonio Maura simpatizaba con la Lliga Regionalista y Eduardo dato llegó a aprobar el establecimiento de la Mancomunitat de Catalunya, institución la cual Cambó aseguró que daba mayor autonomía y autogobierno que la Generalitat. ¿Y si tenía razón?
Muy poca gente sabe que su modelo nacionalista, a pesar de los escollos y de los problemas que llegaron a surgir, funcionó e incluso fue bien visto por casi toda España, pues se veía a Cataluña como un modelo de referencia a imitar y como un ejemplo de renovación, regeneración y modernización de la política adaptada a los nuevos tiempos. Solamente los partidos de izquierdas y algunos focos más rebeldes ubicados en Madrid se opusieron, así como políticos como Juan de la Cierva, profundamente anticatalanista. Prácticamente ha sido la única vez en la historia que el nacionalismo catalán haya sido visto con buenos ojos fuera de Cataluña. La razón se debió a que no rompía esa “unidad” de España porque no rechazaba al estado y porque aceptaba a la Monarquía (a pesar de algunas diferencias con el rey Alfonso XIII) como la institución que aseguraba y garantizaba esa “unidad”. Es de Cambó el lema “ni separatismos ni asimilación”, un catalanista y nacionalista que se consideró a sí mismo como un gran patriota catalán y a la vez un gran patriota español, orgulloso de haber servido a Cataluña a través de la Lliga Regionalista “fent país” y también a España como ministro de Hacienda y de Fomento. Pocas veces un catalán nacionalista había tenido tanto prestigio y respeto por todo el país, incluso en territorios como Madrid y Extremadura. Posiblemente el último que también logro alcanzar esta cumbre haya sido Josep Tarradellas.
Cambó, en sus memorias, se ve un hombre realmente muy conservador, muy de derechas, incluso un poco autoritario, favorable a la pena de muerte y a la aplicación de la mano dura para restablecer el orden, y católico practicante. Si hoy día viviera, muchos le tacharían de “facha” e incluso de “traidor a Cataluña” a pesar del amor que profesó hacia su tierra, pues en realidad jamás dejó de ser un “català de la crosta”. Sin embargo, de la manera como narra sus memorias, se observa a la vez un hombre autocrítico, sin grandes ínfulas de superioridad a pesar de hacer referencia a sus éxitos y a su prestigio, e incluso sensible y hasta irónico, llegando en este último caso a arrancarte más de una sonrisa.
Con respecto a su conservadurismo, en sus capítulos se puede llegar a entender por qué él era así. Nunca simpatizó con las izquierdas porque, según decía, odiaba la demagogia. Su punto de vista hacia los partidos de izquierdas y hacia políticos también de izquierdas es lo que hoy día se ha camuflado porque no interesa decirlo en voz muy alta. Así, por ejemplo, definía a muchos grupos de izquierdas y anarquistas casi como a terroristas por sus actos de violencia hacia los monárquicos y los conservadores e incluso hacia quienes se opusieran a sus ideas, llegando a usar desde piedras hasta cuchillos y pistolas para intimidar y boicotear. En cuanto a personajes destacados, definió a Alejandro Lerroux como el rey de la demagogia, a Francesc Macià como a un hombre muy irascible de impulsos y reacciones primarias, a Pablo Iglesias como un hombre de muy mal genio e incluso violento, a Ferrer i Guàrdia como a un inculto que se hizo millonario gracias a haber heredado la fortuna de su abuela, y a Lluís Companys como a un hombre radical de connotaciones reaccionarias… ¡que en el pasado había sido incluso anticatalanista! ¿Quién se atrevería hoy día a decir en voz alta estas opiniones de estos políticos que parecen tan sagrados e intocables?
Sin embargo, a pesar de su fuerte conservadurismo, de su rectitud moral y de su talante severo, era contrario a las dictaduras. Tanto el régimen de Primo de Rivera como el de Franco los consideró unos lastres para España. Se ha hablado acerca del apoyo de Cambó hacia Franco. Se trata de una verdad a medias. Dicho apoyo se debió a qué creía que la Guerra Civil se hacía para restablecer la Monarquía y llegar a un orden constitucional anterior al de 1923. Sin embargo, al ver que no fue así y que el resultado degeneraró hacia un régimen dictatorial, se desengañó profundamente y se exilió.
Actualmente, aplicar el nacionalismo de Cambó, igual que el de Josep Tarradellas, en parte no tendrían mucho sentido porque fueron coyunturales a unos tiempos y a unas circunstancias históricas que se dieron. Sin embargo, esos nacionalismos tuvieron cosas muy buenas por su capacidad de conciliación y de concordia con el Estado al no aceptar el separatismo pero tampoco la asimilación, y son esos y otros elementos que no se han recuperado ni han tenido continuación y que tal vez habrían permitido que el resto de España nos hubiese entendido e incluso nos hubiese respetado. De haberse aplicado, tal vez Cataluña volvería a ser la referencia española y mundial que fue una vez entre finales del siglo XIX y principios del XX desde un punto de vista político, cultural y económico. Era el auténtico “fer país” entendido no precisamente como una proclamación secesionista.
En la actualidad, hace falta esa renovación del catalanismo político, que recupere los valores y los principios de sus viejos maestros, concretamente aquellos que se puedan aplicar para regenerar la política y que permita establecer una conciliación y una concordia con el Estado, y sobre todo es necesario forjar a un nuevo grupo de hombres y mujeres intelectuales políticos y artistas que, como los antiguos, tengan sólidas convicciones ideológicas, resuciten aquel pasado glorioso de Cataluña y conviertan a esta “nación histórica” nuevamente en el motor de España y un punto de referencia mundial.