miércoles, 28 de febrero de 2018

QUINI para la eternidad


Recibo la triste noticia del reciente e inesperado fallecimiento de Enrique Castro González, más conocido popularmente como Quini. Destacado futbolista español, se dedicó profesionalmente al fútbol durante dos décadas. Concretamente de 1967 a 1968 se inició en el Club Deportivo Ensidesa, de Avilés, donde destacó por sus cualidades que enseguida lo catapultaron al Sporting de Gijón, en el cual jugó entre 1968 y 1980, marcando una larga época que lo convirtió en toda una institución entre la comunidad asturiana. Entre 1980 y 1984 defendió la camiseta azulgrana en el Futbol Club Barcelona, y tras esta etapa regresó nuevamente al Sporting de Gijón donde colgó las botas en 1987.
Si la figura de Quini ha sido especialmente recordada se debe tanto a sus cualidades deportivas como por su personalidad. Las estadísticas resumen su excelente palmarés en calidad de delantero. Defendiendo la camiseta del Sporting de Gijón en 485 partidos oficiales marcó un total de 245 goles, 165 de los cuales en Primera División, convirtiéndose así en el mejor jugador de la historia de este club. Con el Futbol Club Barcelona jugó 123 partidos oficiales y marcó 60 goles, equipo con el que ganó dos trofeos de la Copa del Rey (1981 y 1983), una Copa de la Liga (1983), una Supercopa de España (1984) y una Recopa de Europa (1982). Su trayectoria le mereció en cinco ocasiones el Trofeo Pichichi (con el Sporting de Gijón en las temporadas 1973-74, 1975-76  y 1979-80, y con el Futbol Club Barcelona las temporadas 1980-81 y 1981-82), uno más que Leo Messi, y en dos ocasiones el Trofeo Pichichi de Segunda División (1969-70 y 1976-77).  Así fue como se ganó merecidamente convertirse en el 8º máximo goleador de la historia de la Liga española de fútbol. Llegó a ser internacional en la Copa Mundial de Fútbol de 1978 y 1982 y en la Eurocopa de 1980, disputando 35 partidos y marcando 8 goles.


Como persona destacó por ser un verdadero caballero, un hombre diplomático, cordial y agradable siempre a la altura de las circunstancias que procuró llevarse bien incluso con los peores rivales. En definitiva, un hombre "bueno". Así es como lo vieron quienes lo conocieron en primera persona. En sus años como azulgrana se llevó recuerdos entrañables tanto de la ciudad como de Cataluña, regresando ocasionalmente al Camp Nou una vez retirado para ver jugar al club de su corazón, el Sporting de Gijón. Como asturiano siempre mostró un especial enraizamiento hacia su tierra natal, hasta el punto incluso de defender la cooficialidad de la lengua asturiana.
Si por alguna razón recuerdo de manera especial y entrañable a la figura de Quini es porque fue mi primer gran ídolo futbolístico. Había oído hablar de jugadores como Gamper, Samitier, Kubala y Kruyff, pero nunca llegué a verlos en acción. Sin embargo, a Quini lo disfruté en vivo y en directo en el Camp Nou cuando mi padre trabajaba de empleado en el estadio. Mi padre y yo entrábamos por la puerta 16 y él se colocaba como controlador en el acceso 206-207, justo donde había la pequeña entrada a los vestuarios y a la sala de prensa, en la zona de tribuna. Yo podía acceder a cualquier parte del templo barcelonés al ser hijo de empleado. Me bastaba con decir "soy hijo del señor Tomás" y punto. Ventajas de la época que ya no se volverán a repetir pero que me sirvieron para conocer un mundo dentro de otro mundo. Recuerdo la llegada en autocar de los jugadores rivales (salvo el Real Madrid que accedía directamente por un parking por motivos de seguridad) y luego de los jugadores del Barça. El primero de todos en entrar era Migueli, siempre corriendo a toda pastilla porque no era amigo de los autógrafos. Luego el resto de futbolistas que discurrían hacia el vestuario no tenían inconvenientes en regalarte su firma.


Así fue como tuve la suerte de recibir un autógrafo de Quini, el primero que tuve de un jugador y que ahora guardo como lingote de oro. Sucedió un 9 de octubre de 1983 y precisamente en esa fecha el Barça se enfrentó al Sporting de Gijón. Ganó por 4-0 con un gol del propio Quini. La primera impresión fue la de un hombre alto y atlético (él medía 1,76 metros y yo entonces era un adolescente de 12 años de edad), muy tranquilo y receptivo tanto los saludos como a firmar autógrafos de sus admiradores allá amontonados. Aquél día también me firmaron los jugadores Moratalla, Clos, Sánchez y Perico Alonso. Incluso lo hizo un simpático y risueño Joaquim Maria Puyal, popular periodista a quien le dije que lo seguía habitualmente en su programa de televisión "Vostè pregunta" que TVE emitía a media tarde.
Viví diariamente su secuestro. Fue algo inesperado que dejó a mucha gente boquiabierta porque nadie se lo esperó. Eran tiempos difíciles y cualquier desenlace era posible al ser los años duros del terrorismo y de bandas criminales. En mi casa seguimos el caso por televisión y con mucha incerteza. Finalmente la historia tuvo final feliz, pero el club quedó tocado y perdió un campeonato de Liga que inicialmente había encarrilado muy bien. El título se lo llevó el Atlético de Madrid. A modo de curiosidad, decir que él perdonó a sus secuestradores.
En la escuela era también el ídolo de muchos niños y niñas de clase que eran "culés". Cuando hacíamos álbumes de fútbol e intercambiábamos cromos, el de Quini iba muy buscado. Yo tuve la suerte de conseguirlo, y así fue cuando uno de los compañeros, llamado Alberto, me pidió que se lo cambiara por 20 cromos que me faltaran. Nunca lo hice, porque aquél cromo valía por 20, por 200, por 2.000 y por muchos más. Era sagrado, era intocable.


El 9 de octubre de 1984 presencié en el Camp Nou el partido de homenaje con motivo de su despedida. El Barça jugó contra un combinado internacional donde participaron jugadores como Johan Kruyff y el estimado portero del R.C.D. Espanyol N'Kono. Asistió también su fiel y apreciado amigo Diego Armando Maradona pero como espectador. Los azulgranas ganaron por 2-0 con goles de Ángel "Pichi" Alonso. En el minuto 32 de juego de la primera parte Quini fue sustituido. Todo el público del estadio coreó su nombre. Salió por la puerta grande. Años después, ya retirado, regresó a Can Barça como espectador, invitado cuando el Sporting de Gijón visitaba el campo. Era su costumbre saludar a todo el mundo, incluso a mí y a mi padre aunque no recordara quiénes éramos. Pero él era así de excelente. Habían pasado años de cuando fue jugador azulgrana, así que como yo ya tenía más edad entonces ya no me pareció tan alto (es broma).
Mucho se podría explicar acerca de Quini, pero no era esa mi pretensión. Sólo he querido recordar brevemente mi experiencia personal y reivindicar su figura con motivo de su desaparición. En su breve paso por el Futbol Club Barcelona será recordado como personaje mítico, un símbolo de una época, bajo el imperio del presidente Núñez y a pocos años de la era Kruyff que transformó el club para siempre. Si a ello sumamos su trayectoria con el Sporting de Gijón, entonces será inevitable que la historia del fútbol español efectúe parada y referencia obligada a Enrique Castro González. Hasta siempre. Seguro que algún día nos volveremos a encontrar porque así lo creo y no puedo evitar afirmarlo. Gracias "Brujo". Quini para la eternidad.

Fotos: Agencia EFE, Blaugranas.com, El Mundo, Ricard Fernández Valentí.

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